lunes, 18 de febrero de 2013

Continuación

A quiera que le envíe la novela "La bala que apretó el gatillo" completa, con gusto lo haré pero pídanmela por mail o Facebook.
También tengo hasta el cápítulo XXXIII de "Los herederos de Akunarsche (Los caminos de Al Ándalus)" aunque sin corregir.

martes, 11 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo IX

La mañana del lunes de Mercedes había empezado a la misma hora que la del juez pero por otro sendero. Ni bien llegó a su domicilio abordó el viejo ascensor que aún lograba escalar el edificio, dando chirridos, y que la dejó frente a la puerta de su departamento, al cual encontró por demás oscuro. Luego de abandonar el equipaje donde había quedado al trasponer la entrada, se desplomó sobre su cama sin quitarse, ni siquiera, el calzado. No iría a trabajar, por un lado porque ya había pedido permiso para faltar, pero si así no hubiera sido, es día se necesitaba totalmente para ella. El sueño, encolumnado en las filas del cansancio, vencieron a la tristeza y la preocupación y finalmente la hizo dormir aplastando una última lágrima entre sus párpados. Su alma, por un rato descansó.
No amanecía, sino que ya era el mediodía cuando se despertó y aunque una oscura pesadumbre la aferraba al colchón, tuvo la voluntad de levantarse y lavarse la modorra bajo la ducha, aunque no sus pensamientos que no dejaban de dolerle. El silencio le resultaba una mala compañía por lo que puso un disco de Sabina el que con su “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió” no ayudó mucho. Se preparó la comida que pudo, con lo poco que encontró en la heladera abandonada por tres días y volvió a llorar como una plañidera. No sentía odio, tan solo dolor.
Durante la tarde fracasó en casi todo lo que intentó, no pudo leer, mirar televisión, ni dormir. Si lagrimear y ordenar a desgano el departamento. Si lo hubiera visto su hermano en el estado caótico en el que se encontraba, su meticulosidad lo habría hecho enojar mucho. Era lo único que alteraba la convivencia con él cuando no se encontraba de viaje, por lo demás eran muy compañeros. Mercedes deseó, de a ratos, que él estuviera allí.
Inevitablemente las horas lograron pasar, pero con gran esfuerzo y quizás por comenzar a elaborar la aceptación de lo que había ocurrido, esteba viviendo lo mismo que la walkiria Brunilda. El atardecer la encontró de mejor ánimo, por eso cuando atendió a Fernando por el portero eléctrico, éste no notó nada extraño, pero un rato después, frente a dos pocillos de café que terminaron enfriándose intactos, ella le contó.
- ¡Es un hijo de puta!- Dijo el joven.
- ¡No!- Respondió ella.- Yo soy una estúpida, qué iba a hacer un tipo lleno de prestigio y de plata, y con una familia hecha, con una don nadie como yo.-
- Sigue siendo un hijo de puta.-
- Nunca me prometió nada, fui yo la que creé una fantasía imposible.-
- Es un hijo de puta.- Repitió Fernando sorbiendo un poco de café frío.
- No.- Susurró ella.
- ¡Si! Él sabía que estaba jugando con tus sentimientos, sabía que te estabas enamorando, sin embargo siguió con la relación, consciente de que algún día te dañaría. Dos veces te reconquistó ¿Te acordás?-
- Si, pero la culpa es mía, sabés que no puedo estar con alguien si no me enamoro.-
- ¡Es un hijo de puta! Es como todos ¿No sabés cómo son los machos? Piensan con el pito, lo único que quieren es un hueco donde ponerlo y vos eras eso para él…-
- ¡Basta!- Fue lo último que dijo Mercedes sobre el tema. Después se levantó, recalentó el café y desvió la conversación sobre cosas más banales.
Pidieron una pizza por teléfono y una botella de vino y las mariconadas de Fernando lograron hacerla reír, después de varias horas.
- No vas a poder creer quien me visitó este fin de semana.-
- ¿Quién?- Preguntó retóricamente Mercedes.
- Él.-
- Él ¿Quién?-
- El que ya sabés.-
- Ah, tenés razón ¿El secretario?-
- ¡Siiiii! Belvires, es tan trolo como yo.-
La risa de Fernando contagió a la muchacha casi hasta el borde de la carcajada.
- Estuve re-perra.- Continuó él.- Le dije que si no hacía lo que yo le pedía no pasaba nada… Y lo hizo.-
- ¿Qué le pediste?
El muchacho hizo una pausa para que la expectativa le diera más gracia a lo que estaba por decir.
- Que se pusiera una bombacha, medias can-can y un portaligas.-
Mercedes estalló en una carcajada imaginándose a ese hombre regordete, peludo y semicalvo con semejante atuendo.
- No voy a poder contener la risa cada vez que lo vea.- Dijo y volvió a reír hasta el dolor de estómago.
Fernando continuó contando detalles hilarantes de su encuentro por un rato más, hasta que decidió retirarse ya que al día siguiente tendrían que estar en los tribunales a horas tempranas.
Cuando el muchacho se fue y el efecto de las endorfinas se disipó en el ánimo de Mercedes, no solo que se había quedado sola sino que se sintió en soledad. Acostada y mirando la oscuridad del techo, con las pupilas henchidas, volvió a los llantos.

viernes, 7 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo VIII

Peña Saborido arribó a su hogar mientras éste madrugaba en silencio, eran las seis. La única que se despertó por su llegada fue su esposa y cuando la vio de pie, dentro de su camisón de seda, le pareció bellísima por lo que, luego de los saludos, desató sobre ella una pasión como hacía mucho que no lo hacía.
- ¿Qué te pasa? Mi amor.- Interrogó, luego, ella.
