lunes, 4 de julio de 2011

Capítulo XXXVII


El humor con el que los recibió la muchacha era otro, sonreía alegremente y sus celestes ojitos parecían centellear. Había decorado la mesa con varios fuentes de barro cocido, en las que descansaban piñas de pino, marrones y secas, combinadas con verdes hojas de helecho, con singular gracia. Otras varias bandejas ofrecían frutas secas, trozos de queso y pan caliente. Una gran jarra llena de un vino tinto, casi tan espeso como la miel, se erguía en el centro de ella. En el caldero burbujeaba un guiso de cordero, que emitía un sinnúmero de agradables aromas, los que prometían un sabor exquisito.
- ¿Qué significa esto?- Preguntó Rafael sorprendido.
- Nuestros amigos se marcharán por la mañana, me pareció atinado despedirlos con un buen banquete.- Respondió ella.
- ¡Qué así sea!- Exclamó el padre, aceptando de buena gana la idea.- ¡Brindemos!- Agregó, en una actitud que auguraba un buen funcionamiento del plan.
Llenó tres copas con vino e invitó a los jóvenes con dos de ellas. Alonso se veía feliz por el buen momento que iban a compartir; pero Manuel estaba tieso y nervioso. Aunque quería mostrarse alegre, apenas le salía una sonrisa fingida. Tomó todo el vino de su copa de un largo sorbo, para ver si el líquido lograba darle algo de ánimo para lo que tenía que hacer.
Sentados a la mesa, comenzaron a comer las frutas, el queso y el pan. En la animada conversación que se había establecido, Alonso, sirviéndole vino con frecuencia, no permitía que la copa de Rafael se vaciara completamente y, este, llenaba la de Manuel reiteradamente.
El ambiente era festivo, no escasearon las bromas ni las carcajadas.
Cuando el guiso estuvo listo, la niña lo llevó, humeante y aromático, a la mesa para que los hombres se sirvieran. Todos comieron a destajo, era una delicia.
- Nada como la mano para la cocina de mi niña.- Pudo decir a gatas el hombre, entre los pocos espacios vacíos que un enorme bolo alimenticio en formación, dejaba en su boca. – Bienaventurado será quien algún día, muy lejano aún, logre convertirse en su esposo.- Concluyó y firmó su sentencia con un eructo.
A Manuel, esta última frase, le provocó palpitaciones y le hizo correr un escalofrío por todo el cuerpo. Tomó la jarra de vino con una mano y con la otra la copa, la cual llenó, y sin soltar ninguno de los recipientes, bebió de una vez hasta el último sorbo que contenía el cáliz, para volver a llenarlo nuevamente.
La niña emitió una sonrisa nerviosa.
Este detalle no pasó desapercibido para Alonso, por lo que miró a su amigo con preocupación y, tratando de llamarle la atención mediante disimuladas muecas, le quiso dar a entender que debía parar con esa ingesta compulsiva de alcohol. No pudo hacer mucho al respecto.
Rafael ya había acusado recibo de los efectos del vino. Sonreía continuamente y su lengua había perdido cualquier atadura que hubiera tenido.
- Este guiso es un manjar.- Dijo a viva voz y continuó.- Mi niña es un sol, como lo fue su madre, no hay hombre sobre la tierra digno de su belleza y sus habilidades.-
- ¡No digas eso, padre! Seguramente alguien habrá de merecerme.- Interrumpió ella.
- ¡No que yo conozca!- Respondió el hombre.
Manuel lanzó una risotada, sin tener consciencia de que la situación, en lo que a él atañía, no era para nada graciosa. Tomó la jarra y se sirvió más vino.
Alonso comenzó a desesperarse, lo que podría haber sido un plan perfecto, comenzaba a transformarse en una escena grotesca. Tratando de que los males no fueran mayores, decidió que era conveniente apresurar el asunto.
- Bueno.- Dijo.- El banquete ha sido maravilloso, les agradezco por él. Pero mañana debemos partir temprano y nos esperará una larga jornada, por lo que me retiraré a dormir.-
Dicho esto se puso de pie.
La joven también manifestó su deseo de retirarse, debido al cansancio que dijo sentir.
