sábado, 18 de junio de 2011

Capítulo XXXI


Manuel agradeció los alimentos, se sentó a la mesa a comer y saboreó, con mucho placer el pan recién horneado. Muy pocas comidas le parecían más deliciosas que aquel y la hogaza que estaba comiendo, en especial, estaba exquisita. Tiene buena mano la rubia, pensó.
Igualmente, con desfachatez, dijo solo para hacer enojar a la niña:
- ¿Este es un desayuno muy tardío o uno muy temprano?-
La pregunta logró su objetivo, Aurora, con un tono de enfado total, contestó:
- El menú era pollo y arroz, pero alguno de la piara se lo acabó.-
El muchacho se sintió tocado y reiteró su frecuente sonrojo.
A Alonso le causó gracia la situación. Aurora le colocó un paño frío en la frente, para bajarle la fiebre que no tenía. Esto al muchacho lo sorprendió y le molestó, a tal extremo que casi estuvo a punto de abandonar la actuación. La noche estaba poblada de frío y las paredes, de adobe y madera, poca protección brindaban contra él. Lo único que evitó que el joven rechazara los cuidados, fue una caricia que la muchacha le hizo en la mejilla derecha, con una gran suavidad, lo que le provocó un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo.
Desde el rincón donde estaba la mesa, Manuel observaba la escena, con el enfado que provocan los celos juveniles.
-Dormiré en el suelo.- Le dijo a la niña, solo para interrumpir.
La muchacha giró la cabeza, lo observó con resignación y diciendo: - El señor se va a la cama y el bruto a la tierra arada.- Volvió a retirarse de la habitación, para regresar luego, con una delgada almadraqueta, la cual ofreció al guardián.
- Esto te ayudará un poco.- Le dijo.
Manuel bajó la cabeza, un poco avergonzado por su falta de refinamiento, pero inmediatamente y sin inmutarse, preguntó:
- ¿Habrá más leche y pan?-
Aurora no podía creer lo que escuchaba. Tamaña glotonería, pensó. Igualmente se alejó nuevamente para cumplir el pedido, no sin antes emitir otra frase:
- Más hondo el fondo, más largo el tonel.-
Esta vez, al muchacho, el comentario le generó una sonrisa. Es menos vergonzante pedir para otro, que para uno mismo.
La muchacha retornó por última vez en la noche, posó los alimentos sobre la mesa y, casi sin despedirse, se retiró a dormir.
Después de que ella había salido, Manuel entreabrió la puerta para comprobar que la niña, realmente, se hubiera alejado. Así fue, cuando la cerró nuevamente, le dijo a Alonso:
- Puedes levantarte, la muchacha no está.-
Como si su panza no hubiera rebosado de arroz y de pollo apenas unas horas antes, el argandeño hizo desaparecer, rapidamente, tanto el líquido, como el pan y la mantequilla. Manuel lo miró azorado, nunca había visto tanta voracidad. Después frunció el seño algo preocupado. Él, ante el juicio de Aurora, sería el glotón. Pensando una estrategia que lo librara de dicha acusación, le dijo a su compañero:
- Mañana ya podrás mostrarte de pie, podrás estar recuperado.-
- ¿No será demasiado pronto para ello? Preguntó Alonso.- Podría generar sospechas.-
- ¿Qué sabe esa tontuela niña acerca de recuperaciones? Tan rubio es su cabello, como corta su entendedera.- Dijo Manuel con suficiencia y algo de interés en proteger su prestigio.
- Si tú lo dices.- Contestó el muchacho con una sonrisa, provocada por su conocimiento acerca de lo que le estaba sucediendo al guardián.
Ya sea porque había saciado su apetito o porque ya no quedaba nada que ingerir, Alonso dejó de comer. Manuel acomodó, prolijamente, la colchoneta en el suelo, se acostó sobre ella y se tapó con una gruesa manta de lana.
- Voy a dormir hasta la mañana.- Dijo bostezando.
- Que descanses.- Respondió Alonso.- Haré lo mismo.- Y volvió a tenderse en el catre.
Apagó la lámpara y cerró sus ojos. Luego de eso tuvo que volver a cerrarlos varias veces, mas se resistían a no estar abiertos. Había pasado todo el día acostado y el sueño, que debería estar visitándolo por ser de noche, todavía estaba en algún lugar lejano.
Al rato, cansado de su tediosa vigilia, preguntó:
- Manuel ¿Estás despierto?-
El silencio fue todo lo que recibió como respuesta, lo que no dejó de ser, a la vez, una bendición, su compañero no roncaba.
Yacer sin dormir induce a pensar, recordar e imaginar. Esto es lo que Alonso hizo.
Se visualizó regresando a la posada de Ximénez, donde lo esperaba Juana. La vio más bella que nunca, la tomó de la mano y juntos bajaron por las empedradas calles de Toledo, hasta llegar a las recurrentes aguas del Tajo. En la arena de la pequeña playa la abrazó y la besó. Su imaginación era tan vívida, que sintió los síntomas de esa situación en todo su cuerpo.
No puedo seguir con esto acá, pensó.
Lo dulce y lo trágico comparten viviendas de paredes muy delgadas en la imaginación. Abandonando los sueños con su muchacha, en su cabeza, la imagen de Tiago cobró vida. Lo vio enojado, sonriente o vigoroso, alternativamente. Recordó cuando se transfiguró en el espigado muchacho de la posada, para protegerlo.
Como un velo helado que nubló toda imagen agradable de su mentor, rememoró como el infame enano lo atacó. La ira y las lágrimas volvieron a invadirlo.
Exhaló aire bruscamente, con la boca casi cerrada, lo que hizo que se le inflaran los cachetes.
Para evitar dolorosos pensamientos comenzó a planificar las misiones que debería cumplir. Ir hacia el sur, a buscar a la familia de Tiago, si ocurría que Rafael regresaba habiendo terminado con el enano, le demandaría diez días de viaje. Quizás más, no conocía el camino, solo sabía que deberían saltear algunos escollos, como cruzar el Guadiana. Manuel sabrá como hacerlo, pensó.
¿Cómo le daría a la mujer de su amigo la noticia? Ensayó algunas frases, hasta que desistió de hacerlo. En el momento indicado se me ocurrirá lo apropiado, reflexionó.
Las arenas de San Pedro ¿Cómo las hallaría? De Úbeda hasta allí serían unos quince días de caminata, tal vez más, veinte.
¿Si regreso a Toledo y le pido a Guillermo el talavero que me guíe? No me desviaría mucho y podría ver a mi Juana, también. Pensó.
Un buen rato estuvo inmerso en esos delirios conscientes. Recordó los libros que estaba traduciendo en la escuela antes de su huída, a los frailes y el olor de la tinta, a Averroes y al convento. Entre idas y venidas de sus pensamientos, los cuales, mayormente, se detenían en Juana, el sueño llegó, finalmente, y sus párpados cedieron.

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