- Te extrañé.-
Y su mujer lo besó.
Decidió que ya había dormido lo suficiente y al estar cerca el horario de ir a trabajar, se duchó y se vistió con la impecabilidad de un traje que eligió del vestidor, entre algo más de veinte. El movimiento en la casa ya había comenzado y la empleada había echado a volar el olor del desayuno. Desde lo alto de un entrepiso los niños, vestidos aún con pijamas, vieron a su padre de pie en la sala y bajaron las escaleras a los gritos y corriendo, para abrazarlo. Éste lo hizo a medias tratando de evitar que le arrugaran la ropa.
-¡Hola hermosos! Vengan que les muestro los regalos que les traje.-
El desayuno transcurrió con gran algarabía, Peña contó todo lo que pudo de su viaje y los niños lo aturdieron a preguntas. Susana sonreía satisfecha. Luego todos se dirigieron a sus actividades: los niños al colegio, el Ramón a su juzgado y su esposa al gimnasio.
Cuando el juez llegó al palacio de tribunales lo recibió la sorpresa de un enjambre de periodistas que lo rodearon de micrófonos y grabadores y lo sometieron a preguntas que se superponían unas con otras: ¿Cómo se siente ahora que va a ser integrante de la corte suprema? ¿Esperaba este nombramiento? ¿Cuándo se enteró?
Peña no sabía bien lo que estaba pasando por lo que contestó con evasivas mientras huía escaleras arriba. Al llegar a su despacho le pidió los periódicos a su secretario, Roberto Belvires, quien se los entregó con una extraña sonrisa en su cara que el juez notó. Conocía a ese hombre regordete y calvo desde hacía más de quince años, conocía también a su esposa y sus dos hijos.
-¿Qué pasa?- Interrogó el juez con cierta severidad.
- Ya se va a enterar.- Le dijo éste al retirarse.
No tardó mucho en hacerlo, en la primer página de los tres matutinos decían prácticamente lo mismo “El presidente de la nación envió al senado la propuesta para nombrar Juez de la Corte Suprema de Justicia al Dr. Ramón Edmundo Peña Saborido”. Luego en el cuerpo del artículo mencionaban una breve biografía suya y daban por hecho su aprobación al contar el oficialismo con una amplia mayoría en la cámara baja. El ego se le infló y sintió una sensación cercana al orgasmo, todo lo que había deseado, para lo que trabajó toda su vida, lo que soñó desde aquel día que le entregaron el diploma de abogado, estaba por hacerse realidad , solamente debería sosegar a su impaciencia y esperar que el senado se reuniera. “¿Diez días, veinte?” Pensó.
Intentó concentrarse en la lectura de un expediente que requería atención urgente, pero fue inútil, su mente iba al garete en una especie de Déjà vu inverso, saboreando los placeres de una vida llena de poder y reconocimiento que tenía por delante. Después de varios intentos, a media mañana logró comunicarse con su esposa.
- ¡Lo se, lo se! Me enteré en el gimnasio, te amo.- Dijo ésta antes de que Ramón pudiera emitir alguna palabra.
- Estoy feliz.- Contestó.
- Yo también, sos un genio.-
- Gracias, mi vida. A la noche nos vemos.-
Durante el resto de la mañana y la tarde el teléfono de su despacho no dejó de sonar, desde radios, programas de televisión y redacciones de los diarios más importantes del país los periodistas querían hacerle un reportaje y Peña no se negó a ninguno, aunque sus declaraciones fueron simuladamente cautelosos “falta la decisión final”, “no hay que apresurarse”, decía. Entre tantas comunicaciones una tuvo un tenor diferente, se trataba de un colega suyo, ex compañero de la facultad y amigo, el Juez Rovea, que lo invitaba a festejar el nombramiento en el exclusivo club del barrio de la Recoleta, al que solían frecuentar. Ramón aceptó gustoso.
Salieron de tribunales por una puerta lateral para evitar a la prensa, aunque a esa hora del día, la del crepúsculo, los periodistas ya se había ido.
- Bueno amigo, ya está, lo lograste.- Dijo Rovea.
- Todavía falta.-
- ¡Vamos, Ramón! ¿De qué estás hablando? Si el presidente ya lo decidió es un hecho.-
Al juez le costó disimular que el pecho se le había empezado a henchir ya que el reconocimiento de sus iguales era una de las cosas que más deseaba. Cuando entraron al club los anillos de varias manos de poderosos empresarios y algún político se chocaron aplaudiendo a Ramón quien, sin poder reprimir su alegría, sonrió con orgullo entre los vasos de escocés y el humo de los habanos.
Se sentaron en un rincón de la gran sala decorada con mayólicas traídas de España casi cien años atrás y bajo la mirada pétrea de un retrato de Cervantes estampado en la pared, se hicieron servir dos vasos de whisky. Luego de un breve desfile de los presentes, para estrecharle manos felicitadoras al juez, quedaron en la razonablemente aceptable intimidad que el lugar podía ofrecer.
- Estoy orgulloso de vos.- Dijo Rovea levantando su vaso para brindar.
-¡Gracias! Vos sabés como he luchado por esto.- Respondió Ramón, confrontando su escocés contra el de su amigo.
- Además no me vendrá mal tener un amigo en la corte, ya lo dijo Martín Fierro “hacete amigo del juez…”-
La ocurrencia de su colega hizo que ambos rieran.
- Sos un viejo Vizcacha.- Respondió Peña y los dos rieron con más fuerza.
