miércoles, 1 de junio de 2011

Capitulo XXIII





A medida que se acercaron al árbol la imagen se les presentó grotescamente nítida. Colgando de una rama, mediante una soga amarrada a uno de sus tobillos, con las manos atadas por detrás de la espalda; un hombrecito, con una gran cabeza, casi del tamaño de su cuerpo, se balanceaba al ritmo caprichoso del viento.
Cuando estaban a unos pocos pasos de distancia de él, con una grave voz, les dijo:
- ¡Eh! Ustedes que vienen caminando cabeza abajo ¡Sáquenme de aquí!-
Alonso intentó adelantarse rapidamente para ayudar al pequeño, pero el brazo desconfiado de Tiago detuvo su marcha, antes de que esta se iniciara.
El anciano se acercó hasta el bamboleante cuerpo y su cabeza quedó casi a la misma altura que la de él.
- ¿Quién eres?- Preguntó.
- ¡Bájame de aquí! – Respondió el enano.
- ¿Quién eres?- Repitió, con un tono más imperativo, Tiago.
- ¡Bájame de aquí! No creo que el árbol resista más.- Contestó el extraño.
Ambos amigos miraron con detenimiento la rama de la encina que sostenía al escaso peso del pequeño, era sobradamente fuerte como para soportar un jabalí padrillo.
- ¿Eres gracioso? – Dijo el viejo.- No te bajaremos de allí hasta que nos digas quien eres y como llegaste a esta ridícula situación.-
El enano se contorsionó enojado, haciendo un berrinche más propio de un niño, que de un adulto. Casi instantáneamente recuperó, rápida y curiosamente, la calma.
- Si me bajan les cuento, luego podrán volver a colgarme.- Respondió.
Cuando Tiago iba a abrir la boca para lanzarle un improperio, el enano se anticipó y le dijo:
- ¡Bueno, bueno! Quien debería estar malhumorado soy yo, que continúo en esta situación. Mi nombre es Flaín, de Burguillos, soy emisario del rey Alfonso.
- ¡Mnnnh! No te burles de nosotros ¡Medio hombre!- Dijo Tiago al tiempo que, de un manotazo, lo hizo balancear y girar sobre su corto eje.
- ¡No, no!- Gritó el enano.- ¡No miento! Cuando digo la verdad no miento.
El anciano, con su paciencia casi extinguida, se adelantó para ofrecerle otro manotazo. Alonso lo detuvo pidiéndole, mediante la mirada, que lo dejara a él proseguir con el interrogatorio. Detuvo el bamboleo del colgado y le dijo:
- Cuéntanos la verdad, no te haremos daño-
- Estoy diciéndoles la verdad ¡No miento! Mi nombre es Flaín.- Dijo agitado. – Soy… Soy un juglar de la corte del rey Alfonso.-
- ¿Un juglar?- Dijo Tiago.- Un bufón eres.-
- Soy un juglar de la corte.- Repitió el enano y prosiguió.- Uno de confianza. Él me ha enviado a Puebla de Alcocer.-
- ¿Puebla de Alcocer?- Interrumpió el viejo. – No he escuchado acerca de ese lugar.-
- La Peña de Alcocer.- Explicó Alonso.- Ahora le llaman así a la aldea.-
- Si, si, Peña de Alcocer.- Afirmó el pequeño.- El rey me envió para llevarle dinero al gobernante de la cuenca. Quiere que la villa prospere. Venía yo caminando alegremente, como siempre lo hago, y unos salteadores de caminos me atraparon, me robaron y me dejaron en esta situación.-
Tiago miró a Alonso, buscando complicidad para sus pensamientos de desconfianza, y el joven lo observó con cara de intrigado.
- ¿Nos crees estúpidos? ¿Supones que vamos a aceptar la historia de que el rey envió con dinero a un enano?- Dijo, cruelmente, el anciano.
- Es una idea sabia.- Respondió este.- Si tú no crees que yo podría realizar tal misión ¿No te parece que nadie más lo haría?-
El viejo volvió a mirar a Alonso como esperando alguna reacción del joven. Este movió la cabeza afirmativamente.
- Suena razonable.- Dijo.
- ¡Bájenme de aquí, ahora!- Suplicó Flaír.
- A su debido tiempo.- Contestó Tiago.- No hemos terminado todavía. Cuéntanos los sucesos.-
El enano realizó unas contorsiones más, haciendo la parodia del berrinche y, al instante, se tranquilizó y continuó:
- Venía caminando, siguiendo el curso del arroyo, entre mis prendas traía una bolsa con el dinero del rey, 800 maravedíes de oro. Iba distraído, siempre lo hago, mi cabeza estaba componiendo una poesía. De pronto un hombre se para delante de mí, era muy alto ¡Bah! Todos lo son, tenía una densa y negra barba. Detrás de las rocas aparecieron más, eran cinco en total. Me asusté pero comencé a bromear mientras me interrogaban. Me pidieron que les diera todo lo que llevaba y les dije que lo único que tenía era mi laúd, que era un pobre juglar.
Me creyeron, comencé a cantarles algunas coplas graciosas y todos rieron. Todos menos el hombretón de la barba que, al parecer, era su jefe.
Bájenme de aquí ¡Por favor!- Repitió.-
Alonso, nuevamente, tuvo la intención de hacerlo. Otra vez Tiago lo detuvo y, susurrándole, le comentó:
- Falta poco.- Luego, mirando a Flaír le dijo.- A su tiempo lo haremos ¡Continúa!-
Esta vez el falso berrinche fue apenas una insinuación.
- Ya casi estaban por dejarme. – Continuó.- Ya se iban y… No pude con mi genio. Me molestó que el de la barba no disfrutara de mis versos, así que lancé mi última copla:

