martes, 7 de junio de 2011

Capítulo XXVI


Cuando Alonso logró abrir los ojos, notó que el sol brillaba con demasiada intensidad como para ser el del amanecer. Algo raro sucedía. Tardó mucho tiempo en sentirse plenamente consciente. Su sueño había sido interrumpido, en algún momento, pero no recordaba nada de ello. A medida que se despabilaba comenzó a sentir un dolor cada vez más intenso, como si hubiese recibido un golpe en su cabeza mientras dormía. Eso parecía empezar a volverse frecuente en su vida.
¿Qué tengo? Pensó. Quiso tocarse la zona dolorida pero algo se lo impidió, sus manos estaban atadas por detrás de su cuerpo. Sus tobillos también lo estaban. Con sogas, las sogas que habían asido a Flair al árbol. Se sacudió tratando de zafarse de las ataduras pero fue inútil, estaban fuertemente hechas.
¿Qué pasa? Se preguntó. Las respuestas a sus dudas no tardarían en llegar.
De pronto, vio que Flair estaba agachado junto a los restos humeantes de la hoguera, tenía un delgado tronco en la mano, con el que removía los últimos rescoldos que quedaban. Al notar los movimientos del muchacho, este habló:
- Veo que uno de los durmientes ha despertado.- Y dando golpecitos en el suelo caliente, con el palo, agregó: - Ahora falta el otro.-
“El otro”, retumbó en la cabeza de Alonso ¡Tiago! Pensó. Recorrió con su mirada todo el lugar hasta que lo divisó. Yacía inmóvil sobre una roca, corriendo la misma suerte que él; sus manos y sus pies también estaban atados.
- ¿Qué haces?- Le peguntó el muchacho al enano.- ¿Qué quieres?-
El enano se irguió hasta la escasa altura que pudo y se acercó hasta él. Puso la punta ardiente del palo que sostenía, amenazadoramente, cerca del rostro de Alonso.
- ¡Quiero saber, carilindo, quiero saber!- Dijo.
El muchacho se echó instintivamente para atrás-
- ¿Saber qué? – Preguntó.
- ¡Quiero saber! ¡Quiero saber!- Gritó infantilmente Flair, mientras daba saltos y giraba sobre su eje.
- ¿Saber qué?- Insistió, gritando, el muchacho.
- ¡Quiero saber!- Volvió a decir el pequeño y lanzó una carcajada en una actitud propia de un orate.
Alonso gritó nuevamente:
- ¿Saber qué? ¡Maldito enano! ¿Qué le has hecho a Tiago?-
- ¡Ahá! Veo que el educado muchacho aprendió a insultar.- Contestó y volvió a lanzar una carcajada. De pronto se puso serio y amenazando al joven con el extremo ardiente del tronco, le preguntó:
- ¿Quiero saber cómo es que lo hacen?-
- ¿De qué hablas?- Replicó Alonso.
- ¿Me crees tonto?- Exclamó Flair.- ¿Crees que no me di cuenta de las magias que ustedes hacen?-
- No se de que me estás hablando.- Respondió el muchacho evasivamente.
El enano acercó más el palo al rostro del joven, este no pudo alejarse de él porque su cabeza estaba ya apoyada en el suelo. El calor comenzó a generarle dolor.
- ¿No sabes?- Dijo el pequeño, ahora con un tono más calmo.- ¿No sabes? Ayer estaba colgando, casi muerto, de un árbol; con mis manos y mis pies destruidos. Llegaron ustedes y desperté, totalmente curado y rebosante de de energía ¿No sabes?- Repitió y acercó un poco más el palo a la cara del joven.
- No entiendo de que me hablas.- Dijo Alonso entre gestos de dolor.- No hicimos nada extraño.- Completó mintiendo, para proteger su secreto.
- ¿No sabes?- Continuó el maléfico pequeño.- Van a pescar sin ningún instrumento para ello y vuelven rapidamente, cargados de piezas. Son incapaces de usar un yesquero ¿Cómo encienden el fuego? ¿No sabes?-
- No hay nada extraño en nosotros.- Prosiguió, ocultando, el muchacho.
Flair, arqueando sus densas cejas en un gesto mezcla de enojo y ensañamiento, apoyó el extremo encendido del madero en la mejilla del muchacho.
- ¡Aaaah! Gritó este completamente dolorido.