Rovea, inclinándose un poco hacia su amigo y hablando en voz más baja, le preguntó:
- ¿Y cómo estuvo el viaje con la muchacha?-
- Bien.- Contestó algo titubeante.- En realidad al final se pudrió todo y terminé con eso.-
- ¡Eh! ¿Qué pasó?-
Ramón, luego de tomarse un tiempo para pensar lo que iba a decir y beber un trago, miró a su amigo y le dijo:
- Las amantes terminan siendo todas iguales, al principio no piden nada y prometen no molestar, pero con el paso del tiempo se van tomando atribuciones y empieza a exigir cosas, y vos sabés que yo con eso no negocio. Tengo mi familia y no la voy a cambiar por un polvo a la semana. Así que esta chica se puso pesada y la dejé.-
Su colega lo escuchaba con atención, poco sabía de esas cosas, hacía treintaicuatro años que estaba casado con la misma mujer y nunca había tenido una querida. Con la compulsión que tiene el hombre a dar consejos le dijo:
- Tenés que hacer como yo, cada tanto llamo a alguna de esas modelitos de turno a las que les pagás unos pesos y te vas. Nada de compromisos, cenas ni otras cosas.
- Tenés razón, me vas a tener que pasar algunos teléfonos.- Le respondió el juez terminando su whisky y comenzando una carcajada compartida.
- Mañana te llevo el listado.-
Estuvieron conversando un buen rato hasta que, cerca de las veintiuna, decidieron dejar el lugar y dirigirse cada uno a su casa. Ramón caminó hasta el estacionamiento escuchando la compleja sinfonía de motores, sirenas y voces lejanas que, como una radiación de fondo, ofrecía Buenos Aires, y pensando que justa estaba siendo la vida con él.
Luego en su casa, con precisa puntualidad la criada sirvió la cena, apenas un minuto después de que el juez llegara. Ponía mucho énfasis en ello ya que antiguos retrasos le habían valido algún reto. Esa noche ya sea por el regreso de Ramón o por las buenas noticias, Peña no sintió fastidio ante el bullicio de sus hijos ni la incontinencia verbal de su mujer y el cotidiano acontecimiento de la hora de comer fue casi como una fiesta. Más tarde el doctor se acostó sin pensar ni haber pensado en todo el día en Mercedes, hasta que la llama de su conciencia se apagó.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo VII

Ya era domingo por la mañana cuando Ramón había madrugado mientras Mercedes seguía acunando a su resaca. Finalmente, apenas pasadas las nueve, ella abrió sus ojos y se tomó el dolor de su cabeza con ambas manos. Él la vio desde el balcón y giró nuevamente su vista hacia el horizonte celeste, esa vez no habría acción. Luego entró a la habitación y se acercó a la cama.
-¡Hola! – Le dijo.
- ¡Mnnn! Me estalla la cabeza ¡Qué tarada soy!-
La resaca vuelve abstemio a cualquiera, hasta la borrachera siguiente.
-¡Hola!- Alcanzó a decir Mercedes.
- Si querés quédate un rato en la cama que yo traigo el desayuno.- Sugirió.
- ¡Dale!-
- Bueno, ya vuelvo. Espero que no hayan cerrado.-
En la soledad de la habitación Mercedes se durmió nuevamente hasta que él regresó con una bandeja suculenta que le sirvió en la cama. La leche, el jugo y los bocados, en combinación con una aspirina que Ramón había traído de la recepción, la hicieron sentir mejor.
-¡Sos un ángel!- Dijo ella.
Un poco más repuesta, se levantó y se dirigió a darse una ducha. Tanto mejor estaba que lo hizo sonriendo.
Mercedes solía tardar bastante tiempo cuando se daba un baño, pero esta vez fue la excepción. Abrió la puerta con sus ruidos eclipsados por el sonido del televisor, que Ramón había encendido, y lo halló mirando por el ventanal y hablando por teléfono.
- ¡Bien! Descansé bastante, aunque me aburrí un poco.
Calló por un instante y luego volvió a hablar:
- Salgo a las 16:00 hs, llego mañana temprano.-
Escuchó el metal de la voz del otro extremo y a su turno prosiguió.
- No, linda, me tomaré un remise en el aeropuerto.-
Y finalmente, antes de terminar con la comunicación, sentenció:
- Yo también, mi amor. Nos vemos. Besos.-
Esa puñalada de realidad hirió de muerte al sueño del corazón de Mercedes.
-¡No vuelvas a hacerme esto nunca más!- Le gritó a la espalda del juez.
El juez giró y la miró con extrañeza.
- No vuelvas a hacerme esto nunca más.- Dijo ahora entre sollozos.
El juez se encolerizó.
- ¡Hacerte qué! Vos sabés como es mi vida, además nunca te prometí nada.-
Fue el golpe de gracia, como por la revelación de un truco la magia se acababa de extinguir y de repente, de una manera lacerante y frente a frente, se desconocieron el uno al otro. Ella no respondió, solamente incrementó su llanto. Él, tímidamente, comenzó a intentar consolarla pero lo que habían planeado como un viaje de placer, se transformó en un fastidio que haría que las horas empezaran a tardar en suceder.
Sin dejar aún el hotel, al mediodía almorzaron en silencio, el juez con hambre y ella sin comer. Luego ella se retiró a la habitación mientras que Ramón se quedó frente a un pocillo de café que estuvo un largo rato luciendo la borra de su fondo. A las dos de la tarde regresó a la suite y encontró que a Mercedes todavía le quedaban lágrimas para llorar y la abrazó –ella se dejó- Le secó algo del llanto con el pulgar y mirándola a los ojos le dijo:
- ¡Perdón! ¡Perdón! Hermosa.-
Mercedes lo miró y, sin decir nada, fue calmando su angustia. Poco a poco fueron casi dejando la situación en el olvido, hicieron el último amor protocolar y con pocas ganas y luego comenzaron a prepara su partida.
