domingo, 12 de septiembre de 2010

Capitulo VIII


La mirada de rabia de Alonso atemorizó un poco a Juana, quien acalló sus risas y se quedó muy seria. El muchacho, pasado el torrente de adrenalina provocado por el susto, que dominó repentina y brevemente su voluntad, comenzó a reír en silencio. La joven volvió, también a hacerlo, disfrutando nuevamente de su travesura. El argandeño, levantando y sacudiendo el dedo índice de su mano derecha, le hizo entender que eso no quedaría así; la felicidad lo embargaba. Se miraron un instante, calladamente y a los ojos, hasta que por fin la muchacha dijo:
- Ya que has de mirarme tejer, como todas las noches, hazlo al lado mío, de manera que pueda verte yo a ti también.-
La penumbra de la noche ocultó el repentino rubor de Alonso. Pensaba que Juana nunca se había percatado de su fisgona presencia.
La muchacha extendió su mano invitando al joven a salir por la ventana. Cuando él la tomó, sintió como si miles de mariposas atravesaban su cuerpo. De un pequeño salto subió al marco de ladrillos y, con otro, volvió a pisar el suelo. Quedó de pie frente a ella sin saber de donde salían las fuerzas, que le aplacaban el impulso de abrazarla.
La joven lo llevó de la mano, como a un niño, le indicó que se sentara en una gran piedra, que había junto al telar, y se puso a trabajar en él.
A Alonso le pareció que la luna, a pesar de que le faltaba un buen mordisco esa noche, al iluminar el hermoso rostro de Juana, brillaba como nunca lo había hecho antes.
- Desde la muerte de mi madre, hace cuatro años.- Dijo la muchacha, como si la conversación que comenzaba a entablar, fuese la continuación de otra, sucedida la noche anterior.- Tuve que hacerme cargo de sus tareas. Mi padre se sintió morir, también, cuando ella se fue. Debí sacar fuerzas que no sabía que tenía, para evitar que desapareciera el mesón.-
Alonso la miraba y escuchaba con un interés entristecido.
- Mi padre estuvo mucho tiempo envenenado por el dolor, pasaba los días ebrio o dormido. Poco a poco fue recuperándose, supongo que por mí. Hoy todavía sigue intentando olvidar aunque con menos dolor, es por eso que gasta bromas todo el tiempo.-
A medida que más iba conociendo a la joven, mayor era el amor del muchacho por ella. El tiempo parecía haberse detenido para él y la realidad desaparecido. En un momento observó el tejido que estaba haciendo Juana y algo le llamó la atención; el trabajo no iba muy avanzado. Ya tendría que estar terminado, pensó. Había seguido el proceso de su elaboración noche a noche. De pronto una conclusión le hizo iluminar su rostro, con una sonrisa, e hinchar el pecho de orgullo; la muchacha destejía su nocturno trabajo durante el día, al revés que Penélope, para poder continuarlo durante la noche y dilatar su presencia frente a él.
- ¿Qué picardía recuerdas que te provoca esa risa?- Preguntó ella.
Alonso meneó la cabeza como diciendo, ninguna.
- Cuéntame algo acerca de ti.- Dijo Juana.
El joven ensanchó sus hombros, en un claro gesto de expresar que no podía.
- Pues, se me ha ocurrido algo, te haré preguntas de por si o por no, y tu me responderás con la cabeza ¿Vale?-
Alonso, entusiasmado, hizo el gesto de “si” a la primera de ellas. Podría de cierto modo hablarle, contarle sus cosas ¡Qué inteligente mi niña! Pensó.
Juana comenzó un largo y agradable interrogatorio diciendo, con cierto nerviosismo interno por la respuesta que iba a recibir:
- ¿Tienes mujer?-
El muchacho sintió un sobresalto de vergüenza, no esperaba algo tan directo, y respondió con su primer “no”.
