domingo, 28 de agosto de 2011
Capítulo LIV
La joven corrió inmediatamente hacia él y, abrazándolo, besó repetidamente casi toda la superficie de su cara, Alonso solamente atinó a expresar lo mismo que ella estaba sintiendo, quedándose inmóvil y derramando esa alegría, en cada una de las lágrimas que vertía.
- ¡Mi amor! ¡Mi amor! Repetía ella emocionada.
Él contrajo su abrazo casi hasta el punto de hacerle daño. Se miraron por un instante a los ojos, con incredulidad, y se besaron apasionadamente, intentando comenzar a recuperar los besos que no se habían dado, durante el tiempo que estuvieron distanciados. Sus piernas se aflojaron, pero ellos se empeñaron en permanecer de pie y lo lograron.
Ximénez apareció desde dentro de la casa y lo vio.
- ¡Muchacho! ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¡Iavolaires!- Dijo acercándose hacia ellos.
¡Iavolaires! Deseó gritar Alonso, pero se contuvo. Demasiada era la emoción del reencuentro como para sumarle, de golpe, la noticia de que poseía habla.
El hombre lo estrechó en un fuerte abrazo, como quien lo haría con un hijo recuperado.
- Ven a la cocina, hay tanto que contarnos.- Le dijo la muchacha, tomándolo del brazo.
Aturdido por la intensidad de la situación, sin que él se diera cuenta, le sirvieron comida, su aspecto demostraba que la necesitaba, y sin pensar en lo que hacía, devoró todo aquello comestible que a su alcance le pusieron. Ximénez y su hijo Bernardo, sonrieron ante esa escena.
Juana lo acribillaba con preguntas que el argandeño, por tener la boca llena y por fingir que aún seguía siendo mudo, no respondía.
- ¿Dónde has estado? ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo nos hallaste?- Fueron algunas de ellas.
Solamente sobre una de estas, mediante el gesto que Alonso hizo como respuesta, le brindó a los presentes la certeza de lo que había sucedido.
- Dónde está el espigado?- Preguntó la muchacha.
La tristeza invadió la habitación.
Siguieron, poco después, con la conversación aunque más calmados. Los hombres de la casa comenzaron a realizar los preparativos para la cena, algunos de los huéspedes llegarían al comedor en cualquier momento. Alonso tomó a su niña del brazo y la invitó a caminar a algún lugar que les pudiera ofrecer intimidad.
- Debo contarte todo.- Dijo ella mientras lo guiaba hacia el fondo del terreno que rodeaba la casa.
- Debo decirte…- Intentó proseguir Juana pero el muchacho la interrumpió posándole su dedo índice sobre sus labios.
- Juana.- Le dijo él casi susurrando.
- ¿Qué..?- Intentó responder ella, truncando su frase voluntariamente.
- Juana.- Repitió él.- ¡Mi Juana!-
La joven, como petrificada, clavó su mirada en los ojos de él, con incredulidad, con sorpresa, con alegría y con lágrimas.
- ¿Pue… puedes hablar?- Logró preguntar.
Alonso, llorando de alegría también, le respondió:
- Si, te contaré.-
Se sentaron sobre un grueso tronco caído y hablaron. Ya estaba recién comenzada la noche cuando iniciaron la conversación; el final de ella, los encontraría casi al iniciarse el nuevo amanecer.
Alonso le contó todo lo que había vivido en sus viajes; le habló de Tiago y su hechizo que le devolvió el habla, de Flair y su maldad. De Aurora, Manuel y de su amor. Esa fue la parte de la historia que más le gustó a la muchacha, quien deseó conocer a la pareja.
El joven no dejó detalle sin contar. Ella, por momentos, con incredulidad y alegría, tomaba consciencia de la novedad y disfrutaba de la voz de su hombre. Alonso le habló, también, sobre la desgracia sucedida cerca de la torre de Don Pero Xil. Pedro el grullo, Simón, la misión, los calatraveños, todo estuvo en su largo relato. Cuando el muchacho mencionó a estos últimos, Juana lo interrumpió:
- ¿Cómo eran ellos?-
Alonso describió el aspecto de sus dos últimos atacantes.
- Uno se llamaba Blas.- Concluyó.
- Fueron ellos.- Dijo con pena la muchacha.
- Fueron ellos ¿Qué?- Preguntó él.
Como si hubieran acordado un orden en los relatos, fue ahora Juana la que comenzó a contar lo sucedido durante la ausencia del traductor.
- Pocos días después de que te marcharas con Tiago.- Comenzó su cuento la joven.- Los hombres llegaron a la posada.
- ¿Qué hombres?- Preguntó Alonso.
Juana hizo una pausa mirándolo a los ojos embelezada, aún no terminaba de asimilar que su amado pudiera hablar y que su voz le resultara tan dulce.