En el auto que los llevó camino al aeropuerto cada uno miraba en su ventanilla como se alejaba el paisaje que le había tocado, en el caso de Mercedes el mar. Llegaron al lugar y al hacer los trámites pertinentes a ella la obligaron, por un instante, a que se quitara los lentes oscuros que cubrían su tristeza. Luego se sentaron a esperar el momento de abordar el avión. Los diálogos que mantuvieron fueron tan cortos como escasos y referidos, únicamente, a cuestiones prácticas.
Cada uno estaba preocupado y triste a su manera y por distintos motivos. A ella la realidad se le había revelado tal cual era y no le gustaba, no la quería así. Se sentía usada, pero en ese sentimiento lo que más la atormentaba, era la conciencia de que había sido ella la que se había dejado usar. Tanto creyó eso que casi no culpaba por ello al juez.
Peña, a diferencia de Mercedes, sentía la sensación, como si fuera un niño caprichoso, que el jueguito que había jugado ya no era como él quería que fuese. Le dio también temor la reacción posesiva que había tenido ella, la cual creía que no tenía lugar porque siempre había planteado como eran las cosas. Sentía que la desconocía y que podría complicar su vida.
En algo si coincidieron, ambos estaban decididos tácitamente a terminar con la relación.
Se sentaron en unas butacas frías que en nada se parecían las plagadas de arrumacos y alegría que ella había imaginado, apenas dos días atrás. Ya en vuelo se predispusieron a soportar como pudieran las doce horas lentas que les esperaban atravesando ese cielo aciago. Ella fingió que leía algunas revistas y él que dormía, aunque por momentos lo hizo. El interminable zumbido de la nave los sumergió cada vez más en un profundo mutismo. Lejos había quedado la encantadora pareja de ancianos del viaje de ida de ella.
Todos los finales terminan al final y el de aquel viaje lo hizo en el aeropuerto de Ezeiza. Bajando la escalinata del avión ella atinó a decir, como si hubiese sido necesario:
- Me abro de esta historia.-
Y él, redimido y aliviado, respondió sin abogar:
-Está bien.-
Y eso fue todo, luego, aunque coincidente, el rumbo hacia la ciudad los llevó de manera separada.

martes, 4 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo VI

Cuando la mañana les abrió los ojos se encontraron mirándose.
- ¡Hola, mi vida!- Le dijo ella en tres susurros felices.
- ¡Hola belleza!- Respondió él, descubriendo que no era tan linda en esa situación.
Ella podría haber descubierto lo mismo, pero no pudo. Le dio un beso en la boca que al juez no le supo del todo bien y sonriendo comenzó a jugar con sus manos en una exploración que pronto encontró su tesoro.
¡Quién sabe hasta cuando un hombre de su edad podría aguantar ese ritmo!
Más tarde se ducharon, y vistiéndose con ropas ligeras, que incluía en ella un traje de baño, se fueron a desayunar. La muchacha bromeaba casi a los gritos y se reía a cada instante.
-¡Shhh! Más despacio.- Le pidió Ramón.
- ¡Viejo cascarrabias!- Le respondió ella mientras le pellizcaba con suavidad una mejilla.
Él sintió un repentino enojo pero, finalmente, la jovialidad de Mercedes lo hizo sonreír.
- ¿Querés que vayamos al cuarto de nuevo?- Preguntó pícaramente ella.
- ¡Ja, ja! Qué pensás que soy ¿Lando Buzzanca?-
- ¿Lando Buzzanca?- Interrogó Mercedes.
Ramón estalló en una carcajada y tuvo que contarle una vieja película.
- ¿Existía el cine en esa época?- Ironizó ella. – Te voy a hacer pedir “basta”.- Terminó comentando con algo de malicia y soberbia en su mirada.
Esto último le desagradó un poco al juez.
Eran las 8:40 cuando bajaron por las calles en dirección al puerto, que no quedaba a más de cinco cuadras. En el trayecto Peña se detuvo en un negocio y compró una carísima botella de escocés y dos latas de caviar.
- Por si el chileno no tiene buen gusto.- Dijo.
Al llegar, el mar junto al muelle estaba sembrado de numerosos mástiles idénticos que se mecían suavemente al ritmo de las tímidas olas e invitaban a la desorientación. El agua se mostraba algo adormecida. Desde la proa de uno de los veleros Miguel les hizo señas con el brazo en alto.
-¡Acá, Doctor!- Gritó.
La pareja abordó la embarcación y se produjo la ceremonia de los saludos. Dolores vestía una bikini en la que apenas cabían unas pocas flores estampadas, dejando a la vista un cuerpo de una perfección inmejorable. Sonriendo con la brillantina azul de sus ojos les dio a ambos un beso en la boca, lo que extrañó un poco a los argentinos.
- La brisa es suave pero persistente, podremos navegar con placer.- Dijo Miguel.
La chilena tomó de la mano a Mercedes y levó las curvas propias y ajenas hasta unas reposeras que, en la popa, esperaban por el bronce del sol. Lazarte soltó la amarra umbilical que unía al muelle con el barco y de un salto lo abordó, encendió el motor y lo guio aguas adentro en donde, con gran habilidad y la ayuda que le pedía al juez, desplegó las velas para hacerlas embarazar por el viento.
La navegación fue un placer, el mar era un espejo de los mejores sueños y todos disfrutaron la compañía de dos delfines que, a poco de haber zarpado, se bañaban en la turbulencia de la estela que iban dejando atrás.
Tres horas más tarde anclaron en la soledad de unas aguas desde donde se podían ver, a lo lejos, las costas del parque Tayrona y los pies rocosos de la sierra Nevada mojándose en el mar, frente al cabo de San Julián del Guía.
