miércoles, 27 de octubre de 2010

Capítulo XVIII


- No se por donde comenzar.- Dijo Tiago.
- Pues comienza por algo ¡Coño!- Contestó el muchacho pronunciando la primera mala palabra de su vida.
- Bien - contestó el anciano, aunque no comenzó a hablar de inmediato, se tomó un tiempo para pensar y arrancó haciéndolo lentamente. – Pertenezco a una antigua dinastía de elegidos a los que se les ha encomendado guardar los hechizos, ya te hablaré sobre ello. –
Alonso se acomodó en el suelo, recostando su espalda contra el tronco caído de una encina, más antigua que Tiago, presintiendo que la vigilia sería un poco más extensa que el largo relato que iba a escuchar. El crepitar de la hoguera, su curiosidad, el sonido del río y la cambiante combinación de luces y sombras que las llamas producían en la cara y el cuerpo del viejo, le daban un contexto más mágico y enigmático al relato.
- No fue casualidad que hayas encontrado el libro en lo del herrero. – Continuó. – Él te llamó a ti, el manuscrito digo, a su manera hizo que lo descubrieras, que encontraras sus secretos. Piénsalo, Onofre y sus vecinos lo tuvieron siempre a su alcance, podrían haberse aprovechado de él. No pudieron, no supieron, no habían sido llamados. -
- Pero… ¿Cómo me llamó? Y… ¿Por qué? – Preguntó el joven, vacilando.
- El porque te lo contaré luego, el como tu deberías saberlo. No se como fue en tu caso, en el mío lo hizo cuando ayudé a una anciana mendiga, malherida, en las calles de Teruel. Se había caído y yacía tendida en el suelo con una pierna sangrando. La gente pasaba a su lado y no la ayudaba, yo la levanté y la llevé a su hogar, según sus indicaciones. La casa era una pocilga, una sola habitación con el techo de paja casi destruido y los animales dentro de ella. Limpié su herida y la vendé. Regresé varias veces por día durante una semana, algunas de ellas llevaba alimentos. Cuando se repuso y se pudo valer por sus medios me despedí. Como muestra de agradecimiento me dio un obsequio que era lo único de valor que tenía en su casa; me regaló el libro. –
- A mí no me sucedió eso. – Dijo Alonso.
- No siempre son iguale los llamados, tu sabrás como lo hizo contigo. -
El joven comenzó a hurgar en su memoria para recordar los detalles de su encuentro con el manuscrito. Estuvo unos segundos en silencio hasta que comenzó a contarle a Tiago:
- Un brote de peste se presentó en Toledo, tres compañeros míos murieron por ella, sentí algo de temor por mí, pero no me decidía a dejar la ciudad. El monje médico del convento terminó de ayudarme a decidir, aconsejó a Fray Gerardo quien, en base a eso, ordenó a todos los estudiantes que se fueran por un tiempo hasta que la enfermedad hubiera desaparecido. Yo no tenía donde ir, mas que a mi pueblo, a la casa de Onofre. Estuve varios días allí. Una noche me sentía muy aburrido, no tenía sueño, todos los libros que tenía ya los había leído varias veces, y el herrero dormía la mona.
Se acomodó un poco contra el árbol, como para hablar mejor.
- Era tanto el hastío que sentía que me hizo desatender una recomendación de él, de no abrir un cofre que había en la casa. Eso ahora me parece muy extraño, no me gustar romper las reglas y no respetar las normas. Quizás esa haya sido su forma de llamarme.–
- No dudes que la fue. – Acoto Tiago.
- Seguro que si. – Respondió el joven.
- Yo también recibí otro llamado, a ti te sucederá lo mismo algún día. El llamado de hallar, proteger y adiestrar a tu sucesor.
- ¿Cómo sucedió aquello? - Preguntó Alonso.
- Debía conseguir una reja y una vertedera para mi arado, que fueran más resistentes que las que tenía, el terreno que labraba era pedregoso e impiadoso con mis herramientas. Los artesanos de mi comarca no eran diestros en su fabricación, por lo que la herramienta no me era duradera. Un viajero me habló acerca de un herrero de excelencia que vivía al sur del Jarama, en Arganda, no era un lugar cercano como para transportar la herramienta desde allí, por eso me llamó la atención la recomendación, pero lo que más me extraño fue la coincidencia de la descripción del herrero y su cabaña con la de aquel lugar donde había dejado, años atrás, el libro, oculto en la ignorancia. Interpreté lo sucedido con el viajero como un llamado. No tardé mucho en prepararme y allí me dirigí. El día que llegué a la cabaña y golpee la puerta nadie respondió. Salía humo de la chimenea así que supuse que el hombre no estaría lejos de allí. Me senté a esperarlo hasta casi quedarme dormido. De pronto un sonido, que venía del interior de la morada me intrigó, abrí la puerta y entré. Todo estaba desordenado, la mayoría de las cosas desparramadas en el suelo. Tendido en un rincón, entre jadeos y quejidos, cubierto de sangre encontré al herrero. Lo socorrí lo más que pude. No mostraba el aura que me hubiera permitido sanarlo mediante un hechizo, no correspondía hacerlo, por lo que no lo hice. No pude mejorar su estado, A duras penas logró contarme acerca de los tres hombretones que lo habían atacado, “los de túnicas flordelisadas” los nombraba. Me dijo que lo habían interrogado acerca del libro y que les había hablado sobre un muchacho mudo, venido de Toledo. Cada tanto se quebraba y sollozaba entre gritos de dolor.-
