sábado, 4 de junio de 2011

Capítulo XXIV



El cuerpecito que descansaba inmóvil, de pronto realizó unos movimientos espasmódicos y el enano lanzó un quejido para quedar, finalmente, más quieto que nunca. Tiago se inclinó sobre él, puso una mano cerca de su boca y no sintió su aliento sobre ella. Volteó su mirada hacia el muchacho, que observaba todo boquiabierto, hizo una pausa y dijo:
- Está muerto.-
Alonso también se agachó y posó su mano, suavemente, sobre el pecho de Flair. Miró al anciano quien, cambiando ahora su postura, comentó:
- Todavía podemos revertir esto.-
- ¿Cómo?- Interrogó el joven.- Aunque quisiéramos nada podríamos hacer para resucitarlo, no tiene el aura.-
- Si la tiene.- Respondió Tiago.
El muchacho miró a su amigo con sorpresa e incredulidad.
- ¿Tu ves el aura en él?- Preguntó Alonso
- ¡Si! ¿Tu no?- Dijo el viejo sorprendido.
- ¡No!- Respondió a secas el joven.
Tiago quedó perplejo. No dudaba de la veracidad de lo que le decía su amigo, pero no comprendía. Nunca había estado en la disyuntiva de lanzar o no un hechizo de resucitación, y siempre había creído que la manifestación del aura que lo habilitaba, era algo absoluto, que era potestad de “el libro” que se presentara o no. Ahora estaba en presencia de una decisión subjetiva con respecto a revivir al pequeño ¿Qué pasa? Pensó.
- ¿Te has dado cuenta de lo que sucede? Interrogó a Alonso.
Este lo miró desorientado.
- Siempre la decisión de lanzar un hechizo de resucitación había sido algo sencillo.- Continuó Tiago.- Ahora debemos tomar una determinación. Yo estoy dispuesto a revivirlo, pero a ti nada te indica que lo debes hacer.
- Quizás el hecho de que me hayas iniciado como guardián hace poco, aun no me haya dado totalmente la facultad de ver el destino de las personas.- Dijo Alonso, rascándose la cabeza.
- No funciona así.- Contestó Tiago.- Uno es guardián desde el principio. Puede ser que ambas decisiones contribuyan al equilibrio, aunque con diferentes formas.
Los dos se quedaron mirando un rato el cuerpo inmóvil del enano, que lucía tan pálido como la roca que lo cobijaba.
- Sea como sea voy a hacerlo.- Dijo el anciano. - No se muy bien hacia donde nos llevará este asunto.- Quizás, que el pequeño viva, sea inofensivo para mi y peligroso para ti ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? Que yo pueda ver el aura es una señal de que, para intervenir positivamente en el equilibrio, él debe salvarse.-
- ¡Hazlo ya!- Dijo Alonso.
Tiago se arrodilló nuevamente junto al cuerpecito y observó la pálida cara del pequeño, que aún conservaba los ojos cerrados. Miró a su amigo le dijo:
- Él nunca se enterará de nada.-
El muchacho movió la cabeza afirmativamente. El viejo posó la palma de su mano en la frente de Flair y lanzó el hechizo:
- ¡Ufínona noc!-
Un hormigueo intenso recorrió el cuerpo del enano y sus carnes se tornaron, gradualmente, rosadas. Abriendo violentamente los ojos gritó:
- ¡Aaay! ¡Hormigas coloradas! ¡Hormigas coloradas!
Repitiendo la frase una y otra vez, se puso de pie y comenzó a correr en círculos, al mismo tiempo que se palmeaba todo el cuerpo.
Alonso lo observó sonriente, Tiago frunció el ceño.
Finalmente, ya sea por cansancio o porque el hormigueo había cesado, Flair detuvo su desbocado trotecito.
- ¿Qué miran? – Les dijo con cara de enojado.- ¿Nunca han visto a alguien recién descolgado de un árbol al que lo han atacado las hormigas?-
Tiago apartó la mirada de él e, ignorándolo, tomó su bolsa del suelo. El joven lo observaba con una sonrisa, le caía en gracia el hombrecito.
- ¡Vámonos!- Dijo el anciano.- Debemos proseguir el viaje.-
Alonso también recogió sus cosas y comenzó la caminata siguiendo a su amigo.
- ¡Espérenme!- Exclamó el enano y, tomando las sogas con que lo habían asido y que habían quedado tiradas debajo del árbol, salió corriendo, dando pasitos mínimos, detrás de los dos amigos.
- ¿Para qué traes eso?- Preguntó de mal modo Tiago.
- Uno nunca sabe cuando le servirá a uno algo que a uno pueda servirle.- Contestó Flair.
El viejo volvió a fruncir el ceño, le fastidiaban las respuestas burlonas del pequeño, como si estuviera soportándolo de toda la vida. Alonso consciente de ello, trataba de esconder sus sonrisas de la vista del anciano.
El enano envolvió su cintura con varias vueltas de las sogas, formando un ancho cinturón con ellas.
- Deberán ayudarme a explicarle al gobernante de Puebla de Alcocer, lo que me ha sucedido, sino no me creerá.- Dijo Flair.
Alonso y Tiago se miraron transmitiéndose un pensamiento coincidente.