En la intimidad del puesto donde estaba el timón, Miguel interrogó a Peña Saborido:
- ¿Le gusta la Dolores, Doctor?-
El juez se sorprendió por la pregunta y pensó qué respuesta daría.
- Si, es linda.- Contestó con simpleza.
- Nos gusta intercambiar parejas.- Replicó con naturalidad, con la vista clavada en el horizonte y las manos inútilmente aferradas a las cabillas del timón.- Su guagüita también es bonita.- Sentenció y, secamente, interrogó:
- ¿Qué hacemos?-
La pregunta desconcertó a Ramón, por un momento se le ocurrió preguntar inocentemente “¿Qué hacemos con qué?” o mostrase ofendido, pero sabía lo que le estaba proponiendo su colega y la rubia era una irresistible invocación al placer.
- No se.- Respondió.- Déjeme ver cómo puedo hacer. No sé cómo se lo puede tomar Mercedes.-
El chileno lanzó una risotada que los vientos se llevaron al mar.
- ¡Dele hombre! Usted puede convencerla.-
La idea de una orgía no había estado en los planes del juez, pero no le desagradaba, “al fin y al cabo cuántas canas me quedan para tirar al aire”.
La actividad en el velero fue haciendo alternar situaciones. El juez comenzó a mirar a la rubia con otros ojos, sobre todo cuando la joven, sin ningún pudor, se quitó la parte de arriba de su traje de baño para no provocarle sombras a su bronceado. Las idas y vueltas hicieron, en un momento, que Ramón se quedara a solas con Mercedes.
- ¡Hola linda!- Le dijo saludándola por la intimidad.
- ¡Hola mi amor!- Respondió ella recostada en la reposera y brillando de calor.
- ¿Qué conversaste con Dolores?- Preguntó él, con la esperanza de encontrar el camino allanado para lo que quería lograr.
- Nos contamos de todo, es secretaria como yo, pero de un odontólogo. Es macanuda.-
- Son…- Dudó Ramón.- Swingers…-
- ¿Qué?- Dijo ella.
- S… wingers, intercambian parejas.-
- No se te estará ocurriendo…- Dijo Mercedes.
Peña Saborido al ver que su intento perecía casi antes de nacer, tomó una actitud algo agresiva para defenderse con un ataque.
- Ocurriendo qué, no pensarás que me prendería en esa ¿No?-
- No.- Respondió ahora titubeante ella.- No mi vida.-
Ramón se agachó hacia la reposera y la besó suavemente. Ninguno volvió a tocar el tema pero algo en Mercedes no la convencía “Si Ramón podía estar con ella y con su esposa, por qué no podría pretender acostarse con Dolores”, pero rápidamente su mecanismo de autodefensa descartó aquel pensamiento ya que no formaba parte de su fantasía.
Era el mediodía y el chileno miró el sonar para descartar la presencia de tiburones en la zona, luego de hacerlo invitó a los tripulantes a nadar. El agua los refrescó a todos menos a Peña Saborido quien no solo no se sintió atraído a hacerlo, sino que ni siquiera había llevado traje de baño. Bajo la transparencia del Caribe, el juez admiró la armónica sinuosidad del cuerpo de la rubia y suspiró en silencio.
- Vigile de tanto en tanto el sonar, Doctor. No quiero se bocadillo de los peces.- Le gritó Miguel.
Así lo hizo, los únicos cuerpos grandes que mostraba el aparato eran los de los tres bañistas y los de los dos delfines que nadaban entre ellos con su risita nerviosa.
Más tarde, con el sol instalado en la punta del palo mayor, los anfitriones comenzaron a poner en la mesa una serie de alimentos que incluían alcaparras, trufas, atún, gambas y el caviar que había comprado el juez, entre otros, quien comprobó que su duda había sido infundada, Lazarte definitivamente tenía buen gusto.
Almorzaron entre las risas que fue desatando el champagne y la sobre mesa con hielo en el escocés de Ramón. La rubia seguía sin soutien y el juez, al bromear sobre ello, recibió una mirada inquisidora de Mercedes que ni siquiera notó. En un momento los ojos de ambos hombres se enfrentaron y Miguel interrogó a Peña levantando las cejas y el mentón, éste le respondió, disimuladamente que “no”, por lo que el chileno hizo un gesto, simulando brevemente, preocupación.
Mercedes observó toda la escena y entrecerró los ojos.
El chileno se puso de pie y, pidiendo disculpas, tomó a Dolores de la mano y la llevó por detrás de una puerta de un camarote que se cerró a su paso.
Ramón se quedó con resignación, sentado y aferrado a un vaso de whisky en el cual intentaban sobrevivir unos trozos de hielo.
- ¿Qué fue eso?- Interrogó, severa, Mercedes.
- ¿Eso qué?- Respondió Miguel.
- Esas señas que te hacías con el ¡Doctor!-
Otra vez Peña eligió el ataque:
- ¿De qué estás hablando? Estás algo paranoica ¿Qué te pasa?-
La muchacha otra vez se dio por vencida y no insistió con sus preguntas, pero algo en la magia sentía que se estaba descascarando.
Ramón, cambiando de táctica y sintiéndose liberado, la tomó de la mano y la llevó a cubierta a observar el Caribe, mientras la abrazaba por detrás, por lo que no notó que ella sumaba una gota salada más al mar.
Al rato apareció Dolores y detrás de ella Miguel con la botella de escocés y los vasos en la mano.
- ¡Amigos, vamos a brindar, hoy es un gran día!- Dijo el chileno.
Eso sacó a la pareja de la abstracción en la que se hallaban y, ya sea por el alcohol o por el olvido que había vuelto a refundar su fantasía, Mercedes volvió a reír.
