Más tarde, bien entrada la noche, Alonso buscaba claridad en sus pensamientos y equilibrio en sus sentimientos, mientras intentaba dormir en su habitación. Lo segundo le resultaba tan imposible como necesario.
Es correcto sentirse feliz por el amor y sufrir ante el dolor, de eso se trata vivir, pensó.
La enfermedad de su amigo le despertaba el deseo de ayudarlo. La imposibilidad de hacerlo, una gran sensación de impotencia.
¿Por qué no funcionó el hechizo? Se preguntaba. Estoy seguro que lo escribí correctamente, pensaba ¿Será porque Juana no creyó en él? ¿Porque no sabía qué estaba leyendo?.. Tendría que haberle aclarado, previamente, de que se trataban las palabras que le dio a leer, se reprochaba.
En un momento su mente encontró un atajo hacia la claridad y renació con un pensamiento lúcido. Tiago tampoco supo de que se trataba lo que leyó en aquella posada, ante la pequeña sin vida, sin embargo logró revivirla mediante el hechizo. No se trataba de creer o no hacerlo ¿Qué habrá detrás de las palabras mágicas? Se preguntó, o de quien las emite.
Mientras su razonamiento no podía encontrarle más respuestas a sus dudas, el sueño, lentamente, lo fue atrapando a golpes de pestañeos que lograron, por fin, hacerlo quedar dormido.
Por la mañana se despertó nuevamente muy temprano, pero esta vez no lo despabiló el entusiasmo, sino la angustia de querer saber, cuanto antes, que estaba sucediendo con la salud de su amigo ¿Habrá muerto? Fue lo primero que se dijo, para que lo que supiera acerca de él, no fueran peores noticias.
Luego de mojar y secar su cara, se dirigió hacia el comedor. Casi al mismo tiempo Juana apareció desde la cocina, su belleza se veía atenuada por la expresión de tristeza de sus ojos, pero era belleza al fin.
A Alonso, por un momento, se le iluminó el corazón. Se abrazaron suavemente, sintiéndose el uno al otro con placer.
- ¡Siéntate, por favor!- Dijo ella.- Te traeré algo para comer.-
Desapareció tras la entrada de la cocina para regresar, a través de ella, con leche y pan.
- Quiero saber como se encuentra él.- Comentó la muchacha.
Alonso la miró, al mismo tiempo que pensó que no la dejarían entrar en el monasterio.
Ella lo observó con la mirada del amor mutuo, la cual le permitió interpretar lo que el muchacho estaba pensando.
- Iré al mediodía, estaré en la calle, te esperaré allí y tu me lo dirás ¿Si?- Dijo Juana.
El joven le esbozó una leve sonrisa y le dijo que si con la cabeza. El diálogo fue interrumpido por la aparición del joven alto el cual, como todos los días, se sentó a la mesa en silencio. Quien no lo hizo, durante todo el tiempo en el que Alonso estuvo sentado, fu Ahmad.
¿Estará enfermo también? Se preguntó alarmado el muchacho.
Cuando Juana regresó al comedor el joven, a su manera, la interrogó acerca del mudéjar.
- Se fue temprano, sin desayunar.- Dijo la muchacha.
Alonso hizo un gesto con la cara que claramente significaba ¡Qué extraño! Al rato se hallaba en la calle dispuesto a iniciar el camino hacia el monasterio. La muchacha lo acompañó hasta un poco más allá de la puerta, se dieron otro abrazo y ella le dijo:
- Te veré al mediodía.-
El joven asintió.
Su caminata hacia el monasterio fue la que con mayor rapidez había hecho desde el inicio de su trabajo, aunque le pareció interminable.
Cuando llegó, se dirigió directamente al ala de los enfermos. Con la mirada fija en la puerta de la habitación de Guillermo caminó por el sombrío pasillo, con paso firme, hacia ella. La mano del médico sobre su pecho lo detuvo bruscamente.