- ¿Qué hombres? – Volvió a preguntar el muchacho con impaciencia y enojo.
La niña, sonriendo ante la ofuscación de él, extendió por unos instantes más, a propósito, su silenció. Él le dio un pellizco en el brazo, suave y cómplice.
- ¡Auch!- Dijo exagerando la niña.
- ¡Anda, continúa!- Ordenó él.
Retomando la seriedad en su relato, ella siguió:
- Los hombres que describiste, los que te atacaron. Llegaron de noche, negociaron su estadía con mi padre y luego entraron a la posada. Durante la cena hicieron algo que a todos nos generó cierta intranquilidad.-
- ¿Quiénes eran todos?- Preguntó el muchacho.
- Mi padre, Guillermo y yo.- Respondió ella.- Con tu ida y la de Tiago ya no quedaron huéspedes en la posada.
Alonso tuvo el impulso de preguntar por su amigo, pero la niña prosiguió con el relato sin hacer ninguna pausa, por lo que él le dio cabida a su paciencia y siguió escuchando. Ya llegaría la parte en la que Juana hablara sobre el talavero.
- Los hombres.- Continuó ella.- Depositaron, mientras comían, sus espadas sobre la mesa, de manera más amenazante que descortés. Cuando la cena estaba terminando, Guillermo intuyó algo malo y, con sus ojos mirando sus espadas y la puerta alternativamente, me dio a entender que fuera a pedir ayuda. Me dirigí a la cocina, disimuladamente, y cuando estaba por salir al patio, por la puerta lateral, uno de los hombres apareció desde afuera, se atravesó en mi camino y me obligó a volver al comedor.-
- ¿Y qué pasó?- Interrogó con demasiada impaciencia Alonso.
La joven sintió el impulso de volver a hacer una pausa, para fomentar el enojo de este, pero por la importancia de lo que estaba contando, se apiadó de él, descartó la idea y continuó:
- Cuando todos estuvimos en el lugar, empuñando amenazadoramente sus espadas, comenzaron a interrogarnos acerca de ti. No te nombraban, pero las referencias que daban no conducían a ninguna otra persona. Querían saber a donde te habías ido. Mi padre temió por mi vida y les mintió, les dijo que te habías marchado a refugiarte a Nambroca.-
- ¿Por qué les mencionó un lugar tan cerca de Toledo? Preguntó el muchacho.
- Luego nos explicó eso.- Contestó Juana.- Mi padre dijo que si les hubiera dicho uno muy lejano, nos habrían matado allí mismo, pero como el sitio estaba a poco menos de un día de viaje, ellos evaluarían la posibilidad de ir a comprobar la veracidad de lo contado y, de no ser así, podrían volver rapidamente a buscar la respuesta correcta.
- Astuto Ximénez.- Acotó Alonso.
- Si, y así sucedió.- Dijo Juana.- Los hombres creyeron la historia de mi padre y partieron a buscarte, pero prometieron que si no te hallaban allí, volverían y me matarían.-
Al muchacho le produjo un repentino estremecimiento la idea.
- Al día siguiente.- Continuó ella, llegando al final del relato.- Partimos los tres hacia acá, a lo de mi hermano. En el camino Guillermo, al ver que estábamos lejos del peligro, decidió quedarse en Talavera. Dijo que permanecería allí el tiempo que le pareciera prudente y luego volvería a Toledo y a la escuela.-
Esto último tranquilizo a Alonso, su amigo se encontraba bien. También le generó serenidad, saber que los hombres que habían amenazado a Juana y lo buscaban a él, estaban muertos y que nadie sabía que se hallaban en Cáceres. Se encontraban a salvo. Quizás hayan llegado, por fin, mis días de paz, pensó.
Se sintió satisfecho con lo narrado por la niña y, si bien le hubiera gustado ahondar en algunos detalles, supo que le quedaba mucho tiempo por delante, junto a ella, para hacerlo.
Después de hablar tanto, continuaron pasando la noche entre besos, caricias y palabras dulces. Muy entrada ella, Ximénez los interrumpió.
- Veo que las costumbres no han cambiado.- Dijo.- A dormir que ya casi no queda ninguna estrella para apagar ¡Iavolaires!-
Luego de ello, los tres se marcharon a descansar, cada uno a su catre. Quien sabe si a la pareja, la felicidad, les permitiría dormir.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Agggg, porqué has colgado desordenados los capítulos?, tras el LI he empezado a leer el LIII y no entendía nada de nada, jajajaj, menos mal que me he dado cuenta el el LII estaba aquí, grrrr, lo dejo hasta mañana que tengo que marcharme, ya te mandaré la fé de erratas, miles de besossssssssssssss
ResponderEliminar