martes, 4 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo VI

Cuando la mañana les abrió los ojos se encontraron mirándose.
- ¡Hola, mi vida!- Le dijo ella en tres susurros felices.
- ¡Hola belleza!- Respondió él, descubriendo que no era tan linda en esa situación.
Ella podría haber descubierto lo mismo, pero no pudo. Le dio un beso en la boca que al juez no le supo del todo bien y sonriendo comenzó a jugar con sus manos en una exploración que pronto encontró su tesoro.
¡Quién sabe hasta cuando un hombre de su edad podría aguantar ese ritmo!
Más tarde se ducharon, y vistiéndose con ropas ligeras, que incluía en ella un traje de baño, se fueron a desayunar. La muchacha bromeaba casi a los gritos y se reía a cada instante.
-¡Shhh! Más despacio.- Le pidió Ramón.
- ¡Viejo cascarrabias!- Le respondió ella mientras le pellizcaba con suavidad una mejilla.
Él sintió un repentino enojo pero, finalmente, la jovialidad de Mercedes lo hizo sonreír.
- ¿Querés que vayamos al cuarto de nuevo?- Preguntó pícaramente ella.
- ¡Ja, ja! Qué pensás que soy ¿Lando Buzzanca?-
- ¿Lando Buzzanca?- Interrogó Mercedes.
Ramón estalló en una carcajada y tuvo que contarle una vieja película.
- ¿Existía el cine en esa época?- Ironizó ella. – Te voy a hacer pedir “basta”.- Terminó comentando con algo de malicia y soberbia en su mirada.
Esto último le desagradó un poco al juez.
Eran las 8:40 cuando bajaron por las calles en dirección al puerto, que no quedaba a más de cinco cuadras. En el trayecto Peña se detuvo en un negocio y compró una carísima botella de escocés y dos latas de caviar.
- Por si el chileno no tiene buen gusto.- Dijo.
Al llegar, el mar junto al muelle estaba sembrado de numerosos mástiles idénticos que se mecían suavemente al ritmo de las tímidas olas e invitaban a la desorientación. El agua se mostraba algo adormecida. Desde la proa de uno de los veleros Miguel les hizo señas con el brazo en alto.
-¡Acá, Doctor!- Gritó.
La pareja abordó la embarcación y se produjo la ceremonia de los saludos. Dolores vestía una bikini en la que apenas cabían unas pocas flores estampadas, dejando a la vista un cuerpo de una perfección inmejorable. Sonriendo con la brillantina azul de sus ojos les dio a ambos un beso en la boca, lo que extrañó un poco a los argentinos.
- La brisa es suave pero persistente, podremos navegar con placer.- Dijo Miguel.
La chilena tomó de la mano a Mercedes y levó las curvas propias y ajenas hasta unas reposeras que, en la popa, esperaban por el bronce del sol. Lazarte soltó la amarra umbilical que unía al muelle con el barco y de un salto lo abordó, encendió el motor y lo guio aguas adentro en donde, con gran habilidad y la ayuda que le pedía al juez, desplegó las velas para hacerlas embarazar por el viento.
La navegación fue un placer, el mar era un espejo de los mejores sueños y todos disfrutaron la compañía de dos delfines que, a poco de haber zarpado, se bañaban en la turbulencia de la estela que iban dejando atrás.
Tres horas más tarde anclaron en la soledad de unas aguas desde donde se podían ver, a lo lejos, las costas del parque Tayrona y los pies rocosos de la sierra Nevada mojándose en el mar, frente al cabo de San Julián del Guía.
En la intimidad del puesto donde estaba el timón, Miguel interrogó a Peña Saborido:
- ¿Le gusta la Dolores, Doctor?-
El juez se sorprendió por la pregunta y pensó qué respuesta daría.
- Si, es linda.- Contestó con simpleza.
- Nos gusta intercambiar parejas.- Replicó con naturalidad, con la vista clavada en el horizonte y las manos inútilmente aferradas a las cabillas del timón.- Su guagüita también es bonita.- Sentenció y, secamente, interrogó:
- ¿Qué hacemos?-
La pregunta desconcertó a Ramón, por un momento se le ocurrió preguntar inocentemente “¿Qué hacemos con qué?” o mostrase ofendido, pero sabía lo que le estaba proponiendo su colega y la rubia era una irresistible invocación al placer.
- No se.- Respondió.- Déjeme ver cómo puedo hacer. No sé cómo se lo puede tomar Mercedes.-
El chileno lanzó una risotada que los vientos se llevaron al mar.
- ¡Dele hombre! Usted puede convencerla.-
La idea de una orgía no había estado en los planes del juez, pero no le desagradaba, “al fin y al cabo cuántas canas me quedan para tirar al aire”.
La actividad en el velero fue haciendo alternar situaciones. El juez comenzó a mirar a la rubia con otros ojos, sobre todo cuando la joven, sin ningún pudor, se quitó la parte de arriba de su traje de baño para no provocarle sombras a su bronceado. Las idas y vueltas hicieron, en un momento, que Ramón se quedara a solas con Mercedes.
- ¡Hola linda!- Le dijo saludándola por la intimidad.
- ¡Hola mi amor!- Respondió ella recostada en la reposera y brillando de calor.
