viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo XXX


Alonso miró a su nuevo compañero con mucho asombro.
- ¿”El libro”?- Preguntó- ¿Cómo pudo haberte comunicado algo “Él”? ¿Has leído eso cuando lo encontraste?-
- No. Contestó Manuel.- Te contaré. Pero antes espera, iré a cerciorarme que la niña no ande por aquí.-
Con la firmeza de un soldado que se encamina hacia una victoria segura, se retiró de la habitación dejando a Alonso sin posibilidades de decirle nada. Una vez en el patio, recorrió el lugar con su vista en busca de la áurea cabellera de la moza. No la halló ni cerca de los corrales, ni del pozo. Se asomó por la puerta abierta de la habitación contigua a la del muchacho y tampoco la encontró allí. Finalmente, en el siguiente recinto, la cocina, divisó la belleza de Aurora. Lejos de estar descansando, con sus manos metidas dentro de una artesa, amasaba afanadamente un bollo para hacer pan.
Sin que ella lo advirtiera, el joven se quedó un rato mirando extasiado, la respingada naricita del perfil de la muchacha y todo lo que a ella decoraba.
Tendrá para un largo rato, pensó luego.
Regresó a la habitación donde yacía Alonso, cerró la puerta y se sentó junto al joven, en un escaño al lado del catre.
- Estará ocupada por bastante tiempo.- Le dijo.- No creo que aparezca por aquí, podemos hablar libremente. -
- ¡Cuéntame!- Exclamó, impaciente, Alonso.
Manuel dudó unos instantes, como no pudiendo encontrar la manera de empezar su relato, hasta que finalmente lo hizo:
- Hace unos meses sentí un fuerte impulso interior, que me impelió a escribir “el libro”. No podía pensar en nada más, ese era mi único deseo en aquel momento. Conseguí todo lo necesario para hacerlo y comencé a trabajar en ello.-
Alonso lo escuchaba atentamente. Supongo que eso, alguna vez, me sucederá a mí. Pensó.
- Al principio.- Prosiguió el guardián.- Me costó mucho recordar los hechizos tal cual los había leído aquella vez en la casa de Hakan, en las cercanías de Granada.-
- ¿Quién es Hakan?- Interrogó Alonso.
- Es el dueño de la casa donde encontré el libro, el padre de Morayna, la niña que rescate… Ya te contaré eso.- Dijo Manuel tratando de no perder el hilo del relato inicial.- Pero poco tiempo después de empezar a escribir, las palabras que debía plasmar en Él, se atropellaban en mi mente y empujaban la pluma con velocidad y fluidez. No paraba de escribir. Hojas y hojas manuscritas se acumulaban en una pila, para luego ser encuadernadas. Por las noches me encontraba tan agotado que, muchas veces, me acostaba sin haber comido nada. Una de ellas, en la que apenas lograba distinguir lo que escribía, bajo la tenue luz de una lámpara, mi puño comenzó a redactar oraciones que no eran dictadas por mis pensamientos. Estuve escribiendo de esa manera durante un buen lapso de tiempo, hasta que desfallecí. Me quedé dormido sobre la mesa.-
A esta altura del relato, la curiosidad de Alonso había alcanzado su punto más alto.- Continúa.- Le dijo impaciente.
- Si no interrumpes…- Contestó Manuel con algo de fastidio.- A la siguiente mañana no recordaba nada de lo último que me había sucedido en la noche anterior. No entendía porque el amanecer, no me había sorprendido durmiendo en el catre, como todos los días. Como fuera, me desperecé y comencé mi rutina matinal. Ordeñé la cabra, le di de comer y beber al ganado, y luego me alimenté, con la leche y una hogaza de pan.-
A esta altura del relato, su compañero, era el que ahora estaba un poco fastidioso por la demasía de los detalles.- Sigue.- Le dijo.
- Estoy siguiendo.- Contestó enojado Manuel. – Si tú me dejaras hacerlo…-
- Sigue.- Repitió, sin pensar, Alonso.
- Cuando volví al libro, para retomar su escritura, leí lo último que en él había redactado, para poder ordenar mis pensamientos. Lo que observé me resultó muy extraño. Si bien la caligrafía era indudablemente la mía, no reconocía haber compuesto las frases que allí había.
- ¿Qué decían?- Preguntó el muchacho, con una ansiedad abrumadora.
Manuel lo miró con ambas cejas levantadas y, armándose de paciencia, continuó:
- Eran órdenes.- Hizo una pausa que resultó mucho más larga para Alonso que para él.- Ordenes para una misión. Mejor dicho, para dos misiones.-
- ¿Cuáles?- Se escuchó.
Resignado a ser víctima de numerosas interrupciones y decidido a ignorarlas, el joven prosiguió relatando, casi literalmente, lo que en “el libro” encontró escrito:
- Hay escondidos dos ejemplares huérfanos de guardianes, abandonados y descuidados. Con los hechizos a merced de que ojos equivocados los lean y bocas inconvenientes los lancen. Deberás encontrar al primero de ellos y destruirlo, y también, deberás hallar al otro guardián y darle las instrucciones para que destruya al segundo. El ejemplar que tú deberás buscar se encuentra en el sur, en Benaoján, dentro de una cueva con pileta.-
- ¡Benaoján!- Exclamó Alonso con preocupación.- Es territorio Musulmán, es peligroso ¿Cómo podrías hallarlo sin que te ataquen?-
- No te preocupes, amigo.- Respondió Manuel.- Conozco la manera de vagar por esas tierras sin peligro. Ya te contaré sobre eso.-
El muchacho hizo un gesto enfurruñado, el guardián a medida que le develaba misterios, le generaba más incertidumbre, al plantearle otros nuevos.