¿Qué me dirá? Pensó el muchacho ¿Lo peor?
El monje lo miró a los ojos y, con el dedo índice haciendo una cruz sobre los labios le dijo:
- ¡Shhh! Está descansando, sigue con fiebre y delirando pero no empeoró, esto es una buena señal.-
Alonso se asomó por la puerta y vio a su amigo postrado en el lecho. La imagen de Guillermo lo impresionó. Su cuerpo deshidratado le había arrugado la piel que lo envolvía, unas oscuras bolsas rodeaban sus ojos y los bubones lo cubrían casi totalmente. Ese hombre agónico no se parecía, casi en nada, al guapo talavero que compartía sus cotidianeidades.
El médico posó su mano sobre el hombro del muchacho, que solo parecía permanecer de pié sostenido por el marco de la puerta, y le dijo:
- Nada puedes hacer acá ¡Ve y reza! Como muchos lo hacemos, por él.-
Alonso, lentamente, haciendo caso a medias al monje, se alejó del lugar.
Cuando llegó al scriptorium, Jalif había acumulado varias hojas escritas más sobre la pila que debía traducir. Eso poco le importó al muchacho. Con la mirada perdida y la pluma en la mano, solo logró trazar garabatos en una hoja, que en nada se asemejaban al latín. No podía concentrarse.
A media mañana volvió a visitar a Guillermo, en el que nada había cambiado, y regresó a la ausente compañía del granadino. Utilizando una gran fuerza de voluntad, logró avanzar un poco en su trabajo, apenas una hoja y media.
Cuando llegó la hora del almuerzo Jalif se levantó y, sin decir palabra alguna, se retiró al comedor. Alonso también dejó su trabajo, pero salió del monasterio. En la calle estaba, tal cual ambos esperaban, Juana.
El muchacho la tomó del brazo para que caminase junto a él, mientras le explicaba, en silencio, que nada había cambiado en el estado de salud de Guillermo.
- Si no empeoró solo queda que mejore.- Dijo ella tratando de convencerse y convencerlo.
¡Sí! Contestó él con la cabeza, intentando provocar el mismo efecto.
Llegaron a un extremo alto del peñón toledano y se sentaron sobre una roca.
La vista, desde allí, era increíblemente hermosa y variada. Hacia abajo se veía el meandro dibujado por el hambre del Tajo, quien comió las rocas durante miles de años para tallarlo. En él, sobre la izquierda, la perfección del puente de Alcántara y, cerca de allí, el Alcázar con sus cuatro torres imponentes. En la lejanía, las elevaciones rocosas hacían irregular al horizonte y, semejantes a pequeños copos de nieve, de tanto en tanto, se podía distinguir algún rebaño de ovejas.
El paisaje era de una gran belleza, pero la tristeza que les velaba las miradas a la pareja no permitía que, ni siquiera ello, lograra entibiar el frío que les desabrigaba las almas.
Un buen rato estuvieron allí, en silencio, hasta que Alonso pensó que era tiempo de regresar. Posó su mano en los negros cabellos de la nuca de Juana y besó suavemente sus labios. Era la presencia de la muchacha a su lado, el único consuelo en esa situación.
Se puso de pié, extendió una mano que ella tomó, y ambos se encaminaron hacia el cenobio. Al llegar a él se despidieron en la calle prometiéndose, tácitamente, volver a verse al fenecer el día.
Alonso decidió ir directamente al scriptorium, le hacía mal ver a su amigo en semejante estado y se sentía inútil para cambiar la situación.
¿Qué podría hacer? Se preguntaba. ¿Enseñarle el hechizo a otra persona? Eso no le garantizaría que funcionara y, en el ámbito en el que se encontraba, una acción semejante despertaría sospechas que podrían llegar a oídos de algún inquisidor ¡Y todo por nada! Pensaba, el hechizo no funcionaba. ¿No funcionaba? Dudaba ¿Cuál será el secreto de su utilización?
