lunes, 11 de octubre de 2010

Capítulo XV


La ira del calatraveño alcanzó su punto más intenso. Elevó nuevamente su espada para ejecutar a Alonso. El muchacho no se inmutó ante la amenaza y se quedó inmóvil esperando la ejecución. Ya nada le importaba en este mundo, que sentido tendría vivir con el corazón latiendo sin ton, ni son.
La punta del arma comenzó a trazar un semicírculo en el aire, pero el mandoble fue interrumpido, al tiempo que un chasquido metálico retumbó en la habitación, por una espada empuñada por un hombre que había entrado sin ser advertido.
El cambio de movimientos hizo que Ordoño girara sobre su eje y terminara casi de bruces en el suelo.
Intentó levantar la vista para ver a su atacante pero un golpe de plano, sobre su pómulo derecho, lo arrojó unos metros a su izquierda. Entre quejidos de dolor quiso ponerse de pie nuevamente. El filo de una fría hoja fue presionado contra su yugular y la advertencia de peligro lo obligó a quedarse inmóvil. Su arma, aún a unos pocos centímetros de él, estaba muy lejos de su poder.
Alonso vio toda la acción con incredulidad, ningún otro sentimiento lo invadía ¿Qué sentido tenía su salvación ahora? Pensó. Incluso tuvo pensamientos de reproche hacia el autor del tardío rescate.
- Será mejor que te quedes quieto. – Le dijo el joven espigado a Ordoño.
El espíritu guerrero del monje lo hizo desatender la sugerencia e intentar un ataque. El muchacho, con una gran destreza, giró su espada en el aire la tomó por la hoja y asestó un tremendo golpe, con la empuñadura del arma, sobre la frente del malvado. No quería matarlo. Ordoño se derrumbó desmayado.
Luego de eliminar el peligro calatraveño, se dirigió hacia Alonso quien, ante el dolor físico, la sangre perdida, la desesperación y la angustia, solo atinaba a permanecer sentado casi inmóvil. Tomó la mano inerte que yacía sobre la mesa, la acercó hacia el incompleto brazo del joven, apoyándola contra él en la posición en la que debería estar, y dijo:
- Tostecu tényeri. –
El dolor que sintió Alonso fue tan intenso como breve. Los tejidos de ambas heridas se fusionaron y, casi al instante, volvió a tener el dominio de los movimientos de su mano. La levantó y la hizo girar, mientras la miraba con incredulidad. En un repentino impulso, atacado por un pensamiento, se puso de pie y tomó al espigado de sus ropas. Con movimientos de su cabeza le señalaba el cuerpo de Juana, ordenándole que hiciera algo.
¡Revívela, revívela! Parecía decirle.
El alto joven tranquilizó al muchacho haciendo un gesto con la palma de su mano, como si también él fuera mudo. Se acercó al cuerpo de ella y, mientras le quitaba las sogas que la asían, le dijo unas palabras al oído.
Alonso alcanzó a escucharlas.
- Yatanta velna. –
Con las sogas en sus manos se dirigió hacia el cuerpo de Ordoño.
La muchacha abrió sus ojos y pestañeó unas cuantas veces, de inmediato se puso de pie. Al mismo tiempo Alonso se dirigió hacia ella y la abrazó fuertemente mientras la joven, con sus brazos caídos sobre sus costados, decía:
- ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? –
La alegría del muchacho lo hacía llorar a raudales. La estrujó tan fuertemente que ella, apelando a fuerzas que casi no tenía, forcejeó un poco para liberarse y logró apartarlo unos centímetros.
- ¿Qué pasó? - Volvió a preguntar.
Alonso la miró a los ojos y luego la besó en la frente. No podía explicarle nada.
El alto salvador ató fuertemente las manos de Ordoño y, acercándose hacia ellos, les dijo:
- Debemos irnos de acá, no es seguro. –
Los jóvenes, embelezados el uno con el otro, muy poca atención prestaron a lo que el muchacho les dijo. Este salió de la casa, para regresar unos minutos después.
- Deben ayudarme a cargarlos, debemos irnos de aquí. – Dijo con más énfasis.
¿Cargarlos? Pensó Alonso ¿Al muerto también? ¿Lo resucitará? Se preguntó.
La pareja se sentía muy debilitada por causa de todo el sufrimiento que habían padecido. Ayudaron a cargar el cuerpo inconsciente del monje, al carro que el espigado había sacado del fondo de la casa y al que le había amarrado el caballo.
Cuando por fin lograron subir el pesado cuerpo al transporte, el alto muchacho dijo:
- ¡Vamos por el otro! –
Alonso lo siguió y vio que no ingresó en la casa para retirar el cuerpo del calatraveño muerto.
¿Cual otro? Pensó el muchacho.
Siguiendo la línea de la pared del frente, el espigado, llegó hasta la esquina y dobló dirigiéndose hacia el fondo de la casa. Cuando el muchacho también giró hacia el interior del terreno, vio que su compañero aferraba un cuerpo inconsciente, yacido sobre el suelo, e intentaba levantarlo.
- ¡Ayúdame con él! – Le dijo.
Alonso así lo hizo. Entre los dos lograron transportarlo hasta subirlo al carro. Cuando lo depositaron en él, pudo reconocerlo. Era Hamad.
Miró al espigado con asombro y este, entendiendo, le dijo:
- Ya te explicaré todo con lujo de detalles. Ahora debemos irnos. -
Antes de dejar el lugar, el alto joven, tomó una pequeña tabla que encontró en el suelo y, con la pluma que había utilizado Alonso, escribió algo en ella; luego la depositó sobre el asiento del conductor.
