sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo XXXV


Alonso también comenzó a caminar al encuentro de los recién llegados, apresuradamente. Pasó por al lado del abrazo del padre y de la hija, y enfiló directamente hacia el hombre que traía la carga sobre los hombros. Estaba envuelta por una manta, la cual no lograba disimular que se trataba de un cuerpo.
El muchacho, olvidando sus buenos modales, ignoró al hombre que transportaba la inmóvil figura y abrió el envoltorio de tela que lo ocultaba. Su decepción fue instantánea, un hocico, ovoide y chato, y un par de jóvenes colmillos, le revelaron que se trataba de un cachorro de jabalí.
- Lo cazamos por la mañana. Esta noche tendremos banquete.- Le dijo el hombre, creyendo que eso era lo que al muchacho había atraído.
Agachando la cabeza, el argandeño se dirigió, a paso lento, hacia la casa. Al llegar, ya se encontraban en el lugar Aurora y su padre, reunidos con Manuel.
Rafael, luego de que pasara el desorden que produce la natural algarabía de la concreción de un esperado retorno, le prestó atención al muchacho. Era la primera vez que lo veía de pie. Con atrevimiento le tomó el mentón con dos de sus dedos, haciendo una pinza y le movió la cara, de un lado al otro, observándolo detenidamente.
- Vaya que te has recuperado rápido.- Le dijo y luego, liberando al muchacho y mirándolo a Manuel, lo interrogó con ironía- ¿Eres mago, acaso?-
- El muchacho es joven y fuerte.- Contestó este, tratando de justificar la rápida evolución de la salud de Alonso.- Debes tener muchas cosas para contar.- Agregó para enfocar la atención hacia otros asuntos.
- Así es.- Contestó el hombre, con la felicidad del regreso retratada en su rostro.
Aprovechando que todos estaban reunidos les presentó sus acompañantes, a los dos muchachos. Se trataba de unos herreros que vivían en una cabaña no muy lejos de allí, detrás de la loma que albergaba el montecillo de robles. Ireneo y Adenor, se llamaban, eran hermanos entre sí. Luego de los saludos pertinentes, los dos se avocaron a desollar el cerdo el cual, por su tamaño y la casi ausencia de rayones, demostraba que hacia poco que había dejado de ser un jabato.
Alonso no prestaba atención más que a las palabras que decía Rafael. Quería obtener la respuesta a la pregunta que se hacía mentalmente, pero no se atrevía a formularla.
Como si hubiera intuido la ansiedad del muchacho, el hombre interrumpió el diálogo que estaba manteniendo con su hija, lo miró a los ojos y le dijo secamente:
- Tu enano está muerto.- Y sentenció.- Bien muerto.-
El joven se quedó como petrificado, la mezcla de sentimientos que irrumpieron en su ser, hicieron que unas lágrimas brotaron de sus ojos. Por un lado sentía la satisfacción por el justo castigo que había recibido Flair, pero por otro, sintió la impotencia de saber que el fin de la existencia del enano no le devolvería la de Tiago. Finalmente, el balance entre los sentimientos y terminó siendo positivo. Se sintió liberado de que no le quedara un dificultoso cometido por realizar.
La cena de esa noche comenzó de manera muy agradable y entretenida. El cochinillo, asado por los dos hermanos, resultó ser muy sabroso, sobre todo para Alonso al cual cualquier alimento que no tuviera escamas, aletas, ni espinas, le parecía un manjar.
Los relatos, que uno y otro exponían, provocaban una gran atención a quienes les tocaba el ocasional turno de escuchar.
El joven, más allá de que le resultaban interesantes las anécdotas propias y ajenas, sentía la necesidad de saber como habían sido los detalles de la muerte del enano. No estaba totalmente seguro sobre su exterminación; como él lo había hecho en aquella oportunidad, cabía la posibilidad, aunque remota, de que alguien encontrara su cuerpo y lo resucitara.
- ¿Cómo fue?- Preguntó, interrumpiendo a Rafael.
- Como fue ¿Qué?- Contestó este, aunque sabía que era lo que quería saber el muchacho.
