lunes, 29 de agosto de 2011

Capítulo LV (Final)


La mañana que cubría con un cielo de un celeste perfecto a Torreorgaz, era luminosa, templada y llena de vida, por lo que las plantas que podían hacerlo, aprovechaban para lucir sus flores, sobre todo las genistas, que mostraban el amarillo de las suyas vanidosamente.
Alonso envió más aire a la fragua, utilizando el fuelle, hasta que el trozo de metal que en ella había adquirió el mismo color que el fuego que lo rodeaba. Tomó el objeto candente con una pinza, lo depositó sobre el yunque y, mediante precisos y potentes martillazos, comenzó a estirarlo y a darle la forma que él buscaba. Muy pronto, ese pedazo casi amorfo de acero, se transformaría en un precioso cuchillo, que nada tendría que envidiarle a cualquiera de los mejores que se fabricaban en Toledo. Había aprendido muy bien el oficio cuando ayudó a Onofre y, el tiempo y la experiencia, lo habían transformado en el mejor herrero de los llanos de Cáceres, desde toda la comarca venía gente a encargarle trabajos.
Aunque pobladas de arrugas, las manos del argandeño aún conservaban su fuerza y su habilidad. Colocó la pieza que estaba trabajando nuevamente en la fragua, para hacerle recuperar el color y la temperatura anterior. Levantó la mirada y, a través del portón abierto de la herrería, vio que se acercaba, desde el antiguo jardín, Julieta. La niña, como lo hacía casi todos los días, había ido a llevar alguna flor al sitio donde yacía enterrado, desde hacía ocho años, el cuerpo de Ximénez.
La muchachita, con la misma mirada tierna que llevaba portando durante un poco más de quince Marzos, ingresó sonriente al taller y todo a su alrededor pareció danzar a su paso, para la vista de su padre. Era el vivo retrato de su Juana, tenía sus mismos ojos verdes y su misma belleza.
- Ya va a ser hora de comer, padre.- Le dijo con su voz de miel.
- ¡Avísale a tus hermanos que se preparen para ello, entonces!- Contestó Alonso, mientras volvía a retirar el metal de la fragua.
La chiquilla se adelantó dando un par de saltitos, abrazó a su padre por el cuello, le dio un beso en su mejilla y acarició sus numerosas canas. Esto hizo que a Alonso se le cayera el hierro, antes de haberlo podido depositar sobre el yunque.
- ¡Mira lo que has hecho! ¡Vete de aquí!- Le dijo a su hija, fingiendo enojo.
La jovencita, como huyendo de un castigo que nunca recibiría, salió corriendo del lugar.
El hombre, con una amplia sonrisa, recogió el metal del suelo y lo puso, nuevamente, entre las llamas. Adoraba a la niña. Al rato escuchó a Juana llamando para el almuerzo. Se lavó las manos y la cara, y se dirigió hacia la cocina.
La mujer, apenas un poco más gruesa que antaño, aún conservaba la figura y la belleza que poseía cuando era joven, aunque delataba que hacía tiempo que ya no lo era, el ceniciento manto sobre su cabeza y más de una arruga en su rostro.
Cuando el hombre entró a la cocina, los pequeños Tiago y Guillermo, jugaban de manos produciendo un gran alboroto. Alonso llamó la atención a los niños, los que obedecieron inmediatamente y se quedaron sentados en calma.
Al rato, una vez terminado el almuerzo, se hallaba acostado en su catre, intentando dormir un poco, evitando así trabajar durante los calores de la siesta y recuperar fuerzas para volver a hacerlo durante la tarde. De repente, una serie de síntomas en él, le anunciaron un mensaje. Sintió palpitaciones, un sudor frío y lo invadieron pensamientos que le produjeron ansiedad.
- ¡Juana, Juana!- Le dijo a su mujer, quien descansaba a su lado.
- ¿Qué ocurre?- Preguntó ella.
- Deberé marcharme nuevamente.- Contestó él.- He recibido el llamado, alguien debe haber encontrado “el libro”.-
La mujer no respondió, sabía, desde aquel momento en que Alonso había escrito su ejemplar y se había ausentado durante muchos días, para ocultarlo en algún lugar de la sierra Madrana, que alguna vez este día llegaría y debería marcharse nuevamente, para encontrar a su sucesor. Simplemente, por toda respuesta, le acarició el pelo y lo besó en la frente.
Al día siguiente, muy temprano en la mañana, Alonso se despidió de su familia.
- ¡Cuídate!- Le dijo Juana mientras lo hacía.
- ¡Volveré!- Prometió él.
Evitando que la situación fuera más dolorosa emprendió, rapidamente, su camino hacia el sudeste.
No sabía concretamente a donde debería dirigirse, pero algo intuitivo lo hacía elegir entre un camino y otro. Avanzó durante varias jornadas tratando de que las noches lo sorprendieran en algún lugar en el que hubiera una posada. Dinero no le faltaba para pagar por albergue y sus huesos estaban demasiado viejos para la intemperie. Así fue que se hospedó en Almoharín, Villanueva de la Serena, Castruela y otros poblados. En cada uno de los lugares donde estuvo, por su locuacidad, su incesante conversación y su buen humor, dejó amigos; se sentía feliz por estar cumpliendo su última misión. En alguno de ellos solucionó distintos problemas, mediante alguno de los hechizos.
La soledad del viaje le permitió recordar y reflexionar sobre muchos de los sucesos de su vida. Estaba satisfecho con ella. El don que se le concedió, que en un principio le pareció una carga y un exceso de responsabilidad, finalmente terminó dándole un sentido importante a su vida. Había hecho mucho el bien durante ella, por lo que se sentía tranquilo con su consciencia, al saber que había aportado al equilibrio cuantas veces pudo. Sentía que la vida lo había premiado.
Todos en algún momento debemos hacer un balance, pensó. Al hacer el suyo, mientras avanzaba por las tierras de Hinojosa del Duque, una lágrima de alegría rodó por su mejilla. Aunque había tenido que abandonar su vocación, dejando para siempre los libros de Toledo, su trabajo no le disgustaba y la vida lo había bendecido con el amor de su mujer y de sus tres hijos.
No quiso pensar muchos sobre lo que le depararía el futuro inmediato. Tal vez alguna aventura, con su próximo compañero; quizás. Lo único seguro era que debía encontrar a su sucesor y enseñarle todo acerca de cómo ser un guardián, tal cual Tiago lo había hecho con él. Debería, entre otras cosas, realizarle el ritual de la belladona, para que el legado quedara grabado a fuego en la mente de su discípulo.
Una mañana, luego de varios días de caminata, se encontraba siguiendo el curso del río Guadalínez, bajo la vigilancia, sobre su izquierda, de las alturas de las sierras de Alcudia. Al rodear un pequeño meandro del río divisó, varios metros más adelante, a un muchacho que estaba sentado sobre una piedra. Al ir acercándose, a pesar de los años que habían transcurrido, logró reconocerlo. Sintió al llegar a él, que estaba frente a quien estaba buscando.
Nuevamente los designios de “el libro” vuelven a cruzarme con alguien que habitó en mi pasado, pensó.
El joven, al verlo llegar, no lo reconoció, la memoria de la niñez suele quedar, muchas veces, cubierta por la mayor intensidad de las vivencias posteriores. Se puso de pie, quizás por precaución. El hombre se detuvo frente a él y, con una amplia sonrisa, dijo:
- ¡Buen día! Viajero. Mi nombre es Alonso, de Torreorgaz, voy camino a Córdoba.
Fermín, relajado por la amistosa sonrisa del extraño, mediante señas que el hombre comprendió, le manifestó su incapacidad para hablar y que él también se dirigía a Córdoba.
- No te apenes.- Dijo el anciano.- Me dicen siempre que callo poco pues, entonces, puedo hablar por ti y por mí, si aceptas que te acompañe en la travesía.-
El joven rió calladamente y asintió con la cabeza; tomó su saco y reanudó la caminata con su nuevo compañero.

