viernes, 19 de agosto de 2011

Capítulo XLVIII


Antes de que el atacante aplicara otro golpe con su improvisada arma, ahora rota, Alonso reconoció en el al dueño de casa y alcanzó a decir:
- ¡Rafael, soy Alonso, soy yo!-
El hombre, desconcertado por lo que acababa de hacer, tomó al joven de los brazos diciéndole:
- ¡Perdona hijo! No te reconocí, creí que se trataba de un bandido.
El apretón cariñoso que le propinó el dueño de casa, intensificó el dolor en la zona donde había recibido el golpe.
- ¡Auch!- Exclamó.
Aurora apareció por la puerta de su habitación, cubierta por un amplio y largo camisón, que bajo la plateada luz de la luna la hacían parecer un fantasma, de gran belleza, pero fantasma al fin. Al reconocer al guardián corrió hacia él y le dio un abrazo, el cual también aumentó el dolor del brazo.
- ¿Y Manuel?- Preguntó la niña- ¿Qué hay de él?-
Alonso relató algo que había acordado que contarían, con el guardián. Les contó que había marchado hacia tierras granadinas, para comerciar con los nazaríes y hacerse de algunas monedas, para el porvenir de su vida con Aurora. Esto alegró a Rafael quien deseaba el bienestar de su hija.
Muchos padres hacen lo imposible para darles a sus hijos lo que ellos no tuvieron, sin saber que, a veces, les están inculcando la capacidad de querer tener y no el poder de conseguir, pensó Alonso dolorido.
Después de terminada la tortuosa bienvenida, padre e hija fijaron su atención sobre el muchachito que acompañaba al traductor.
- ¿Y este quién es? – Preguntó secamente Rafael.
- Es Pedro el… Muchacho que conocí en el viaje, me acompaña desde la Morena.- Dijo Alonso evadiendo unas cuantas explicaciones.
- ¿Han comido algo?- Preguntó Aurora con la esencia protectora que tienen las mujeres.
Los dos recién llegados menearon la cabeza.
- Vengan, les calentaré un estofado de borrego que hay en la cocina.- Dijo la muchacha.
Los invitados entraron al lugar y se sentaron a la mesa. Rafael sirvió algo del vino denso que tenía. Alonso bebió su vaso en ayunas, lo cual no acostumbraba a hacer, para ver si le aliviaba el dolor del brazo. Pedro tomó un sorbo y puso cara de desagrado, el hombre, al verlo, lanzó una carcajada.
- Es la primera vez que tomo vino y nunca lo había hecho antes.- Dijo el grullo.
El guardián contó detalles de su viaje. De los encontronazos con Rodríguez, de Simón, del infante, de lo que encontró en las torres y de su regreso y su encuentro con Pedro. Nada dijo sobre los golfines. Cuando terminó el relato, ya estaba muy entrada la noche y todos tenían sueño. No pasó mucho tiempo de esto, cuando se retiraron a dormir.
En la habitación que compartían Rafael, el guardián y el muchachito, la tenue luz de una lámpara esperaba que se cumpliera la sentencia que la extinguiría, hasta el renacer de la noche siguiente. Alonso, acostado en el catre, comenzó, en contra de su voluntad, a emitir quejidos por el dolor. El calor que la caminata había instalado en su cuerpo se había ido y los dolores se envalentonan con el frío. Pedro acercó la lámpara al guardián y, sin tocarlo, observó su brazo. Varios centímetros por debajo del hombro, perdiendo su rectitud, se veía doblado hacia fuera. Tenía el húmero fracturado. El pequeño moro, cerciorándose antes de que el hombre durmiera, posó suavemente la mano sobre él, ante la mirada atónita de Alonso e, inocentemente, dijo:
- Haraneo Atsa.-
El traductor sintió el mismo fuego en su cuerpo que ya había experimentado antes. Su brazo se alineó como debía y el dolor, instantáneamente, se esfumó.
- ¿Cómo has hecho eso?- Preguntó susurrando, con una curiosidad que no se debía a la naturaleza del hechizo, sino la de quien lo había emitido.
- ¡El amo me ha enseñado! ¡El amo me ha enseñado! Repitió el muchachito con entusiasmo.
- ¡Shhh!- Le dijo Alonso tratando de calmarlo.
- ¡Lo he hecho! He sido como tú de la misma manera.- Dijo Pedro.
- ¡Shhh!- Volvió a insistir el guardián.
Finalmente, al escuchar un ronquido de Rafael, el jovencito se calmó lo suficiente como para quedarse calmado.
- Lo que has hecho no es normal.- Le dijo Alonso totalmente liberado del dolor.- No debes hacerlo en presencia de nadie. Es peligroso que alguien sepa que puedes curar con palabras, podría hasta causarte la muerte en la hoguera.
El muchachito lo escuchó con asombro y algo de temor.
