martes, 14 de septiembre de 2010
Capítulo IX
El día amaneció a su debido tiempo y Alonso despertó con el primer albor, no quería que el sueño le quitara tiempo a su felicidad. Cuando entró en el comedor y se sentó a la mesa, todavía no lo había hecho nadie esa mañana. Juana apareció desde la cocina al oír los ruidos que él había hecho al sentarse. El muchacho se puso de pie y se dieron un abrazo.
- Deseaba que fueras tú el madrugador.- Dijo ella.
Alonso apretó un poco más a la muchacha contra su cuerpo, produciendo un ligero temblor en él, luego se separaron y disimularon la situación, al escuchar los sonidos de cercanos movimiento. Uno a uno los huéspedes fueron apareciendo. Al rato estaban sentados todos allí.
Todos menos Guillermo. El joven le hizo gestos a Juana, señalándole el lugar donde habitualmente solía sentarse su amigo, en actitud de interrogación acerca de él.
- No lo he visto hoy.- Dijo la muchacha. Todavía no ha aparecido.
Todos terminaron de alimentarse y, cada uno a su tiempo salvo Alonso, se fueron marchando. El joven se quedó sentado a la espera de su compañero.
¿Qué habrá hecho el bribón la noche anterior? Se preguntó. Es hora de que se despierte, se dijo.
Se puso de pie y golpeo reiteradamente a la puerta de la habitación de Guillermo. No recibió ninguna respuesta a su llamado. La abrió y vio a su amigo tendido en el catre. La piel de su cara mostraba un rojo intenso y en su cuello habían florecido unos atemorizantes bubones. Su cuerpo no cesaba de tiritar. El muchacho se acercó y posó su mano sobre la frente de él. Ardía hasta casi quemar. No podía preguntarle nada. El talavero decía frases inconexas y alternaba el árabe, con el latín y el español, deliraba.
Alonso fue a buscar a Juana. En el camino vio a Ximénez acostado en su catre, emanando un espeso aliento a alcohol, no podría ser de gran ayuda. Cuando la joven entró en la habitación de Guillermo se le transfiguró la cara, vio la muerte en el semblante del talavero.
- Debemos hacer algo.- Dijo ella.- Tiene “la peste”.-
El joven languideció, su amigo se moría. Sabiendo el poder de sus secretos, ese era uno de los pocos momentos en los cuales deseaba, como nunca, poder hablar. Poder parase frente al lecho del enfermo y decirle “Haraneo atsa”, el hechizo de sanación. Quería mucho a ese compañero, como para aceptar su pérdida.
Juana salió del mesón en busca del barbero, para procurarse una sangría que pudiera aliviar el mal que padecía Guillermo. Alonso se arrodilló junto a su lecho y, en total silencio, repetía “Haraneo atsa, Haraneo atsa”. Su amigo seguía delirando, ahora jugaba con palabras: Averroes, seorreva, vasoerre, decía como en un diabólico conjuro.
Al rato regresó la muchacha, quien no había podido hallar al barbero.
Alonso, casi sin debatir consigo mismo la idea, se dirigió a su cuarto y regresó con una pluma y un papel, en el escribió el conjuro, después de la palabra “pronuncia”.
Le entregó la frase a Juana. Esta la leyó y lo miró extrañada.
- ¿Qué es esto?- Le preguntó.
El joven sacudía el papel hacia ella y movía la cabeza imperativamente, como diciendo: ¡Lee, lee! No le importaba revelar su secreto en pos de la vida de su compañero.
- Pero ¿Qué es esto?- Insistía la joven.
Alonso siguió con sus ademanes. Juana tomó el papel y, algo insegura acerca de lo que estaba haciendo, dijo:
- ¡Haraneo atsa!-
Ambos esperaron un rato. Nada sucedió, Guillermo permanecía tan mal como lo estaba unos minutos antes. De sus poros se veía salir una tenue nube de vapor que se difuminaba, rapidamente, en el aire de la habitación.