Más entrada la tarde el sol en su retiro les indicó que era la hora del regreso. Miguel encendió el motor del velero y las hélices hicieron el trabajo de un viento declarado en huelga. Al poco tiempo la ciudad se les fue presentando cada vez más nítida.
Lazarte había cambiado de hotel, con la llegada de Dolores, por lo que se despidieron en el puerto.
- En pocos días debo visitar Buenos Aires.- Dijo el chileno.
- ¡Qué bueno! Pongámonos en contacto antes, me gustaría recibirlo como se merece.-
- Se lo agradezco colega, lo llamaré antes de partir.-
Luego de eso como Ramón no mencionó nada acerca de volverse a encontrar para la cena, Miguel notando esa omisión, tampoco dijo nada al respecto y se dijeron “adiós”.
En el resort, una hora más tarde, la ducha los había depositado nuevamente en la cama por lo que el doctor quedó exhausto. Cenaron en la habitación, mirando una película que no veían, acompañando la comida con una botella de vino que a Mercedes, con la ayuda del whisky del velero, terminó emborrachando y durmiéndo temprano. Ramón aprovechó para ver unos informativos y llamar a su casa.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo V

Las ruedas del avión besaron el asfalto del aeropuerto emitiendo una bocanada de humo, mientras Ramón lo miraba a través de un ventanal con la impaciencia palpitándole con arrebato debajo de la solapa izquierda de su saco. Observó uno a uno a los pasajeros que arrojaba el Jumbo hasta que la detectó y sintió un repentino impulso instintivo y bajo.
Ella se quedó un momento parada en la escalinata observando a lo lejos el edificio bajo la torre de control, intentando verlo, pero no lo logró y un temor la invadió “¿Y si no estaba? ¿Y si se había arrepentido a último momento?”. Las nubes de pesimismo se le disiparon cuando entró al gran salón del aeropuerto y lo vio compartiendo con ella una inmediata sonrisa. Lo saludó con la mano y le tiró un beso mientras iniciaba los trámites de migraciones. Le parecieron un eternidad esos minutos que la mantuvieron lejos de sus brazos, hasta que un último sellado la liberó.
- ¡Al fin! ¡Al fin, mi amor!- Le dijo mientras lo besaba.
Él, algo más frío, alcanzó a decirle:
- Te extrañé.-
- Esta va a ser nuestra luna de miel, una maravillosa luna de miel.- Comentó ella sin disimular su entusiasmo.
- Si, lo va a ser.- Respondió Ramón y tomando su maleta la guio hasta el estacionamiento en donde había dejado un auto alquilado.
Al subir al vehículo se miraron a los ojos y después estuvieron un rato besándose y acariciándose como dos estudiantes en un antiguo autocine hasta que consideraron que había sido suficiente.
Mientras se dirigían al hotel, Mercedes fascinada por la situación que estaba viviendo y la belleza del lugar al cual decoraba el Caribe, gritaba de alegría mientras el aire marino que entraba por la ventanilla del auto le remontaba los pelos hacia atrás. Él, también entusiasmado, con una sonrisa en la boca le pedía que hiciera silencio.
- ¡Te amo!- Dijo ella.
En el hotel se registró rápidamente porque él ya había dejado instrucciones de que vendría su esposa y se había cambiado de habitación a una suite más grande. Al entrar en ella Mercedes se arrojó sobre la cama boca arriba.
- ¡Uouuuuuh!- Dijo.
Ramón se dejó llevar por su tentación y se acostó sobre ella besándola y tratando de disimular el rápido efecto que le estaba haciendo la pastilla que había tomado antes de salir para el aeropuerto.
- Voy a darme una ducha.- Dijo Mercedes.- El viaje me ha ensuciado.-
Ramón la esperó impacientemente y entusiasmado, caminando de un lado a otro o mirando el cobalto del mar por la ventana. Cuando Mercedes salió por fin del baño, envuelta en un toallón que no tardaría en caer, él deseo hacer de todo y ella lo complació con pasión.
Al rato, cuando los besos cedieron ante el reposo, la muchacha dijo:
- Tengo mucho hambre, mi vida.-
- Vamos a cenar a Barranquilla.- Respondió el juez en un tono entre afirmativo e interrogante.
- Adonde quieras.- Contestó desde su amplia sonrisa y con brillo en su mirada.
Ambos se vistieron intercambiando algunos juegos de manos y risas en actitud de adolescentes hasta que se fueron del hotel.
Mientras bordeaban en un auto sobre la costanera al malecón que protegía al continente de los ocasionales enojos del Caribe, disfrutaron de la frescura de la sal del aire escuchando una música romántica y agradable. Mercedes descubrió que la noche del mar es más generosa en estrellas que la de Buenos Aires. Cuando llegaron al restaurante ya eran pasadas las 22:00, por lo que encontraron que todas las mesas estaban ocupadas.
- Si son tan gentiles de esperar un poco ya les hallaremos una ubicación.- Les dijo una elegante metre vestida con un impecable smoking y luego los invitó a esperar en una sala en donde, sobre unos cómodos sillones, los convidó con una copita de jerez.
Mercedes, fruto de la excitación que tenía, le hablaba sin detenerse al silencio de Ramón cuando una voz la interrumpió:
- ¡Qué casualidad encontrarlo acá, Doctor.!
El juez sintió un repentino sobresalto al ver vulnerado su anonimato, pero cuando desvió su vista del escote de su amante para dirigirla a los ojos de su interlocutor se tranquilizó rápidamente. Lazarte, debajo de su calva, le sonreía cómplicemente.
-¡Miguel!- Dijo Ramón sorprendido y poniéndose de pie por cortesía le estrechó la mano. Mercedes también abandonó el sillón.
