sábado, 11 de junio de 2011
Capítulo XXVIII
Algo repentino e intenso le hizo abrir bruscamente los ojos, pero no pudo ver nada más que un brillo blanco que todo lo eclipsaba. Al mismo tiempo, sintió como si por sus venas corriera aceite hirviendo. El dolor no alcanzó a hacerle dar un grito, ya que, un poco antes de que eso se produjera, este disminuyó rapidamente hasta desaparecer. La luminosidad que había invadido su mirada también se fue, por lo que, finalmente, comenzó a distinguir los objetos que lo rodeaban y, entre ellos, la silueta de un hombre.
Cuando su visión estuvo completamente compuesta, pudo distinguir, definidamente, al muchacho que se hallaba frente a él. Era alto y corpulento, sus cabellos negros, finos y cortos. Su cara estaba sembrada de numerosas y tenues pecas, y su mirada transmitía bondad. En su cuello, una notoria cicatriz, no disimulaba una antigua herida.
- Ya ha pasado todo.- Dijo.
Alonso, extrañamente recuperado, se sentó en el catre y, sin comprender aún lo que le había sucedido, se palpó las partes de su cuerpo, que habían estado heridas tan solo un minuto atrás. Primero se tocó la mejilla, la sintió lisa y tersa como la había conocido desde siempre; lo mismo le sucedió con el cuello. De la herida del pecho solo quedaban las manchas de pus y de sangre de su camisa.
- ¿Qué ha pasado?- Preguntó- ¿Qué ha…?- En ese instante se detuvo. Cayó en la cuenta de la única explicación que podía existir, acerca de lo que había sucedido ¡Magia! Pensó -¿Me has lanzado un hechizo?- Preguntó en una forma más afirmativa que interrogativa.
El muchacho, que continuaba de pie frente a él, se sintió repentinamente incómodo.
- ¿Te encuentras bien?- Preguntó, tratando de evadir explicación alguna.
- ¡Me has lanzado un hechizo!- Exclamó Alonso con una firme convicción - ¿Qué eres?- Lo interrogó.
El desconocido joven, casi sin pensar, giró y comenzó a caminar dirigiéndose hacia la puerta diciendo:
- Debo retirarme, regresar a mi hogar. Muchas tareas me esperan.
Alonso dio un salto desde el catre, con una rapidez y una energía difíciles de imaginar un rato antes y se atravesó, entre el muchacho y la salida, impidiéndole el paso.
- ¿Quién eres?- Lo interrogó con firmeza.
El otro joven lo miró confundido, sin emitir ninguna palabra. Entonces, Alonso sintió que para confirmar lo que estaba sospechando en ese momento, debía asumir un riesgo. Algo en su interior le dictó que debía sacrificar prudencia por veracidad.
- ¿Eres un guardián?- Preguntó con timidez.
El muchacho se quedó un instante pensativo y, rapidamente, se le ocurrió una pregunta.
- ¿Un guardián de qué?
- De los de Akunarsche.- Respondió, eclepticamente, para tener la posibilidad de inventar cualquier explicación alternativa, en caso de que lo que intuía no fuera cierto.
El desconocido lanzó un suspiro y recuperó su tranquilidad. Posó su mano, amistosamente, sobre el hombro de Alonso y le dijo:
- Si, lo soy ¿Tu eres el otro?-
- ¿Qué otro?- Contestó también aliviado el recién recuperado.
- El otro guardián.- Respondió el desconocido.- El que yo debía encontrar. Te he hallado finalmente.-
Había sido muy grande el riesgo que habían corrido ambos al develar sus secretos.
Quien sabe que habría sucedido si no hubiese sido otro guardián, pensó Alonso, algo preocupado por lo que nunca ocurrió.
- Debes explicarme de que se trata todo esto.- le dijo.
- Si.- Contestó el extraño.- Vayamos a sentarnos.-
Lo hicieron en sendos bancos, que se hallaban junto a una mesa en una esquina de la habitación.
- Mi nombre es Manuel, como te he dicho soy un guardián ¿Tu también lo eres, no?- Dijo con un último sesgo de temor y duda.
- Si lo soy, me llamo Alonso.- Contestó.
Ambos jóvenes se miraron y sonrieron con complicidad. Ahora podían estar tranquilos el uno con el otro.
- Yo debía encontrarte.- Comenzó a relatar Manuel.- Y no sabía ni como, ni donde ¿Cómo hallar a otro guardián sin asumir riesgos? Cuando ayer vinieron a buscarme y me contaron acerca de ti, no se porque sentí que era la oportunidad de encontrar a quien estaba buscando, por eso llegué hasta aquí casi corriendo.
Alonso lo escuchaba con extrema atención, quería saber de que se trataba todo esto.
