Después de dejar el libro que estaba traduciendo, “Los comentarios menores de Averroes”, y los útiles y papeles que usaba para eso, en el saco que se hallaba en un rincón de la habitación, Alonso se asomó por primera vez por la ventana de su cuarto, el cual daba al fondo del mesón. Observó por un instante el cielo, ya casi negro, que encendía una por una sus estrellas, primero las más grandes y por último las pequeñas, y una luna, redonda y tiznada, que se encogía a medida que se alejaba del horizonte. Un rayito de luz, que no iluminaba nada, bajó desde la altura velozmente, como una luciérnaga en agonía, y se desvaneció en el aire. Una estrella fugaz, pensó el joven, puedo pedir tres deseos…
Solo tengo uno, se dijo, y lanzó un mudo suspiro al aire.
Salió hacia el comedor, los preparativos para la cena habían comenzado. Casi al mismo tiempo Guillermo dejó de su cuarto y ambos se sentaron a la mesa. Eran los primeros en hacerlo pero, poco a poco, los demás habitantes del mesón fueron apareciendo; el gordinflón, el mudéjar y, más tarde, un muchacho alto, delgado y de mirada seria al cual Alonso no había visto en la mañana. Sus rasgos le resultaron algo familiares.
Mientras Guillermo le hablaba, el mudo, fingiendo prestarle atención, miraba intermitentemente hacia la entrada de la cocina, esperando que apareciera Juana, pero era Ximénez quien los atendía
¿Estará cocinando? Se preguntaba el joven.
- Tenemos un nuevo huésped,- Dijo el mesonero mientras servía la comida.- No se como se llama pero me ha pagado y ese, para mí, es un buen nombre, iavolaires.-
El largo muchacho no se dio por aludido ante el comentario, los demás sonrieron.
Guillermo le dijo a Alonso entre risas:
- ¡Vaya que has avanzado mucho hoy en el trabajo! ¿De dónde sacas tantas energías?-
El joven se ruborizó un poco ante la broma de su amigo, el mesonero estaba justo entrando con más comida.
Ximénez sirvió unos trozos de carne de cerdo y algunas verduras hervidas, que todos tomaron con sus manos, para empezar a comer. Guillermo y el gordinflón, que se llamaba Duarte, tomaban vino; Alonso, el mudéjar de nombre Ahmad y el joven serio, agua. Cuando terminaron de comer el mesonero se sentó a la mesa y se sirvió una jarra con el tinto líquido.
Con la panza satisfecha y la lengua algo suelta por el alcohol, Duarte comenzó a contar una historia que le había sucedido en Palencia. Era comerciante, no vendía nada específico. Lo que podía colocar a cierto precio en algún sitio, lo compraba más barato en otro, artilugio que usan algunas personas para no trabajar. Alonso no sabía de que se trataba la historia que todos los demás escuchaban con atención, se había sentado estratégicamente, de manera de poder mirar hacia la puerta de la cocina continuamente, sin que se notara que lo hacía ¿Es qué no aparecerá nunca? Pensaba.
- ¿Se te ha perdido algo?- Le preguntó Ximénez en un momento, intuyendo los pensamientos del muchacho.
El joven simuló no ser el destinatario de la pregunta del mesonero y se autoengaño, pensando que los demás no se daban cuenta de la situación. Su incapacidad para hablar hizo el resto para no contestarle.
El mudéjar contó, también, alguna historia de su tierra y luego lo hizo Ximénez, y todos rieron con su final. Alonso al ver que todos lo hacían, también rió. El muchacho alto era el único de los que podían hablar, que permanecía callado y serio.
La muchacha seguía sin aparecer.
Por lo visto, Duarte y Ximénez terminarán por embriagarse, pensó Alonso y, haciéndole una seña de despedida a Guillermo, se puso de pie y se retiró a su habitación.
Entró en ella y se acostó en el catre. A través de la puerta cerrada, le llegaban algo atenuadas, la voz del mesonero, quien había tomado las riendas de la conversación, y las risas de los demás. Por un momento se puso a pensar sobre la expresión “iavolaires” que repetía el hombre, parecía carecer de significado.
Será una muletilla sin sentido, pensó, como quien dice ¡Hala!
De pronto escuchó un ruido sistemático y frecuente que provenía del otro lado de la ventana, se puso de pie y se asomó por ella. El corazón le palpitó con un violento sacudón; bajo la plateada luz de la luna Juana, hermosa y sentada ante un telar, tejía una clámide. Alonso retrocedió rapidamente un paso para evitar que la joven lo viera y luego, muy lentamente, se fue asomando tan solo lo suficiente como para poder verla pero, a la vez, quedar invisible en la oscuridad de su habitación.