Mediante este sistema la joven pudo saber muchas cosas acerca de Alonso, donde trabajaba, que hacía, hasta de donde había venido…
El asunto, por momentos, era algo tedioso. Juana debía exigir su imaginación para adivinar que preguntar. El joven ayudaba, a veces, haciendo alguna representación, como cuando simuló estar dormido y se golpeó con su mano en la cabeza logrando contarle, de esta manera, lo sucedido aquella noche en la que Tiago desapareció, luego de haberlo atacado. Otras veces escribía alguna palabra en la tierra, generalmente eran nombres.
Ambos disfrutaban ese dialogo, de tanto en tanto, algo les resultaba tontamente gracioso y reían, cómplicemente juntos, por un buen rato.
Los hilos del telar, a esta altura, permanecían inmóviles.
Alonso se sentía maravillosamente bien, no creía que la felicidad fuera otra cosa diferente a lo que le estaba sucediendo.
- Si quieren le ordeno al sol que esta jornada se prive de amanecer.- Dijo Ximénez apareciendo entre las sombras.
Alonso no tenía consciencia del tiempo que había estado conversando con su niña, el este se estaba comenzando a iluminar, pagaría por eso en el trabajo.
Ningún precio es demasiado para pagar la felicidad, pensó.
La muchacha se puso de pie enfadada con su padre y se retiró. Al pasar junto a él, le dio un fuerte pellizco en el antebrazo.
- ¡Ay! Mi niña.- Dijo el mesonero.- Tú, muchacho, métete hoy por la ventana que mañana haremos construir allí una puerta.- Y se retiró envuelto en sus risotadas.
Alonso se quedó un largo rato sentado sobre la piedra con sus manos apoyadas en ella, detrás suyo, mirando las estrellas que comenzaban a apagarse.
¿Esto es el amor? He elegido bien los caminos de mi vida si me han traído hasta acá, pensó.
Al rato ingresó en su habitación y se tendió sobre el catre. Apenas durmió. Se despertó con la luz del sol recién amanecido, dándole de pleno en los ojos. A diferencia de la mañana anterior, el haber dormido poco no había mellado sus fuerzas. Se puso de pie impetuosamente, lavó su cara y se dirigió hacia el comedor. En el desayunaban en silencio Ahmad, Guillermo y el espigado muchacho.
Alonso se acercó a su amigo y, con una sonrisa tan amplia como le permitía su boca, le dio unas palmadas en la espalda.
- Veo que estás de buen humor.- Dijo Guillermo.- Debes haber dormido bien esta noche.-
El muchacho sonriendo se sentó a la mesa.
Juana apareció desde la cocina, con un jarro de leche de cabra tibia, que depositó en la mesa delante de Alonso. El joven miró para el lado contrario a ella, en un exagerado y gracioso gesto de indiferencia. La muchacha sonrió por la broma cómplice y regresó a la cocina. Él, totalmente embelesado, la miró retirarse.
- Creo que deberás contarme algunas cosillas.- Dijo el talavero.
Alonso asintió con la cabeza, mas tarde le escribiría un informe acerca de lo ocurrido en la noche.
Al rato ambos estaban caminando por las, gradualmente mas transitadas, calles toledanas.
Durante la labor, Alonso alternaba momentos en los que trabajaba con gran entusiasmo y rapidez, con otros en los que se quedaba pensativo, con la pluma inmóvil en su mano. Esto no perjudicaba el trabajo de ambos, debido a que Guillermo nunca tenía velocidad suficiente, como para acumularle demasiados textos para traducir al latín, aun a pesar de que el muchacho adoptó, desde el día anterior y en adelante, la costumbre de dormir una siesta después del almuerzo, más por necesidad que por vicio.
Los días transcurrían plenos de felicidad para Alonso. La etapa diurna la pasaba con su amigo en el scriptorium, por las noches, la ventana de su cuarto se abría al placer y al éxtasis de las conversaciones con Juana, durante horas, hasta que, como ocurría habitualmente, llegaba Ximénez y daba por terminado el encuentro.
