jueves, 14 de octubre de 2010

Capítulo XVI


La mañana amaneció opaca, los días estivales estaban dejando Toledo y el otoño comenzaba a robarle las hojas a los árboles.
Alonso miró por la ventana de su habitación. En el fondo del mesón una encina hacía fuerza, infructuosamente, para mantenerse verde. Los sentimientos del muchacho también estaban turbios como el día. Debía alejarse de su amada y, aunque el distanciamiento sería temporal y no eterno, como había creído el día anterior, debería dejarla y eso lo angustiaba. Deseaba pasar todos los instantes al lado de ella.
Ordenó sus cosas en el saco, dejándolo preparado para el momento de la partida. Para alivianar su carga, no guardó en él todos los libros que tenía, salvo el de Averroes. Luego se dirigió al comedor para tomar el desayuno, el joven espigado ya se encontraba sentado a la mesa.
- ¡Buen día! ¿Estás preparado para la partida? – Dijo.
El joven asintió y se sentó en la banca.
Qué extraño es el mundo que termina atando mi destino a personas que ni por casualidad imaginé cerca de mí, pensó. Pasaría muchas jornadas compartiendo el tiempo con este extraño conocido.
Juana apareció desde la cocina con leche y pan negro. Depositó los alimentos sobre las tablas y, moviendo la cabeza de un lado al otro para detectar la presencia de su padre, posó sus labios sobre los de la boca de Alonso, sin que le avergonzara la presencia del espigado.
- Si hay para todos, reparte – Dijo el mozo con una amplísima sonrisa, en un gesto totalmente diferente a la parquedad con la que se había mostrado anteriormente.
- Yo también me apunto – Expresó Guillermo al tiempo que entraba al comedor.
La muchacha se ruborizó y huyó hacia la cocina. Alonso, entendiendo el tenor de las frases escuchadas, sonrió. Fue la única sonrisa que exhibiría en ese día.
Los tres jóvenes se hicieron cargo de hacer desaparecer de la mesa los alimentos. Cuando estuvieron saciados el espigado dijo:
- Debo decirte algo Talavero, Fray Gerardo te interrogará acerca de la ausencia de Alonso en las labores. No deberá saber sobre el ataque sufrido, eso levantaría sospechas y nos relacionarían con el malvado Ordoño y todo su séquito. Vendrían a investigar, están muy severos aplicando el libro de las leyes. Deberás mentir. Perdona que te sugiera que lo hagas.
- Haré lo que fuere para proteger a mi amigo. – Replicó Guillermo.
- Puedes decir que llegó un viajero – prosiguió el joven – que le comunicó que su antiguo tutor, Onofre, se encontraba enfermo y que él decidió volver a su aldea para ayudarlo en las labores de herrería.
- De acuerdo – Dijo Guillermo.
- Te aconsejo que sea lo primero que hagas, que no esperes a que venga a preguntarte por Alonso. Ve tú donde el fraile y cuéntale, así lo verá más natural.
- Así lo haré – Dijo el talavero.
Alonso elogió en silencio la astucia de su nuevo amigo, no había pensado en eso Aún no siendo culpables, no había que dejar cabos sueltos que los hicieran víctimas de alguna injusticia. Cabía la posibilidad de que lo relacionaran con Ordoño, si desaparecía sin avisar y más si este hablara acerca de un mudo que sabía hechizos. Extraño fue que no le llamara la atención como era que el espigado conocía sobre la existencia del calatraveño.
La muchacha, sabiendo que era inminente la separación con su amado, entró en la habitación con una bolsa de lino, en la cual había queso, verduras, huevos, higos, pan y otros alimentos.
- Lleven esto para el viaje. – Dijo. La tristeza se reflejaba en sus ojos.
Alonso se puso de pie y la abrazó. Con su cuerpo parecía transmitirle a la muchacha “Todo va a estar bien, volveré en cuanto pueda”.
La joven estaba atenta a algo que a los demás no les preocupaba, por eso, cuando escuchó los pasos que provenían de la cocina, se alejó del abrazo.
Ximénez ingresó al comedor y dijo, con su vozarrón:
- La ruina golpea a mi puerta, tres pensionistas perdidos en un solo día. Son tres alfonsíes menos por mes, nada de iavolaires. –
La joven golpeó con su codo el abultado abdomen de su padre.
- ¡Auch! – Dijo el mesonero. – Está bien, no todo es dinero en la vida. Cuídense mucho jóvenes, quiero tenerlos de clientes otro día. Y tú, muchacho – Agregó dirigiéndose a Alonso. – Deberás regresar o iré a buscarte hasta allende los mares. Quiero ser abuelo algún día. –
Juana volvió a ruborizarse, el joven hizo caso omiso al comentario y estrechó la mano que Ximénez le extendía.
- ¿Puedo acompañarlos hasta el puente? – Preguntó la muchacha a su padre.
- ¿Qué cambiaría si dijera que no? Últimamente has hecho lo que se te ha dado en ganas. –
Las mejillas de la joven volvieron a teñirse de rojo por tercera vez en la mañana.
Los preparativos del viaje habían llegado a su final. Alonso se abrazó con Guillermo y se palmearon las espaldas.
- Cuídate amigo, nos volveremos a ver. – Dijo el Talavero.
El mudo dijo lo mismo pero en silencio.
El trío comenzó a caminar descendiendo por las calles toledanas. El espigado iba adelante, con paso firme y decidido. Escrutaba todos los rostros con los que se cruzaban, desde la altura de su cabeza, en busca de alguna evidencia de peligro. Sentía que todo no había terminado aún, que alguien podría estar asediándolos.
Alonso iba con Juana asida fuertemente a su brazo. La muchacha no hablaba, menos él. La tristeza los invadía, habrían podido vivir felices, el uno sin el otro, antes de conocerse; ahora era casi imposible.
No es posible anhelar lo que uno desconoce, pero cuando uno prueba el néctar ya no podrá abandonar la adicción a él, pensó el muchacho.
Casi al final del sendero descendiente, divisaron el puente de Alcántara. Lucía tan magnífico y milenario como siempre ¿Cuántas vidas habría costado su construcción? ¿Cuántos sueños cotidianos se habrían llevado sus ladrillos, para cumplir el sueño de algún poderoso?
Llegaron a él y sintieron el bramido de la continua corriente del Tajo, que se dirigía hacia el Mar da Palha. Alonso detuvo su marcha y la muchacha hizo lo mismo. Se puso frente a ella y la miró con una expresión de dulzura que solo puede generar el amor más profundo. Ella lloró en silencio. Las yemas de los pulgares del muchacho le secaron las lágrimas que pudieron, mientras le tomaba la cabeza suavemente entre sus manos.
¡Volveré! ¡Volveré! Le decía con su mirada.
Bajo la torre mudéjar selló su despedida con un beso en su boca y se alejó. Ella se quedó de pie, viéndolos, hasta que el camino recorrido los hizo desaparecer de su mirada.
La mañana no dejó de ser mustia para el muchacho, aunque ya se había levantado la neblina y el sol, con el velo con que lo cubría el otoño, brillaba todo lo que podía. Caminaron durante un par de horas, tratando de evitar lo más escarpado de los peñones. De vez en cuando se detenían a descansar.
El espigado, que casi nunca había hablado antes durante su estancia en el mesón, no paraba ahora de emitir palabras. Le contó al muchacho sobre las bellezas que había conocido en Toledo. Acerca de que hubo días en los cuales para conseguir dinero, trabajó de jornalero en la construcción de la catedral y en la sinagoga mayor y que el mismísimo Yosef Ben Shosham a veces le pagó el jornal, de su propia mano. No paró de hablar durante toda la mañana.
Cuando llegó el mediodía se detuvieron en un llano, al rayo del sol. La temperatura fresca no los obligaba a guarecerse bajos las sombras de algún árbol. Comieron algunos de lo alimentos que Juana les había preparado, saciando así su hambre.
Cuando terminaron, el espigado se puso de pie y dijo:
- Debo confesarte algo. -