Alonso tomó el papel que tenía la muchacha y lo leyó ¡Está correcto! Creo, se dijo, o habré perdido la memoria ¿Estaré confundido? Volvió a entregarle el escrito a Juana y a pedirle que lo leyera nuevamente.
- Haraneo atsa.- Dijo la joven, con desgano y lágrimas en los ojos- ¿Qué es esto? ¿Brujería? ¿Una broma?- Dijo un tanto enojada.
El argandeño, sin entender porque la magia no causaba efecto, tomó el papel nuevamente y, en él, escribió: Iré a pedir ayuda a Fray Gerardo.
Juana asintió con la cabeza, al tiempo que mojaba un lienzo con agua fresca, y lo depositaba sobre la frente de Guillermo.
Alonso salió a la calle y comenzó a subir por ella, duplicando la longitud habitual de sus pasos. Llegó rapidamente al convento e irrumpió intempestivamente en el escritorio del clérigo, totalmente agitado. Tan violentamente abrió la puerta que Fray Gerardo se asustó, pensando que estaba siendo atacado, quien sabe por quien.
- ¿Qué pasa muchacho?- Dijo enérgicamente- ¡Cálmate! ¿Qué sucede?-
Alonso, con unos sonoros jadeos, que era uno de los pocos sonidos que podía emitir, le indicó al fraile que le facilitara una pluma y un papel. El padre lo hizo. El muchacho escribió lo que estaba sucediendo con el talavero.
Fray Gerardo era un hombre severo y recto, pero de gran corazón, se esmeraba en proteger a todos los que, de una u otra manera, pertenecían a su cofradía. Leyó detenidamente el mensaje, miró al joven y le dijo:
- Mandaré a buscarlo inmediatamente para que lo atiendan en el convento, esperemos que se pueda hacer algo, mientras tanto recemos por él.-
Desapareció por un buen rato, a través de la puerta de su escritorio. Luego de unos cuantos minutos regresó con el portero y el maestro de novicios, ambos hombres fuertes y corpulentos, muñidos de de una camilla de palos y lienzo.
- ¡Ve con ellos!- Dijo Gerardo- ¡Guíalos!-
Alonso salió con ambos religiosos y los condujo, calle abajo, hasta la posada. Sus pasos seguían siendo rápidos. Los dos hombres casi tenían que correr para mantenerse junto a él.
Cuando llegaron al mesón, Juana seguía junto a Guillermo, reemplazándole los paños calientes por otros frescos, de la humeante frente. Los dos hombres con hábitos y Alonso, colocaron al talavero sobre la camilla para emprender el regreso. La joven los acompañaba. Cuando estaban a punto de salir de la posada, Ximénez se hizo presente, con su modorra a cuestas
- ¿Qué sucede?- Dijo.
Juana corrió a su lado y, tomándolo de los brazos, le dijo con angustia:
- Es Guillermo, el talavero, tiene “la peste”, lo llevamos a que lo atiendan los monjes.-
- ¡Ve tranquila!- Dijo el mesonero.- Yo me encargaré de todo acá.-
La travesía hacia el cenobio fue mas lenta que el viaje desde él hasta el mesón.
Cuando por fin llegaron, la joven tuvo que quedarse esperando en la calle, no les estaba permitido a las mujeres el ingreso al monasterio. Alonso posó sus manos sobre los hombros de ella y, luego, con la palma de su mano erguida, en ángulo recto con su brazo, le indicó que lo esperara allí.
Los monjes llevaron a Guillermo a una blanca y pulcra habitación, y lo trasladaron de la camilla a una cama de lienzos. Inmediatamente apareció un galeno quien comenzó a atender al talavero.
Fray Gerardo, que también estaba allí, pasando su brazo sobre los hombros de Alonso, lo alejó del lugar y le dijo:
- Debemos tener fe de que el Señor lo salvará, con algunos lo hace y quedan inmunes a “la peste” ¿Quieres regresar a tu posada o continuar con las labores?-
Alonso le hizo entender que prefería lo segundo. Quería estar cerca de su amigo.
