jueves, 30 de junio de 2011
Capítulo XXXVI
Manuel hubiera querido, en la oscuridad del aposento, conversar con Alonso acerca de cómo le confesaría a Rafael sus sentimientos hacia su hija, sin que este lo decapitara o lo desollara vivo. Su amigo había mostrado cierta habilidad en la resolución de estos temas. Pero esa noche, todos compartían la misma habitación, incluso Ireneo, Atenor y sus olores, por lo que la preservación de secretos sería imposible. En la desesperación de su sufrimiento, imaginaba soluciones inexistentes o imposibles, como que le salvaba la vida al padre y este, como recompensa, le entregaba a su hija o que encontraba un tesoro, se hacía rico y por ello Rafael lo aceptaba sin miramientos. También imaginó un hechizo, que no existía, el cual le otorgaba el don de convencer a otra persona de lo que quisiera.
Todas estas tribulaciones deambulaban en su cabeza sin que pensara, en ningún momento, que el hombre lo podría aceptar, quizás, sin ninguna objeción. Esta preocupación hizo que el guardián fuera el último en dormirse.
Nadie madrugó demasiado a la mañana siguiente, solamente la muchacha, quien perfumó todo el lugar con un agradable aroma a pan recién horneado, el cual fue una irresistible tentación para el hambre matinal de los hombres Uno a uno, se fueron levantando para terminar, un rato después, reunidos en la cocina disfrutando del desayuno, salvo Manuel, que apareció un poco más tarde y fue recibido con una mirada inquisidora de la muchacha, debido a su retraso.
Si hubiera venido antes podríamos haber estado un rato a solas, pensó esta.
- Se logra tolerar a un glotón, pero nunca a un holgazán.- Dijo Rafael, entre risas, pensando que esa era la causa del enojo de la niña.
Manuel repitió el ritual de colorear, con tonos rojizos, su cara.
El hombre aprovechó la reunión para interrogar a Alonso sobre detalles de su vida, los cuales el muchacho ya había contado pero sin que él hubiera estado presente para escucharlos. Este así lo hizo, entreteniendo el desayuno por un rato.
Cuando las panzas estuvieron llenas y los músculos prestos para la actividad, los dos hermanos anunciaron su partida. Luego de salir todos de la cocina, saludaron apresuradamente y se marcharon. El cielo estaba gris y amenazaba con llover y, aunque no vivían lejos de allí, no querían que un aguacero los encontrara desprotegidos a medio camino.
El frío era más intenso que nunca, Rafael y los dos muchachos debían salir a realizar las tareas diarias, por lo que se cubrieron con cueros de oveja para tratar de repelerlo.
Alonso procuró que las cosas que hacía lo mantuvieran cerca del hombre, un poco para que Aurora y Manuel pudieran encontrar algún momento para estar a solas, y otro para hablarle acerca de los atributos del guardián y, así, ir preparando el terreno para la petición de la mano de la niña.
- Es un buen muchacho.- Dijo en un momento Rafael, como respuesta a las alabanzas que venía enumerando el joven.- Lástima que sea tan pobre.-
- ¿Qué problema hay acerca de ello?- Preguntó el argandeño.
- Que el día que quiera pedir la mano de alguna mujer que sea digna, le va a costar ser aceptado.
El muchacho se frotó el mentón, tratando de que se le ocurriera una buena idea, para argumentar a favor de su amigo.
- Son formas de ver las cosas. Si yo tuviese una hija, querría dejarla en buenas manos. Manos que la quisiesen, la protegiesen y la respetasen, aunque estas vinieran sin riquezas.- Dijo tratando de que su manifestación convenciera al hombre.
Este, riendo, contestó:
- Eres muy mozo todavía y piensas que el tiempo no alcanza. Deberías prestarle atención a la paciencia. Yo esperaré a que alguna de las oportunidades que se presenten para mi niña, traiga ambas cosas y, aún así, no la cederé fácilmente y a más de uno, seguramente, tendré que darle una zurra.-
El joven decidió abandonar el tema por el momento, iba perdiendo la partida y no fuera a ser cosa que él terminara recibiendo la tunda.
Siguieron un rato dándole heno a los animales, hasta que, como si la noche se hubiera desorientado y aparecido inesperadamente en el lugar, sin preguntar si el camino que llevaba era el correcto, la oscuridad invadió la mañana. Los cada vez más densos nubarrones, repelían con el lomo a los rayos del sol y el frío se intensificó. De pronto comenzaron a caer, como pomposas semillas de cynara flotantes, los primeros copos de nieve del invierno.