3 comentarios:

  1. Ayyy, pena penita penaaa, adiós con el corazón que con el alma no puedo, Juana mía, pensó Alonso lloroso, Adiós mudito, no tardes.
    Gambetas, muy bien descritos los sentimientos.

    Como siempre, muy astutamente nos dejas con la intriga en ela aire. Se nota, se ve y se aspira el otoño en Toledo. Te felicito.

    Algunas cosillas, detallitos: "posó sus labios sobre los de la boca de Alonso" digo, propongo: "posó sus labios en los de Alonso"- "ni le molestaban los alientos", bajo mi opinión esta frase algo ruda desvanece el encanto del beso amoroso- "- Yo también me anoto-" son modismos, pero tal vez quedariá mejor: "-yo también me apunto-" anotar suena a poner letras al dictado, no sé- "Ve tú a lo del fraile y cuéntale", yo pondría algo así. "Ve tú donde el fraile y cuéntale"- "Las palmas de los pulgares..." me parece que son las palmas de las manos, serían las yemas de los pulgares...o símplemente "con los pulgares el muchacho le secó las lágrimas, mientras..." He visto reiteraciones: "...algún árbol. Comieron algunos alimentos..." Hay una palabra que utilizas de vez en cuando, me parece que es un modismo argentino, por ejemplo: " ingresaba al comedor"
    que aquí diríamos: "entraba en el comedor" porque ingresar lo usamos para explicar que entra en una cofradía, en un club, que se apunta... decimos: ingresó en la orden de los Cartujos.
    Son maneras de decir las cosas, se entienden igualmente, sin problemas, no me hagas caso, pero si la acción transcurre en Toledo esa forma de expresión suena rara, sin embargo tanto en ésta como en las demás sugerencias piensa que son cosas mías, nada más, si lo cito es con buena fe, de ningún modo pretendo corregirte y además es una opinión subjectiva. Al fin y al cabo estás escribiendo el primer borrador, yo suelo remendar los textos, ufff, y como ya sabes, aún debo esmerarme con determinados detalles.

    Besitooos, a por el XVII sin prisas, que me tienes en un puño.

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  2. Nati ¿De qué estás hablando? No veo esos errores que dices.
    Ja, ja. Ya los corregí. Eso es lo que quiero, que me digas todo lo que te parece incorrecto o feo. Muchas gracias! COmo siempre es un honor y, si, algunas cosas son modismos de acá.
    Besos

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  3. voy atrasada voy estos dias con trabajo y tengo poco tiempo para leer...este capitulo si...
    El proximo mañana si puedo esta super interesante.
    Feliz comienzo de semana
    Primavera

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