- Designaré a Jalif el granadino, un mudéjar, para que te asista. Es un buen traductor.-
El joven asintió con la cabeza y salió hacia la calle, Juana permanecía parada, inmóvil y con lágrimas en los ojos. Apreciaba mucho a Guillermo, sabía que la había ayudado en su amor por Alonso. El muchacho pasó sus dedos suavemente sobre los párpados de ella, secándole las saladas gotas, y la abrazó fuertemente. Ella intentó decir algo y él posó su dedo índice, delicadamente, sobre sus labios carmesí y le ofrendó una sonrisa alentadora. Luego le hizo señas de que debía volver al monasterio y que ella tenía que regresar al mesón. La joven volvió a abrazarlo, se besaron suavemente por unos segundos y tomaron caminos opuestos.
Un bastón no quita la renguera, pero ayuda a caminar, pensó.
Alonso se dirigió al scriptorium donde lo esperaba su nuevo compañero, comenzaron su labor sin decirse, aún pudiendo uno, palabra alguna.
Al joven le costaba concentrarse, no podía dejar de atribularse con la suerte que correría su amigo.
A intervalos de, aproximadamente, dos horas, el joven se dirigía hasta el ala del monasterio donde yacía su amigo, para enterarse de su estado. Seguía todo igual.
- No manifiesta mejorías.- Le decía el monje médico.- Pero tampoco se agrava. Los bubones no han reventado, sigue igual.-
Cuando la tarde casi había caído, el mudéjar había dejado unas cuantas hojas de trabajo para Alonso, este no se preocupó por eso. Realizó su última visita del día a Guillermo.
- Todo sigue igual.- Dijo el médico.- Ya debes retirarte, no puedes permanecer aquí esta noche. Descansa y mañana veremos lo que el Señor ha decidido.-
El joven se encaminó, calles abajo, con la mirada perdida y el alma acongojada, tan solo lo consolaba, un poco, el hecho de que vería a su Juana.
Al doblar la última curva previa al mesón, vio a la joven que lo estaba esperando junto a la puerta. Ella corrió hacia él y preguntó:
- ¿Cómo está?-
Alonso, con las palmas de sus manos hacia arriba y meneando la cabeza, le dio a entender que no se sabía que podría pasar con la salud de su amigo. Ambos entraron en la posada, el joven se sentó a la mesa y casi no ingirió alimentos.
Ximénez, con una pesadumbre que nunca había mostrado, les dijo a los demás huéspedes:
- El talavero agoniza, recen cada uno en su credo para que Dios lo proteja.-
El joven espigado lo miró con cierta indiferencia, mientras que Ahmad se hizo eco de la situación y bajó, pensativamente, su mirada.
Mas tarde, Alonso y Juana, se reunieron junto al telar, sentados ambos en la piedra, el joven tenía su brazo sobre los hombros de la callada muchacha.
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!Cuanta angustia! Gambetas en este capítulo. !La peste! cuando se nombrada todo el mundo se santiguaba, se quedaba aterrorizado.
ResponderEliminarLa posible pérdida del amigo es una prueba de las más dificiles, en la juventud la muerte se percibe como lejana, casi imposible. Reina el amor primero y el dolor se acerca. Me lo he leído de un tirón, absolutamente fascinada.
Rezo por la vida joven de Guillermo sin atinar credo, rezo a la justicia y a la esperanza a Fortuna...que se libre Toledo de la peste. Pero se hará lo que autor, casi dios, quiera ¿verdad?
Desde luego, Gambetas que sabes hacer hablar a los mudos, dificil empeño.
Besitos, hasta el X.
El hechizo no funciona, dile a Juana que estas cosas solo funcionan si se cree en ello, hay que creer en la magia, me quedo sufriendo por Guillermo, asi que curalo jodio argentino del demonio, leiste el libro y nos tienes enganchada por un hechizo de lectura, a que si?, jajaja, miles de besossssssssss.
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