Una noche, en que la luna se había apagado por completo y los jóvenes debían adivinarse sus caras, la muchacha dijo:
- Mañana no vas a trabajar ¿Verdad?-
Alonso dijo que no con la cabeza.
- ¿No qué? ¿No vas a trabajar o no es verdad?- Lo regaño Juana.
Alonso puso cara de enojado y con el dedo índice le dijo que era “no” a lo primero.
Eran los juegos del amor.
- Iré de paseo al río ¿Quieres acompañarme?-
El joven asintió enérgicamente con la cabeza. Siguieron dialogando por un buen rato, hasta que apareció el mesonero.
La mañana con la que se presentó el día siguiente, era una apología de la perfección. El aire estaba templado y límpido, y el cielo mostraba un celeste, profundo y sin ninguna arruga, que solo era manchado por el vuelo de alguna oropéndola.
Alonso tomó su desayuno, intercambiando miradas con Juana.
No necesariamente hace falta hablar para comunicarse, pensó.
Cuando terminó de alimentarse, salio a la calle con su amigo Guillermo. Este le dijo:
- Fray Gerardo nos ha invitado a una reunión en el monasterio, a la que asistirá Al Ricotí, quien ha venido de Murcia. Yo iré ¿Vienes conmigo?-
Alonso negó con la cabeza.
- ¿Qué harás hoy?- Preguntó el talavero -¿Visitarás a tu amigo el monje?-
El muchacho no negó, ni afirmó, solamente se encogió de hombros.
Guillermo comprendió que su amigo tenía planes más interesantes y sospechó de que se trataban ellos, le puso una mano sobre el hombro y le dijo:
- Pues, nos vemos en la noche, ya veo que has decidido aburrirte este día.- Y, sonriendo, dio media vuelta y comenzó a alejarse calle arriba.
El mudo se quedó un rato apoyado contra la pared del mesón, observando como su compañero se alejaba, luego a las personas que pasaban caminando y a alguna curruca que alternaba planeos y aleteos en el aire.
Al rato salió Juana con una canastilla con frutas, pasó caminando delante de él y, sin detenerse, le dijo:
- ¿Nos vamos?-
Ambos jóvenes comenzaron a bajar la calle caminando.
- No vuelvan tarde. Cuida a mi niña, sobre todo de ti, iavolaires.- Se escuchó gritar a Ximénez.
El muchacho volvió a sonrojarse. Juana no le prestó mayor atención a lo dicho por su padre, hablaba entusiasmadamente sin parar. El joven, haciéndose entender, logró preguntarle acerca de la muletilla que repetía Ximénez.
- No se de que se trata.- Respondió ella.- Un día le pregunté y ni él sabe que significa. La repite siempre, quizás significa “a volar”, no se. A veces, en el silencio de las actividades, se la escucho gritar de la nada.-
Ambos jóvenes rieron ante lo extraño de la ocurrencia del hombre, sin saber lo importante que sería para ellos, algún día, esa palabra.
Siguieron su camino hacia el paseo. Juana a menudo apuraba sus pasos casi saltando y, frente a Alonso, caminaba hacia atrás para hablar cara a cara con él. En uno de esos saltitos tropezó y cayó sentada en la calle. Desde el suelo miró al muchacho seriamente, por un instante, hasta que estalló en carcajadas. Este también rió y se acercó para ayudarla a levantarse. Luego de hacerlo, al levantar su mirada, vio que por la calle, a un par de cientos de metros de distancia, venía caminando el alto joven que se hospedaba en el mesón.
¿Hacia dónde irá? Se preguntó el muchacho ¿Nos estará siguiendo?
La pareja prosiguió su caminata. De vez en cuando, Alonso giraba su cabeza en busca del muchacho. No volvió a verlo más.
Habrá tomado hacia otra dirección, pensó.
Llegaron al sendero que bajaba por el peñón y, al poco rato, se encontraron a la orilla del río.