- ¿Qué conversaste con Dolores?- Preguntó él, con la esperanza de encontrar el camino allanado para lo que quería lograr.
- Nos contamos de todo, es secretaria como yo, pero de un odontólogo. Es macanuda.-
- Son…- Dudó Ramón.- Swingers…-
- ¿Qué?- Dijo ella.
- S… wingers, intercambian parejas.-
- No se te estará ocurriendo…- Dijo Mercedes.
Peña Saborido al ver que su intento perecía casi antes de nacer, tomó una actitud algo agresiva para defenderse con un ataque.
- Ocurriendo qué, no pensarás que me prendería en esa ¿No?-
- No.- Respondió ahora titubeante ella.- No mi vida.-
Ramón se agachó hacia la reposera y la besó suavemente. Ninguno volvió a tocar el tema pero algo en Mercedes no la convencía “Si Ramón podía estar con ella y con su esposa, por qué no podría pretender acostarse con Dolores”, pero rápidamente su mecanismo de autodefensa descartó aquel pensamiento ya que no formaba parte de su fantasía.
Era el mediodía y el chileno miró el sonar para descartar la presencia de tiburones en la zona, luego de hacerlo invitó a los tripulantes a nadar. El agua los refrescó a todos menos a Peña Saborido quien no solo no se sintió atraído a hacerlo, sino que ni siquiera había llevado traje de baño. Bajo la transparencia del Caribe, el juez admiró la armónica sinuosidad del cuerpo de la rubia y suspiró en silencio.
- Vigile de tanto en tanto el sonar, Doctor. No quiero se bocadillo de los peces.- Le gritó Miguel.
Así lo hizo, los únicos cuerpos grandes que mostraba el aparato eran los de los tres bañistas y los de los dos delfines que nadaban entre ellos con su risita nerviosa.
Más tarde, con el sol instalado en la punta del palo mayor, los anfitriones comenzaron a poner en la mesa una serie de alimentos que incluían alcaparras, trufas, atún, gambas y el caviar que había comprado el juez, entre otros, quien comprobó que su duda había sido infundada, Lazarte definitivamente tenía buen gusto.
Almorzaron entre las risas que fue desatando el champagne y la sobre mesa con hielo en el escocés de Ramón. La rubia seguía sin soutien y el juez, al bromear sobre ello, recibió una mirada inquisidora de Mercedes que ni siquiera notó. En un momento los ojos de ambos hombres se enfrentaron y Miguel interrogó a Peña levantando las cejas y el mentón, éste le respondió, disimuladamente que “no”, por lo que el chileno hizo un gesto, simulando brevemente, preocupación.
Mercedes observó toda la escena y entrecerró los ojos.
El chileno se puso de pie y, pidiendo disculpas, tomó a Dolores de la mano y la llevó por detrás de una puerta de un camarote que se cerró a su paso.
Ramón se quedó con resignación, sentado y aferrado a un vaso de whisky en el cual intentaban sobrevivir unos trozos de hielo.
- ¿Qué fue eso?- Interrogó, severa, Mercedes.
- ¿Eso qué?- Respondió Miguel.
- Esas señas que te hacías con el ¡Doctor!-
Otra vez Peña eligió el ataque:
- ¿De qué estás hablando? Estás algo paranoica ¿Qué te pasa?-
La muchacha otra vez se dio por vencida y no insistió con sus preguntas, pero algo en la magia sentía que se estaba descascarando.
Ramón, cambiando de táctica y sintiéndose liberado, la tomó de la mano y la llevó a cubierta a observar el Caribe, mientras la abrazaba por detrás, por lo que no notó que ella sumaba una gota salada más al mar.
Al rato apareció Dolores y detrás de ella Miguel con la botella de escocés y los vasos en la mano.
- ¡Amigos, vamos a brindar, hoy es un gran día!- Dijo el chileno.
Eso sacó a la pareja de la abstracción en la que se hallaban y, ya sea por el alcohol o por el olvido que había vuelto a refundar su fantasía, Mercedes volvió a reír.
Más entrada la tarde el sol en su retiro les indicó que era la hora del regreso. Miguel encendió el motor del velero y las hélices hicieron el trabajo de un viento declarado en huelga. Al poco tiempo la ciudad se les fue presentando cada vez más nítida.
Lazarte había cambiado de hotel, con la llegada de Dolores, por lo que se despidieron en el puerto.
- En pocos días debo visitar Buenos Aires.- Dijo el chileno.
- ¡Qué bueno! Pongámonos en contacto antes, me gustaría recibirlo como se merece.-
- Se lo agradezco colega, lo llamaré antes de partir.-
Luego de eso como Ramón no mencionó nada acerca de volverse a encontrar para la cena, Miguel notando esa omisión, tampoco dijo nada al respecto y se dijeron “adiós”.
En el resort, una hora más tarde, la ducha los había depositado nuevamente en la cama por lo que el doctor quedó exhausto. Cenaron en la habitación, mirando una película que no veían, acompañando la comida con una botella de vino que a Mercedes, con la ayuda del whisky del velero, terminó emborrachando y durmiéndo temprano. Ramón aprovechó para ver unos informativos y llamar a su casa.

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