miércoles, 10 de agosto de 2011
Convocatoria literaria: Este jueves ... a la playa
Al mar le tomó toda la noche, con la ayuda del chaleco salvavidas que él vestía, llevarlo a la playa. Lo depositó suavemente sobre la arena, boca arriba, dejándolo sometido al caprichoso vaivén de las olas, y comenzó a retirarse, porque si bien aparentaba ser impredecible, nunca dejaba de respetar los horarios de las mareas.
Cuando el joven pudo recuperar la consciencia, un fuerte dolor en la pierna derecha, le impidió recordar las causas por las que se encontraba allí y así. Logró erguir, dificultosamente, su torso y sentarse. Una delgada capa de agua por momentos lo rodeaba, para luego abandonarlo al retirarse hacia su seno, en una acción que se repetía una y otra vez.
Al cabo de unos minutos, Roberto pudo reconocer el lugar, era la isla abandonada a la que muchas veces su padre lo había llevado de paseo en el velero. Esta vez había zarpado hacia allí solo y sin avisarle a nadie. Tonta decisión.
Intentó ponerse de pie pero el dolor de su pierna se intensificó, por lo que no lo pudo hacer. Aunque estaba solo y lastimado en el medio de una playa desierta, no se desesperó, tenía mucha confianza en sí mismo y se sentía seguro de que encontraría una solución a la situación.
Recorrió con su mirada todo lo que a su alrededor estaba y vio varios restos de su velero esparcidos por el lugar. Esto aclaró sus pensamientos y pudo recordar lo sucedido: el impacto de la nave contra el arrecife y su posterior naufragio.
De pronto la suerte pareció ponerse de su lado, a poca distancia de él, meciéndose sobre el final de las olas, divisó su teléfono móvil. Era un aparato diseñado para la náutica, por lo que las posibilidades de que funcionara eran muchas.
Se arrastró como pudo y llegó hasta él, lo tomó, sacudió un poco la arena que tenía y observó su pantalla. Estaba encendido y mostraba dos líneas de señal. Eso era suficiente, estaba salvado, pensó. Buscó en el directorio el número de su padre, ya nadie recuerda ninguno de memoria, y lo llamó. Curiosamente, en lugar de la callosa voz de Don Larrea, le respondió una de mujer, clara y bien impostada:
- La línea con la que intentas comunicarte no corresponde a un abonado en servicio.
¿Qué hice mal? Se preguntó, si siempre llamo de esta manera. Volvió a intentarlo pero escuchó el mismo mensaje.
Llamaré a Lucía, se dijo, creyendo que esto cambiaría algo. Aunque no hubiera querido alarmar a su novia, era la segunda opción válida, según su criterio, para utilizar.
- La línea con la que intentas comunicarte no corresponde a un abonado en servicio. Volvió a escuchar.
- ¡Mierda! Dijo en voz alta ¿Qué le pasa a este aparato?
Probó llamar a varios números más, obteniendo el mismo resultado.
- ¡Mierrrrrdaaaaaa! Gritó en soledad y con desesperación.
Sin darse por vencido hizo otra prueba, llamó al *611, un número de servicio.
La misma voz que lo había enfadado anteriormente, ahora le brindaba un mensaje esperanzador:
- ¡Bienvenido al servicio de atención al cliente!
Para informar sobre un pago ya efectuado presione “1”.
- ¡No, no! Dijo hablándole tontamente al aparato.
- Para conocer el importe de su factura presione “2”. Continuó, indiferente a sus súplicas, la grabación.
Para consultas técnicas presione “3”.
- ¡Daaaale! Le dijo
- Para informar un robo o extravío presione “4”
Para hablar con uno de nuestros operadores presione “5”.
Ahora si, pensó, y eligió la última opción. Esperó lo más pacientemente que pudo escuchando una música latosa, hasta que finalmente alguien le habló:
- Nuestros representantes se encuentran ocupados, aguarde un instante y será atendido.
