lunes, 3 de diciembre de 2012

La bala que apretó el gatillo ------------- Capítulo V

Las ruedas del avión besaron el asfalto del aeropuerto emitiendo una bocanada de humo, mientras Ramón lo miraba a través de un ventanal con la impaciencia palpitándole con arrebato debajo de la solapa izquierda de su saco. Observó uno a uno a los pasajeros que arrojaba el Jumbo hasta que la detectó y sintió un repentino impulso instintivo y bajo.
Ella se quedó un momento parada en la escalinata observando a lo lejos el edificio bajo la torre de control, intentando verlo, pero no lo logró y un temor la invadió “¿Y si no estaba? ¿Y si se había arrepentido a último momento?”. Las nubes de pesimismo se le disiparon cuando entró al gran salón del aeropuerto y lo vio compartiendo con ella una inmediata sonrisa. Lo saludó con la mano y le tiró un beso mientras iniciaba los trámites de migraciones. Le parecieron un eternidad esos minutos que la mantuvieron lejos de sus brazos, hasta que un último sellado la liberó.
- ¡Al fin! ¡Al fin, mi amor!- Le dijo mientras lo besaba.
Él, algo más frío, alcanzó a decirle:
- Te extrañé.-
- Esta va a ser nuestra luna de miel, una maravillosa luna de miel.- Comentó ella sin disimular su entusiasmo.
- Si, lo va a ser.- Respondió Ramón y tomando su maleta la guio hasta el estacionamiento en donde había dejado un auto alquilado.
Al subir al vehículo se miraron a los ojos y después estuvieron un rato besándose y acariciándose como dos estudiantes en un antiguo autocine hasta que consideraron que había sido suficiente.
Mientras se dirigían al hotel, Mercedes fascinada por la situación que estaba viviendo y la belleza del lugar al cual decoraba el Caribe, gritaba de alegría mientras el aire marino que entraba por la ventanilla del auto le remontaba los pelos hacia atrás. Él, también entusiasmado, con una sonrisa en la boca le pedía que hiciera silencio.
- ¡Te amo!- Dijo ella.
En el hotel se registró rápidamente porque él ya había dejado instrucciones de que vendría su esposa y se había cambiado de habitación a una suite más grande. Al entrar en ella Mercedes se arrojó sobre la cama boca arriba.
- ¡Uouuuuuh!- Dijo.
Ramón se dejó llevar por su tentación y se acostó sobre ella besándola y tratando de disimular el rápido efecto que le estaba haciendo la pastilla que había tomado antes de salir para el aeropuerto.
- Voy a darme una ducha.- Dijo Mercedes.- El viaje me ha ensuciado.-
Ramón la esperó impacientemente y entusiasmado, caminando de un lado a otro o mirando el cobalto del mar por la ventana. Cuando Mercedes salió por fin del baño, envuelta en un toallón que no tardaría en caer, él deseo hacer de todo y ella lo complació con pasión.
Al rato, cuando los besos cedieron ante el reposo, la muchacha dijo:
- Tengo mucho hambre, mi vida.-
- Vamos a cenar a Barranquilla.- Respondió el juez en un tono entre afirmativo e interrogante.
- Adonde quieras.- Contestó desde su amplia sonrisa y con brillo en su mirada.
Ambos se vistieron intercambiando algunos juegos de manos y risas en actitud de adolescentes hasta que se fueron del hotel.
Mientras bordeaban en un auto sobre la costanera al malecón que protegía al continente de los ocasionales enojos del Caribe, disfrutaron de la frescura de la sal del aire escuchando una música romántica y agradable. Mercedes descubrió que la noche del mar es más generosa en estrellas que la de Buenos Aires. Cuando llegaron al restaurante ya eran pasadas las 22:00, por lo que encontraron que todas las mesas estaban ocupadas.
- Si son tan gentiles de esperar un poco ya les hallaremos una ubicación.- Les dijo una elegante metre vestida con un impecable smoking y luego los invitó a esperar en una sala en donde, sobre unos cómodos sillones, los convidó con una copita de jerez.