-Al niño parío de día
su madre le dio la espalda,
no solo no sonreía,
sino que nació con barba.-

A alonso le causaron mucha gracia los versos, por lo que lanzó una carcajada.
- Veo que aprecias mi arte.- Dijo el enano.- Ellos no. El hombretón se enfureció, se abalanzó hacia mí y me quitó el laúd, arrojándolo a las aguas. “Darán muchas serenatas los peces”, le dije. Esto lo encrespó más, me tomó de los tobillos y me puso cabeza abajo sacudiéndome. Fue en ese momento en que cayó la bolsa con las monedas. Se excitaron mucho con ellas, pero el barbudo se sintió humillado por haber sido engañado. “¿Qué hacemos con este?” Les preguntó a sus secuaces. Uno sugirió que me degollaran, otro que me arrojaran a las aguas con una piedra atada a mis pies. “Es muy rápido eso, que sea un alimento frugal para las aves carroñeras”, dijo el hombretón. Y aquí estoy ¡Por favor, bájenme!-
Tiago se dio por satisfecho con la historia, aunque antes de desatarlo preguntó:
- ¿Cuándo sucedió eso? ¿Hacia dónde se dirigieron aquellos hombres?-
- Hacia el norte.- Contestó el pequeño.- Hace dos días que estoy así ¡Bájenme, se los suplico!-
El argandeño se dirigió hacia el tronco del árbol, el viejo, esta vez, no lo detuvo. Trepó por él hacia la rama a la que estaba amarrada la soga y la desató, no sin antes cerciorarse de que Tiago evitaría una brusca caída de Flaír al suelo.
El enano fue atrapado, suavemente, por los brazos del anciano. Este depositó sus pies sobre el suelo y lo ayudó a erguirse. Casi instantáneamente el pequeño se desvaneció.
El viejo desató las ataduras que aferraban sus muñecas, al mismo tiempo, Alonso ya estaba al lado de ellos.
- Mira como tiene sus manos y sus pies.- Dijo Tiago.
Todas las extremidades del pequeño estaban hinchadas y mostraban un color borravino grisáceo.
- El frío las ha entumecido.- Dijo el muchacho- ¡Pobre infeliz! No podrá recuperarse, sus manos y sus pies están muertos. La muerte avanzará por sus brazos y sus piernas y terminará con él, he leído acerca de ello ¡Debemos ayudarlo! Tiene cangrena.-
- No podemos hacer nada.- Dijo el anciano.
- ¡Si podemos!- Contestó Alonso.
- ¡No! Respondió el anciano.- ¿Cómo confiar en él? Nos contó solo una historia, sabe inventarlas. No sería prudente descubrirnos.-
- ¿Descubrirnos?- Interrogó inquisidoramente el muchacho.- Está inconsciente y quien sabe cuanto tiempo permanecerá así, quizás hasta la muerte.
Tiago se quedó callado observando al enano, sabía que al muchacho le dolía ver sufrir a alguien de esa manera. A él también le sucedía lo mismo.
La ancha y cuadrada cara del pequeño estaba morbidamente pálida, sus espesas y negras cejas custodiaban sus cerrados ojos. Su pequeña humanidad yacía, casi inerte, boca arriba en el suelo.

1 comentario:

  1. ¿Conoces el cuento de los tres tambores?, recuérdame que te lo cuente un dia de estos, es que es muy largo y quiero seguir leyendo, ellos también encontraron un enano colgado de un árbol, jejeje, es mi cuento favorito!!!, miles de besosssssssssss

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