lunes, 20 de junio de 2011
Capítulo XXXII
Los pájaros, con sus trinos, despertaron a Alonso como si se estuvieran desahogando de que el amanecer lo había hecho con ellos, apenas un rato antes. El muchacho abrió los ojos y se quedó un momento acostado, mirando como el vapor que exhalaba por la boca, se transformaba en una voluta de humo blanco, que ascendía un poco hasta desaparecer. Se sentó y estiró sus brazos con fuerza, cerrando los puños, como prólogo para los movimientos que haría después. Miró hacia un rincón y vio que Manuel aún seguía durmiendo, indiferente a la claridad y al frío.
Se puso de pie y se acomodó un poco el sayo y los vendajes. Necesitaba salir a evacuar. Abrió la puerta y la luz del sol, aunque tímida todavía, lo encegueció un instante, hacía varios días que no la veía directamente.
Al salir se encontró frente a frente con Aurora y casi chocan.
- ¡Ops! Veo que estás mejor.- Dijo esta, sin siquiera asombrarse por la rápida recuperación del muchacho.
- Si, bastante mejor.- Contestó Alonso, fingiendo debilidad en la voz.
- Debes tener hambre.- Dijo la niña.- Hace tres días que no comes nada. Iré a traer algo.-
El muchacho le hizo un gesto de aceptación e intentó seguir su camino, para hacer lo que su cuerpo le pedía. La joven parecía querer impedírselo, poniéndose delante de él ante cada intento de esquivarla.
- ¿Qué prefieres?- Preguntó la niña.
- Cualquier cosa estará bien.- Contestó él.
- Hay leche y frutas secas.- Continuó Aurora.- Pan y mantequilla. Naranjas también.
- Debo ir al necesario.- Interrumpió, sincerándose, Alonso.
La muchacha, sonrojándose un poco por su torpeza, se apartó hacia un costado y le contestó:
- Es por allá, detrás de los corrales.-
Alonso agradeció y se dirigió hacia el lugar con tanta prisa, que no sintió el frío de la escarcha, a la cual hacía crujir bajo sus pies. Cuando regresó a la habitación, volvió a cruzarse con la joven que, mientras salía de ella, exclamaba:
- Lograría tolerar a un glotón, pero nunca a un holgazán.- Y se alejó hacia la cocina rezongando.
Al entrar vio a Manuel que, sentado sobre la almadraqueta, meneaba la cabeza de un lado al otro.
- ¿Qué sucedió?- Interrogó Alonso.
- Esta niña.- Contestó el guardián.- Está loca. Me despertó dándome puntapiés en los tobillos “¡Qué ya es hora! ¡Qué ya es hora!” Me decía. Pobre quien vaya a ser, algún día, su marido.-
Alonso no pudo evitar reírse, sabía que estaba presenciando el génesis de un amorío y disfrutaba de eso.
- Es que los pájaros se han despertado mucho antes que tú.- Dijo tratando de justificar a la muchacha.
- ¿De dónde vienes?- Preguntó Manuel, ahora totalmente desperezado.
- Fui al necesario.- Contestó el muchacho.- Tenía cosas pendientes con él desde hace un tiempo.-
- Yo también las tengo, amigo. Ahora regreso.- Dijo el guardián.
Cuando salió de la habitación se cruzó con Aurora. Se esquivaron ignorándose el uno al otro. La muchacha no discriminó a nadie con su cara de fastidió, depositó varios alimentos sobre la mesa, sin siquiera dirigirle la palabra a Alonso.
Cuando Manuel regresó, los tres se sentaron a desayunar lo que la niña había servido: pan, mantequilla, frutas secas, algunos huevos y leche.
Comieron en silencio, la muchacha y el guardián con cierto grado de tensión y, el otro joven, disfrutando de la situación.
El mutismo fue roto por la niña a quien le costaba mucho esfuerzo permanecer callada. Comenzó a interrogar a Alonso acerca de su historia. El joven, accediendo, hizo una crónica de ella, omitiendo lo que no era aconsejable que contase. Nada mencionó sobre las razones que lo hicieron huir de Toledo, ni de los sucesos relacionados con los hechizos. Extrañamente, tampoco contó sobre su relación con Juana.
Manuel y la niña escucharon, como si se tratara de un cuento, los relatos de su nuevo amigo. Aurora lo observaba sin quitarle la vista de encima.
Esto le resultó molesto a los celos del guardián. Tanto así fue que, en un momento, dirigiéndose a ella, interrumpió:
- Tu padre me ha pedido que cuidara la casa. Creo que es hora de hacerlo. Empezaré por ir a recoger leña, he visto que queda muy poca en la pila.-
- Iré contigo y te ayudaré.- Dijo Alonso, desenfocándose de su relato y olvidándose que debería estar débil.
