jueves, 7 de octubre de 2010

Capítulo XIV


Un instante de lucidez aclaró los pensamientos de Alonso, de manera tal que pudo pergeñar un pequeño plan, el cual no les garantizaba nada, pero les daría más tiempo, lo que aumentaría las posibilidades de salvarse de las manos de los calatraveños. Escribiría, erroneamente, aquellos hechizos que ellos no tuvieran posibilidades de comprobar en ese momento. El de detener las aguas de un río, el de protección ante la lluvia, el de resucitamiento y otros más.
Mojó la pluma en la tinta y comenzó a escribir. No había plasmado en el papel más de tres o cuatro conjuros, con su correspondiente explicación, cuando Ordoño, impaciente, se lo quitó de las manos para revisarlo. El monje, que no era tonto, le dijo:
- ¡Mnnn! ¿Cómo sabré que no me estás engañando? Sería una idea muy estúpida de tu parte. –
Le acercó nuevamente el papel al muchacho.
- ¡Continúa! – Le ordenó.
Alonso disimuló su nerviosismo ¿Lograría engañarlos? Se preguntó. Miró a Juana quien, con la cara apretada por la mordaza y los ojos irritados de tanto sollozar, sin entender bien de que se trataba todo lo que estaba sucediendo, le decía que si con la cabeza, como instándolo a que continuara con la escritura. El muchacho bajó la vista y así lo hizo.
Escribió explicaciones verdaderas a continuación de hechizos falsos.
Ordoño lo observó seriamente, escrutando cada uno de sus movimientos, en busca de alguna señal de intento de engaño, por parte del muchacho. La alegría que tendría que sentir por estar consiguiendo lo que quería, los hechizos, se veía opacada por la duda ¿Cómo probarlo? Se preguntaba el monje a quien también lo aquejaban las incertidumbres.
Mientras Alonso escribía a un ritmo más lento que el que le era habitual, Ordoño se acercó a su compañero y, sin mediar señal alguna de lo que iba a hacer, le clavó el cuchillo en el pecho. Su habilidad en el uso de las armas, hizo que la puñalada pasara entre dos costillas sin siquiera rozarlas, y perforara el corazón del hombretón. Este, antes de caer muerto, solo atinó a lanzar un leve quejido, llevarse sus manos al pecho y mirar al monje con sorpresa e incomprensión. La ejecución fue tan perfecta que casi no le provocó sufrimiento.
Juana emitió una exclamación y Alonso, estremeciéndose ante lo horrendo de la escena, pegó un breve salto sobre el banco en el que estaba sentado.
La cara de Ordoño mostró síntomas de enojo y excitación. Su voz aumentó de volumen y de tonalidad imperativa.
- ¡Ahora vamos a comprobar si me estás engañando! – Dijo.
Le quitó nuevamente el papel al muchacho y lo comenzó a leer para ubicar el hechizo de resucitación.
Alonso se desesperó ¿Qué haré ahora? Pensó sumido en un gran abatimiento. Este monstruo es capaz de cualquier cosa, se dijo con desconsuelo, mientras miraba a Juana.
El calatraveño, con el escrito en la mano, se acercó hasta su secuaz muerto y dijo:
- ¡Ufínona noc!
Se quedó quieto, mirando el cuerpo yacido en el suelo, cargado de expectativa.
Alonso evaluó la posibilidad de aprovechar el momento de distracción y atacarlo. Aunque las probabilidades de derrotar al monje, avezado en la lucha, eran pocas, no vislumbraba que tuvieran otras opciones. Apoyó sus manos en la mesa para darse impulso y ponerse de pie, pero Ordoño le dijo:
- ¡No te atrevas, estúpido! O la cabeza de ella rueda – Y blandiendo su pesada espada, amenazó a Juana con un revés.
El joven se sentó nuevamente.
- ¡Ufínona noc! ¡Ufínona noc! Repetía el monje, alterado.
Nada sucedió.
- ¡Te lo advertí! ¡Te lo advertí! – Dijo totalmente enfurecido mientras miraba al joven - ¡Te advertí que no me engañaras! – Y cometiendo su segundo asesinato de la noche, clavó el puñal, con la misma habilidad con que lo había hecho con el hombretón, en el pecho de Juana.
Alonso, sin dar crédito a lo que estaba viendo, intentó ponerse de pie. El calatraveño le asestó un golpe en la frente, con la espada de plano, que lo obligó a sentarse nuevamente.
El cuerpo de la muchacha se fue inclinando lentamente, hasta que cayó al suelo.
Estaba muerta.
El joven observó a su amada con incredulidad ¿De qué otra manera se puede ser testigo de algo semejante? Lanzó un terrible grito de impotencia y desesperación, el cual quedó atrapado en su garganta. El rostro se le enrojeció como una brasa. Quiso levantarse nuevamente, deseaba matar a Ordoño, pero este lo detuvo amenazándolo con la punta de su espada. El instinto de conservación lo hizo detener.
- Todavía tienes la posibilidad de salvarla – Dijo. – Escribe el verdadero hechizo de resucitación, y lo haré. No creo que me engañes nuevamente. –
Alonso, esta vez, no dudó en entregar su secreto. Tomó la pluma la cual se sacudió en el temblequeo nervioso de su mano, mojó en la tinta la punta y escribió, con una letra horrible: “Yatanta velna”.
El calatraveño tomó el conjuro y se acercó hacia el cadáver de su compañero. Alonso abrió más sus ojos con asombro y gesto de exigencia.
- Primero resucitaré a mi amigo – Le dijo con soberbia.
El joven se sintió desesperar ¿Me estará engañando? Pensó.
De pronto Ordoño cambió de parecer y se dirigió nuevamente hacia Alonso.
- Haremos otra cosa – Dijo – Escribe los demás hechizos. Sin trampas. Cuando lo hayas hecho resucitaré a la chica. -
Otra vez la disyuntiva atroz ¿Qué garantías tengo de que el monje no me va a engañar? Se preguntó. De que no resucite a Juana y termine con mi propia vida, quedándose, además, con el tremendo poder de los conjuros. Pensó.
La única alternativa que encontró fue convertirse en un negociador.
“Primero resucítala y luego, si prometes que nos dejarás libres, te daré todos los hechizos”. Escribió en un papel que le ofreció a Ordoño.
- ¡Ahá! Veo que quieres exigirme cosas ¿Crees que estás en posición de hacerlo? – Dijo ironicamente.
Alonso escribió: “Ya lo he perdido todo”.
- Aun te queda tu vida – Retrucó el monje.
El muchacho se encogió de hombros, indicando que no le importaba.
El calatraveño evaluó un instante la situación y le dijo:
- Está bien, pero ten en cuenta que luego, si me engañas, puedo volver a matarla.
Alonso asintió con la cabeza. Tener más tiempo aumentaba sus posibilidades de planear un escape y eso le dio cierta esperanza.
Ordoño se paró frente al cadáver de Juana, leyó el papel detenidamente, la avara luz de la llama de la vela no ayudaba mucho para eso, la miró con indiferencia y dijo:
- ¡Yatanta velna!
Esperó unos segundos para ver el resultado, el joven también observó con enorme expectativa. Nada ocurrió, la muchacha permaneció tan tiesa como un cuerpo ya sin alma puede estarlo.
- ¡Yatanta velna! - Repitió algo ofuscado - ¡Yatanta velna! ¡Yatanta velna! –
Nada cambió en el cuerpo de Juana.
Alonso no entendía que estaba sucediendo. Ahora si su desesperanza era mayúscula. Había escrito el hechizo correctamente, el monje lo pronunció bien. Su amada debería estar nuevamente viva, como había sucedido con aquella niña de la posada, ante las mismas palabras, pronunciadas por Tiago.
El calatraveño giró su cabeza y, totalmente enardecido, miró al muchacho. Había aceptado el primer engaño, por tomarlo como una lógica estrategia de guerra. Pero esto, ahora, ya le parecía una burla.
- ¡Mudo imbécil! – Gritó – ¿Ni la vida de la muchacha te importa? -
Se abalanzó hacia el joven con la espada en alto y la bajó violentamente. Como emulando a Procastes, cuando el filo de esta talló una grieta en la madera de la mesa, la mano de Alonso ya estaba separada de su brazo. El certero golpe la cercenó a la altura de la muñeca. Un pequeño charco de sangre fue creciendo sobre las desgastadas tablas. El muchacho tomó su brazo amuñonado con la otra mano.
El dolor lo hizo casi desmayar, lo invadió completamente, en cuerpo y alma, se sintió desfallecer. No hallaba razones para seguir viviendo. Miró su mano, lejana sobre la mesa, el cuerpo de Juana tendido en la habitación y deseó que el malvado calatraveño le quitara la vida en ese instante. No le importaba, ni siquiera, la venganza.
Ordoño blasfemó y luego insultó al muchacho, iracundamente. Luego, gradualmente, se fue calmando, quitó el lienzo que amordazaba a la joven y aplicó, con él, un torniquete en el brazo de Alonso, el cual detuvo la perdida de sangre.
- Tomemos esto con un poco más de calma. - Le dijo. –Tienes la otra mano sana, escribe correctamente los hechizos necesarios para remediar toda esta situación. Seguro que debe haber alguno que regrese tu brazo a la normalidad. Escríbelo y yo te lo sanaré.–
Alonso estaba destruido. Tomó con su mano izquierda un papel mojado con sangre y, en un extremo que permanecía seco, escribió usando como tinta el rojo líquido que su muñeca había vertido:
“Mátame, cerdo”.