Ayudaron a la debilitada Juana a subir y, una vez todos arriba, emprendieron la marcha. La luna, esa noche, era tan nueva, que todavía no había aprendido a iluminar.
Por las oscuras y estrechas calles de Toledo, el carro se trasladaba sin que ningún ocasional trasnochado pudiera distinguir que transportaban dos cuerpos, sospechosamente inmóviles. Por otro lado era la víspera del Corpus Christri y no era extraño el tránsito de algún carruaje por la noche, llevando algún cabezudo que prepararían para la fiesta.
El salvador condujo, mediante hábiles movimientos de las riendas, al pesado pero dócil caballo hasta las puertas del monasterio. La pareja realizó todo el recorrido abrazada y en silencio.
Cuando llegaron a la puerta del cenobio, el conductor hizo que el carro se detuviera y dijo:
- Acá dejaremos la carga. –
Se apeó y, tomando a los prisioneros por sus ropas, hizo que cayeran al suelo, sin importarle mucho que se golpearan, y los arrastró hasta la puerta. Luego regresó al carro y tomó la tabla que había escrito, en ella podía leerse: “Para Don Pedro Yánez, maese de la orden de Calatrava. Estos son quienes están buscando. Haced justicia con ellos.”
Se subió nuevamente al vehículo y lo condujo por las oscuras y curvadas calles empedradas.
Alonso mantenía a Juana apoyada sobre su hombro, dormida. Sus pensamientos lo revolucionaban. Por un lado, los sentimientos que había sentido al perder a su amada fueron tan terribles, que supo que lo habían marcado para toda la vida. Nunca más dejaría de sentir el temor de vivir momentos así. También lo asaltaban las dudas acerca de cómo supieron sobre él y el libro los malos hombres ¿Por qué Hamad había sido atacado por el espigado? Y, sobre todo, lo invadían las dudas acerca de este ¿Quién era este hombre? ¿Cómo es que con él funcionaban los hechizos? ¿Cómo pudo llegar a rescatarlos?
El monótono repiqueteo de los cascos del caballo sobre el empedrado y el silencio de la noche y de sus acompañantes, lo inducían a enfrascarse más en sus pensamientos. De pronto el joven habló.
- Deberemos abandonar la ciudad cuanto antes. Cuando interroguen a Ordoño hablará sobre nosotros, conozco a esa clase de seres cobardes como él, que simulan valentía pero flaquean instantáneamente ante la tortura. No le creerán mucho, pero igualmente irán a buscarnos y ¿Qué podremos explicar que no nos comprometa? Debes hacerte a la idea, amigo, de que mañana dejaremos Toledo. No será por mucho tiempo, juzgarán al monje por blasfemia, lo estaban buscando. Luego de que la hoguera se apague, en poco tiempo todo estará olvidado y podrás regresar por tu mujer, a ella no la interrogaran. –
Dicho esto continuó conduciendo en silencio. Alonso deseaba hacerle numerosas preguntas. No pudo. La sensación de alivio que sentía al haberse revertido toda la desgracia sufrida, lo liberaba de cualquier sentimiento de opresión, incluso de angustiarse por tener que separarse de su amada.
Al llegar al cruce con la calle que lleva al barrio de francos, el joven hizo detener al caballo. Soltando las riendas dijo:
- Dejaremos el carro abandonado acá. Seguiremos a pie, debemos evitar que alguien nos relacione con él. -
Alonso despertó a Juana, quien titubeó un poco hasta que tomó consciencia de que ya no dormía. Todos se bajaron del vehículo y comenzaron a caminar. No fue una fácil tarea para la pareja, por la fatiga y lo irregular del empedrado. Varios minutos pasaron, entre pasos y trastabilleos, hasta que llegaron a la posada.
Cuando ingresaron en ella, encontraron a Ximénez, Guillermo y Osenda, sentados a la mesa. Con gestos de alegría y de sorpresa, se pusieron todos de pie para recibir a los recién llegados.
La imagen de la pareja no era para nada tranquilizadora, lucían abatidos y sus prendas estaban manchadas con sangre.
- ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? – Era lo que repetían los tres que esperaron, casi al unísono.
Ximénez abrazó y besó a su hija inmerso en una gran alegría. Guillermo hizo casi lo mismo con su amigo. El joven espigado permaneció en silencio.
Cuando el momento de excitación pasó, Ximénez trajo alimentos de la cocina. Realmente estaban hambrientos. Quien más comió fue Osenda.
Con el apetito saciado y algunas de las fuerzas recuperadas, el espigado fue quien habló. Dio una explicación a medias de lo que había sucedido, aunque obvió mencionar los hechizos, el libro y el carácter religioso de los atacantes. Mintió cuando dijo que se trataba de una banda de ladrones que estarían confundiendo a Alonso con otra persona y acerca de que él pasó por el lugar casualmente. También hizo cierto alegato acerca de su conocimiento sobre esas bandas y dijo que seguirían persiguiendo al muchacho, por lo que debería abandonar la ciudad por un tiempo. Alonso asintió cuando el muchacho terminó su narración.
La historia satisfizo a Guillermo y Ximénez, Osenda no se enteró casi de ella. Juana no dijo nada, también creyó en el relato.
Estuvieron un rato más en el comedor, hasta que cada uno se retiró a descansar.