- Onofre. – Dijo Alonso.
- Lo calmé y lo cuide cuanto pude. Más tarde terminé sepultándolo en el terreno que estaba detrás de su casa. –
- ¿Onofre muerto? – Preguntó con asombro el muchacho.
- Si, Ordoño y sus viles compañeros lo golpearon hasta acabarlo. – Contestó Tiago.
El joven no pudo reprimir algunas lágrimas. No había tenido una gran relación con aquel hombre, pero lo apreciaba, había sido bueno de corazón, le había brindado protección y enseñado los secretos del oficio de herrero.
Tiago comprendió su congoja. Hizo un alto en su relato y arrojó más maderos a las llamas. El frío era ahora muy intenso.
Alonso miró hacia el cielo, las estrellas estaban tan lejos que solo podía ver su luz. La muerte me ronda y busca robarme lo poco que tengo, pensó.
- Continúa contándome, quiero saber todo. – Le dijo luego al viejo con un tono apesadumbrado.
Antes de que Tiago pudiera hacerlo, el joven lo interrogó:
- ¿Quiénes eran Ordoño y sus secuaces? ¿Por qué buscaban el libro? –
El anciano inspiró profundamente como tomando fuerzas para lo que tenía que hacer, arrojó una rama más al fuego y comenzó a explicar:
- La cofradía de Antioquia es una antigua secta de casi mil años, la creó Eusebio de Nicomedia, un arriano fundamentalista. Saben de la existencia del libro de los hechizos y quieren hallarlo, necesitan hacerlo para demostrar que no hubo santos ni milagros, que todo fue magia. Querían crear su propia iglesia, su propia religión, pura según ellos. Son católicos, sus integrantes se infiltran en las órdenes religiosas pudiendo estar años en ellas, pasando desapercibidos, hasta que algún día encuentran indicios de la presencia de “el libro” y ponen en marcha toda su maquinaria para encontrarlo. En sus comienzos, bajo las órdenes de Eusebio, sus acciones eran nobles y pacíficas, al correr los años y las centurias, sus naturaleza fue cambiando; tanto por la impotencia de no avanzar en su propósito, como por la ambición desmedida de sus posteriores integrantes. Sus métodos se volvieron más y más violentos, hasta llegar a hoy en día, donde solo quieren apoderarse del poder de los hechizos para gobernarlo todo, sin importarles vidas, ni valores.- El anciano prefirió no referirse a Akunarsche, en ese momento, para no complicarle demasiado, la historia al muchacho.
- ¿Cómo descubrieron la existencia de los hechizos? Preguntó Alonso.
- Uno de los guardianes, unos cientos de años antes de la creación de la cofradía, fue poco discreto y vanidoso. Ellos lo investigaron y lo descubrieron.
- ¿Quién fue? – Preguntó el muchacho, como si pudiera conocer a alguien que había vivido, quien sabe donde, más de mil años atrás.
Quizás por eso Tiago hizo caso omiso a la pregunta y continuó:
- La cofradía tiene infiltrados en todos lados, pocas veces se los descubre, lleva mil años practicando ese arte. Generalmente están en órdenes religiosas, hay mucho poder y mucha información secreta en ellas, la de Calatrava no iba a ser la excepción. Ordoño era un cofrade y un calatraveño a la vez, aunque había perdido cierto respeto entre estos últimos. Un par de asesinatos no esclarecidos habían lanzado un hálito de sospecha hacia él. Los otros dos hombretones también practicaban la doble militancia, quizás fueron reclutados por este dentro de la orden. Los corazones corrompidos tienen un sentido muy desarrollado para detectar a sus pares. Vaya a saberse que información los llevó a la casa de Onofre, eso no lo se, yo solamente recibí el llamado de “el libro” hacia allí. Pero el punto es que mediante la tortura lograron que el herrero hablara y supieron de ti. -
A Alonso toda esa historia de intrigas y violencia, ajena a su naturaleza pacífica, le produjo un escalofrío que le recorrió todas las vértebras.
- Ahora lo saben, no debemos confiarnos en que la información haya muerto con los tres hombretones. – Dijo Tiago, y prosiguió. – Cuando Onofre me relató lo sucedido supe que todo lo ocurrido era la llamada para la búsqueda de mi heredero. El libro me había llevado hasta allí y me estaba guiando hacia ti. Luego de sepultar al herrero, partí rapidamente camino a Toledo, con la esperanza de encontrarte antes que los calatraveños apócrifos. Así sucedió, así fue que aquella mañana te encontré en el sendero. Al saludarte lo primero que observé fue tu cicatriz en el cuello, eras mudo, todos los guardianes lo hemos sido. Por eso hablamos tanto, para recuperar las palabras que no dijimos antes. –
Alonso asintió con la cabeza e increíblemente no dijo nada. Tardaría un tiempo en acostumbrase a que podía hablar.