Al tiempo que tejía, la muchacha comenzó a cantar. Su voz era dulce como una breva y clara como una mañana de Julio. Era la primera vez que Alonso la escuchaba, temiendo que ella lo descubriera ya que su corazón galopaba alocadamente dentro de su pecho.
Mucho tiempo estuvo el joven observando a Juana, con su codo apoyado en el marco de la ventana y su mentón sobre la palma de su mano doblada hacia atrás. En su cabeza repetía, vanamente, dos palabras “Ediómare metam”.
De pronto la muchacha se puso de pie y Alonso volvió a ocultarse en el interior de su habitación, al asomarse cautelosamente otra vez, vio que ella ya no estaba allí. Se acostó en el catre y con la vista fija en un techo que no veía, tardó un largo rato en dormirse.
Se torturaba pensando como podría su corazón, ya perdido, ganar el de la muchacha. No podría decirle quien y como era, no podría ser gracioso, ni mostrarse inteligente, no podría hacerse descubrir
¿Qué haría? Se preguntaba. Le puedo escribir pero ¿Qué? ¿Te amo? Así, crudamente. No, se contestaba, es mas probable que me rechace en forma brusca a que me acepte si me conociera gradualmente ¿Siempre es así el amor? Se atribulaba.
Finalmente el sueño fue aquietando sus sentimientos a la deriva y se quedó dormido.
Despertó más temprano que el día anterior y puso más empeño, que en aquel, en su aseo. Salió al comedor y no había nada, ni nadie, en la mesa. De repente Juana apareció desde la cocina con leche y un pan negro. El joven quedó petrificado, sabía que algo debía hacer pero ¿Qué? ¿Tomarla entre sus brazos y besarla? Mas por decisión que por deseos, se quedó inmóvil sentado en la banca y con un río de lava navegando por sus venas. La muchacha, en total silencio y sin siquiera mirarlo, dejó los alimentos en la mesa y se retiró.
¡No le gusto! Pensó el muchacho ¡O peor, le soy indiferente!
Al rato de estar sentado en soledad apareció Guillermo, desde su habitación, saludó a su amigo y se sentó frente a él.
- Te has perdido la pelea entre Ximénez y Duarte anoche.- Le dijo.- Ni siquiera asomaste el hocico por la puerta.-
Alonso hizo una seña mentirosa, que indicaba que había estado dormido.
- Dios conserve tu sueño- dijo Guillermo.- El zafarrancho era tan grande que hubiera despertado a un oso en invierno.
El mudo se encogió de hombros, no se había percatado de nada, la noche anterior había existido solo una cosa para él.
La muchacha volvió a aparecer con la porción para Guillermo, dejó el pan y el jarro sobre la mesa, delante de él, y lo miró con una sonrisa que el Talavero correspondió.
Eso Alonso lo sintió como una daga clavándosele.
Al rato hicieron su aparición Ahmad y el joven nuevo, Duarte no estaba más en el mesón.
Juana iba y venía, atendiendo a los hombres, sin hablar con ninguno de ellos, solamente, de tanto en tanto, le dedicaba una mirada a Guillermo. Alonso notaba eso con enojo, pero no tenía nada que culpar.
Con el estomago satisfecho, ambos muchachos se retiraron del lugar. Una vez en la calle emprendieron su camino hacia el scriptorium. Guillermo le iba diciendo a Alonso sus ideas acerca de cómo organizar el trabajo y este asentía con la cabeza. Trabajarían como Juan Hispalense y Gundisalvo, el Talavero traduciría del árabe al romance y el mudo de este al latín.
Ese día Alonso puso mucho empeño en la labor, quería alejar los pensamientos que le endulzaban y desgarraban, a la vez, el alma.
Volvieron al anochecer, el joven entró a su habitación y descubrió algo que lo sorprendió, todo el contenido de su saco estaba esparcido por el piso. Acomodó las cosas nuevamente, dentro de el.
¿Quién pudo haber hecho esto? Pensó. No falta nada ¿Qué estarán buscando? ¿Será Tiago? Ya lo descubriré, se dijo.
Salió de su cuarto y fue el último en sentarse a la mesa. En su obligado silencio observaba a todos, con sospecha, en búsqueda de que alguno hiciera algún gesto con el cual se traicionase, pero no descubrió nada.
Ximénez servía la comida y Alonso ya había aprendido que, por las noches Juana no se mostraba en el lugar, por lo que poca atención puso esta vez sobre la puerta de la cocina.
Cuando terminaron de cenar, como en el día anterior, el mesonero se sentó a la mesa a beber vino. El muchacho se retiró a su cuarto.
- ¡Que para dormir ya te espera la muerte, iavolaires!- Dijo Ximénez, previo a una risotada, concluyendo una frase que nunca había empezado.
Alonso hizo un gesto de despedida con la cabeza y entró a su habitación, cerró la puerta y se dirigió directamente hacia la ventana. No había nadie junto al telar.