Mercedes, fruto de la excitación que tenía, le hablaba sin detenerse al silencio de Ramón cuando una voz la interrumpió:
- ¡Qué casualidad encontrarlo acá, Doctor.!
El juez sintió un repentino sobresalto al ver vulnerado su anonimato, pero cuando desvió su vista del escote de su amante para dirigirla a los ojos de su interlocutor se tranquilizó rápidamente. Lazarte, debajo de su calva, le sonreía cómplicemente.
-¡Miguel!- Dijo Ramón sorprendido y poniéndose de pie por cortesía le estrechó la mano. Mercedes también abandonó el sillón.
Junto al chileno y de su brazo, una hermosa joven rubia – Que no hacía juego con él- de boca amplia y sensual, les sonreía a todos.
- Le presento a Dolores.- Dijo sin más explicaciones.
Se intercambiaron algunos “mucho gusto” y el juez hizo su parte:
- Ella es Mercedes, mi…- Y dejó inconclusa una frase que se negó a redondear.
- No nos imaginamos que habría tanta gente.- Comentó Dolores recorriendo con la mirada todo el sitio.
- Conozco otro lugar.- Dijo Miguel mirando con picardía a Ramón quien, por un instante, sintió cierta intranquilidad por desconocer el grado de discreción de su colega.
- ¡Qué bueno!- Alcanzó a decir Mercedes antes que la metre se les acercara a decirles:
- Su mesa está lista.-
Ramón la miró con autoridad y le preguntó:
- ¿Pueden prepararla para cuatro?-
- Si, no hay ningún inconveniente, señor.-
- ¿Quieren acompañarnos?- Les dijo a la pareja de chilenos.
- Será un placer, Doctor.- Fue la respuesta de su colega.
La espera había valido la pena ya que los ubicaron en una terraza en la cual, detrás de una baranda, las olas del Caribe les brindaban sus oscurecidos soplidos recurrentes y el graznido ocasional de alguna gaviota desvelada, dándole un toque más de fantasía a la noche.
La cena transcurrió con más risas que bocados. Miguel resultó ser muy ocurrente y parecía estar especialmente inspirado. Ramón agradeció internamente su presencia.
Luego del postre, Dolores, fiel a su naturaleza femenina, le pidió a la argentina que la acompañase al toilette, lo que hizo que ambos hombres quedasen en una cómplice intimidad.
- Debo aclararle Doctor.- Dijo Miguel.- Que esa joven no es mi esposa, la conocí hace un tiempo en Viña del Mar y la frecuento cada tanto. Es muy discreta.- Y lanzando una carcajada concluyó: Y algo cara.-
Ramón, riendo también, le respondió:
- Lo he sospechado, Doctor. Usted me dijo que tiene cinco hijos y esta niña parece más ser uno de ellos que su madre.-
- Su esposa tampoco parece ser la mamá de nadie.- Respondió el chileno envuelto en carcajadas.
-Usted sabe como es esto, Doctor.- Fue lo último que alcanzó a decir Ramón antes de que regresaran las mujeres.
- Viejo pirata.- Farfulló Miguel.
- ¿De qué se ríen?- Preguntó Mercedes.
- Es muy gracioso el Doctor.- Dijo Peña Saborido.- Imagino los juicios orales a su cargo, hasta los acusados deben escuchar las sentencias con placer.-
Esta vez fue Ramón quien provocó la hilaridad.
- Perdóneme, Doctor.- Comentó el chileno cuando las risas se calmaron un poco.- No se si tienen algún plan para mañana, pero he alquilado un velero y, dejando de lado la falsa modestia, soy muy ducho en su manejo. Sería estupendo que nos acompañaran a pasar el día en él junto a la Dolores.-
Mercedes miró a Ramón y éste a ella con caras de “¿Y por qué no?” por lo que él, tomando la voz de mando, respondió:
- Será un placer.-

1 comentario:

  1. Encuentro que se hacía esperar, volcánico y turístico. Doctor o juez, cada cual con su bello secreto. La pasión que siente Mercedes por Ramón me hace recordar el llamado síndrome de Brunilda, el que idealiza al varón generalmente mayor, luego cae la venda, pero eso es otro cuento.
    Espero el siguiente amigo mío. Besito.

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