viernes, 10 de septiembre de 2010
Capitulo VII
Era ya la mañana y Alonso no se había despertado aún. Guillermo golpeaba a su puerta pero el muchacho no aparecía. El talavero decidió, por fin, entrar al cuarto para ver que le sucedía. El mudo dormía profundamente, lo tomó del brazo y lo zamarreó al tiempo que decía:
- ¡Alonso, Alonso! ¡Despierta holgazán! Debemos irnos o fray Gerardo nos escatimará la paga.-
El muchacho logró abrir, con dificultad, sus ojos. No había podido dormir en toda la noche y, cuando por fin pudo hacerlo, ya estaba amaneciendo. Hizo una seña con su mano para indicarle a su amigo que lo aguardara un instante. Se puso de pie y, algo tambaleante, se acercó a la palangana y se echó agua en la cara. Eso lo despabiló un poco. Ambos salieron al comedor y se alimentaron. Alonso estaba tan aturdido que no le prestaba mucha atención a Juana, pero en el momento en que ella estaba retirando los jarros vacíos, levantó su cabeza y dirigió una mirada escudriñadora al muchacho, este enfocó brevemente sus ojos hacia ella y bajó la vista.
¡Me ha prestado atención! Se dijo ¡Me ha mirado!
Esta nueva situación le dio un influjo de renovada energía, que ayudó al joven a ponerse de pie y, junto con su amigo, emprender el viaje hacia el scriptorium del cenobio.
Durante la andadura a través de la sinuosidad de las empedradas calles, al ver que Alonso no estaba muy receptivo hacia sus comentarios, Guillermo casi no habló.
Llegaron a la catedral y comenzaron su labor. El argandeño no avanzó mucho en la traducción. Como tenía mas habilidad para ello que su amigo, siempre debía esperarlo para que este concluyera el texto en romance, que él pasaría al latín. Pero eso, en esa mañana no sucedía, lo que a Guillermo alegró, no debería esmerarse mucho con la velocidad.
Durante el mediodía comieron algo en el comedor, con fray Gerardo que los interrogaba acerca de los avances en el trabajo. Solo Guillermo le contestaba.
Cuando volvieron al scriptorium el talavero le dijo:
- Te encuentras muy cansado, amigo ¿Por qué no duermes una siesta? No voy avanzar tanto como para que se te acumule demasiado trabajo.-
Alonso asintió con la cabeza. Sentado en su silla, cruzó sus manos sobre la mesa y en ellas apoyó la frente. En muy poco tiempo se quedó tan profundamente dormido como debió haberlo hecho la noche anterior. Guillermo, para no molestarlo, permutando “zakat” por “limosna” e “ism al azam” por “nombre inmenso”, trabajaba lentamente.
En la profundidad de su inconsciente el joven comenzó a soñar. Como ocurre en el azar del territorio onírico todo es perfecto o terrible; al muchacho le tocó lo primero.
Se vio caminando por el comedor del mesón, que no era como en realidad él lo conocía, e introduciéndose en la habitación de Juana. En ella la joven dormía tendida boca arriba, dibujando cerros y valles con la perfección de su figura. Alonso se dirigía hacia ella, le susurraba al oído “Ediómare metam” y la muchacha parecía estremecerse ante el hechizo, pero aun continuaba dormida. El joven posaba sus labios suavemente sobre los de ella y sentía una mezcla de cosquilleo y sabor dulce en ellos. Luego Juana, abriendo sus luminosos ojos negros, lo miraba y le decía “Te amo”.
Guillermo observaba la cara del dormido Alonso que, de tanto en tanto, mostraba una sonrisa. ¿Qué estará soñando este buen muchacho? Se preguntó.
Dos horas y algún resto más estuvo el joven en ese profundo sopor hasta que, en un momento, abrió los ojos y estiró sus miembros lanzando un callado bostezo. Estaba en ese efímero limbo en el que los sueños confraternizan con la realidad. No se sentía mal.
- ¡Bien amigo! Si hay que dormir es mejor dormir en serio.- Dijo Guillermo sonriendo.
Alonso sonrió todo lo que pudo, deseaba seguir soñando.
Cuando los sueños son dignos, es imposible no desear querer vivir despierto en ellos, pensó.
- Mira mi trabajo, dijo el talavero, no he avanzado mucho en ellos, me cuesta este jodido árabe. Me podrás alcanzar si te esmeras.-
Alonso asintió con la cabeza, se dirigió hacia la fuente que se encontraba en el patio, para refrescarse un poco con agua y, cuando regresó, mucho más despabilado prosiguió con la labor que le correspondía; trocaba “guerra” por “bellum” y “amado” por “amatus”.