Tiago continuó su relato:
- Eso me dio la primera pista de que eras un elegido, un guardián, faltaba solamente que probaras que eras digno de serlo. –
- ¿Cómo se prueba eso? – Preguntó el joven.
- Demostrando grandeza en el corazón, sabiduría y prudencia, pero sobre todo lo primero. Cuando en la posada aquella la niña agonizaba, me mostraste una prueba de que tenías esas condiciones. Tu preocupación por el estado de ella hizo que vencieras tu reticencia a revelar los hechizos. Eso es sabiduría y prudencia, estos en manos equivocadas pueden ser muy peligrosos. –
- Eso mismo pensé esa noche. – Acotó Alonso.
- Si, y está muy bien que lo hayas hecho. Si los posaderos no hubieran sido analfabetos habría sido igualmente en vano, no tenían el don de los hechizos.
- Eso explica muchas cosas. – Dijo el joven recordando la ira de Ordoño al haberse sentido engañado. - ¿No eran elegidos? – Peguntó.
- No, no tenían el don; aunque no todos los que lo tienen son elegidos. Ya te hablaré sobre eso. – Replicó el anciano. – Fue prudente que no me exhibieras el hechizo para que yo lo leyera ¿Qué sabías acerca de mí? Muy bien por eso. Cuando al día siguiente la niña había fallecido vi su aura brillando alrededor de su cuerpo, eso indicaba que estaba llamada a ser salvada. –
- Yo también la vi. Me llamó la atención y no supe porque se producía. –
- Ya te lo explicaré. – Contestó Tiago.
- ¡Vaya! - Exclamó Alonso. – Es cada vez más extensa la lista de cosas que vas a explicarme. No nos alcanzará el viaje para ello ¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Al Peloponeso? –
- No bromees sobre esto. – Sentenció el anciano algo enojado. – Debo transmitirte toda la sabiduría, eso es ley, deberás aprenderla para cuando te toque a ti ceder el legado. Nos dirigiremos hasta mi hogar, en la torre de Don Pero Xil, donde está mi familia, mi mujer y los tres niños, hace mucho tiempo que los dejé y deseo fervientemente estar con ellos –
El joven, continuó escuchando, poniéndose muy serio y el anciano prosiguió su relato acerca de lo sucedido en la posada de la niña.
- Podría haber lanzado el hechizo de resucitamiento en aquel momento y haber revivido a la chiquilla, pero habría perdido la oportunidad de evaluar completamente tu corazón. Cuando reanudamos el viaje, me iba preguntando acerca de cuando me pedirías que regresáramos a salvarla y me dieras las palabras para hacerlo. Mi impaciencia era enorme. –
- ¿Qué habría sucedido si yo no lo hacía? –
- Habría sabido que no eras el correcto, que no eras un elegido. El libro suele a veces equivocarse, por eso las evaluaciones. Si no me hubieras pedido que regresáramos a la posada, me habría despedido mas tarde de ti, escrito y ocultado una nueva copia del libro y habría esperado una nueva llamada de él.
- ¿Y la niña? – Preguntó el joven. –
- Ya no estaría entre nosotros, esa habría sido tu decisión. –
- Pero… Si tenía el aura ¿Por qué no la habrías salvado tú?
- Porque el aura es un permiso. La decisión de resucitar a alguien es potestad del elegido, del guardián, es el hechizo más potente que hay. Es más fácil destruir que construir. Revivir es hacer esto último y tiene que ser una decisión muy sabia… La tuya lo fue. Regresar para darle nuevamente la vida a la pequeña me demostró tu grandeza de corazón. Era la última señal que necesitaba para saber que eras el correcto, que el libro no se había equivocado. –
Alonso sonrió y ensanchó los hombros dejándose llevar por un impulso de vanidad; se sintió orgulloso ante estas últimas palabras del anciano. Este percibió eso y también mostró su sonrisa.
Tonta vanidad juvenil, pensó.
- Esa niña hará algo importante y bueno en su vida. – Prosiguió Tiago. – Por eso pudimos ver el aura. –
El muchacho intentó interrumpirlo con una pregunta, pero el anciano no detuvo su verborragia esta vez.
Si, ya se, me lo explicará luego, pensó el joven.
- Cuando continuamos el viaje tu alegría me hacía feliz, aunque una preocupación rondaba mi cabeza; los falsos calatraveños. Por eso cuando vi que se nos acercaba Ordoño, supe que estábamos en peligro. Al verlo solo, comprendí que en algún lugar cercano estarían rondando sus secuaces. Debí ser prudente y por nada en esta vida, revelar que yo también sabía de los hechizos. Pude haberlo inmovilizado con uno de ellos en ese mismo momento, pero eso habría sido nuestra perdición.
- ¿Qué sucedió aquella noche? – Preguntó Alonso muy impaciente.
- Es tarde ya, debemos dormir. – Contestó el anciano provocando una gran decepción en el joven. – Mañana nos espera una larga caminata.
- ¿No puedes hablar dormido? – Preguntó el muchacho.
- No. – Respondió sonriendo Tiago. – Aunque ganas de hacerlo no me falta, he pasado tantos años callado… -
Agregaron uno leños a la fogata y se cubrieron con sus mantas. El silencio de la noche los acunó.