- ¡No!- Exclamó la niña.- No creo que en tu estado sea conveniente que lo hagas.-
Manuel sintió desagrado por la idea de que la muchacha se quedara a solas, en la casa, con Alonso, pero en pos de la simulación que debían realizar, para ocultar sus secretos, dijo con resignación:
- La niña tiene razón, conviene que sigas guardando reposo.-
A la joven no le gustó que el corpulento muchacho la tratara de niña y, a Alonso, el hecho de tener que pasar otro día de hastío encerrado dentro de la habitación. Aunque entendió también, que debía seguir fingiendo cierto estado de fragilidad.
- Bien, me quedaré aquí.- Dijo.
El guardián se retiró para cumplir la tarea que había mencionado y la muchacha hizo lo propio, llevándose los restos de la comida que habían quedado sobre la mesa. Alonso volvió a acostarse y, mirando el techo, se puso a reflexionar sobe algunos de los inconvenientes que debería superar en las próximas jornadas. Uno de ellos era el dinero, el enano se había llevado sus posesiones y las de Tiago, entre las que se encontraban algunos alfonsíes que le serían de utilidad en los viajes por venir. Esto y algunos otros pensamientos más, lo mantuvieron entretenido por un buen rato. Pero el aburrimiento lo invadió nuevamente. El sol había trepado bastante en el cielo desde el momento en que lo había visto más temprano y la escarcha, se había escondido entre la humedad del suelo.
No podría hacerme mal una mañana como esta, pensó, no estaría dejando de fingir si salgo un poco.
Abandonó la habitación y se detuvo a observar los distintos amarillos y rojos con que el otoño había decorado las plantas. A lo lejos, en la cima de una loma, vio a Manuel luchando con un hacha, contra unos troncos de roble que estaban en el suelo. No divisó a la muchacha por los alrededores. Se dirigió a la cocina y allí la halló.
- ¿Qué haces aquí?- Le dijo ella al verlo.- Te puede hacer mal no reposar.-
El muchacho entró y se sentó en un largo banco al lado de la mesa.
- Más mal me hará el aburrimiento si me quedo todo el día acostado.- Contestó
- Puede que así sea.- Dijo la niña y agregó:- ¿No has visto al muchachón? Necesito unos maderos para el fuego.-
- Lo he visto en el bosquecillo de robles, lidiando con unos troncos, no creo que tarde mucho en regresar.-
Aurora cortaba algunas verduras que arrojaba, una vez hecho eso, al caldero. Dándole la espalda a Alonso le dijo:
- No se que tiene ese hombre en mi contra.-
- ¿Por qué piensas eso?- Preguntó el Joven.
- ¿No lo has visto? Se fastidia cada vez que me ve y no deja de hacer cosas que me hagan enojar.-
- ¿No crees que tu le haces lo mismo a él?- Dijo el muchacho con una sonrisa en la cara.
- ¿Yo? No.- Contestó la niña con seriedad.- Es él el quien me hace enojar.-
El joven le pidió a la niña que se sentara a su lado, ella dejó el cuchillo y lo hizo, refregándose las manos en un lienzo que llevaba atado a su cintura.
Bajando el volumen de su voz, como si hubiera alguien en las cercanías que no debiera escuchar lo que iba a decir, tomó a la muchacha del brazo y le dijo:
- Mira niña, esto que voy a contarte es un secreto y debe quedar entre tú y yo ¿Puedo confiar en ti?-
- Si.- Contestó tímida e intrigadamente Aurora.
- Ese hombre que partió a buscar leña.- Dijo y luego hizo una pausa para darle más expectativa a su relato.- Ese hombre está muerto de amor por ti.-
- ¿Tu crees?- Interpeló la niña sorprendida. – No bromees conmigo.- Acotó dando una prueba de que le interesaba el tema.
- Me lo ha dicho.- Contestó el argandeño, sabiendo que la traición que estaba cometiendo tenía un noble objetivo.
- Pues, pobrecito de él.- Comentó la joven con altanería, al tiempo que intentó ponerse de pie.
Alonso la retuvo tomándole con más firmeza el brazo y le dijo:
- ¡Pobrecita tú! También estás enamorada de él.-
- Yo… No.- Intentó negar la muchacha.
- ¡Tú si!- Exclamó Alonso con seguridad. Luego, hablándole con suavidad continuó- Si sigues con tu postura orgullosa quizás nunca lo tengas. Dentro de unos días deberemos partir, si no deja algo que algún día lo haga volver aquí, tal vez encuentre algo que lo retenga, en otro lado, y nunca regrese.-
La niña bajó la cabeza y, con cierta congoja, preguntó:
- ¿Estás seguro de que me ama?-
- Tanto como se nota que tú lo quieres a él- Contestó.