El granadino no dejaba de producir hojas y más hojas traducidas. Alonso lo miró con cierto odio. ¿Qué te ocurre? Le dijo en total silencio ¿No sabes que Guillermo se me muere? Rapidamente apartó tan injustos pensamientos de su cabeza ¿Qué culpa tenía aquel hombre?
Durante el resto de la tarde no visitó a su amigo, había concluido que si algo malo o bueno sucedía con él, ya vendrían a comunicárselo. Estuvo concentrado un poco más en el trabajo con el afán de distraerse.
Cuando la luz que atravesaba el gran ventanal del scriptorium era ya escasa para la lectura, Alonso acomodó sus papeles y se puso de pie. Jalif se había retirado un rato antes.
El muchacho se dirigió al ala sanitaria para hacerle una última visita a su amigo. Este seguía en el mismo estado en el cual lo había visto la vez anterior.
- Veremos mañana como amanece.- Le dijo el médico.
Alonso hizo un gesto de agradecimiento y emprendió una caminata hacia la puerta del gran edificio. Cuando llegó a la calle ya era de noche. Comenzó a desandar solo, el camino de regreso hacia el mesón. La oscuridad de los pasajes lo ensimismaba, aún más, en su preocupación por Guillermo.
¡Maldito Dios hereje que contaminas la sangre de mi amigo! Pensó.
Casi con la cabeza totalmente gacha, dobló en una esquina. Al hacerlo, una sombra, más oscura que las demás, se atravesó frente a él y le hizo detener su marcha bruscamente. Levantó la mirada y vio, con sorpresa, que se trataba de uno de los dos hombretones que los habían atacado, a él y a Ordoño, en su camino a Toledo. El muchacho dio media vuelta para salir corriendo, pero su cara se encontró, violentamente, con el puño del otro de los villanos. La sumatoria de ambos movimientos opuestos, dio como resultado un golpe descomunal. El impacto lo hizo caer de bruces en el suelo. Una mano fuerte lo tomó por la parte posterior de su cuello y lo obligó a apoyar fuertemente su frente contra el empedrado. Uno de los hombres dijo:
- ¡Dinos, mudo cabrón! ¿Dónde has escondido el libro? ¡Dinos!-
El otro hombre acercó un papel y un lápiz a la mano de Alonso.
- ¡Escribe o te va en ello la vida!- Le dijo- ¿Dónde has escondido el libro? ¡Dinos!-
El muchacho sintió el aguijoneo de la punta de una espada, contra sus costillas. No atinaba a nada; hablar no podía, lo que tendría que escribir, para satisfacer las órdenes de los villanos, era extenso y complicado, no podría hacerlo bajo ese estado de amenaza e incomodidad. Se sentía perdido. De pronto un puntapié sacudió su costillar, por el lado derecho.
- ¡Dinos, escribe!- Dijo quien lo estaba sujetando, casi gritando.
La oscuridad de la calle era un refugio perfecto para el acto de tortura al cual estaba siendo sometido. Ya sea por no escuchar la revuelta o por miedo, nadie se asomó desde sus casas. Estaba totalmente solo, en manos de los dos malos hombres.
Cuando ya sus esperanzas estaban agotadas, escuchó el silbido de un objeto surcando el aire velozmente y, casi al instante, el crujido de una madera golpeando algo que también crujió. Alonso, con la frente apretada contra el empedrado y algo aturdido vio, a su lado y repentinamente, el cuerpo de uno de los hombres que lo atacaban, derrumbado en el suelo. Escuchó una similar sucesión de sonidos y sintió el alivio de la mano opresora liberándolo.