- Ayúdame a llevar los animales al establo.- Le dijo Rafael a Alonso.
Así lo hicieron; gallinas, cabras, cerdos y ovejas, terminaron bajo el precario abrigo de las tablas que techaban el rústico cobertizo.
Luego de eso, la intensa nevada no les dio la oportunidad de realizar ninguna otra labor al aire libre, por lo que regresaron a la casa.
Allí encontraron a la niña, que estaba preparando unas verduras para la comida, y a Manuel, quien totalmente mojado y tiritando, apuntaba las palmas de sus manos hacia el calor que brindaban las llamas del hogar.
Después de decir los comentarios acostumbrados, que inspira la llegada de alguna inclemencia meteorológica, los dos recién llegados se acomodaron en distintos lugares de la cocina. Rafael se acercó a su hija para fisgonear lo que estaba cocinando y conversar con ella, siempre tenía algún tema para hacerlo. Alonso se dirigió a la chimenea y se paró junto a Manuel, pero dándole la espalda a esta, por lo que, de cierta forma, quedó casi frente a frente con su amigo. Ensayando un cuchicheo le dijo, tratando de que padre e hija no escucharan:
- Mañana voy a marcharme de aquí, nada más me ata a este lugar y tengo cosas por hacer.-
Manuel, consciente de que ese momento alguna vez iba a llegar y de que él también tenía una pronta misión que cumplir, bajando la vista contestó:
- Iré contigo.-
En sus ojos, el reflejo de las danzantes llamas de la hoguera, fue atenuado por la tristeza que le provocó el saber que pronto abandonaría a su niña.
- ¡Debes pedir su mano!- Le dijo el joven, sabiendo lo que era importante para su amigo.- Debes dejar sentado un compromiso antes de partir.-
- Lo se.- Respondió Manuel.- Hablaré con Rafael.-
- Aguarda para hacer eso.- Le aconsejó Alonso.- He estado hablando con el viejo y no veo que sea tarea fácil que te apruebe.-
- Si tu lo dices.- Dijo aceptando el guardián, teniendo en cuenta que su amigo había demostrado ser idóneo en estos asuntos.
- Debemos planearlo bien, por la noche lo harás.- Agregó.
- ¿De qué hablan ustedes?- Dijo con curiosidad, Rafael.
Alonso, sin titubear, le contestó:
- De algo que debemos comentarles.- Hizo una pausa y continuó.- Mañana nos marcharemos.-
Al hombre le dio pena la noticia, apreciaba la compañía de ambos muchachos. Aceptó la decisión, sabiendo que era algo que tarde o temprano iba a suceder. La niña bajó la cabeza, fijando la mirada sobre los alimentos que estaba preparando.
El silencio invadió todo el recinto y cada uno prosiguió haciendo lo que estaba realizando, así fuera nada.
Rafael fue quien rompió el mutismo. Tomando a su hija por el brazo le preguntó:
- ¿Por qué lloras?-
- ¡Porque esto que estoy trozando son unas cebollas!- Contestó Aurora de mala manera.
Al hombre lo enojó la réplica de la niña y, por la expresión de su cara, se notó que reprimió alguna respuesta inapropiada.
Esta situación tensó más el denso clima que se vivía en la cocina, por lo que el silencio se prolongó un largo rato más. Comieron los alimentos muy frugalmente El apetito no es amigo del malestar, salvo el argandeño, al cual la tensión, pareció no afectarle la capacidad de ingesta. Aurora casi no probó bocado.
Luego todos, menos la niña que se quedó acomodando la cocina y lavando los utensilios, se fueron a dormir una siesta. El frío, la falta de claridad y la nevada proporcionada por las nubes, hacían más atractiva la estadía dentro de un lugar abrigado y al reposo. Los tres hombres, una vez en la habitación, se acostaron cada uno en su lugar.
Cuando los ronquidos de Rafael dieron la señal que Alonso estaba esperando, se levantó con sigilo y se dirigió hasta donde yacía Manuel. Le tapó la boca con una mano, para apagar algún grito de sorpresa y, cuando vio que su amigo lo miraba desde la perfecta negrura de sus ojos, con el dedo índice de la otra le ordenó que guardara silencio. Mediante señas le dio indicaciones que guiaron al guardián detrás de él. Una vez fuera de la habitación, pudo hablarle en voz baja, sin correr riesgo alguno de que el hombre lo escuchara.