4 comentarios:

  1. Ayyyy... cómo está esto....de suspensivo....!!!!

    Te sigo leyendo... (como el punto final a todas las oraciones... jejejje...)

    Besos

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  2. GAMBETA, esto no hay quien lo aguante, te has pasado...!mi niña Juana!
    !!!YATANTA VELNA!!!
    A ver si será que de no pronunciarlo álguien puro no vale el conjuro !voto a Plutón! que entre álguien buena gente...no sé, a lo mejor vuelvo a dar en el blanco. Ahora será el manco de Toledo no de Lepanto, mi chico Alonso, necesito una fórmula para enganchar manitas, ayyyy cruel Gambetas, que no se quede cual capitán garfio el chico mudito.
    Pasástete, !apáñalo por tus ojos...!!!

    Nota; eso que pones,"cargada de expectativa", bajo mi parecer no se entiende ¿qué está cargada de espectativa? en femenino, lo colocas después de: " Se quedó quieto, mirando el cuerpo yacido en el suelo, cargada de expectativa"...¿la atmósfera estaba cargada de expectativa?...no sé.

    VIBRANTE CAPÍTULO QUE ME DEJA SIN ALIENTO, RITMO TREPIDANTE, DIÁLOGOS BIEN RESUELTOS LLENOS DE ENERGÍA.BESITOOOOOOOS MUCHOS, QUEDA EN "PAZ"

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  3. Vaya momento has elegido para parar el capitulo, nos obligas a estar mas pendiente aún a su continuación.
    Atentos estaremos pues.......
    Un abrazo

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  4. Estremecedor este capitulo que leo ahora (después del último!)por falta de tiempo.

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