Manuel se quedó observando fijamente el piso, luego levantó la cabeza y, mirando a su compañero le dijo:
- “El libro” proseguía: el ejemplar que debe hallar el otro, se encuentra en el norte, en las arenas de San Pedro, en las tierras de Talavera, en las cuevas del águila.-
¿Cuevas del águila? Se preguntó Alonso, nunca he escuchado sobre ellas. Ni Guillermo el Talavero las ha mencionado. Pensó.
- ¿Qué más?- Le dijo a su compañero.
- Eso es todo.- Contestó este.- Una vez que terminé de leer el mensaje, las palabras desaparecieron delante de mis ojos, por lo que debí concentrarme para memorizarlas. Durante los días siguientes continué escribiendo “el libro”, manteniéndome alerta ante cualquier señal que alguien me mostrara, que me permitiera reconocer que era el otro. Cuando llegué a este lugar y te encontré, tuve algunas dudas, pero en mi interior tenia el firme convencimiento de que lo eras.
- ¿Qué hiciste con “el libro”? Preguntó Alonso.
- Ya lo he escondido, he encontrado el lugar adecuado para hacerlo.- Respondió.
- Dichoso tú por ello.- Dijo el joven con cierta envidia.- Yo no he empezado a escribirlo aún.-
- Ya te llegará la hora ¿Cuándo partirás?- Continuó Manuel.
- En pocos días.- Respondió el muchacho.- No antes de que regrese Rafael.-
- ¿Y si no regresa nunca? Interrogó el guardián, generándole una alternativa que el muchacho había evaluado, pero que deseaba que no sucediese.
- Esperaré hasta diez días.- Respondió después de haber pensado un poco.- Luego me iré a darle caza al enano con mis manos.-
Ambos jóvenes se quedaron en silencio durante un buen rato, hasta que el mutismo fue roto por Manuel:
- Supongo que las misiones deberían ser cumplidas lo más rápido posible, mientras más tiempo permanezcan “los libros” abandonados, más probabilidades hay de que caigan en manos equivocadas.
- Lo se.- Contestó Alonso.- Si embargo hay otra misión que debo cumplir también. Una que nadie me ha encomendado pero que debo ejecutar.
- ¿Qué misión?- Pregunto el guardián, siendo él ahora el impaciente.
Alonso se quedó pensativo por un instante. El tenor de estos pensamientos, fue la fuente de unas contenidas lágrimas, que apenas lograron enturbiar su mirada.
- El anciano que hallaron junto conmigo.- Dijo con un nudo en la garganta.- Al que había asesinado el maldito Flair, era un guardián.- Y bajando la cabeza continuó.- Fue mi maestro, mi iniciador.
A Manuel, al escuchar lo que su compañero relataba, la congoja le fue aumentando adentro suyo, también. Conocía la relación de unión y camaradería que se gestaba entre un nuevo guardián y su iniciador, por lo que entendió la magnitud de la perdida sufrida por su compañero.
-Había dejado su casa y su familia para encontrarme.- Prosiguió Alonso.- Ya nunca volverá con ellos. Pero lo están esperando y no puedo dejar que lo sigan haciendo, que sigan sufriendo. Debo ir a contarles la tristeza de lo sucedido.- Concluyó.
Sin poder reprimirse más, comenzó a sollozar como a veces lo hacen los hombres.
Manuel le posó su mano sobre el hombro con empatía y le preguntó:
- ¿Dónde se hallan?-
- En la comarca de la torre de Don Pero Xil.- Contestó.- Cercano a Úbeda, por la zona de las cañadas.
- Eso queda hacia el sur, hacia donde debo ir.- Dijo el guardián.- Podremos compartir parte del viaje.
Alonso, secándose las lágrimas con las palmas de sus manos, asintió con la cabeza.
La conversación había sido extensa y las tardes del otoño avanzado, suelen encarcelar al sol prematuramente, por lo que, sin que se hubieran dado cuenta, la noche casi había llegado.
Los dos jóvenes escucharon el rechinar de los goznes de la puerta, la muchacha estaba entrando a la habitación. Alonso, que había tenido el buen tino de quedarse en el catre, recostó su torso violentamente. Manuel simuló acomodarle los vendajes.
- Ha empeorado.- Dijo Aurora cuando se acercó al herido.
Su comentario no estuvo del todo equivocado, las huellas de la angustia habían desmejorado la apariencia de Alonso.
- Es normal - Dijo Manuel y con un descaro total preguntó-¿No hay algo para comer?-
La niña volvió a mirarlo con enojo y se retiró de la habitación hacia la cocina. Al rato regresó con pan recién horneado, mantequilla y leche tibia.

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