- En fin.- Dijo Rafael algo resignado.- Veo que todos deberemos irnos, la fiesta ha terminado.
Cuando intentó ponerse de pie Aurora, siguiendo a la perfección el plan, lo detuvo y, obligándolo a que se quedara sentado, le dijo:
- No, padre, debes quedarte un rato más.
- ¿Eso por qué?- Interrogó este.
- Porqueee… Queda demasiado vino en la jarra y ha estado en ella, fuera del tonel, desde hace unos días. Si no lo beben hoy, para mañana estará agrio. Sería una lástima tirarlo ¿No?-
A Rafael, quien era muy conservador, le pareció una buena razón.
- Me quedaré un rato con el muchacho y daremos cuenta de él ¿No es así amigo?- Dijo y le dio una palmada en la espalda a Manuel.
Si bien el golpe no fue violento, por su estado, el muchacho cayó hacia delante golpeando su frente contra la mesa. Al erguirse nuevamente, con los ojos algo desorbitados, comenzó a reírse a carcajadas.
- Cuenta de él.- Repetía entre risotadas.
El hombre también rió con ganas.
Alonso y Aurora se retiraron de la cocina y se quedaron a un lado de la puerta, oyendo, no sin preocupación, lo que allí adentro ocurría. Durante varios minutos lo único que se escuchaba era el vozarrón de Rafael contando, melancólicamente, los recuerdos que tenía de su difunta esposa, de cómo la peste se la había llevado y cuanto se parecía la niña a ella. Afuera, el desasosiego y la ansiedad de la pareja, anulaba todos los intentos que el intenso frío hacía para molestarlos.
- ¿Cuándo comenzará?- Preguntó susurrando Aurora.
- No te preocupes.- respondió Alonso intranquilo.- Ya pronto lo hará.- Dijo sin convicción.
Esperaron un rato más, escuchando los relatos del hombre, hasta que un sonido inesperado anunció lo peor. Un ronquido de Manuel, les avisaba que el plan había fracasado completamente.
El joven y Aurora se miraron con las cejas totalmente levantadas por la sorpresa. La niña comenzó a lagrimear. Al verla, Alonso, tomó una última decisión, la agarró de la mano y entró con ella a la cocina.
La imagen que vieron al ingresar fue desconsoladora. Con su brazo derecho doblado y apoyado en la mesa, y su cabeza acostada sobre él, Manuel dormía, ajeno al mundo que lo rodeaba. Un hilo de baba, de una tonalidad rosada, prolongaba a través de su mejilla, la línea de su boca hasta las tablas.
- ¡Opa! Han grerresado.- Dijo Rafael -¿Qué hacen por aquí?-
Alonso, con determinación, se acercó hasta él y, sin titubear, le dijo:
- Vengo a pedirle la mano de su hija-
El hombre lo miró un instante con incredulidad, para luego estallar en carcajadas.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿Tú quieres la mano de mi hija?
- ¡No! Vengo a pedirle la mano para él. Dijo, señalando a Manuel.
La cara de Rafael cambió su expresión. Miró seriamente a Alonso, luego a Manuel y sentenció secamente:
- ¡No!-
- Pero Don Rafael.- Dijo El muchacho tratando de que el respeto abogara por él.
- Don es Alfonso y el que no es un zonzo.- Respondió burlonamente el hombre.
- Don Rafael.- Prosiguió el muchacho sin darse por vencido. – Ese hombre que está ahora así por la desesperación que le provocó la posibilidad de su rechazo, ama a su hija. Tanto la ama que daría la vida por ella. Ya ha dado pruebas de eso.-
- No lo dudo.- Dijo Rafael.- Pero no tiene más que eso prara ofecerle a mi niña.-
El muchacho, aún sabiendo que se estaba por jugar a todo o nada y que lo que a continuación iba a decir, podría desatar la violencia o la amargura, se arriesgó y dijo duramente:
- ¿Y qué riquezas le ha brindado usted a la madre de Aurora?-
Concluida la pregunta el ambiente fue invadido por un silencio, cargado de tensión y nerviosismo.
Alonso sabía que había aplicado un golpe bajo. Le dolía haber realizado semejante crueldad, pero era consciente de que si la situación se resolvía favorablemente para la pareja, iba a ser lo mejor para todos.
