lunes, 6 de junio de 2011

Capítulo XXV



- Y hay un carilindo con manos cuidadas,
Tan joven, tan guapo, tan alto, tan bueno
¿Tendrá habilidades que me está ocultando?
Pues dentro de un bosque no encuentra un madero.-

Terminada la copla de Flair, el que se sintió aludido, ahora, fue Alonso. Frunció el seño y contuvo su lengua, mientras que el anciano lo miraba sonriendo con mayor intensidad que antes. Eso al joven lo enojó aún más.
El enano, después de lanzar sus versos, se quedó callado entreteniéndose con una vara con la que movía los leños de la hoguera, de un lado para el otro. Esta calma les permitió a los dos amigos descansar un rato.
El mediodía había terminado hacía muy poco tiempo, por lo que el sol aún se mantenía en uno de los puntos más altos del cielo, brillando intensamente a través del diáfano aire cargado de frío.
- ¡Arriba! ¡Arriba!- Gritó Flair, al tiempo que les propinaba suaves puntapiés en los tobillos, a los plácidos compañeros.
Esto a Tiago lo despertó muy malhumorado.
- ¡Qué desfachatez!- Murmuró entre dientes.
Alonso abrió sus ojos, con un humor no mucho mejor que el de su amigo, dijo:
- ¡Cálmate, pequeño! Estás logrando alterarnos.
- ¡Cálmate tú, qué eres el alterado!- Contestó burlonamente este.
Cuando el muchacho le iba a decir algo al hombrecito, Tiago lo contuvo posando su mano en su hombro y, comprendiendo que el único remedio para las bromas del enano era la paciencia, le dijo:
- ¡Vayámonos! -
- Si, vayámonos.- Respondió el joven.
- ¡Si, si, vayámonos!- Dijo Flair aceptando una invitación jamás recibida.
Los tres hombres recogieron sus cosas y emprendieron la caminata en la, ahora un poco más templada, tarde otoñal.
El enano avanzaba entonando sus coplas incasablemente y, de tanto en tanto, lanzaba alguna humorada, generalmente burlona. Los dos amigos daban sus pasos en silencio y, prácticamente, sin prestarle atención a los dichos del pequeño.
El azúcar y la sal brindan buen sabor, pero comerlos puros repugnan o enferman, pensó Alonso, inspirado en la molestia que le provocaba soportar el humor constante de Flair.
- Veo que rápidamente te has olvidado de los 800 maravedíes del Rey.- Le dijo Tiago ironicamente.
Eso hizo que el enano avanzara un buen tramo callado y reflexivo, pero al poco rato volvió a interpretar su cantinela ponzoñosa.
A medida que avanzaban el paisaje se tornaba, cada vez, mas poblado de rocas. Grandes superficies de lisas piedras, que combinaban tonos amarillentos con rojizos, les brindaban a sus vistas un hermoso espectáculo sumado a que, en el horizonte, se dibujaban los montes toledanos. Juntamente con el pétreo panorama, la falta de vegetación se hacía más evidente.
La peregrinación continuó durante algunas horas, apenas si se detenían para bajar por el barranco, que cada vez se volvía más profundo, a tomar algunos sorbos de agua.
Bien entrada la tarde la temperatura había bajado mucho, estaban acercándose a la zona montañosa y la altura ejercía su efecto negativo sobre el calor. Cuando los postreros rayos del sol brindaron las últimas luces del agónico día, Tiago estiró su brazo y, señalando con un dedo, dijo:
- Allá está la alcantarilla, pasemos la noche acá y mañana cruzaremos por ella.-
- Pero por allí no se llega a la Peña de Alcocer.- Dijo Flair enojado.
- Ya te hemos dicho que no te acompañaremos, nos dirigimos hacia otro sitio.- Le respondió Alonso.
El pequeño ensayó su escena del berrinche, ante la desatención hacia ella por parte del joven y del anciano.
Se prepararon para pernoctar. Alonso, quizás herido en su orgullo o por querer aprender otra habilidad, dijo:
- Yo conseguiré la leña.-
- Procuraré traer unos pescados, entonces.- Contestó Tiago.
- Voy contigo.- Dijo el enano.- Quiero ver como es que pescas sin tener ningún utensilio para ello.-
- ¡Tu te quedas aquí!- Exclamó Tiago, temiendo de que se descubriera su secreto.-Eeeh…- Dudó un instante.- Haz un circulo de piedras para contener la fogata.-
- ¡Be bebebebébe bebebébe!- Le hizo burla el pequeño, quien aceptó la orden a regañadientes.