Juana lo llevó por una estrecha huella, que zigzagueaba a través de los retamos y álamos que se erguían desde las piedras, hasta que llegaron a una pequeñísima playa. La joven se sentó sobre la gruesa arena, a la sombra de un sauce, y el muchacho lo hizo, también, a su lado.
- Vengo a menudo a este lugar.- Dijo la joven.- A recordar a mi madre, pensar en mi padre y a soñar.
El muchacho la miró con adoración ¡Es tan bella! Pensó.
Juana dijo algunas palabras más y, lentamente, se fue quedando callada. Ambos estuvieron un buen rato en silencio observando, como hipnotizados, la corriente de las aguas que venían de Teruel. Él pensaba en ella y ella en él y ambos, no necesitaban nada más en ese momento, estaban juntos.
En su abstracción Alonso tomó un guijarro y lo arrojó hacia las aguas. Juana, sonriendo y haciéndole burla, hizo lo mismo con otro. La pareja continuó tirando piedras al Tajo. El muchacho estaba por arrojar otro cuando sintió un golpecito en su cabeza. La muchacha le había arrojado un guijarro a él. La miró y ella lanzó una picaresca carcajada. El joven, haciendo una “v” con sus dedos, le hizo entender que ya eran dos las bromas que le había hecho y comenzó a ponerse de pié, amenazadoramente, fingiendo enojo. La muchacha se irguió rapidamente e intentó salir corriendo. Sus pies derraparon por la arena y cayó de espaldas contra el suelo. El joven, al intentar perseguirla, tropezó y cayó acostado encima de ella.
Sus caras quedaron separadas por unos pocos centímetros y se miraron fijamente a los ojos. Por un instante Alonso se vio reflejado en el azabache de los de la niña y, sin saber como, sus labios terminaron en contacto y sus pulsaciones al galope.
El resto del día transcurrió maravillosamente para ambos. Todo era mágico, el río, los acantilados del meandro, los árboles, las risas y los abrazos.
Cuando empezó a caer la noche, la pareja regresó desandando el camino de ida.
Llegaron al mesón con el cielo casi a oscuras, la joven entró por la puerta lateral que daba a la cocina y el muchacho por la del frente. Todos los hospedantes estaban sentados a la mesa, incluso el joven alto, al que Alonso le dedicó una mirada inquisidora. Ximénez sirvió los alimentos, extrañamente, en silencio.
Cuando el muchacho se retiró a su habitación, se asomó brevemente a la ventana, más que nada por costumbre, y luego se acostó en el catre. Habían acordado que esa noche descansarían y no habría encuentro en el telar.

2 comentarios:

  1. Gambetas, muy bien tejido este capítulo de amoríos felices, un tapiz que convoca a Penélope, ayyy los mitos.
    ¿¿¿TE HA LLEGADO MI MENSAJE RESPONDIENTO AL TUYO????
    Aquí me has sorprendido gratamente con la palabra "enanchó" que no suelo ver escrita.
    Una duda, al referirte a Tiago y el coscorrón que al parecer propinó a Alonso, me he confundido, pues en principio creí que aludía al encuentro entre Juana y Guillermo, la otra noche, tema que a ella podría interesar y divertir, no me ha quedado claro.
    Falta por ver qué pinta el enigmático joven espigado ¿fue él quien fisgoneó en las cosas de Alonso???
    Gambetas, el relato se pone más que interesante, ya lo creo.
    Cuando me digas algo a lo que te puse en mi mensaje, si quieres, claro, te sugeriré cuatro cosillas que me han chocado, formas, maneras de decir...
    Paso a paso, el IX, te sigo amigo, bsitooos.

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  2. Natalí:
    Gracias por tus comentarios. Lo de "enanchó" lo puse para no repetir tanto "se encogió de hombros". Lo de Tiago y el coscorrón lo he corregido, creo, a partir de tu sabio comentario.
    También corregí otras cosillas por sugerencias de Susus.
    Besos y gracias.
    El IX lo tengo manuscrito, me falta corregirlo y lo subo.

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