- Si lo amo.- Confesó, humildemente, la muchacha -¿Qué debo hacer?-
Alonso dejó de tomarle el brazo y le acarició suavemente la mejilla humedecida por algunas lágrimas.
- Trátalo amablemente y deja todo en mis manos.- Le dijo.
Aurora sonrió con ternura y agradecimiento, le generaba una gran confianza su nuevo amigo.
- ¿Tú tienes mujer que te espere?- Interrogó luego.
A Alonso se le iluminó la mirada cuando contestó que si.
- Cuéntame.- Dijo la niña.
Al muchacho no le costó ningún esfuerzo hacerlo, pensar en Juana era lo más parecido que podía sentir, al placer de estar con ella.
Le contó acerca de las noches toledanas en las que la escuchaba cantar desde su ventana. Sobre los momentos juntos al lado del telar. Le relató acerca de los paseos por la orilla del Tajo, incluso la graciosa tarde en que Guillermo tuvo que soportar la presencia de Osenda.
La muchacha lo miraba embelezada por el relato mientras Alonso, le hablaba con la mirada tierna que el amor a su Juana le provocaba.
Tan concentrados estaban, el uno y el otro a su manera, en la historia que no percibieron que Manuel había regresado y los observaba desde la puerta. Cuando la niña notó su presencia le dijo amablemente:
- ¿Has vuelto? Debes estar cansado ¿Quieres algo para comer?-
Al muchacho esto le pareció una burla que, sumada al sentimiento que le generó ver a la parejita conversando, hizo que apenas pudiera disimular su ofuscación. La cara se le tiñó de rojo y no echó humo por las orejas, porque le resultaba humanamente imposible. Dio media vuelta, con el hacha en la mano, y alejándose por el patio, fue hasta donde había depositado los troncos que acababa de traer. Se puso a cortarlos en trozos más pequeños, con mayor energía de la que la acción requería.
-¿Ves?- Le dijo la niña a Alonso.
- Yo te ayudaré.- Contestó posándole la mano en el hombro. Esperó un rato en la cocina y, cuando el joven se encontraba acomodando los pequeños trozos de leña, se acercó hacia él.
- Con tanta cantidad de maderos habrá fogata durante varios días.- Le dijo para iniciar una conversación.
El muchachón sin responder nada, siguió acomodando los trozos prolijamente, ignorando la presencia de su compañero.
Alonso, ante el evidente malestar del muchacho, decidió no darle más vueltas a asunto e ir directamente al grano.
- ¿Qué te sucede, amigo?- Le preguntó.
- ¿Y tú lo preguntas?- Contestó ofuscado. – Te he confesado mis sentimientos hacia la niña y en la primer mañana que te dejo a solas con ella, al regresar, te encuentro seduciéndola.
Alonso lanzó una leve carcajada.
- No amigo, estás equivocado.- Le dijo.
- ¿Me crees tonto?- Increpó el guardián.
- Tonto no, pero estás ciego. Ella te ama- Le dijo el joven, sonriendo.
- No te burles de mí.- Respondió aún más enojado, Manuel.- Ella no me soporta, me lo demuestra constantemente, se enoja conmigo y se mofa de mí.-
- Estás equivocado.- Dijo Alonso, ahora seriamente.- Ella te ama.-
El muchacho, sorprendido, dejó caer los leños que tenía en la mano.
-¿Qué dices?- Le dijo tomándolo por los antebrazos.
- Ella te ama, me lo ha dicho hace un rato.- Contestó el joven, cometiendo la segunda traición del día, la cual neutralizaba a ambas.
Con una sonrisa en su boca, pero algo incrédulo todavía, Manuel preguntó.
- ¿No mientes?-
- No miento, amigo mío, es algo muy serio como para hacerlo. Está loca de amor por ti.-
El guardián, sin dejar de aferrar a Alonso, lo miró un instante, alternativamente a un ojo y al otro, en silencio, hasta que le dijo:
- ¿Qué debo hacer?-
- Cambia tu actitud hacia ella, se más amable. Yo te ayudaré.-
El muchacho, luciendo una anchísima sonrisa, le dio un par de golpes desmedidos, en los hombros.
- ¡Auch!- Exclamó Alonso.- recuerda que estoy convaleciente.-
Ambos se sonrieron con complicidad.
La conversación fue interrumpida de golpe. La muchacha, asomándose por la puerta de la cocina, los llamó para que fueran a comer.
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