miércoles, 1 de septiembre de 2010
Capítulo V
Ordoño le pidió al muchacho que aguardara un momento antes de proseguir. Se quitó la túnica calatravense y se vistió con una marrón, de largas mangas, que había sacado de su alforja.
Alonso lo miró sorprendido. El monje, adivinando sus pensamientos interrogativos, le dijo:
- Se que puedo confiar en ti, mi corazón me habla muy bien del tuyo. Debo cumplir una secreta misión en la ciudad y es menester que nadie sepa acerca de mi pertenencia a la Orden.-
Al joven le pareció atractivo lo misterioso del asunto ¡Qué excitante debía ser la vida del hombretón! Pensó. Por el contrario, sus días en la escuela iban a resultar, aunque intelectualmente interesantes, bastante monótonos ¡Qué bueno sería estar, aunque sea un poco, al tanto de las aventuras del monje! Se dijo.
- Puedo confiar en ti ¿Verdad?- Preguntó Ordoño, no tanto para saber, sino para generarle el compromiso de guardar el secreto.
El muchacho afirmó firmemente con la cabeza y, acto seguido, ambos retomaron la caminata hacia la ciudad.
El sonido de la corriente de agua del Tajo era cada vez más intenso y el paisaje de la ciudad, erigida en lo alto del peñón, fantástico.
- Me gustaría que, de tanto en tanto, me visites.- Dijo el monje.- Me he encariñado contigo hijo.-
El joven volvió a asentir con la cabeza.
Llegaron al puente, justo cuando comenzaba el anochecer, con luz suficiente para admirar la belleza de la flamante torre en mudéjar y la perfección con la que estaban colocados sus ladrillos.
El acceso a la ciudad era en ascenso, empinado y cansador, pero era el último esfuerzo del viaje y pudieron afrontarlo con las fuerzas extra, que genera la inminencia de la meta. Cruzaron la muralla por la puerta de Bisagras. El hedor amoniacal, proveniente de los detritos de la gente, comenzó a invadir cada vez con más intensidad su olfato. Era un olor nauseabundo. Pronto se acostumbrarían a él.
Se desplazaron por varias calles en las que se cruzaron con una diversidad de personas. La ciudad era un heterogéneo conglomerado de francos, mozárabes, mudéjares, judíos y cristianos, entre otros.
Unas calles mas adelante, a metros de la fachada plagada de arabescos de la mezquita de Bib Mardum, Ordoño detuvo su marcha y le dijo a Alonso:
- ¿Ves aquella casa de las tres ventanas?- Y señaló con su mano hacia el oeste.
El joven asintió
- Allí será mi morada, ven a visitarme cuando quieras o lo necesites.-
Alonso volvió a asentir. Ordoño dio un abrazo al muchacho y, girando hacia su derecha, se alejó por un penumbroso callejón.
El joven prosiguió su camino, por la calle sobre la que venía transitando, con algo de tristeza. Había pasado unos días compartiendo el camino con el monje y sentía por él una respetuosa estima.
Cuando se pierde algo habitual hay un período de tiempo, durante el cual, se nos produce un vacío, hasta que llega otra habitualidad que vuelve a llenarlo, pensó.
Luego de trepar, durante varios minutos por la calle, tan solo iluminada por el leve resplandor de las velas, que se escapaba por las ventanas de las casuchas de pierda y barro, llegó al barrio del pozo amargo, en el que estaba el mesón donde había vivido antes de partir para Arganda. Quería conseguir, nuevamente, alojamiento allí ya que tenía apenas un par de mizcales alfonsíes de oro y unos pocos vellones, que no le alcanzaban para pagar una casa de alquiler.
Al llegar y entrar al lugar, entabló una especie de conversación con el dueño. Este le dijo, disculpándose, que todas las plazas estaban ocupadas y no había lugar para él.