No pudo reaccionar de inmediato, solo luego de unos cuantos segundos logró ponerse de pie y vio al otro hombre yacer sobre el empedrado. Miró hacia todas las direcciones, a través de la penumbra de las calles, y no pudo distinguir al autor del salvador ataque. Quiso llamarlo, de alguna manera, y no pudo. Se acercó al cuerpo del primero de los gigantones caído, se hallaba totalmente inmóvil, un charco púrpura oscuro se formaba alrededor de él, proveniente de una delgada vertiente de su cabeza, estaba muerto. El otro, con la boca abierta y segregando una espesa espuma, jadeaba intensa y dificultosamente.
Cuando recuperó suficiente lucidez, decidió alejarse rapidamente del lugar. No pudo ver a nadie en los alrededores, no había testigos del ataque salvo aquel salvador desconocido. Podría llegar un alguacil y no tendría manera de explicarle la situación y, sobre todo, su inocencia, pensó.
Mientras retomaba el camino hacia el mesón, su mente volvía a transitar por los laberínticos pasillos de la incertidumbre ¿Quiénes eran esos hombres? Se preguntaba ¿Cómo sabían acerca del libro? A esta altura de los acontecimientos, Alonso solo tenía certeza acerca de que lo que querían eran los hechizos ¿Cómo sabían que era mudo? Se decía ¿Lo habrían seguido desde hace mucho tiempo? ¿Tendrían algún cómplice espiándolo? ¿Por qué a él le estaba sucediendo esto?
Pero lo que más le intrigaba al muchacho, mientras avanzaba por calles cada vez más oscuras, era ¿Quién fue su salvador esa noche? ¿Habrá sido Ordoño? Se interrogaba casi contestándose ¿Sería esa la misión secreta que había traído al monje a Toledo? ¿Ser una especie de ángel de la guarda suyo?
Las preguntas lo acompañaron hasta las cercanías de la posada. Cuando llegó, una ciruela redonda y morada, había madurado en la órbita de uno de sus ojos. Juana lo vio entrar y empalideció subitamente.
- ¿Qué te ha ocurrido?- Le dijo alarmada, mientras comenzaba a sollozar.
Alonso le hizo entender que no se debía preocupar y que ya le contaría. Lo acontecido era algo difícil y largo de explicar.
- No se si será bueno todo esto, pero desde que has llegado no nos hemos aburrido, muchacho ¡Iavolaires!- Dijo Ximénez riéndose.
La muchacha miró a su padre con enojo, llevó a su amado a su habitación, atendió sus heridas y puso paños frescos sobre su ojo entumecido.
Los suaves cuidados, de las delicadas manos de la joven, calmaron sus dolores y Alonso, por el cansancio de las tensiones sufridas, se quedó profundamente dormido.
Es correcto sentirse feliz por el amor y sufrir ante el dolor, de eso se trata vivir, pensó.
La enfermedad de su amigo le despertaba el deseo de ayudarlo. La imposibilidad de hacerlo, una gran sensación de impotencia.
¿Por qué no funcionó el hechizo? Se preguntaba. Estoy seguro que lo escribí correctamente, pensaba ¿Será porque Juana no creyó en él? ¿Porque no sabía qué estaba leyendo?.. Tendría que haberle aclarado, previamente, de que se trataban las palabras que le dio a leer, se reprochaba.
En un momento su mente encontró un atajo hacia la claridad y renació con un pensamiento lúcido. Tiago tampoco supo de que se trataba lo que leyó en aquella posada, ante la pequeña sin vida, sin embargo logró revivirla mediante el hechizo. No se trataba de creer o no hacerlo ¿Qué habrá detrás de las palabras mágicas? Se preguntó, o de quien las emite.
Mientras su razonamiento no podía encontrarle más respuestas a sus dudas, el sueño, lentamente, lo fue atrapando a golpes de pestañeos que lograron, por fin, hacerlo quedar dormido.