Junto al chileno y de su brazo, una hermosa joven rubia – Que no hacía juego con él- de boca amplia y sensual, les sonreía a todos.
- Le presento a Dolores.- Dijo sin más explicaciones.
Se intercambiaron algunos “mucho gusto” y el juez hizo su parte:
- Ella es Mercedes, mi…- Y dejó inconclusa una frase que se negó a redondear.
- No nos imaginamos que habría tanta gente.- Comentó Dolores recorriendo con la mirada todo el sitio.
- Conozco otro lugar.- Dijo Miguel mirando con picardía a Ramón quien, por un instante, sintió cierta intranquilidad por desconocer el grado de discreción de su colega.
- ¡Qué bueno!- Alcanzó a decir Mercedes antes que la metre se les acercara a decirles:
- Su mesa está lista.-
Ramón la miró con autoridad y le preguntó:
- ¿Pueden prepararla para cuatro?-
- Si, no hay ningún inconveniente, señor.-
- ¿Quieren acompañarnos?- Les dijo a la pareja de chilenos.
- Será un placer, Doctor.- Fue la respuesta de su colega.
La espera había valido la pena ya que los ubicaron en una terraza en la cual, detrás de una baranda, las olas del Caribe les brindaban sus oscurecidos soplidos recurrentes y el graznido ocasional de alguna gaviota desvelada, dándole un toque más de fantasía a la noche.
La cena transcurrió con más risas que bocados. Miguel resultó ser muy ocurrente y parecía estar especialmente inspirado. Ramón agradeció internamente su presencia.
Luego del postre, Dolores, fiel a su naturaleza femenina, le pidió a la argentina que la acompañase al toilette, lo que hizo que ambos hombres quedasen en una cómplice intimidad.
- Debo aclararle Doctor.- Dijo Miguel.- Que esa joven no es mi esposa, la conocí hace un tiempo en Viña del Mar y la frecuento cada tanto. Es muy discreta.- Y lanzando una carcajada concluyó: Y algo cara.-
Ramón, riendo también, le respondió:
- Lo he sospechado, Doctor. Usted me dijo que tiene cinco hijos y esta niña parece más ser uno de ellos que su madre.-
- Su esposa tampoco parece ser la mamá de nadie.- Respondió el chileno envuelto en carcajadas.
-Usted sabe como es esto, Doctor.- Fue lo último que alcanzó a decir Ramón antes de que regresaran las mujeres.
- Viejo pirata.- Farfulló Miguel.
- ¿De qué se ríen?- Preguntó Mercedes.
- Es muy gracioso el Doctor.- Dijo Peña Saborido.- Imagino los juicios orales a su cargo, hasta los acusados deben escuchar las sentencias con placer.-
Esta vez fue Ramón quien provocó la hilaridad.
- Perdóneme, Doctor.- Comentó el chileno cuando las risas se calmaron un poco.- No se si tienen algún plan para mañana, pero he alquilado un velero y, dejando de lado la falsa modestia, soy muy ducho en su manejo. Sería estupendo que nos acompañaran a pasar el día en él junto a la Dolores.-
Mercedes miró a Ramón y éste a ella con caras de “¿Y por qué no?” por lo que él, tomando la voz de mando, respondió:
- Será un placer.-

domingo, 2 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo IV

Las aves no ganan altura porque son valientes sino que sienten el volar como algo natural, como un hombre el caminar. Pero si se invierten las acciones, ninguno de los dos está cómodo. Por eso cuando Mercedes subió al avión, apenas podía disimular el temblor de su temor y cuando las turbinas, al arrastrar a la máquina, dejaron de manifiesto que estaban haciendo un gran esfuerzo al tragar y escupir el aire, ella casi entró en pánico, sintiendo esa sensación que producen los minutos poco deseados de parecer que contienen más segundos que los que les corresponden. Una vez estabilizado el vuelo, lentamente, a fuerza de las sonrisas de las azafatas, se fue calmando y enfocando sus pensamientos en los momentos que estaba por vivir.
Nunca anteriormente había viajado en avión, eso de por sí era todo un acontecimiento emocionante, pero lo más trascendente, en esos instantes para ella, era el amor; creía fervientemente en él. Con sus anteriores parejas nunca había logrado relaciones duraderas ya que cuando sentía que la pasión comenzaba a cederle su lugar al acostumbramiento, fiel a sus principios, consideraba que el estar juntos había perdido sentido y rompía con esos compromisos. Esta vez creía que todo era diferente, su amor hacia Ramón era creciente y percibía que estaba siendo correspondida de igual manera. Por eso en un momento el viaje la encontró sonriendo feliz, con su frente apoyada en el vidrio de la ventanilla que daba al lomo del cielo, a través de la cual miraba al mundo, lejos y abajo, pasar como una maqueta.
La escasez le otorga valor agregado a las cosas, aún a las más sencillas, por lo que la expectativa de vivir varias de ellas, al menos por un par de días, la hacía feliz. Nunca había ido a cenar con Ramón sin sentirse oculta o clandestina, pero esta vez podría hacerlo. Nunca se había despertado a su lado, ni compartido una tarde ni un desayuno. Festejó su alegría con un suspiro de telenovela.
A las dos horas de viaje intentó dispersar su pensamiento con algo que la entretuviera un poco, por lo que tomó el libro de autoayuda en el cual un señalador le mostraba el lugar del último abandono, pero sin poder concentrarse en la lectura lo dejó marcado en la misma página, posición desde donde debería volver a recorrerlo. Comió algunos bocadillos a desgano y también estuvo un largo rato con los ojos cerrados viendo cosas. La vida por fin la había venido a visitar y hacía varios días que sus llantos parecían haberse ido de vacaciones. El principio de algo es mejor que su desarrollo ya que el poder de lo potencial es más placentero que el de lo real.