Alonso volvió a la calle, se sentía intrigado acerca de donde habría de alojarse, pero no se desesperó. De pronto recordó a Guillermo de Talavera de la Reina, un compañero de la escuela con el cual había entablado bastante amistad ¿Se lo habrá llevado la peste? Pensó.
Guillermo vivía en uno de los mesones de las candelas, cerca de la iglesia mayor, en la zona donde se encontraban la mayoría de los traductores. Luego de unos cuantos minutos de caminata llegó al lugar. Lo atendió un sonriente hombre, dueño de la posada, acerca del cual sabría más adelante, que se llamaba Ximénez. En la sala de comer, la cual estaba vacía debido a que ya era tarde y la mayoría de la gente dormía. El hombre le preguntó si necesitaba hospedaje.
El joven dijo que si con la cabeza y le hizo comprender su incapacidad para el habla.
- Lo siento por eso, muchacho ¡Bienvenido seas!- Dijo el mesonero.- No nos vendrá mal un poco de silencio.- Añadió.
Expresó esto último de una forma tan graciosa y bienintencionada, que hizo que Alonso no pudiera contener una sonrisa.
- El precio es de un mizcal por mes.- Dijo Ximénez.
El joven aceptó y, ante una invitación del hombre, lo siguió hasta una puerta que daba paso a una estrecha habitación en la que había una cama cubierta de paja. Esta sería su morada. Entregó la moneda al mesonero, lo despidió hasta la mañana, cerró la tosca puerta de madera y, con el cansancio eclipsándole el apetito, se acostó y se quedó, rapidamente, dormido.
Cuando los rayos del sol de la mañana atravesaron las hendijas de las puertitas que cerraban la ventana y se posaron sobre los ojos de Alonso, este despertó. Se sentó por un breve instante en el catre y, luego, se puso de pie. Se sentía excelentemente bien, hacía tiempo que no descansaba al abrigo de un techo y en un lecho más cómodo que el suelo. Las fuerzas habían regresado a su cuerpo y a su alma, ya casi no recordaba a Tiago ni a su traición.
De un pequeño cántaro, que estaba al lado de la puerta, extrajo agua con la concavidad de sus manos y lavó su cara. Luego se secó con un trozo de lienzo, que colgaba de un clavo.
Salió del cuartucho, se dirigió hasta la mesa, ubicada en el centro de la habitación grande, y se sentó en una banca. Había, sobre ella, unos trozos de pan negro de centeno y unos jarros con leche tibia de cabra.
Algunas otras personas estaban sentadas allí. En un extremo, un hombre regordete y de escasa estatura y, frente a él, un joven de piel morena y apariencia mudéjar. Ninguno hablaba.
Alonso no reparó en ellos, el hambre batía su estomago. Tomó una hogaza de pan y la devoró casi al mismo tiempo que bebió el jarro de leche.
De pronto la puerta de una de las habitaciones se abrió lentamente y, ante la alegría del muchacho, detrás de ella apareció la figura de Guillermo. Este también, al descubrir la presencia de su compañero, se alegró. Se acercó apresuradamente hasta Alonso, quien ya se había puesto de pie, y estrecharon sus manos entusiasmadamente.
- ¡Alonso, amigo! ¡Has regresado!- Dijo Guillermo
El mudo movió la cabeza, repetidamente, de arriba hacia abajo, en señal de aceptación y de alegría.
- Tengo tantas cosas para contarte.- Dijo el otro joven -¡Ya ves! No me ha llevado la peste, no fue tan grave como parecía.-
De repente, por la abertura de dintel curvo de la pared que daba a la cocina, apareció una joven muchacha. Alonso dirigió la mirada hacia ella y quedó como petrificado. No tendría mucho más de veinte años. Por debajo del pillote marrón, ceñido a la altura de la cintura, que vestía sobre una saya de lino blanco, se adivinaba un cuerpo elegante, armonioso y agraciado. Su cuello era fino y delicado y su cara desbordada de hermosura. La nariz era pequeña y algo respingada. Su cutis perfecto, terso y blanco, con una leve tonalidad aceitunada. Sus labios eran de color rojo intenso y delicadamente carnosos y sus ojos, negros como el azabache, tenían una preciosa forma almendrada, que evidenciaba alguna gota de sangre nazarí en sus venas. Esto último le daba a la muchacha un ligero aire exótico que engrandecía su belleza. Sus cabellos eran largos, lacios y negros.
