domingo, 24 de julio de 2011
Capítulo XLI
Alonso se despertó sin saber en que momento del día lo estaba haciendo. Intentó moverse pero sus fuerzas no lo asistieron, se quedó quieto en el catre, en el medio de la mañana. Al rato, la puerta al abrirse, permitió que se iluminara la habitación y la silueta de Francisco se dibujó bajo el dintel, como una sombra. El hombre se acercó al muchacho y le habló:
- ¡Al fin has despertado¡ Debes alimentarte.-
Llamó con un grito a su mujer, quien apareció con un humeante plato de comida. Con paciencia le dio los alimentos, lentamente, al muchacho; luego le brindó agua para beber.
Tan esmerada atención se repitió varias veces, como lo había pedido Manuel, durante todo el día. Al llegar la noche la alimentación había causado su efecto, Alonso tuvo las fuerzas suficientes como para ponerse de pie e ir a la cocina. Allí cenó con el valego, su esposa y sus tres hijos. La mujer le contó acerca de los pequeños. Al muchacho le cayó bien uno de ellos, no era hijo de la pareja aunque lo trataban como tal. Según ella le contó, era hijo de unos galos que habían muerto por la peste, el pequeño quedó huérfano y al abandono, por lo que lo habían adoptado. Lo llamaron Franco.
Después de la cena, Alonso se sintió nuevamente cansado y se retiró inmediatamente a dormir, no sin antes haber agradecido los cuidados recibidos.
Quizás el equilibrio esté pagándome, a través de la generosidad de Francisco y su mujer, el haber salvado los animales de Diego, pensó.
A la mañana siguiente, aunque no lo hizo tan temprano como acostumbraba, se despertó con plena vitalidad. Al salir del cuarto respiró con placer el aire matinal, cuya frescura lo hacía sentir más puro. Por encima de la torre del Cubo, el sol, abandonando su pereza, se había decido a calentar y comenzaba a hacerlo.
Al verlo, la mujer llamó con alegría a Francisco para que se enterara sobre el buen estado que mostraba el muchacho. Lo llevaron a la cocina y le dieron pan y un jarro con leche.
- Tu amigo regresará hoy, según me dijo.- Le comentó el valego.
- ¿Adónde fue?- Preguntó Alonso, con el ánimo nuevamente predispuesto a preocuparse por las cosas por las que debía hacerlo.
- A Almagro.- Contestó, cacofónicamente, el hombre.
El muchacho asintió con la cabeza, aprobando la decisión del guardián. No recordaba con claridad lo sucedido luego de haber escuchado los planes de Rodríguez.
Al verlo de buen semblante, los dueños de casa lo interrogaron sobre su vida. Este contó algunas cosas de ella y de sus viajes. Para la pareja resultaba una historia maravillosa, habitaban el lugar desde que era el Pozuelo de don Gil, antes de que Alfonso hubiera creado la villa, sin haberse ido nunca de allí. No conocían otro lugar, salvo los alrededores cercanos.
Cuando terminó de relatar su historia, la pareja se retiró a realizar sus labores. El joven ya no estaba débil como para seguir prolongando el reposo. Pasó parte de la mañana deambulando por el lugar, aburrido, esperando a su amigo, hasta que Franco lo encontró en el huerto. El pequeño avanzó hacia él, caminando como si diera saltitos en punta de pies, con cada paso que hacía. Coronando un cuerpo delgaducho, su cabeza tenía unas orejas demasiado grandes y unos ojos, redondos y saltones, que lo hacían particularmente gracioso. El niño comenzó a recolectar verduras y, yendo y viniendo, se las ofrecía a Alonso, sin dejar de sonreír, para que este recobrara sus fuerzas. El joven, al descubrir las intenciones del chiquillo, intentó detenerlo.
- ¡Para, para, pequeño! No puedo comer tanto. - Le dijo riéndose.