Por la mañana se despertó nuevamente muy temprano, pero esta vez no lo despabiló el entusiasmo, sino la angustia de querer saber, cuanto antes, que estaba sucediendo con la salud de su amigo ¿Habrá muerto? Fue lo primero que se dijo, para que lo que supiera acerca de él, no fueran peores noticias.
Luego de mojar y secar su cara, se dirigió hacia el comedor. Casi al mismo tiempo Juana apareció desde la cocina, su belleza se veía atenuada por la expresión de tristeza de sus ojos, pero era belleza al fin.
A Alonso, por un momento, se le iluminó el corazón. Se abrazaron suavemente, sintiéndose el uno al otro con placer.
- ¡Siéntate, por favor!- Dijo ella.- Te traeré algo para comer.-
Desapareció tras la entrada de la cocina para regresar, a través de ella, con leche y pan.
- Quiero saber como se encuentra él.- Comentó la muchacha.
Alonso la miró, al mismo tiempo que pensó que no la dejarían entrar en el monasterio.
Ella lo observó con la mirada del amor mutuo, la cual le permitió interpretar lo que el muchacho estaba pensando.
- Iré al mediodía, estaré en la calle, te esperaré allí y tu me lo dirás ¿Si?- Dijo Juana.
El joven le esbozó una leve sonrisa y le dijo que si con la cabeza. El diálogo fue interrumpido por la aparición del joven alto el cual, como todos los días, se sentó a la mesa en silencio. Quien no lo hizo, durante todo el tiempo en el que Alonso estuvo sentado, fu Ahmad.
¿Estará enfermo también? Se preguntó alarmado el muchacho.
Cuando Juana regresó al comedor el joven, a su manera, la interrogó acerca del mudéjar.
- Se fue temprano, sin desayunar.- Dijo la muchacha.
Alonso hizo un gesto con la cara que claramente significaba ¡Qué extraño! Al rato se hallaba en la calle dispuesto a iniciar el camino hacia el monasterio. La muchacha lo acompañó hasta un poco más allá de la puerta, se dieron otro abrazo y ella le dijo:
- Te veré al mediodía.-
El joven asintió.
Su caminata hacia el monasterio fue la que con mayor rapidez había hecho desde el inicio de su trabajo, aunque le pareció interminable.
Cuando llegó, se dirigió directamente al ala de los enfermos. Con la mirada fija en la puerta de la habitación de Guillermo caminó por el sombrío pasillo, con paso firme, hacia ella. La mano del médico sobre su pecho lo detuvo bruscamente.
¿Qué me dirá? Pensó el muchacho ¿Lo peor?
El monje lo miró a los ojos y, con el dedo índice haciendo una cruz sobre los labios le dijo:
- ¡Shhh! Está descansando, sigue con fiebre y delirando pero no empeoró, esto es una buena señal.-
Alonso se asomó por la puerta y vio a su amigo postrado en el lecho. La imagen de Guillermo lo impresionó. Su cuerpo deshidratado le había arrugado la piel que lo envolvía, unas oscuras bolsas rodeaban sus ojos y los bubones lo cubrían casi totalmente. Ese hombre agónico no se parecía, casi en nada, al guapo talavero que compartía sus cotidianeidades.
El médico posó su mano sobre el hombro del muchacho, que solo parecía permanecer de pié sostenido por el marco de la puerta, y le dijo:
- Nada puedes hacer acá ¡Ve y reza! Como muchos lo hacemos, por él.-
Alonso, lentamente, haciendo caso a medias al monje, se alejó del lugar.
Cuando llegó al scriptorium, Jalif había acumulado varias hojas escritas más sobre la pila que debía traducir. Eso poco le importó al muchacho. Con la mirada perdida y la pluma en la mano, solo logró trazar garabatos en una hoja, que en nada se asemejaban al latín. No podía concentrarse.
A media mañana volvió a visitar a Guillermo, en el que nada había cambiado, y regresó a la ausente compañía del granadino. Utilizando una gran fuerza de voluntad, logró avanzar un poco en su trabajo, apenas una hoja y media.