- ¿Cómo fue que terminaron al infame?- Dijo Alonso sin más rodeos.
El hombre se tomó su tiempo para contestar, si bien no sentía remordimiento alguno por haber acabado con Flair, no estaba seguro si los detalles de cómo lo hicieron, fuera algo agradable de escuchar. Finalmente, apiadándose de la curiosidad y la ansiedad del muchacho, comenzó el relato:
- Lo encontramos a los cinco días de haber partido. Había seguido el curso del río en dirección al Tajo. Fue de noche, llegamos a él atraídos por la gran fogata que había hecho. Cuando lo vimos, bailaba como borracho dando vueltas alrededor de ella, iluminado por las rojizas y serpenteantes llamas. Parecía un duende del averno. La oscuridad fue nuestra aliada para poder acercarnos sin que nos viera y, la estridencia de sus gritos, para que no nos escuchara.-
Mientras contaba la historia, miraba fijamente la pequeña flama de la lámpara que iluminaba la cocina, como si no la estuviera viendo a ella, sino a las imágenes de lo que estaba relatando.
-Lo atrapamos fácilmente.- Continuó.- Cuando lo hicimos repitió su actuación anterior. Suplicó, gritó, lloró, blasfemó y, por último, ante la impotencia de no tener escapatoria, nos maldijo.-
Hizo una pausa durante la que miró el piso, luego levantó la cabeza y prosiguió:
- Lo colgamos nuevamente, pero esta vez del cuello. No lo bajamos hasta mucho tiempo después de su último estertor.-
Alonso volvió a conmoverse, sin todavía lograr aceptar lo irremediable de todo lo sucedido. Se preguntó ¿Por qué lo habrá resucitado Tiago? ¿Cómo no pude evitar lo sucedido?
Rafael continuó con su relato.
- Le atamos unas rocas y lo arrojamos a las aguas, no merecía la tierra ser abonada con aquel estiércol. Exiguo alimento para los peces.- Concluyó.
El contenido de lo narrado fue tan sobrecogedor, que la cocina quedó totalmente en silencio. Todos permanecieron un rato reflexivos y callados.
Al rato, como quien giraba la página de un libro para empezar un nuevo capítulo, el padre preguntó:
- ¿Qué ha pasado durante mi ausencia por aquí?-
La pregunta hizo que, de a poco, se fueran alejando los malos ánimos, por lo que los jóvenes comenzaron a hacer, cronológicamente, un relato de los triviales sucesos que les tocó vivir. Hablaron de la recuperación de Alonso y de los trabajos realizados. Ninguno, por precaución, mencionó lo de Aurora y Manuel. Finalmente el relato los llevó hasta el día en que los nobles les hicieran la visita.
La niña describió a aquellos hombres, le contó el trato realizado y, finalmente, le dio las monedas a su padre. Estas últimas le generaron una gran alegría a Rafael.
Fue el argandeño quien, sin conocer el temperamento del hombre, contó lo sucedido a partir de la impertinencia del desaseado Nicasio, pasado de copas, y la reacción de Manuel.
Rafael montó en cólera. Quiso salir de inmediato a perseguir a aquellos hombres, para vengar la honra de su hija.
Entre los tres muchachos, contándole acerca de las disculpas de Simón y minimizando la situación, lograron calmarlo lo necesario, como para que se quedara en el lugar, pero no lo suficiente como para que no perseverara en su enojo. Exaltado por los celos dijo:
- Quien se atreva a tocar a mi niña, no vivirá más ni noches, ni días.-
A Manuel, tragando saliva, se le subieron rapidamente los colores. La muchacha, más tranquila, le dirigió una mirada picaresca, desde sus ojos color mar, y Alonso se rascó la cabeza, tratando de planificar como se resolvería la situación.
El clima de la reunión había desmejorado y el cansancio aumentado. Los dos hermanos se fueron a dormir. Como si aquella decisión hubiera sido un mensaje, todos los demás decidieron hacer lo mismo.
La luna, dibujada en el firmamento, los vio retirarse a sus aposentos y permaneció de guardia en las alturas, hasta que unos densos y cada vez más numerosos nubarrones, la fueron borrando lentamente.

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