- ¿No sabes?- Volvió a repetir con saña el enano.
- No se de que estás hablando ¡Maldito engendro del mal! ¡No se de que hablas!- Gritó Alonso.
- ¿No sabes? ¡Dime cómo lo hacen! ¡Dime de dónde sacan su magia!- Agregó y volvió a quemar las carnes del joven, pero esta vez en el cuello.
Alonso gritó nuevamente por causa del dolor y le lanzó al enano una serie de insultos que ni siquiera él sabía que conocía.
- Veo que tu dolor no te importa ¿Veremos si te importa el ajeno?- Dijo el pequeño.
Fue hasta los restos de la fogata y posó la punta del palo sobre las brasas, que aún permanecían encendidas. Luego se dirigió hacia donde estaba Tiago y, aferrándolo de la túnica, lo arrastró con mucho esfuerzo hasta acercarlo junto al muchacho. Cuando concluyó esa acción, volvió a tomar el palo, cuya punta estaba nuevamente ardiendo.
Alonso observó alarmado a su amigo, lucía muy mal. Tenía un enorme chichón en su frente, del cual emergía un hilo de sangre, y estaba casi inconsciente. El enano nos debe haber pegado con el palo mientras nos encontrábamos dormidos, pensó.
- ¿No sabes?- Dijo Flair repitiendo su muletilla ironicamente -¿No sabes?-
- ¿Qué vas a hacer?- Preguntó Alonso imperativamente.- ¡Déjalo en paz! ¡No le hagas daño!-
- ¿No sabes?- Insistió el pequeño, al tiempo que hundía el extremo del palo en la cara del anciano quien, apenas, atinó a quejarse. - ¿No sabes?- Dijo gritando histericamente -¡Dímelo!
- ¡No le hagas daño!- Pidió Alonso en un tono suplicante y con lágrimas en los ojos.- No le hagas mas daño, por favor.-
- ¡Dímelo!- Reclamó Flair.
El joven, sollozando por el dolor y la impotencia que le generaba ver sufrir, sin poder ayudarlo, a su amigo, persistió en seguir ocultando su secreto.
- Te he dicho que no se de que hablas, no hacemos, ni sabemos hacer nada extraño.-
- ¿No sabes?- Repitió nuevamente el ruin gnomo, mientras lastimaba nuevamente al anciano.
Alonso sin comprender que alguien ejerciera tanta maldad y tanto ensañamiento, volvió a lanzarle una andanada de insultos al atacante.
-¡Maldito tú, carilindo!- Gritó enojado Flair. Se alejó unos metros y se puso a hurgar en la bolsa de Tiago, hasta que halló lo que buscaba, una corta daga que el viejo había usado para limpiar los pescados. Regresó y se paró frente al cuerpo inmóvil del anciano.
- ¿No sabes?- Repitió por última vez mirando al muchacho.
Este le respondió lanzándole un escupitajo que nunca llegó a su destino.
Lleno de ira, el enano hundió la daga en el pecho de Tiago quien, en ese momento, abrió sus ojos con sorpresa.
- ¡Nooooo, maldito engendro del diablo!- Gritó Alonso.
- ¿Vas a decírmelo ahora?- Preguntó Flair.
El joven no respondió, sollozando se arrastró hasta el cuerpo de su amigo y vio como la sangre que fluía desde el pecho de él se llevaba, con ella, su vida.
- Tiago. Amigo.- Dijo y, casi sin pensarlo, para evitar que este sufriera, se dispuso a lanzar el hechizo de sanación.
El anciano, adivinando la intención del muchacho, lo miró fija y piadosamente y le dijo:
- ¡No, no amigo!- Y con unas lágrimas a medio salir de sus ojos, su mirada se apagó para siempre.
El joven giró y, mirando al enano, le dijo en un volumen cada vez más creciente:
- ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Enano del infierno.-
Flair se abalanzó hacia él, con la daga en la mano y lo apuñaló a la altura de las costillas.
Eso fue lo último que el muchacho vio, antes de que su vista se nublara hasta la oscuridad total.

1 comentario:

  1. Nunca me fié de ese enano burlesco, ahora resulta asesino, capaz de herir a Alonso, ha matado a Tiago. El "mal" disfrazado de juglar.

    Ha de solucionarse, Gambeta. Un beso.

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