Trabajaron en silencio, hasta que la tarde comenzó a terminar.
- Es hora de irnos.- Dijo Guillermo
Es tiempo de que vayas a reunirte con tu Juana, pensó Alonso en la sinrazón que le generaban los celos, y asintió con la cabeza.
Partieron calle abajo desandando el empedrado. El muchacho se debatía en sentimientos de remordimiento. No estaba bien sentirse enfadado con su amigo, no hacía nada malo ¿Cómo evitar sentirse así? Pensaba.
Unas curvas mas adelante, entre paredes de piedras pardas, Alonso hizo las paces consigo y con su amigo. Extendió su brazo y palmeó a este en la espalda, en señal de aprecio.
- ¿Qué ocurre, hombre?- Dijo Guillermo -¿Tengo una araña en mi espalda?-
Alonso sonrió, bajó la mirada y prosiguió caminando frenándole los pasos a la descendiente pendiente. Entonces el talavero dijo:
- Una cosa debes saber, aunque prometí silencio también me he prometido hacer el bien y, sucede en este caso, que una de estas se contrapone con la otra.-
Alonso sintió un disimulado escalofrío, su amigo estaba por contarle de la relación entre él y Juana. Eso sería el fin, luego de esa declaratoria cualquier intento suyo de conquistar a la muchacha, sería un atroz acto de traición a la amistad.
- He de hacerte una pregunta si me dejas. Dijo Guillermo
El muchacho expresó, moviendo su cabeza, que le concedía el permiso.
- Alonso, amigo.- Dijo el talavero -¿Qué le has hecho a la hija de Ximénez?-
El mudo miró a su compañero con cara de no entender a que se refería. Nada había hecho él con Juana, más que amarla.
- ¿Le has hechizado?- Preguntó Guillermo
El muchacho sintió un estupor, volvió a mirarlo sin volver a entender ¿Estaba su amigo bromeando? Se interrogó ¿Sabría el secreto de la existencia de los hechizos?
- No pierde ocasión, cada vez que puede, de hacerme preguntas acerca de ti, que ¿De dónde eres? ¿Qué haces? Si tienes algún amor ¿Dónde has estado? ¿Cómo es tu vida? Me tiene fatigado con sus preguntas ¿Qué le has hecho? Amigo mío.- Preguntó riéndose.
Alonso no cabía en su asombro ante lo que estaba escuchando, aunque dudaba un poco que fuera cierto, para no alimentar la semilla de una decepción, se le dibujó en su cara una inocultable sonrisa ruborizada y se encogió de hombros.
- Luego me ha contado que le avergüenza mirarte, que no quiere que te enteres lo que tú le provocas, que teme que no le correspondas. Es orgullosa la niña.- Dijo Guillermo.- Y muy linda por cierto.-
El muchacho volvió a encogerse de hombres, se sentía navegando sobre el empedrado. Caminaba con un aire de cierta soberbia, sentía que tenía ahora el dominio sobre la situación.
Ah, tonto orgullo de hombres, siempre anhelando el poder, pensó Guillermo.
- ¡Qué no te hagas el tonto!- Le dijo el amigo.- Esa muchacha está loca por ti y tu estás perdido por ella ¡Anda!- Y al tiempo le daba un puñetazo a la altura del húmero-
¡No te hagas el desentendido, debes hacer algo! Y yo te voy a ayudar.-
A Alonso lo invadía una alegría como pocas veces había sentido, casi le da un abrazo a su amigo. Las palabras de este le generaban tal placer que opacaban, por mucho, el dolor que sentía en su brazo por el golpe, pero ese sentimiento en un momento fue mitigado por una pregunta, fruto de su realidad ¿Qué haría para declararse?
Miro a su compañero y colocó las palmas de sus manos hacia arriba, acercándolas y alejándolas reiteradamente hacia su mentón, para preguntarle ¿Qué hago?
- ¡Vaya!- Dijo Guillermo -¿Nunca has seducido a una mujer? Dile, dile…-
El talavero bajó la vista y continuó:
- Perdona amigo, ya vamos a encontrar una forma, te he dicho que te ayudaré.-
Alonso, a pesar de su éxtasis, sintió un poco de remordimiento por los feos pensamientos, hacia su compañero y la niña, que lo habían ocupado horas atrás.
Inconscientemente cada vez alargaba más sus pasos y aumentaba la velocidad, como un potro que vuelve hacia su corral, se sentía despierto viviendo un sueño.