¿No vendría esta noche? Se preguntó ¿Ni siquiera eso ha de regalarme esta niña?
Cuando se espera algo con deseo los minutos se aletargan, pero más lo hacen cuando lo deseado es traído por la incertidumbre, pensó.
Duró su preocupación hasta el momento en que Juana apareció, con toda su belleza a cuestas, para tejer y cantar.
El joven quería hablarle, quería contarle acerca de él, pero solo atinaba a guarecerse entre las sombras. Largo rato estuvo disfrutando en la ventana. Cuando la muchacha se retiró, a Alonso todavía le quedaba bastante tiempo de desvelo hasta que se durmiese.
En el día siguiente todo se repitió, casi exactamente, como en el anterior. Por la mañana, mientras desayunaban, el mudo trataba de disimular que tenía la vista clavada en la muchacha, quien lo ignoraba y, de tanto en tanto, intercambiaba alguna sonrisa con su amigo. Por el resto de ella y la tarde, ambos muchachos trabajaban en los libros y, por la noche, Alonso depositaba su corazón sobre la ventana, para que Juana acrecentara su involuntario dominio sobre él.
Tres días transcurrieron sin grandes variantes en estas situaciones. Todo era igual, salvo un creciente enojo hacia Guillermo y Juana, que el muchacho iba cultivando, debido a los frecuentes intercambios de sonrisas cómplices de ambos. Se que no es justo, pensaba el mudo, pero que sabe el amor de justicia. Le hacía mal.
Al séptimo día de la llegada de Alonso a Toledo, los jóvenes se tomaron un descanso en sus obligaciones hacia fray Gerardo.
El muchacho decidió ir a visitar a Ordoño, quería despejar sus pensamientos y cualquier relato que el monje le hiciera sobre sus aventuras, sería bueno para eso.
Dejó el mesón bastante pasada la media mañana y, bajando por la calle, atravesó el barrio de francos. Unas cuadras más adelante divisó la majestuosa mezquita y, al llegar a ella, tomó por el callejón en donde estaba la casa del monje. El sol ya casi estaba justo arriba suyo.
Luego de dar unos golpes a la puerta vio que una mirada lo observaba a través de un pequeño agujero de la madera, sin embargo, las bisagras no rechinaron hasta después de pasado un minuto.
Ordoño lo recibió con gran alegría, lo invitó a pasar y a que se sentase junto a una gran mesa cuadrada, en el centro de una oscura habitación. Las ventanas estaban cerradas.
- ¿Qué te trae, muchacho?- Dijo el hombretón.- Pensé que te habías olvidado de este viejo monje.-
Alonso negó con la cabeza, miró a su alrededor y mediante señas le preguntó si vivía solo en la casa.
- Vivo solo.- Dijo Ordoño.- Mi misión en Toledo así lo amerita, algún día te haré saber sobre ella.- Y a continuación agregó:
- ¿Quieres acompañarme a comer? Ya está listo el almuerzo.-
El joven asintió con la cabeza, el monje se puso de pie y de una negra olla que humeaba sobre las llamas, rescató unos trozos de liebre y unas verduras.
Ambos hombres comieron hasta saciarse y, a pesar de ello, sobró una gran cantidad de comida.
¿Estará esperando a alguien? Se preguntó el joven. Pero nadie mas fue a la casa durante el tiempo que pasó allí.
- ¿Has tenido noticias de ese abanderado de los malos hombres de Tiago?- Interrogó Ordoño.
Alonso meneó la cabeza en negación y un leve gesto de tristeza intentó transfigurarle un poco la cara. Ya casi nunca lo recordaba.
El monje contó numerosas historias al muchacho, las cuales lo alejaron, momentáneamente, de sus padecimientos. Cuando ya casi consideró que era la hora de partir, le dijo:
- Muchacho, me tienes preocupado. Desde que llegaste me he dado cuenta que algo en tu interior no está bien, se te ve abatido y triste ¿Qué te ocurre?-
Alonso sacudió su cabeza y se encogió de hombros como diciendo: nada.
- ¿Tienes algún secreto que contarme?- Volvió a interrogar el monje.
El joven negó nuevamente.
- Sabes que puedes confiar en mí ¿Quieres contarme?- Insistió Ordoño.
Alonso, algo incomodo, volvió a darle entender a esta, y un par de insistencias más, que no tenía nada que contar.
- Bueno, ya veremos.- Dijo por último el hombretón.
El muchacho se puso de pie y, haciendo gestos de agradecimiento hacia el monje, comenzó a retirarse. Este lo acompañó hasta la puerta y mientras Alonso se alejaba, le dijo:
- ¡Vuelve a verme!-
Luego de dejar la casa del monje, Alonso pensó que le haría bien recorrer la ciudad, para intentar acomodar sus ideas y sus sentimientos. No debería sentir enojo alguno hacia Guillermo y Juana, si su amigo la amaba, sería injusto también que la muchacha fuera suya, pero era evidente que algo sucedía entre ellos, y no podía evitar que eso lo enojara.