7 comentarios:

  1. Se sigue poniendo muy interesante, llevas tantos capítulos que en cualquier momento lo hacés libro...ya te voy buscando editor, queres? jajaja
    " el silencio de la noche los acunó..." me quedo con esta frase...

    besos

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  2. Ser portador de ciertos secretos y privilegios implica saber enfrentar grandes riesgos. Veremos cómo sigue la historia.


    un abrazo!

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  3. Los elegidos, los llamados, el aura, el libro de los conjuros, los cofrades, los puros de corazón, las órdenes: templarios, !no!, calatraveños a modo de disfraz para los malvados...Confesiones al calor de la hoguera, !coño!, yo le pondría la ñ, muy española. La novela toma unos derroteros que se veían venir algo, ahora ya me encuentro en medio de esos mundos crípticos que se leen en algunas novelas, últimamente. Pero nunca se escriben libros idénticos, imposible.
    Gambetas, dosificas con maestría el misterio, me atrapas, aunque, repito, algo me suene. Te sigooo.

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  4. te vi en lo de LUNA me gustó tu comentario y me han gustado tus letras

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  5. Nos cruzamos.
    Resulta que yo estaba leyendo este post, convencida de que era tu historia de jueves, y claro me faltaban elementos ... . Vuelvo atrás y me doy cuenta de que había estado leyendo otra cosa jajajajaj. Igual me quedé con la intriga, asi que volveré a ver si el viejo le explica - por fin! - todo lo que le vino prometiendo decir durante el camino.
    un abrazo

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  6. Hola! me encanto su pagina!!

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  7. ¡¡¡GAMBETAS!!!¿¿¿Donde estasssssss????

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