- No podremos hacer eso.- Contestó el muchacho.- Nos dirigimos hacia otro lugar, a Mazarambroz.-
El enano comenzó a darse puñetes en la cabeza, mientras zapateaba energicamente; otra variante del berrinche. Como había sucedido con los anteriores, la escena culminó rapidamente.
- ¡Deben venir conmigo! ¡Deben venir conmigo! ¡Me acusarán, me encerraran!- Dijo.
- Óyeme hombrecito.- Dijo Tiago.- No somos malas personas, pero tenemos nuestro asuntos de que ocuparnos, creo que ya te hemos ayudado lo suficiente. Debemos seguir nuestro camino.
Flair bajó la vista y continuó dando sus pasos, lo suficientemente acelerados, como para poder seguirles el tranco a sus acompañantes.
- Tienes razón.- Dijo apesadumbrado.- Perdónenme-
Los dos amigos aceptaron sus disculpas y continuaron caminando en silencio. Llegaron hasta lo orilla del río y volvieron a seguir su curso.
- Si fuésemos río abajo quizás podría encontrar mi laúd, me siento vacío si él- Dijo el enano.- Es mi herramienta, mi alma.-
El tono lastimoso con el que Flair dijo esa frase, hizo sentir piedad por él tanto a Alonso, como a Tiago.
- Podría rascarme la panza.- Dijo luego.- Pero solo saldría el sonido de mi hambre ¿Cuándo comemos ancianito?- Preguntó dirigiéndose a Tiago.
Esto hizo que el anciano volviera a malhumorarse.
- ¡Vaya desfachatez!- Dijo.
Alonso sonrió otra vez, sin que lo viera su amigo, y dijo:
- Es verdad, yo también tengo hambre. Procurémonos algo para comer.-
El análisis de la situación lo hizo mirar, interrogativamente, a Tiago. No podían usar la magia en presencia de Flair ¿Cómo harían para conseguir comida y para encender el fuego? La comodidad suele inhibir a las habilidades, pensó.
- Consigan algo ustedes que yo soy un inútil.- Dijo el enano. Luego, moviendo sus piernas chuecas y cortas, salió corriendo dando más cantidad de pasos, que los que un hombre normal daría en el mismo trayecto. Se zambulló de cabeza en unos matorrales y, un momento después, salió de ellos aferrando una inquieta liebre por una de sus patas.
- Mi comida está casi lista.- Dijo burlonamente. – Vayan por la suya.-
Tiago tomó en serio la humorada de Flair y se dirigió hacia la orilla del río, resignándose a comer, nuevamente, pescado.
Alonso comenzó a planear como haría la fogata.
¿Qué fogata? Pensó, no hay leña ¿Cómo la habrá conseguido el viejo?
- ¡Tiago! ¡Tiago!- Gritó.-Enciende tú el fuego que yo me encargaré de los peces.
Así fue, el aciano, experto en encontrar leña entre las piedras del barranco, logró armar una pequeña montaña de ellas, mientras el joven repetía su “Pezare ret”, a orillas del río, cerciorándose de que Flair no estuviera observándolo.
Cuando Alonso se acercó, un rato después, hasta sus compañeros, llevando varios pescados, a Flair se le hizo agua la boca, era la comida que más le gustaba.
- ¿No habrán creído que la liebre era solo para mí?- Dijo.
Tiago intentaba, infructuosamente, encender el fuego con un yesquero.
Alonso confirmó su anterior pensamiento, la comodidad hace a la inutilidad.
- ¿Me permites que lo intente yo?- Le preguntó al anciano.
Este, a título de respuesta, le entregó el yesquero al muchacho.
Rapidamente la fogata estuvo encendida y, al cabo de menos de una hora, todos estaban comiendo. Los dos amigos se prepararon para dormir una breve siesta, pero la tarea no iba a resultar fácil; Flair estaba desbordante de energía, no se quedaba quieto ni dejaba de hablar. El enano puso su mano izquierda en el aire, a la altura de su hombro, y con la derecha empezó a rascarse la panza, como tocando un imaginario laúd. Acto seguido comenzó a cantar.

- Vean que flacucha es la bolsa de huesos,
con tan poco peso ni pisa en el suelo.
Su cara de malo, de enojo y recelo
¿Será lo que espanta a las llamas del fuego?-

Tiago se sintió aludido y, cuando iba a decir algo, el muchacho lo tocó en el brazo para detenerlo y, con una sonrisa, le hizo señas de que se quedara callado. Se miraron fijamente por un instante y el viejo, finalmente, no tuvo la soberbia suficiente como para no sonreír.

1 comentario:

  1. En este ordenador, no en el de mi casa, ayyy dioses, puedo comentarte. Estoy del tema, hasta...el pino del enano, cabeza abajo.

    Creo Gambetas amigo, que este enano representa a la típica picaresca de la época, rufián y risueño, veremos.
    Corazón de oro mi niño Alonso ¿qué no haría para salvar una vida? Por el camino los tres, repartiéndose la pitanza...

    Sigueeee, a ver qué pasa. Besito y gracias por visitarme.

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