- ¿Para qué?- Interrumpió.
- Ten paciencia, ya te diré.- Contestó Manuel.- Tendremos varios días aquí para hablar.
- ¿Varios días?- Dijo Alonso sorprendido.- Ya me siento bien, podría irme ahora mismo.
- ¿Saldrías caminando por esa puerta y te irías de la aldea?- Preguntó ironicamente Manuel ¿Y cómo explicaría yo tu recuperación, sin mencionar a la magia?
Alonso fijó su mirada en la puerta y luego de un instante de reflexión dijo:
- Tienes razón.-
- Deberemos hacer esto bien, amigo.- Continuó Manuel.- Tendremos que ocultar que ya no tienes heridas y deberás simular debilidad, dolor y una gradual recuperación.
Alonso asintió con la cabeza y, presa de su ansiedad, preguntó:
- ¿Para qué debías hallarme?-
- Ya te contaré sobre eso, no te impacientes.- Respondió Manuel.- Ahora deberías volver al catre y taparte totalmente por si alguien entra, yo iré a buscar algunas cosas necesarias para preparar nuestro engaño. Regresaré pronto.-
Dicho eso el muchacho esperó a que Alonso se acostara y se retiró, por la misma puerta por la que había ingresado.
El joven, en la soledad de la habitación, se quedó pensativo mirando el techo. Se sentía aliviado por no sufrir los dolores que lo habían aquejado tan solo unos minutos atrás, pero aún mantenía la opresión en el pecho, que le generaba el dolor de haber perdido a su amigo y conocido el odio.
Tanto odio, nunca había sentido su corazón bondadoso uno semejante.
Sería capaz de matarlo si lo tuviera frente a mí, se dijo, pensando en el enano.
Estuvo Alonso, inmerso en sus pensamientos y sus sufrimientos, hasta que regresó Manuel.
- Tengo todo.- Dijo luego de cerrar la puerta.
Con tanto empeño como torpeza, cortó en trozos un lienzo de lino, que había traído para fabricar varias tiras anchas y, envolviendo la cabeza de Alonso con ellas, le realizó un vendaje que ocultaba la ausencia de su herida. Hizo lo mismo en el cuello y en el pecho.
- Por mi parte está todo hecho.- Dijo.- Ahora dependemos de tu capacidad para actuar.-
- Y de la tuya.- Contestó Alonso algo desafiante.- Haré lo mejor que pueda.-
- Debo dejar entrar a Rafael y a su hija.- Dijo Manuel.- Recién, cuando salí de aquí, casi no pude evitar que no lo hicieran. Están preocupados por ti.-
- Está bien.- Contestó el muchacho acostado.- Se han portado con mucha bondad conmigo, sería injusto hacerlos sufrir.-
- Qué así sea.- Contestó el otro guardián y, poniéndose de pie, se dirigió hacia la puerta.
Cuando la niña y su padre entraron a la habitación y vieron al muchacho que, aún yaciente en el lecho y con los ojos cerrados, lucía un mejor semblante, ambos sonrieron.
-¿Qué le has hecho?- Preguntó Rafael.- Ha mejorado.
- Algo mejor se encuentra.- Contestó, disimulando, Manuel.- Le he limpiado las heridas y aplicado algunos ungüentos.-
Alonso lanzó unos quejidos de dolor muy bien interpretados.
- El tiempo lo sanará mejor que yo.- Dijo el guardián.- Me quedaré unos días para brindarle las atenciones que lo ayuden a hacerlo.-
- Me tranquilizará que estés en mi hogar.- Dijo Rafael.- Esta tarde saldremos nuevamente en grupos, para darle caza al condenado enano. No debe estar tan lejos y ahora sabemos por que lugares anduvo.-
Alonso, con sus ojos cerrados, recordó el momento en que flair hirió a su anciano amigo y vertió unas lágrimas de dolor e impotencia, que no se pudo secar, Las delicadas manos de la niña si lo hicieron.
- Aurora, prepara algo para comer.- Ordenó el padre.
La niña se puso de pie y se dirigió hacia otro cuarto de la cabaña. Los hombres se quedaron a solas. Aprovechando que la joven no estaba, Rafael hizo una pregunta cuya respuesta podría haber sido muy dura.
- ¿Crees que se salvará?
Manuel debió concentrarse un poco para contestar y, luego, dijo:
- Estoy seguro que sí. Es joven, fuerte y la fiebre parece haber cedido un poco.
Así era, el último paño que la muchacha había quitado de la frente de Alonso, cuando apenas habían regresado a la habitación, estaba casi tan frío como su reemplazo.
El muchacho, desde el catre, observó la escena del diálogo, con solamente un ojo a medio abrir.
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