Alonso sintió un suave estremecimiento al verla y quedó como hipnotizado, con la mirada clavada en ella.
La joven miró también al muchacho y algo eléctrico pareció alterar el aire de la habitación.
El rostro de Alonso poseía, también, una gran belleza; tanta como para que pasara desapercibido el grotesco de la cicatriz de su cuello.
El muchacho nunca había sentido algo igual y tan inmediato por una mujer. No entendía que era lo que le sucedía. Deseó poder pronunciar en ese momento “Ediómare metan”, el hechizo de enamoramiento. No le hubiera importado nada decirlo, estaba obnubilado.
La joven se ruborizó y bajó la mirada rapidamente, depositó un jarro con leche frente a Guillermo y se dirigió hacia la puerta por donde había aparecido.
- ¡Pestañea, muchacho! Que se te secarán los ojos y a mí no me sobran pulgas ¡Iavolaires!- Dijo Ximénez, consciente de la belleza de su hija, al tiempo que aparecía por la misma puerta por donde se retiraba la joven la cual, al pasar junto al mesonero, le dio un pellizco en un costado de la cintura.
Alonso, volviendo en si, sintió calor en sus mejillas y bajó también la vista.
Ximénez, ingresó nuevamente en la cocina y largó una alegre carcajada.
- ¿Has visto que bella es?- Dijo Guillermo en voz baja, mientras acababa su jarro de leche.
Una vez terminado el alimento, el talavero se puso de pie.
- ¡Vamos, acompáñame!- Ordenó y, tomando a Alonso del brazo, lo sacó del lugar y lo llevó a la calle.
- Te llevaré con Fray Gerardo, el te podrá brindar su mecenazgo. Tiene muchos libros para traducir y tú ya eres bueno en eso, podrás ganarte varias monedas para tu sustento.-
Alonso acompañó a Guillermo sin saber por donde iban. Todos sus pensamientos giraban en torno a la imagen de la muchacha. Sentía un cosquilleo en el estómago.
- Fray Gerardo es muy generoso. Decía su amigo. -Fray Gerardo tien…-
No pudo concluir la frase, Alonso llamó su atención con un suave golpe, con el codo, contra su estómago.
- ¿Qué sucede?- Dijo Guillermo.
El mudo hizo unos movimientos con las manos, las cuales parecían dibujar una silueta de mujer en el aire.
- ¡Sí!- Dijo el joven.- Te decía: Fray Gerar…-
Alonso asestó otro golpe, pero esta vez mas fuerte, con la palma de su mano sobre el hombro de su amigo y volvió a dibujar la silueta en el aire pero, ahora, con un gesto imperativo.
- ¡Ya se, ya se! Quieres que te hable de la hija de Ximénez.- Dijo Guillermo riéndose.
El mudo también rió y asintió con la cabeza.
- Se llama Juana, tiene veintidós años, vive en el cuarto contiguo al de su padre. Su madre murió hace algunos años y ella tomó su lugar en las labores. Es muy trabajadora y educada. Un poco tímida y callada pero muy inteligente. Si te le acercas un poco podrás sentir que huele a azahar. No tengo mucho más que contarte sobre ella, por las noches, cuando está cálido y terminó todas las tareas, sale al fondo del mesón y, a la luz de la luna, se entretiene con su telar.- Culminó Guillermo.
Alonso inspiró profundamente y expiró el aire con más fuerza que la habitual. Eso, en otra persona, habría sido un suspiro.