El anciano bajó por el barranco hacia las aguas y, luego de atrapar unos cuantos peces, esperó que pasara el tiempo, sentado a la vera del Guajaraz, como para que a Flair no le llamara la atención que, además de no usar nada para pescar, la velocidad con que lo hacía fuera escesiva. Cuando se reunió, un rato más tarde, con sus compañeros, Alonso ya había encendido el fuego y lo recibió con una amplia sonrisa de satisfacción.
- No entiendo como lo hacen.- Dijo el enano al ver al viejo con los pescados.
- Pertenecemos a una secta de encantadores de peces.- Dijo Tiago haciendo que la verdad, tan tajantemente confesada, pareciera falsa.
- El gracioso soy yo.- Contestó el enano, visiblemente ofuscado.
El anciano y el muchacho se sonrieron mutuamente, en un acto de complicidad.
Una hora más tarde terminaron de comer, envueltos en la plena oscuridad de la noche, junto a la claridad de las llamas. Todos se sentían cansados por lo que se acomodaron sobre las rocas, lo mejor que pudieron, para dormir.
El muchacho estuvo un largo rato inmóvil, sin poder conciliar el sueño, hasta que se puso de pie, arrojó unos leños a la fogata y se dirigió a la cima del barranco, donde se sentó cubriéndose los hombros con su manta.
En la oscuridad del cielo, la luna creciente, como si hubiera sufrido una mordedura, apuntaba sus cuernos hacia arriba.
A Alonso lo asediaron los recuerdos y la melancolía. Ya eran muchos los días durante los cuales no había visto a su niña.
¿Qué hará Juana? Pensó ¿Cómo estará? Temía por ella, por no volver a verla nunca más. Recordaba aquellas noches en las que la observaba, mientras ella cantaba junto al telar. Rememoraba como se fue enamorando y la desesperación que le generaba el temor de no llegar a ser correspondido. Recordó aquel primer beso a orillas del Tajo, en la que fue la más maravillosa tarde que pasó en su vida.
Su mente estaba de viaje como en un nirvana, por lo que no le molestaba el frío que estaba soportando su cuerpo.
Una estrella fugaz trazó una efímera línea amarilla en la negra inmensidad de la noche.
¿La habrá visto ella? Pensó, consciente de que, aún a la distancia, a ambos los cubría el mismo cielo, procurándose el consuelo de, al menos, poder estar compartiendo algo en ese momento. Se imaginaba a Juana mirando la misma luna que él.
Mucho tiempo pasó el muchacho esa noche recordando todo lo que había vivido en Toledo, extrañaba también la escuela de traductores, sus libros, solo llevaba uno con él ¡Cuánto hacía que no leía otro! Pensó. Guillermo, Ximénez, Fray Gerardo, el nefasto Ordoño, todos desfilaron imaginariamente, en algún momento, de aquel trance, por su cabeza. Aunque siempre, inevitablemente, las imágenes terminaban con el rostro de Juana.
Cuando sintió que una lágrima fría recorría, cuesta abajo, una de sus mejillas; se secó con el puño de su túnica y decidió que era momento de dirigirse hacia el calor de la fogata e intentar dormir.
Se puso de pie trabajosamente, el frío que había bajado desde los montes había entumecido, sin que se diera cuenta, sus músculos. Mientras lo hacía, le llamó la atención un resplandor que divisó a lo lejos, por el norte ¿Será una aldea? Pensó. Mañana lo sabremos. Quizás, si hay una posada, después de varios días podremos volver a dormir bajo techo y comer algo que no tuviera agallas, se dijo.
Mientras se iba acercando a las llamas, vio los cuerpos de sus compañeros tendidos en el suelo. Buscó un lugar que no le resultara muy incómodo y se acomodó en él para, luego, taparse con su manta.
Estaba por cerrar sus ojos, cuando notó que el enano lo observaba con los suyos bien abiertos.
- ¿Qué sucede?- Le preguntó en voz baja.
Flair, no dándose por aludido, los cerró rapidamente y continuó durmiendo.
Al joven le causó cierta desconfianza esa situación, pero por el calor hipnótico de las llamas, al rato, se quedó dormido.

1 comentario:

  1. Este Flair es una murga, una mosca cojonera (Fly), no las tengo todas con él, y más después de la última escena.

    Sentida, sensible descripción del entorno, Gambeta.
    Besitos.

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