El niño, al principio, no le hizo caso hasta que el muchacho logró convencerlo. Rapidamente entraron en confianza, era un pilluelo muy inteligente. Alonso lo invitó a sentarse a la sombra de un joven sauce y le habló sobre lo que más conocía: libros e historias que en ellos había. El niño estaba encantado con los relatos por lo que lo apabulló con preguntas, en especial sobre el de Rodrigo Díaz. El joven, sin saberlo, estaba dejando una semilla en él, que quizás lo influenciara durante toda su vida.
Sin que ninguno de los dos lo advirtiera, la mañana terminó. El llamado de la mujer les anunció que era el momento de almorzar. Poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo de sus ropas, ambos se dirigieron hacia la cocina.
Al verlos llegar Francisco dijo:
- Es seductor el chicuelo.-
El joven asintió con la cabeza.
Durante la comida Franco no paró de hablar, contando la historia del tal Díaz. Alonso sonreía, algunas de las cosas que decía no eran correctas.
La siesta los encontró a todos descansando. Apenas terminada esta, como si hubiera estado escrito que nada debía interrumpirla, se produjo el arribo de Manuel. Luego de saludar a todos encontró el momento de quedar a solas con amigo.
- ¿Qué sucedió?- Preguntó ansioso este.
- Cuando llegué a Almagro.- Comenzó a narrar Manuel.- Logré encontrar a Simón. Le conté todos los planes que escuchaste en la reunión entre Rodríguez y el falso mudéjar. Digo esto porque me contó que era un hermano de Muhammad. Luego de escucharme me llevó en presencia del mismísimo Felipe y repetí, ante él, la historia. Me agradecieron la información, dijeron que apresurarían sus acciones y, al despedirnos, el infante me regaló un salvoconducto, firmado por él, por si en algún momento nos hiciera falta invocar su autoridad.- Y, dicho esto último, le mostró un rollo de papel.
- Supongo que hemos hecho bien.- Dijo Alonso.
- Creo que si.- Contestó el guardián- ¿Cómo te sientes?- Preguntó recordando, luego de la excitación de haber contado noticias importantes, el estado en el cual había dejado a su amigo.
- Ya estoy bien.- Contestó este.- Creo que mañana podremos continuar el viaje.
- Así lo haremos.- Afirmó Manuel.
Habiendo dicho todo lo que debía contar, el guardián se sintió cansado. Había viajado durante una noche y un día por lo que necesitaba reposo. Al tiempo que se retiraba hacia la habitación, Alonso le dijo que debía ir a la plaza a comprar algo, por lo que abandonó el lugar.
Cuando regresó, ya casi había caído la noche. Apenas tuvo tiempo de dejar su bolsa en la habitación, para llegar a horario a la cena. Durante la misma, Manuel se vio obligado a relatar las causas de su repentino viaje a Almagro y así lo hizo. Como los dueños de casa poco y nada entendían de política, ni de intrigas, incluso menos que los muchachos, el relato les resultó de poco interés. Culminado este, Francisco les dio algunas recomendaciones para el viaje, que los jóvenes emprenderían al día siguiente.
- El camino está asediado por golfines, la Sierra Morena es tierra de nadie. Deberán cuidarse de ellos, por el bien de sus pertenencias. A medida que más se acerquen hacia el sur correrán, también, el peligro de encontrarse con algún grupo de moros que incursionan por el territorio. Deberán cuidarse.- Volvió a recomendar.
Ambos agradecieron los consejos y prometieron tenerlos en cuenta. Al cabo de un rato, todos se habían retirado a dormir.
La mañana los despertó, más o menos, al mismo tiempo a todos. Luego de tomar los primeros alimentos del día, los jóvenes se dispusieron a partir. Cuando estaban en el momento de la despedida, Alonso llamó a Franco y sacó de su bolsa un libro que había comprado la tarde anterior en la plaza, el cual obsequió al pequeño. Era el Romance del mío Cid.
- Aprende a leerlo y disfrútalo.- Le dijo.
El pequeño tomó el texto y lo cobijó en su pecho con sus bracitos.
No fue mucho más tarde, que los muchachos abandonaron la ciudad, atravesando la puerta de Granada.
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