- Vamos a la cocina, debemos hablar con Aurora.- Le dijo.
Cuando entraron, la joven estaba culminando sus tareas. Todavía tenía lágrimas en los ojos, aunque las cebollas ya habían quedado demasiado lejanas en el tiempo, como para provocarlas. Manuel se apresuró en entrar y la abrazó, esto hizo que la niña estallara en llantos. Besándole repetidamente la frente, el muchacho procuró calmarla o, al menos, contenerla.
Alonso, asomando su cabeza hacia fuera y sosteniéndose del marco de la puerta, se aseguró de que Rafael no los hubiera seguido, luego entró nuevamente e hizo que todos se sentaran alrededor de la mesa, en uno de sus extremos.
- La situación no es fácil.- Comenzó diciéndoles a la pareja.- Intenté dialogar para ir allanando el campo, de manera que fuera más probable que aceptara a Manuel como tu hombre, pero lejos de discutirme acerca de las virtudes que mencioné, argumentaba sobre la importancia de las que no tiene.-
- Es terco como un borrico.- Dijo la niña.
- ¿Y cuáles son ellas?- Dijo el guardián timidamente, no con muchas ganas de escuchar una definición acerca de lo que no era.
- Riquezas.- Contestó simplemente Alonso.
Manuel bajó la vista, no podía hacer nada para remediar esa falencia. Soy más pobre que el desierto, pensó.
- Pero eso a mí no me importa.- Dijo Aurora.- Lo quiero y no podría querer a otro aunque viniera en un carruaje de oro.-
- Lo se. Lo sabemos.- Dijo Alonso tratando de animar a ambos.- ¿Hay alguna situación que torne tierno y receptivo a tu padre?- Le preguntó a la niña tratando de pergeñar algún plan.
La muchacha pensó un poco, meneando su rubia cabeza, hasta que encontró una respuesta:
- Cuando se pone ebrio.- Dijo.- Abre su corazón y dice cosas dulces y cariñosas. En ese estado lo he visto perdonar ofensas que, en otro momento, lo habrían incitado a la violencia.-
- Bien, eso es bueno.- Dijo Alonso.
- Pero muy pocas veces se embriaga.- Completó la muchacha compungida.
Alonso, magullando palabras poco entendibles se abstrajo, ignorando la presencia de la pareja por un momento, intentando urdir un plan.
Manuel no atinaba a emitir vocablo.
- Esto es lo que haremos.- Dijo finalmente el joven y, mirando a Aurora, continuó.- Esta noche deberás organizar un festín de despedida. No podrá faltar vino, trataremos de inducirlo a tomar mucho de él. Cuando su estado sea el adecuado.- Prosiguió, pero, ahora, dirigiéndose a Manuel.- Te dejaremos a solas con él y le pedirás la mano.-
La simpleza de la idea se dibujó, contrariamente, como una batalla contra mil soldados en la cabeza de Manuel.
- ¿Co..? ¿Cómo haré eso?- Preguntó algo asustado.
- ¡Con la fuerza del amor, amigo!- Contestó Alonso dándole una fuerte palmada en el hombro.- Si ella te ha empujado a enfrentarte a guerreros armados, tales como los hombres de Rodríguez ¿Cómo no te va a dar las palabras necesarias, en el momento indicado? Dile lo que sientes, háblale con el corazón. Aurora y yo nos quedaremos afuera, escuchando lo que conversen, por si acaso hiciese falta que aparezcamos.-
Esta arenga envalentonó al guardián.
- ¡Así lo haré!- Afirmó y le dio un ruidoso y breve beso en la mejilla, a la niña.
Nunca más justo el final del mismo, un segundo después de que había ocurrido, Rafael irrumpió por la puerta.
- Veo que han despertado.- Dijo.- Así me gusta. Ha dejado de nevar y quisiera que me ayudaran a acomodar varias cosas que la tormenta ha desalineado.-
Los tres jóvenes se sintieron aliviados, el hombre no había visto la última escena, por lo que sus planes seguían vigentes.
Los dos muchachos aceptaron la petición y salieron a trabajar, mientras que la niña se quedó a organizar la pequeña fiesta
Luego de pocas horas, el sol, que no había aparecido en todo el día, pareció convencer a la luna para que tampoco lo hiciese y apurara a la oscuridad, para que entrara en escena. Las nubes habían acelerado el final del día. Esa noche, todos se sentaron a la mesa más temprano que nunca.
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