Cuando llegó la hora del almuerzo Jalif se levantó y, sin decir palabra alguna, se retiró al comedor. Alonso también dejó su trabajo, pero salió del monasterio. En la calle estaba, tal cual ambos esperaban, Juana.
El muchacho la tomó del brazo para que caminase junto a él, mientras le explicaba, en silencio, que nada había cambiado en el estado de salud de Guillermo.
- Si no empeoró solo queda que mejore.- Dijo ella tratando de convencerse y convencerlo.
¡Sí! Contestó él con la cabeza, intentando provocar el mismo efecto.
Llegaron a un extremo alto del peñón toledano y se sentaron sobre una roca.
La vista, desde allí, era increíblemente hermosa y variada. Hacia abajo se veía el meandro dibujado por el hambre del Tajo, quien comió las rocas durante miles de años para tallarlo. En él, sobre la izquierda, la perfección del puente de Alcántara y, cerca de allí, el Alcázar con sus cuatro torres imponentes. En la lejanía, las elevaciones rocosas hacían irregular al horizonte y, semejantes a pequeños copos de nieve, de tanto en tanto, se podía distinguir algún rebaño de ovejas.
El paisaje era de una gran belleza, pero la tristeza que les velaba las miradas a la pareja no permitía que, ni siquiera ello, lograra entibiar el frío que les desabrigaba las almas.
Un buen rato estuvieron allí, en silencio, hasta que Alonso pensó que era tiempo de regresar. Posó su mano en los negros cabellos de la nuca de Juana y besó suavemente sus labios. Era la presencia de la muchacha a su lado, el único consuelo en esa situación.
Se puso de pié, extendió una mano que ella tomó, y ambos se encaminaron hacia el cenobio. Al llegar a él se despidieron en la calle prometiéndose, tácitamente, volver a verse al fenecer el día.
Alonso decidió ir directamente al scriptorium, le hacía mal ver a su amigo en semejante estado y se sentía inútil para cambiar la situación.
¿Qué podría hacer? Se preguntaba. ¿Enseñarle el hechizo a otra persona? Eso no le garantizaría que funcionara y, en el ámbito en el que se encontraba, una acción semejante despertaría sospechas que podrían llegar a oídos de algún inquisidor ¡Y todo por nada! Pensaba, el hechizo no funcionaba. ¿No funcionaba? Dudaba ¿Cuál será el secreto de su utilización?
El granadino no dejaba de producir hojas y más hojas traducidas. Alonso lo miró con cierto odio. ¿Qué te ocurre? Le dijo en total silencio ¿No sabes que Guillermo se me muere? Rapidamente apartó tan injustos pensamientos de su cabeza ¿Qué culpa tenía aquel hombre?
Durante el resto de la tarde no visitó a su amigo, había concluido que si algo malo o bueno sucedía con él, ya vendrían a comunicárselo. Estuvo concentrado un poco más en el trabajo con el afán de distraerse.
Cuando la luz que atravesaba el gran ventanal del scriptorium era ya escasa para la lectura, Alonso acomodó sus papeles y se puso de pie. Jalif se había retirado un rato antes.
El muchacho se dirigió al ala sanitaria para hacerle una última visita a su amigo. Este seguía en el mismo estado en el cual lo había visto la vez anterior.
- Veremos mañana como amanece.- Le dijo el médico.
Alonso hizo un gesto de agradecimiento y emprendió una caminata hacia la puerta del gran edificio. Cuando llegó a la calle ya era de noche. Comenzó a desandar solo, el camino de regreso hacia el mesón. La oscuridad de los pasajes lo ensimismaba, aún más, en su preocupación por Guillermo.
¡Maldito Dios hereje que contaminas la sangre de mi amigo! Pensó.