4 comentarios:

  1. Jejeje, lo adiviné solo un ser puro podría pronunciar los conjuros. Aiiiig Gambetas, gracias por la mano pegadita al chico, gracias por Juana viva y bella...El espigado joven ¿un ángel? ¿cómo es ese chico? A los hombres escritores, jajaja, se os olvidan esas descripciones masculinas y no tanto las femeninas !es broma!
    Ahora me tienes pendiente de la história hasta morderme las uñitas, ainnnns, de un hilo, nerviosa.

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  2. El relato va cobrando mayor atractivo a medida que se aclaran los secretos y se insta a indagar otros nuevos.
    Aplaudo a Natalia en sus atinados comentarios!

    Un abrazo.

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  3. Gracias a las dos, me alientan a seguir con mas entusiasmo.
    Tengo el manuscrito del XVI.
    Nati, me pides que describa un poco más a los personajes ¿Quién crees que soy? ¿La Ferrán? Ja, ja. Lo haré, esto no deja de ser casi un borrador, cuando termine voy a leer y releer todo en su conjunto y a agregar detalles.
    Besos

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  4. "La luna, esa noche, era tan nueva, que todavía no había aprendido a iluminar."
    Me guardo esta frase en el baúl de mis tesoros con tu permiso porque es más que una preciosidad, es perfecta, emmmm, si, estoy dándome un atracón de lectura y pretendía hacerlo callada, pero mis deditos, aisssss, mis deditos, jajaja, es que se emocionan con lo que escribes jodio argentino, así que sssssttttt, que sigo, luego te mando la fé de erratas como siempre por mail, aunque nuestra Nátali veo que ha estado haciendo un buen trabajo, jajajja, besosssssssssssssss

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