- Debes prometerme que nunca más lo harás.- El guardián hizo una pausa y pensó durante un instante.- O que cuando lo utilices estés seguro de que nadie se enterará de ello.-
- Lo haré, amo.- Respondió el grullo.
Dando por terminado el diálogo Alonso se acostó en el catre y le pidió a su compañero que apagara la lámpara. Después de estar un buen rato panza arriba, mirando la oscuridad del techo y en silencio, pensando que quizás el niño estuviera destinado a ser un guardián, habló:
- ¡Pedro!- Dijo para comprobar que el muchacho aún estaba despierto.
- ¡Si, amo!- Contestó este que, al parecer, estaba mirando lo mismo que el traductor.
- Debes aprender a leer.- Le dijo.
- Lo haré.- Prometió, sin dudar, el grullo.
A la mañana siguiente el exquisito e inconfundible olor del pan recién horneado de Aurora, alentó a los jóvenes a levantarse. Cuando todos estuvieron sentados a la mesa del desayuno, Rafael, compungido aún por su acto de la noche anterior, preguntó al guardián:
- ¿Cómo está tu brazo?-
- Bien.- Respondió este.- Solo me ha dolido el golpe en el momento, pero ahora no siento nada.- Y para demostrar lo que decía se palmeó fuertemente el lugar.
Eso satisfizo al dueño de casa y alivió su culpa.
- ¿Cuándo partirás?- Preguntó Aurora sabiendo que la visita del guardián sería efímera.
- Mañana, si nos permiten quedarnos hoy aquí.- Dijo él.- He vagado durante mucho tiempo y me gustaría tener un día de descanso.-
- ¡Hombre! Estás en tu casa, ni preguntar debes.- Dijo Rafael.
El guardián agradeció. Terminado el desayuno, las tareas por realizar aguardaban puertas afuera. El dueño de casa les describió las actividades que le esperaba para ese día, recolectar leña, alimentar a los animales y, lo más duro, empezar a preparar la tierra para la siembra.
- He recibido muchas semillas este año. A veces no doy abasto para realizar todo solo.- Dijo el hombre.
Sin más explicaciones, los invitados ayudaron a Rafael en sus labores. Pedro resultó ser muy hábil en todo lo que hacía. Realizó con prolijidad una pila de leña y dejó a los animales satisfechos antes del final de la mañana.
Ante el llamado de Aurora, todos se reunieron en la cocina para almorzar.
- Es muy bueno el muchacho para las tareas.- Comentó Rafael.
- ¿Lo es?- Peguntó bromeando Alonso.
- Si lo soy, como dijo el amo, amo.- Contestó Pedro herido en su orgullo. – Me gusta hacer las cosas bien, sin hacerlas mal.-
- Es bueno.- Reafirmó el hombre antes de ocupar su boca con un exagerado trozo de cordero.
Cuando todos se retiraron a dormir la siesta, Alonso pudo estar a solas con el grullo en la cocina y, mirando de frente al muchacho, le dijo:
- Escúchame amigo, yo te he contado que no podré llevarte conmigo pero tampoco te abandonaré en cualquier sitio. Este podría ser un buen lugar para que te quedaras ¿Te gusta?-
- Quisiera seguir contigo, amo.- Respondió con tristeza.- Pero si debo quedarme en algún lugar, sin irme de él, aquí me gustaría.-
Alonso, posándole la mano en el hombro concluyó:
- Hablaré con Rafael sobre esto, necesita ayuda en sus labores y tú serías de gran utilidad para él.-
Luego ambos se retiraron al dormitorio y descansaron un poco, el guardián lo hizo con la profundidad que le genera a uno hacerlo en un lugar que se siente como propio.
Cuando salieron de la habitación y se encontraron con Rafael, Pedro le dijo:
- ¿Qué tenemos que hacer ahora, amo?-
Al hombre lo tomó por sorpresa la pregunta.
- Puedes ayudarme en la preparación de la tierra y…-
Al decir eso cayó en la cuenta sobre la situación.
- ¡No soy tu amo!- Le dijo al chico.
Alonso tomó del brazo al hombre y, con un gesto, le dio a entender que era una causa perdida una discusión acerca de ello con el grullo.
La templanza de la tarde ponía de manifiesto la no muy lejana llegada de la primavera, aunque todavía quedarían algunos fríos por resistir. El muchacho y Rafael partieron a realizar sus labores. Alonso se quedó en la cocina mientras Aurora, abocada a la limpieza del lugar, no paraba de hacerle preguntas sobre Manuel. El guardián le contestaba y, de tanto en tanto, miraba a la pareja trabajando codo a codo sin que dejaran de conversar entre ellos. Parecían disfrutar mutuamente de la compañía. Cuando la tarde terminó, los trabajadores se asearon y todos se dispusieron a tomar la cena. Disfrutaron de ella comiendo y bromeando mucho. Tanto Aurora como su padre ya se habían dado cuenta de la forma reiterativa de hablar del grullo, por lo que reían ante cada frase de este. Eso pareció desinhibir más al muchacho quien brindó todo un catálogo de ellas.