FIN

1 comentario:

  1. Aisssss, no que me da penita que se acabe aquí el libro, siempre me pasa, cuando le cojo cariño a los personajes va y se acaba, jooooo, me ha encantado, bueno, debe ser evidente por lo que he tardado en leerme todos los capítulos que me fantaban, y se me ha ocurrido una idea para la edición, jejeje, ya sabes mis locuras... después de revisar todo el libro e ir intentado comentarte los modismos y quitarlos he pensado, como me gustan vuestros modismos!!! y porqué quitarlos, es decir, vale, lo ambientas en España, pero desde luego el español de la época no lo puedes usar porque no lo entendería nadie, jejeje, porqué no contar la historia en "argentino" a los españoles nos encanta, nos gustan mucho vuestros modismos e imagino que a los argentinos os llama la antención nuestra forma de hablar, porqué no entonces reescribirlo en argentino, editar el libro con dos portadas, una del derecho y otra del revés de manera que una sea en Español y la otra en argentino y que cada uno elija la forma de leerlo, yo juro que empezaría por la argentina, no porque ya haya leído la española, y si no entendiese algo me pasaba a la española para aclararlo, ehhhhh, que solo es una idea, por si lo quieres publicar que se lo comentes a los editores, sería una original forma de publicar y hermanar nuestros "pueblos", no?, en fin, que ni caso si no te cuadra, jajaja, es que mi neurona oxidada de vez en cuando hace cosas raras, te mando la fé de erratas en un plis, miles de besossssssssssssssssssssss.

    ResponderEliminar