- ¿No puede dormir?- Le dijo una mujer mayor que estaba sentada a su lado y sobre la que no había prestado mayor atención.
Sin esperar una respuesta la anciana sacó de su cartera una fotografía de un bebé regordete y rozagante y se la mostró a Mercedes.
- Es mi nieto que nació hace dos meses y vamos a visitarlo.- Continuó, evitando lo cenagoso de los preámbulos.
- ¡Qué hermoso! ¿Es el primero?- Contestó ella tomando la foto con sus dedos.
- No, el quinto.- Le respondió, al lado de la sonrisa orgullosa de su esposo.
- Se llama Francisco.- Acotó él.
- Francisco, como su abuelo.- Complementó la señora y, con la desinhibición que otorga la vejez, continuó:
- En Diciembre cumpliremos las bodas de oro.-
Mercedes los miró con admiración y alegría, esas cosas le generaban optimismo y alegría y le hacían creer en la felicidad. “Cincuenta años juntos, medio siglo”. Pensó, “cuánto amor debía haber para lograr eso” y por un instante creyó en todo lo bueno.
- Perdónenme lo que voy a preguntarles ¿Cómo han hecho para permanecer tantos años juntos?-
Ambos se miraron con ternura y sus ojos se sonrieron con complicidad a través de las arrugas que les había tallado el tiempo. Fue la mujer quien comenzó a explicarlo con sentencias breves y concisas:
- Respeto, comprensión, paciencia, aceptación, balance.-
- ¿Balance?- Preguntó Mercedes.
Entonces fue él quien tomó la iniciativa de la respuesta.
- La vida es como un negocio, como una empresa, en todo lo que hacemos hay un costo y un beneficio. Tener un hijo implica el costo de vestirlo, alimentarlo, cuidarlo y dedicar tiempo para atenderlo. Pero también brinda sus beneficios, como la satisfacción de verlos crecer en todos los sentidos, de que consigan logros, de sus caricias y sus besos sinceros, de su agradecimiento y más tarde, con el tiempo, de la bendición de los nietos. Si uno valora las cosas en su justa medida y compara, comprende que los beneficios superan por mucho a los costos y que el balance es positivo. –
Hizo una pausa para lanzarle a su esposa una mirada que traslucía el amor que le tenía y continuó:
- En el matrimonio es lo mismo, hay que ser fiel, tolerar algunas miserias ajenas – Todos las tenemos- y dejar de lado muchos egoísmos, pero a su vez se recibe la satisfacción del amor, la bendición de la compañía, la comprensión ajena, la protección, los cuidados, el reconocimiento y el consuelo. Todo eso suma y, en nuestro caso, el valor final de los beneficios es mucho mayor que el de los costos.-
- Un balance positivo.- Acotó la anciana.- Yo creo que ahora la juventud quiere solo los beneficios sin pagar los costos, por eso ante cualquier situación adversa enseguida se divorcian.-
Luego la mujer la miró con su cara que irradiaba bondad y felicidad y Mercedes deseo llegar a la vejez así, inmersa en el amor de un hombre que la correspondiera y que fuera su media alma de por vida y el complemento de su corazón. Por un momento, sonrió con ganas.
- Tuvimos momentos malos, también.- Dijo la señora tratando de explicar que el paraíso no es perfecto.
- Una vez discutimos y ella se fue a vivir con su madre.- Comentó él riéndose.
La anciana comenzó también a reírse:
- ¿Te acordás?-
Mercedes, por contagio, también lanzó una suave carcajada.
- Éramos muy jovencitos. – Contó ella.- Él había ido a una cena con sus amigos de la oficina y llegó muy tarde y un poco borrachín, yo no había podido dormir porque tuve miedo por estar sola y al verlo llegar así…-
- Ja, ja, casi me tira con un plato. Nunca más volví a hacerlo.- Acotó el anciano.
- Al día siguiente me fui a lo de mi madre ¿Te imaginás? En esa época estaba muy mal visto divorciarse.-
- ¿Y qué pasó?- Preguntó Mercedes algo ansiosa.
La abuela continuó:
- Él me fue a buscar y a pedirme perdón a las dos horas. Yo tenía tantas ganas de volver que no le había contado nada a mi madre. Tuve que inventarle una historia para justificar por qué la había ido a visitar con una valija.-
Los tres rieron a coro.
La conversación con la pareja continuó muy entretenida lo que hizo que se aceleraran las horas y el viaje durara menos. Ellos le contaron su vida con entusiasmo y orgullo y ella sintió que esto último, el orgullo, era justificado ya que eran un matrimonio ejemplar.
Cuando le tocó el turno de contar a Mercedes no dijo la verdad, únicamente, cuando mencionó que con quien se iba a reunir era su novio, pero en su creciente fantasía no sintió que estuviera mintiendo.
Ni bien la voz metálica que emitían los parlantes les pidió a los pasajeros que se ajustaran los cinturones, la anciana comenzó a despedirse llenando de halagos y bendiciones a Mercedes, y si bien el descenso del avión era casi tan temerario como su despegue, la muchacha se sentía tan entusiasmada y plena que no paró de sonreír.
En el aeropuerto de EL Dorado, Bogotá le mostró un paisaje exiguo. Volvió a despedirse de los ancianos, quienes habían llegado a su destino, y se embarcó en otro avión con rumbo a Santa Marta. En este segundo viaje, mucho más breve, logró dormir un poco y soñar.
Finalmente al sobrevolar el aeropuerto Simón Bolivar el aterrizaje se le hizo eterno.