- ¡So, so!- Le decía Guillermo entre risas.- Que ella va a estar esperando allí.-
Doblaron la última curva de la calle en su camino al mesón y este apareció ante ellos.
Ingresaron en él ejecutando la rutina diaria, al rato estaban sentados a la mesa. Luego apareció Hamed, desde su habitación y por último, desde la calle, el joven alto y con cara familiar para Alonso.
Ximénez lo hizo desde la cocina, con una fuente de comida, diciendo burlonamente:
- ¿A ver como está, esta noche, el apetito de las señoras? ¡Iavolaires!-
La forma de decir las ofensas, que tenía el mesonero, las transformaba en graciosas bromas.
Depositó los alimentos sobre la mesa, varios de ellos eran truchas y barbos del tajo, y se retiró de la sala. Todos comían como si fuera el último de los días.
Alonso se sentía nerviosamente feliz, comió rapidamente y, de la misma manera, se retiró a su habitación. Tanto fue así, que Ximénez no tuvo tiempo de decir algo gracioso al respecto. Guillermo lo observó en su partida, con una sonrisa cómplice.
El muchacho entró en su habitación y apoyó sus codos en el marco de la ventana, la noche estaba casi madura.
Pasó largos minutos contemplando la geometría que las estrellas desplegaban en el cielo. Triángulos, cuadrados y polígonos hechos por ellas; podían unírselas de diferentes maneras y todas dibujaban algo en la mente de Alonso, y todos esos dibujos deseaba compartirlos con la muchacha.
Juana no aparecía ¿No vendrá esta noche? ¿Habrá terminado la clámide? Se preguntaba ¿Tendré que esperar al sueño que no me llega para verla?
“Ediómare metam” se repetía tontamente.
Desde el comienzo de su espera, la luna había volado hacia arriba lo suficiente como para hacerle apretar los pliegues posteriores de su cuello para verla.
¡No vendrá! Se dijo.
De repente, Juana apareció sorpresivamente junto a la ventana y dijo:
- ¡Buuuuuuh!-
Alonso retrocedió tres pasos y cayó sentado sobre el catre. La muchacha estalló en carcajadas. El joven, por un instante, la miró con gran enojo.
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!Gambetas! que gran alegría, los sueños convertidos en realidad. Alonso se lo merece, es la ingenuidad en persona y ahora, con o sin embrujo, embruja a la bella Juana, es guapo el muchacho según dices, un encanto, y ella una diosa jovencita. !Ah! el amor.
ResponderEliminarCuanta felicidad en este capítulo tierno y puntilloso en la descripción de los sentimientos, a veces contradictorios. Doble prémio para el mudito, ahora tiene en Guillermo, no un rival, un cómplice, gran tesoro la amistad.
En los ojos se reflejan las estrellas y el amor se delata, sin palabras.
Traductor, ¿¿traidor?? Noo, Alonso traduce del latín con habilidad, en los posos de la mesa puede escribir la palabra AMO,AB IMO PECTORE...amo con todo mi corazón, y así ir conjugando todo el verbo amar, pero con caricias.
Una delicia, espero el VIII, sin prisas escribe, amigo.
Una cosa me intriga ¿quién será el espigado jovencito al cual Alonso le recuerda alguien sin concretar? Bsitooos.
Sigo tu relato y me tiene asi como un poquito ansiosa... no digo más porque luego me tildan de "exagerada"... estas hecho todo un escritor con trabajo de investigación inclusive... Felicitaciones!!!
ResponderEliminarBesos
Jeje, no quería yo decirte que sabía que no le harías eso a mi niño Alonso, jajaja, ya sospechaba yo que su amigo la conquistaba para él, aisssssss, no te he dicho que no puedo permitirme estar blandita, aigggggg, mejor me voy, jajajjaa
ResponderEliminarJeje¡¡Qué bueno que en este séptimo triunfe el amor!! Ya le tocaba al pobre Alonso,¡¡Por Dios!! deja que le dure ahora que se ve correspondido, por otro lado el resentimiento hacia su amigo era lógico, pero mira como antes de saber lo que su amigo iba a decirle, le palmeo la espalda porque NO se encontraba bien sintiendo así. En el amor… ¿todo vale? mi opinión personal es que no, creo en la honestidad que hace que uno se sienta bien con uno mismo, aunque ese resquemor sea lógico y humano y aunque tenga nombre de hechicera… jeje, es mejor que los sentimientos afloren y sean sinceros.
ResponderEliminarUn besito a la espera del VIII