Sintió el impulso de arrojar el aparato lejos, pero se contuvo, quizás fuera lo único que lo podría ayudar a que lo rescatasen. Tras dos o tres aclaraciones similares, del audífono salió una voz en vivo:
- Buenos días, mi nombre es Florencia ¿En qué puedo ayudarle?
El muchacho pensó un instante acerca de lo que iba a decir, consciente que este iba a ser uno de los llamados más extraños que la joven recibiría en su trabajo.
- Se que esto es extraño, le dijo, pero es el único número con el que me puedo comunicar. He sufrido un naufragio y me encuentro en la isla Coralitos solo y herido.
- ¿La consulta es acerca de la línea de la que me está hablando? Contestó la operadora.
- No, respondió el alterándose un poco, quiero decir si, no tiene nada que ver eso esto es un llamado de…
- ¿A nombre de quién se encuentra la línea? Interrumpió ella.
- ¡No importa! Respondió él. He sufrido un naufragio, necesito solo que lo comuniques a alguna autoridad.
- Si no me dice quien es el titular de la línea no puedo tomar su reclamo, señor.
A punto estuvo de contestarle con un improperio pero logró contenerse, respiró profundamente y contestó:
- Roberto Larrea.
- ¿Me puede decir su fecha de nacimiento? Interrogó la muchacha.
- 21 de Marzo de 1985. Respondió él resignado.
- Perfecto, señor ¿En qué puedo ayudarlo? Dijo Florencia.
- Como te he dicho he sufrido un naufragio, estoy herido y necesito que me rescaten.
- Lo siento señor, no puedo atender ese tipo de reclamos, para eso deberá conectarse con el área técnica.
Esto último lo hizo montar en cólera, totalmente exaltado le gritó a la atenta operadora:
- ¿Es qué no entiendes? ¡Es una llamada de socorro! Solo tienes que avisarle a alguien que hay un naufrago en la isla Coralitos y ya.
- Lo siento señor, deberá marcar *611 opción “3”.
El muchacho le lanzó el insulto más prolongado y mejor entonado que haya dicho en su vida. Colgó y volvió a intentar el llamado nuevamente.
Las respuestas que le había dado Florencia resultarían ser similares a las que le darían Facundo, Ramiro, Lucrecia, Esteban y Marisa.
En el mundo moderno uno pasa cada vez más tiempo hablando con procedimientos que con personas.
La guardia costera lo encontró, muerto en la playa, quince días más tarde. Juntó a él, paradójicamente, el móvil reproducía el inconfundible Nokia tune y en su pantalla, aunque cubierta con algo de arena, se podía leer la palabra “Papá”.
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Excelente manera de meternos en la tragedia en que se vio metido tu personaje, muerto no por el mar de agua salada, sino por el de las incomunicaciones actuales que existen -sin dudas- pese a la lata gama de tecnología que nos bombardea.
ResponderEliminarUn abrazo.
Genial, amigo. Me he reído un montón mientras leía. Yo odio hablar con esas "máquinas". Incluso cuando te atiende alguien, también tiene voz de máquina, y...el encefalograma plano, claro.
ResponderEliminarGran imaginación y una manera muy amena y devertida de contarlo. Bravo!.
Besitos
digamos, gambetas, ah, y hola de nuevo, que el inicio me encantaba...hablaba, tenía vida la mar por sobre el naúfrago..pero..pero adquirió vida este, si vida se le puede llamar a su situación...considero que el giro que le das a la historioa es más que sorprendente, es muy, muy bueno, pues el celular, el teléfono móvil adquiere protagonismo-vida para..joderse, yo creo que el móvil se toma su venganza...más que esa actitud rígida de los gilipollas esos que suelen estar al otro lado de los cellares y que sirven para...¿para qué sirven los telefonistas o las telefonistas que trabajan para telefónica o similares? no lo sé...más que la actutud rígida de estos opeadores, considero que el móvil o sus circunstancias se toma o se toman una venganza en toda la regla...leches, pero si es que parece que no podemos respirar sin tener cerca ese dichoso o bendito aparato..