A Rafael, la borrachera, le había hecho exponer todos sus sentimientos al desnudo y encerrar el disimulo bajo muchas llaves. Miró a su hija, vio en ella la viva imagen de su difunta esposa y se quebró. Comenzó a sollozar como una criatura, dando una imagen que inspiraba una gran piedad. Aurora se puso a su lado, inclinó su cuerpo hacia delante y lo abrazó, llorando también, para consolarlo.
- Es verdad, muchacho.- Logró decir el hombre.- Nunca pude darle lo que quise que tuviera a Amanda. Deseaba cubrirla de riquezas, de vestidos, de sirvientes. Quería que ella viviera como se merecía y no pude hacerlo, la condené a habitar acá, entre ganados y tierra, sufriendo fríos y miserias. Trabajando, siempre trabajando.-
Volvió a sollozar intensamente. Aurora lo abrazó con más fuerza.
- Padre, padre.- Le dijo, repetidamente, tratando de hacerlo reaccionar, pero el hombre seguía ensimismado en su desconsuelo.
Por fin logró que este, con los ojos inundados por gotas de salmuera, la mirara.
- Padre.- Continuó hablando con suavidad.-Hasta donde yo recuerdo, mamá ha sido feliz. No hubo ningún día en el que no la haya escuchado cantar. No me olvido con la dulzura y admiración con la que te miraba, la alegría que sentía al brindarnos sus atenciones. No creo que haya querido una vida distinta a aquella o que pensara que podría haber encontrado a alguien mejor que tú. Fue feliz.-
A esta altura de la noche, la escena mostraba a Manuel que permanecía, impertérrito, durmiendo sobre sí mismo, mientras que Alonso hacía ya un rato que estaba lagrimeando. Rafael se había ido calmando lentamente y la intensidad de los sentimientos que le habían aflorado, le hicieron pasar, casi por completo, la borrachera.
- Padre.- Prosiguió la niña.- Amo a ese hombre y no espero riquezas de él, solo lo quiero así como es. Él también me ama ¿Podría vivir feliz en un palacio, sabiendo que mi corazón estaría en esta comarca y que mi deseo sería reflejarme en la negrura de sus ojos?-
Cuando terminó la alocución de la niña, el hombre no lagrimeaba más. Nunca había visto las cosas de esa manera, siempre el sentimiento de culpa que cargó, desde la muerte de su amada, le impidió abrir los ojos y evaluar correctamente la vida que le había brindado. Ahora su hija le permitió ver las cosas como realmente fueron y, como desde hacía mucho tiempo que no le sucedía, se sintió desahogado, como si un turbio velo hubiera sido eliminado para siempre de la vista de su alma. Emitió un suspiro largo y profundo. Aurora, sin querer, lo había liberado.
El silencio volvió a ocuparlo todo, pero esta vez la tensión había desaparecido. Lo interrumpió un seco ronquido de Manuel que, en un acto final de comunión, provocó la risa de los tres que estaban despiertos.
Acariciando la cabeza de la muchacha con su mano izquierda, Rafael le dijo:
- Está bien hija, lo acepto. Pero si te hace alguna vez sufrir, se las verá con esta.- Y levantó la derecha.
Aurora abrazó y cubrió con besos a su padre. Alonso tuvo que reprimir un grito de festejo.
- Es hora de que vayamos a dormir.- Dijo Rafael.- Ha sido demasiado por hoy.-
Alonso zamarreó a su amigo para despertarlo. Al sexto movimiento logró hacerlo. Este balbuceó varias palabras incoherentes hasta que, tomando algo de consciencia dentro de lo que su borrachera le permitía, acerca de lo que quería y lo que debía hacer, dijo:
- ¿Lo he lorreado?-
La dificultad con la que vocalizó el guardián, provocó la sonrisa de todos los demás.
- Si, lo lograste.- Contestó su amigo quien, luego lo aferró, y lo condujo, entre bamboleos y tropezones, lentamente hasta la habitación en la que, finalmente, pudo acostarlo.
Esa noche no les costó mucho a ninguno, conciliar el sueño.

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