Casi con la cabeza totalmente gacha, dobló en una esquina. Al hacerlo, una sombra, más oscura que las demás, se atravesó frente a él y le hizo detener su marcha bruscamente. Levantó la mirada y vio, con sorpresa, que se trataba de uno de los dos hombretones que los habían atacado, a él y a Ordoño, en su camino a Toledo. El muchacho dio media vuelta para salir corriendo, pero su cara se encontró, violentamente, con el puño del otro de los villanos. La sumatoria de ambos movimientos opuestos, dio como resultado un golpe descomunal. El impacto lo hizo caer de bruces en el suelo. Una mano fuerte lo tomó por la parte posterior de su cuello y lo obligó a apoyar fuertemente su frente contra el empedrado. Uno de los hombres dijo:
- ¡Dinos, mudo cabrón! ¿Dónde has escondido el libro? ¡Dinos!-
El otro hombre acercó un papel y un lápiz a la mano de Alonso.
- ¡Escribe o te va en ello la vida!- Le dijo- ¿Dónde has escondido el libro? ¡Dinos!-
El muchacho sintió el aguijoneo de la punta de una espada, contra sus costillas. No atinaba a nada; hablar no podía, lo que tendría que escribir, para satisfacer las órdenes de los villanos, era extenso y complicado, no podría hacerlo bajo ese estado de amenaza e incomodidad. Se sentía perdido. De pronto un puntapié sacudió su costillar, por el lado derecho.
- ¡Dinos, escribe!- Dijo quien lo estaba sujetando, casi gritando.
La oscuridad de la calle era un refugio perfecto para el acto de tortura al cual estaba siendo sometido. Ya sea por no escuchar la revuelta o por miedo, nadie se asomó desde sus casas. Estaba totalmente solo, en manos de los dos malos hombres.
Cuando ya sus esperanzas estaban agotadas, escuchó el silbido de un objeto surcando el aire velozmente y, casi al instante, el crujido de una madera golpeando algo que también crujió. Alonso, con la frente apretada contra el empedrado y algo aturdido vio, a su lado y repentinamente, el cuerpo de uno de los hombres que lo atacaban, derrumbado en el suelo. Escuchó una similar sucesión de sonidos y sintió el alivio de la mano opresora liberándolo.
No pudo reaccionar de inmediato, solo luego de unos cuantos segundos logró ponerse de pie y vio al otro hombre yacer sobre el empedrado. Miró hacia todas las direcciones, a través de la penumbra de las calles, y no pudo distinguir al autor del salvador ataque. Quiso llamarlo, de alguna manera, y no pudo. Se acercó al cuerpo del primero de los gigantones caído, se hallaba totalmente inmóvil, un charco púrpura oscuro se formaba alrededor de él, proveniente de una delgada vertiente de su cabeza, estaba muerto. El otro, con la boca abierta y segregando una espesa espuma, jadeaba intensa y dificultosamente.
Cuando recuperó suficiente lucidez, decidió alejarse rapidamente del lugar. No pudo ver a nadie en los alrededores, no había testigos del ataque salvo aquel salvador desconocido. Podría llegar un alguacil y no tendría manera de explicarle la situación y, sobre todo, su inocencia, pensó.
Mientras retomaba el camino hacia el mesón, su mente volvía a transitar por los laberínticos pasillos de la incertidumbre ¿Quiénes eran esos hombres? Se preguntaba ¿Cómo sabían acerca del libro? A esta altura de los acontecimientos, Alonso solo tenía certeza acerca de que lo que querían eran los hechizos ¿Cómo sabían que era mudo? Se decía ¿Lo habrían seguido desde hace mucho tiempo? ¿Tendrían algún cómplice espiándolo? ¿Por qué a él le estaba sucediendo esto?
Pero lo que más le intrigaba al muchacho, mientras avanzaba por calles cada vez más oscuras, era ¿Quién fue su salvador esa noche? ¿Habrá sido Ordoño? Se interrogaba casi contestándose ¿Sería esa la misión secreta que había traído al monje a Toledo? ¿Ser una especie de ángel de la guarda suyo?