ResponderEliminarmedio beso, señor gambetas..
p.d.
ah,argentina ganó a españa 4 a uno de casualidad¡¡¡
Estupenda historia la dichosa burocracia del movil y sus incovenientes, y el final barbaro no hubiera sido mejor encender una hoguera y hacer señales de humo.. digo..
ResponderEliminarMe alegro de tu vuelta a los jueveros..
Por cierto cuantos comentarios me has dejado me partia de risa con uno hubiera sido suficiente...lo siento estoy chistosa..
Primavera
Me gusta el relato, había olvidado tu personalidad de escritor tras tanto tiempo sin leerte y antes, tan poco leyendote. Espero sigamos más en contacto.
ResponderEliminarMe gusto el estilo y me gusto el mensaje (no el sms) de la historia.
Abrazo.
Vuelvo por aquí para trasmitirte el comentario de NATALIA, que no puede colgar ella directamente:
ResponderEliminar"GAMBETAS, juro que llevo meses leyéndote, pero imposible comentarte por tema acceso,solo podría hacerlo con identidad URL, recuerdos a Alonso. Cambié el ordenador perdiendo las direcciones de mail !ayyyy!
Me alegra verte de nuevo en plan Juevero, es un placer leerte.
A ese naúfrago desdichado, pobre chico, mejor le hubiera resultado lanzar un mensaje en una botella y montárselo en plan Robinson que pasar por ese calvario de despropósitos crueles a base de aparatos inútiles. Besitooo"
Y de paso, releo el mío y veo que olvidé hacer alusión a esa soledad a la que nos condena el avance electrónico.
Un abrazo.
Gambetas, has reproducido perfectamente lo que sucede todos los días cuando te sucede algo y llamas para pedir ayuda. Te mueres en el intento...
ResponderEliminarUn beso
Ahogado por la impotencia, asi lo llamaria yo. Desesperante intento y estupenda critica al sistema operativo de las compañias de telefono.
ResponderEliminarEl caso es que me has hecho pasar un buen rato nadando entre risas.
Un beso
vida actual y moderna imposible de servir en momentos donde la naturaleza, que todavía es magnifica y grande, corrompe con todo aparato... jamás descuidemos este monstruo natural que a nada teme y todo lo puede...cuando menos lo esperamos. tragedia actual, sincera, honesta. un 10 si se puede...o más...buenisimo el relato! besos
ResponderEliminargenial, genial, genial.... Tu relato merece un 10, ¡tantas veces hems sufrido ese acoso por parte de las compañias telefonicas! Dramatico final.
ResponderEliminarEnhorabuena y feliz vuelta a tu casa de los jueves
Un besazo
Vaya giro que le das a la historia...¿Sabes? He llegado a agobiarme con el dichoso móvil. Jajaja
ResponderEliminar¿Quién no ha sufrido algo parecido con cualquier compañía telefónica...?
Estupendo relato. Me encantó.
Un abrazo.
Maat
Te lo digo con el corazón en un puño: me alegro enormemente de tu regreso a los jueves. Te lo digo con el corazón en un puño: me he quedado con la boca abierta. Primero me puse verde y nerviosa y por último me quedé absolutamente triste.
ResponderEliminarTe lo digo con mucha admiración: tu relato es excelente, nos hace llegar hasta esa orilla y vivir la peripecia hasta el punto final a pura emoción.
Te felicito y te abrazo. De nuevo: bienvenido amigo!
Amigos, les agradezco infinitamente los comentarios. Me alegra estar nuevamente enriqueciendome entre ustedes.
ResponderEliminarHola amigo, dos cuestiones:
ResponderEliminar1. Ceci me dice que no te puede comentar, aunque lo intentaba.
2. Supongo que ya lo sabes, la semana próxima convoca Gus, vuelto de su retiro, a trevés de su nuevo blog http://www.gratisblog.com/gustavocalleja
Un abrazo.