Terminado el momento, a la hora de ir a dormir, Alonso le pidió al muchacho que los dejara a solas con los dueños de casa, ya que debía hablar con ellos. Pedro obedeció y se retiró a la habitación.
- Mañana partiré y no puedo llevarlo para siempre conmigo.- Comenzó a decir el guardián.- Pero tampoco puedo dejarlo abandonado. Pensé que quizás podría quedarse aquí, si no les genera a ustedes un perjuicio.-
- Escucha, muchacho.- Interrumpió Rafael.- Mi casa está abierta a todo aquel que tenga buen corazón y el chico lo tiene. Tomaré con agrado que se quede con nosotros, necesito ayuda en las labores y él ha demostrado ser muy bueno en ello.-
Mientras el hombre decía estas palabras, Aurora asentía con la cabeza y una sonrisa en los labios.
- Me gustaría que se quede aquí.- Acotó la bella joven.
- Me alegra que lo tomen así.- Dijo Alonso.- Pero debo contarles algo para evitar problemas cuando regrese Manuel.-
El guardián les relató la historia del asalto de los golfines, la presencia de Pedro con ellos, el ataque salvador de los caballeros y la huída del chico. De cómo mientras regresaba volvió a encontrarlo en el camino y sus momentos de desconfianza hacia él. Les narró la historia del grullo según él la había contado, de lo que no tenía dudas que así fuera, y que, probablemente, hayan sido aquellos malvados quienes habían matado a sus padres. Padre e hija escucharon con atención y, a medida que avanzaba el relato, un manto de compasión les hizo tomarle más estima hacia el niño.
- Cuando regrese Manuel y vea al chico, sin saber lo ocurrido entre el ataque que sufrimos y hoy, creerá que es un bribón que los ha engañado.- Dijo completando Alonso.- Deberán contenerlo, explicarle que yo lo he traído y contarle su historia, hasta que por sí mismo conozca las virtudes del muchacho.-
- Yo me encargaré de ello.- Dijo la niña, consciente del poder de sus encantos femeninos.
Con la tranquilidad de que todo estaba encarrilado, un rato después, el traductor se retiró a dormir. El grullo, en la habitación, roncaba desde hacía un rato.
Cuando la oscuridad fue interrumpida por los primeros rayos de sol de la mañana, el guardián ya se encontraba de pie, el ansia por el viaje de regreso con su Juana lo había hecho madrugar, El muchacho tardó un poco más en levantarse. Cuando lo hizo, Alonso esperó que se despabilara un poco y luego, tomando la bolsa de Tiago, le dijo:
- Ha llegado el momento de irme, tú te quedarás aquí, ya he hablado con Aurora y su padre y han aceptado de buena gana.-
Al escuchar estas últimas palabras, al niño se le iluminó la cara con una sonrisa.
- Toma esto.- Continuó el traductor entregándole el saco de su amigo.- Cuida las monedas que en él hay, quizás un día te sean de utilidad.
El chico, ahora con lágrimas en los ojos, le agradeció. Nunca nadie lo había tratado tan bien y, durante su larga estadía con los rufianes, había llegado a pensar que nunca tendría una vida feliz. Ahora sabía que eso no sería así, que al cruzarse con el guardián su vida había cambiado para siempre, tendría un hogar.
- Toma también esto.- Le dijo Alonso obsequiándole un manuscrito que llevaba consigo. Era la traducción de una de las cartas de Averroes. No era lo más apropiado para aprender a leer, pero era lo único que llevaba consigo.- Aprende a leerlo.- Concluyó.
Pedro prometió que lo haría.
Luego de esto fueron a tomar el desayuno y, un rato más tarde, el guardián salió de la cocina para ir a buscar sus pertenencias y continuar el viaje.
Esta vez la despedida fue muy triste. Aurora no paraba de llorar, el muchacho lo hacía con menor intensidad y a Rafael los años le habían enseñado a reprimir las lágrimas, pero no la tristeza.
La diferencia entre la despedida definitiva y la muerte de un ser querido, es tan solo que en la primera descansa la esperanza, aunque lejana, de un posible reencuentro.
Alonso comenzó a caminar dando todos los pasos que pudo sin girar la cabeza hacia atrás, ya había comenzado la cuenta regresiva, del tiempo que llevaría este momento desde el dolor, al recuerdo, pero un poco antes de quedar fuera del alcance de la vista de sus amigos, dirigió una última mirada hacia la casa de Rafael, volviendo el reloj a cero. Sus tres amigos lo seguían observando sin haberse movido del lugar. Levantó su brazo en un último saludo y luego continuó su marcha.

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