Durante la entrevista con Fray Gerardo en la que este, aceptando al muchacho y encomendándoles la traducción de unos textos, los cuales les entregó, y conviniendo el precio a pagar por el trabajo terminado, Alonso estaba en un limbo que pasó inadvertido para el clérigo, debido a la incapacidad para el habla del muchacho.
Luego del encuentro con el sacerdote, los jóvenes se dirigieron hacia al scriptorum catedralicio, para comenzar el trabajo encomendado.
A pesar de haber pasado muchas horas allí dentro, los avances de Alonso en la traducción, fueron escasos. Tenía una sola idea en la cabeza, Juana.
Cuando había pasado ya más de media tarde Guillermo, luego de cerrar sus libros, se restregó sus ojos y dijo:
- ¿Vamos?-
Alonso cerró y guardó los suyos, se puso de pie y se dirigió a la puerta, tan rapidamente, que Guillermo, detrás de él, tuvo que decirle:
- ¡Espérame! Ella no se irá de allí.-
Había comprendido lo que sucedía con su amigo.
Cuando al fin caminaron a la par se dirigieron, calle abajo, hacia el mesón. Los pasos del mudo eran tan largos y rápidos que, de tanto en tanto, Guillermo debía frenarlos un poco.
Estaban casi llegando cuando Alonso vio algo que hizo que se detuviese repentinamente y se le helara la sangre. En la puerta un joven abrazaba a Juana, con cariño, al tiempo que se despedía.
Sintió un sabor amargo en la garganta ¿Tan pronto le llegaba una nueva decepción? ¡Y tan intensa! ¿El corazón de la muchacha ya tenía destinatario? Se preguntó.
Guillermo, advirtiendo lo que sucedía, le dijo al oído:
- Ese es su hermano Bernardo, parte hacia Cáceres. Tiene, también, una posada allí, viene con muy poca frecuencia. A Juana nunca, hombre alguno, la visita.-
Alonso lentamente se fue recuperando. Contempló embelesado a la joven ingresando al mesón. Luego lo hicieron ellos y se dirigieron cada uno a su habitación para dejar sus cosas. Se reencontrarían en la mesa, era casi la hora de la cena.
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Ahora te esperas que tengo que releerlo, por cierto, preciosa imágen la del libro, ahora vuelvo...
ResponderEliminarComo me gustan ciertos pensamientos, creo que algunas frases las voy a ir guardando en el baúl de mis tesoros, esta me la llevo junto con la de la amistad:
ResponderEliminar"Cuando se pierde algo habitual hay un período de tiempo, durante el cual, se nos produce un vacío, hasta que llega otra habitualidad que vuelve a llenarlo, pensó."
Por fin historia de amor, y vaya, también se te da bien este registro, no dejas de sorprenderme, un flechazo!!!, que bonito, si hasta yo siento mariposas en el estómago.
Ahora te mando el privado, y ya puedes ir colgando el VI, que estás tardando, o lo has colgado mientras estaba leyendo?, jajaja, compi, esto está cada vez más interesante, ahora se porqué andabas tan romántico, deja respirar a Eli, que ya casi me da penita, jajajaja, naaaaaa, solo es envidia sana, miles de besos
Muy bien, ahora esta perfecto!!!,da gusto leerte compi, y mi VI?, no me seas tramposo!!!, ni beso ni "na", hasta que no lo cuelgues, jum!!!
ResponderEliminarGracias por todo Susus. El VI está mitad escrito y la otra mitad me está golpeando la salida de emergencia del cerebro y yo acá, sin poder hacer un alto en el trabajo.
ResponderEliminarBesos
¡¡Genial Gambetas!!me capturaste desde el principio con esta historia, aunque ando un poco apretada de tiempo tenía ganas de sentarme a leer este V, lo vi ayer pero quise guardármelo para hoy a la espera de estar menos cansada y oh,oh,oh sorpresa tengo también el VI y a el voy,gracias por esta entrega,por las anteriores y por las que vengan, de verdad es un sumo gusto leerte.
ResponderEliminarMil besos mil.