Las preguntas lo acompañaron hasta las cercanías de la posada. Cuando llegó, una ciruela redonda y morada, había madurado en la órbita de uno de sus ojos. Juana lo vio entrar y empalideció subitamente.
- ¿Qué te ha ocurrido?- Le dijo alarmada, mientras comenzaba a sollozar.
Alonso le hizo entender que no se debía preocupar y que ya le contaría. Lo acontecido era algo difícil y largo de explicar.
- No se si será bueno todo esto, pero desde que has llegado no nos hemos aburrido, muchacho ¡Iavolaires!- Dijo Ximénez riéndose.
La muchacha miró a su padre con enojo, llevó a su amado a su habitación, atendió sus heridas y puso paños frescos sobre su ojo entumecido.
Los suaves cuidados, de las delicadas manos de la joven, calmaron sus dolores y Alonso, por el cansancio de las tensiones sufridas, se quedó profundamente dormido.
"su mente volvía a transitar por los laberínticos pasillos de la incertidumbre..." bella forma de describir una sensación, !te felicito!
ResponderEliminarEspeluznante fotografia, demasíado ¿noo?
El relato cobra visos dramáticos, la intriga se acrecenta, la angustia por Guillermo nos oprime, y el amor queda ahora en segundo plano. Bien dosificadas y bien descritas estas vicisitudes del relato.
Gambeta, cuando quieres eres capaz de trazar una narrativa rica y bella que seduce, en algunas frases, sin embargo, convendría pulir un poco.
Entiendo ¿cómo no? que es un primer borrador, excelente en el argumento, bien escrito, pero cuando te dediques a repasar encontrarás motivos para lucirte aún más.
Se cuela alguna desliz, me parece: más con acento- se fué temprano, acento-caídos, plural- maloshombres ¿una palabra creativa? -éste seguía, acento -al llegar a él, acento- regresar, por ella, con agua...me parece que no hace falta por ella- se castigaba...o se recriminaba.
¿Es un hombre hecho Guillermo, o un muchacho como Alonso?
Amigo Gambeta, estoy segura que (también me sucede) escribes rápido y además, cuatro ojos ven más que dos, eso seguro. Se trata de una opinión discutible, pero se nos pasan cosas frecuentemente y yo siempre agradezco que sean señaladas, lo digo de verdad.
Espero el capítulo XI. Alonso, Guillermo, Juana, Ordoño, Ximénez, el enigmático joven espigado...(¿ha salvado él a Alonso?)Toledo y su entorno, sus callejuelas, conventos, forman parte del magnífico entramado en el cual me encuentro felizmente atrapada e intrigada.
Un cariñoso besito.
Natalí:
ResponderEliminarGracias por tus críticas, las buenas y las no tanto.
En los dos últimos capítulos cometí un error, etoy omitiendo un paso, como decimos acá: tengo que bajar un cambio.
Ayer mi hijo de comentó que antes revisaba mas lo escrito y ahora subo los capítulos enseguida. Debo volver a hacer la última revisión que consistía en imprimir y volver a leer corrigiendo.
Así lo haré, Gracias y besos.
Gambetas, buen consejo el del chico, resulta estupendo imprimir el texto antes de subirlo, se ven los errores (los que vemos, claro, porque cuatro o seís ojos ven más que dos),yo lo hago cuando puedo. Y siii, escribimos cual motos a toda máquina o tecleo enfebrecido, y eso se nota, noooo debemos hacerlo o hacerlo y luego repasar. La dicha inspiración nos ataca a traición a borbotones como chispazos nos "ilumina", pero conviene, creo, frenarla o repensarla o tamizarla.
ResponderEliminarLas gracias amigo son todas tuyas, tu amabilidad sin límites, que agradezco con besitos.