Quizás debería simular total indiferencia hacia ella. Quizás hacerlo despertaría el interés de Juana hacia él, pensó. Quizás…
No soy avezado en las tácticas y estrategias del amor, se dijo en un silencio total.
Absorto en sus pensamientos llegó hasta las cercanías del castillo de San Cervando sin, ni siquiera, notar la belleza del nuevo observatorio astronómico alfonsí. De vez en cuando lo distraía la rareza de alguna de las gentes con las que se cruzaba; las más de treinta mil personas que poblaban la ciudad, eran de una tan grande variedad de credos y razas, como en ningún lado había visto.
Cuando percibió que la noche se avecinaba, decidió que era tiempo de regresar a su morada. Recorrió las calles por un largo tiempo y, cuando al fin estaba llegando, una súbita visión le empalideció, de golpe y por completo, el corazón.
Alonso vio a Juana que, con sus manos cruzadas por la espalda, estaba parada junto a una pared en la cual apoyaba sus hombros; frente a ella, Guillermo, con el brazo derecho extendido y su mano asentada contra el muro, al lado de la cabeza de la muchacha, entablaba un diálogo con ella, en una situación que demostraba una gran confianza mutua, demasiada para el mudo.
Luego de haberse detenido abruptamente, prosiguió su camino hacia el mesón. Sus sospechas se habían confirmado, pensó. Pasó delante de la pareja y respondió el saludo de su amigo con una fingida sonrisa. Entró en el edificio y se dirigió directamente hacia su habitación. Se tendió sobre el catre mirando al techo. Su corazón estaba destrozado.
Estuvo así mucho tiempo, solo se levantó cuando Guillermo llamó a su puerta, para avisarle que era lo hora de comer, le hizo entender que no se sentía bien y que se quedaría en su cuarto.
Ainssss cuéntame más,mañana volveré a leerlo,ahora lo he devorado a pesar del inmenso sueño no he podido parar hasta el final,mañana más despacio,más despierta y con un poco de suerte…el VII.
ResponderEliminarBuenas noches y un besillo Gambetas
Gracias, gracias, gracias, Medea! Me alegra encontrarte aquí.
ResponderEliminarNunca habia escrito nada, estoy empezando el VII, pero tuve que cambiar algunos hábitos para eso.
Gracias!
Apreciado amigo Gambetas, llegué ayer noche desde las Eólicas, mi cabeza todavía está en los volcanes y mi cuerpo de bambolea al ritmo fuerte de las olas, navegando. Sin embargo enseguida he querido leerte tres capítulos seguidos y declaro que me atrapas con tu relato, siento cariño por la ingenuidad del Alonso enamorado, simpatía por el enigmático fraile de Calatrava, por el posadero y su bella hija, por Guillermo, sorpresa por Tiago...y me envuelve Toledo, me pierdo en sus calles y en la diversidad de sus gentes. Espero el capítulo VII y te felicito por la celeridad con que escribes sin abandonar tu estilo pulcro, detallado, amable e intrigante, sumergiéndome en la atmósfera medieval y en los paisajes. Lo de cambiar de hábitos sucede al adentrarse en la escritura que nos impone nuevos retos como si mandara sobre nosotros como si quisiera dictarnos en el cerebro, incluso parece que los personajes cobran vida, protestan, empujan ¿te sucede? Un abrazo cariñoso.
ResponderEliminarMira que te dije que no hicieras sufrir a mi niño Alonso, que ya es mi niño, tengo esa mania de adoptar a los personajes, que te lo diga la Diosa Gatuna que su Quinto ya es mio, jeje, Diosa, bien venida a los cibermundos, mareadita y todo se te quiere un mar, jajaja.
ResponderEliminarLe pones alma a los personajes y eso me gusta mucho, si me duele como a Alonso ver a Guillermo coquetear con Juana!!!, sigue siendo rápida la lectura, amena, fulminante, no pares, si no quieres que me enfade, que me has hecho sufrir esperando el VI, jajaja, miles de besosssssssssss.
Natalí, gracias por tus comentarios. Como para no tener la cabeza en los volcanes y en el mar ¡Qué lugar hermoso visitaste! No sabía que eran las eólicas y las acabo de googlear. Tienes razón, lo tengo a Alonso y Cia. dentor de mi cabeza exigiendo libertad.
ResponderEliminarSusus, que decirte a vos que sos la culpable de todo esto. Como dicen Uds. ¡Aiss! ¿Qué no le haga daño a Alonso? ¡Ais, ais y mas ais! Pobrecito no quiero ni ver lo que le espera.
Besos a todas.