La pequeña aldea era apenas un difuso y oscuro bosquejo de unas pocas casas, de paja y piedras, pero sin embargo tenía un nombre, Arganda la llamaban. Un único edificio sobresalía, por su gracia, en ella, la flamante ermita mudéjar de Valtierra.
Bajo la avara luz de la luna de esa noche, apenas algunos resplandores rojos se dejaban ver en la sinuosa continuación que formaban en las chimeneas, sus columnas de humo. En una de las viviendas, dos hombres comían un grasiento guiso de conejo y habas. Uno de ellos, el mayor, sobrellevando el peso de la elevada joroba de su espalda, vertía en su boca, desde un rústico jarro de arcilla, entre bocado y bocado, un turbio y espeso vino tinto. Se llamaba Onofre. El otro era joven, de unos treinta años de edad, su apariencia contrastaba con la burda y sucia figura del anciano; era aseado y refinado. Su nombre era Alonso.
El sexagenario, elevando su giba y el resto de su cuerpo de la banca junto a la mesa y, sin siquiera despedirse de su acompañante, se dirigió, tambaleándose en su propio limbo, hacia el fondo de la habitación única y se tumba en un catre cubierto de heno, sobre el cual, en menos de un instante, inició un pesado y etílico sueño.
La inteligencia se manifiesta en una multiplicidad de formas. Onofre era analfabeto, cosa muy común en esa segunda mitad del siglo XIII, aun durante el reinado de Alfonso X el sabio; pero tenía una extrema habilidad para la transformación de los metales. Esto hacía que, de todos los confines de la comarca, le llegaran encargos de herrería y con eso lograba su sustento. Recibía pedidos de trabajo incluso de lugares no tan cercanos como Torrijos y Aranjuez.
Alonso, en cambio, siempre mostró una marcada afición por las ciencias y las letras. De pequeño fue enviado a estudiar a la ciudad y, a pesar de sus limitaciones que bien limitantes eran, con la voluntad que casi todo lo logra, había conseguido ingresar a la Escuela de traductorado de Toledo. Ya cursando el tercer año, un poco por miedo y mucho por precaución, volvió a su aldea natal para huir de la epidemia de peste negra que asolaba la ciudad, como un fatídico preanuncio de lo que pasaría nos setenta años más tarde. Muertos que habían, hacía bastante tiempo, su padre y su madre, buscó asilo en la casa de un antiguo amigo de ellos, Onofre.
Con él su vida era reiterativamente monótona. De día lo asistía en las duras tareas de la herrería y por las noches, luego de la cena y después de asear los utensilios, hallaba un leve consuelo al entregarse a la lectura de los pocos libros, que había podido cargar en su saco.
Las noticias acerca del alejamiento de la peste en la ciudad, no eran las que traían los ocasionales viajeros y, su estadía en lo de Onofre, se había dilatado más que la capacidad de cobijo que podían darle sus libros. El anciano no entendía como el joven podía elegir la lectura, por sobre el disfrute del vino.
Una noche, luego de lavar en la turbia agua del cubo, los resabios de la cena, comenzó a hurgar en su bolsa buscando un manuscrito que lo entretuviera. El tiempo transcurrido había sido mas de lo planeado y no halló ninguno que no hubiese leído, por lo menos, unas tres veces. Descartó sus ganas de leer aquellos libros y, abrumado por el aburrimiento, comenzó a deambular por la casa tratando de entretenerse con la errática danza que las sombras hacían, contra la pared, sobre el lado contrario al discontinuo resplandor de la hoguera, bajo la chimenea.
En el cenit de su hastío, centró su atención sobre un cofre que reposaba en un estante, hecho de madera de roble, acerca del cual Onofre le había indicado, sin aclaración alguna, una expresa prohibición de abrirlo.
Fiel a la rectitud que le había proveído su educación, Alonso nunca lo había hecho, pero esa noche el tedio y el insomnio, fueron una combinación irresistible que lo instigaron a dar paso a la curiosidad. Echó una mirada hacia Onofre, quien yacía pesadamente horizontal, sobre su catre. Si no eran capaces de despertarlo sus ronquidos, nada en la tierra podría hacerlo.
Tomó el cofre y lo depositó sobre la rústica mesa, acercó una de las lámparas de aceite y lo abrió. Dentro del mismo, lo que había, le causó una enorme extrañeza; un libro espeso y raído, cubierto de polvo, con gruesas tapas de cuero
¡Había un libro! Alonso se preguntó ¿Qué habría de hacer algo así, tan cuidadosamente guardado, en casa de un analfabeto?
Lo tomó delicadamente, sopló la tierra que cubría su tapa superior, acercó aún más la tenue luz de la lámpara y lo abrió. La hoja que encabezaba el manuscrito tenía un título. A primera vista le pareció escrito en un idioma extraño, tal vez sánscrito, pero, ante la mirada atónita del joven, las letras parecieron trocar y pudo leer en un perfecto castellano “Palabras mágicas”. No le dio, en ese momento, demasiada importancia a la supuesta transmutación, ya que pensó que se debería a una trampa que la difusa y tortuosa luz de la llama del aceite le había tendido.
Corrió una página, luego otra, después varias de ellas de golpe y descubrió que todas estaban tan blancas, como la vejez del libro lo permitía. No lograba entender de que broma se trataba ¿Qué sentido habría de tener, encuadernar tan bella y prolijamente, semejante cantidad de hojas vacías? De repente su mano se posó en una de ellas y pudo ver que, donde apoyaba la yema de uno de sus dedos, aparecían palabras. Así descubrió que acariciando horizontalmente las hojas con los dedos, las escrituras se hacían visibles y se sublimaban al paso de estos, proporcionándole una efímera lectura ¡El libro realmente era mágico!
Comenzó a leerlo desde el principio, que es el mejor lugar por donde comenzar las cosas,
El libro explicaba como, a través de la acumulación de conocimientos brujos, se había logrado catalogar una serie de conjuros capaces de hacer, prácticamente, cualquier cosa.
Alonso no cabía en su entusiasmo, recorrió numerosas páginas del tratado, encontró hechizos que, de solo pronunciarlos, transformaban piedras en oro, producían inmunidad contra enfermedades, curaban males de amor, provocaban enamoramientos hacia uno e infinidad de maravillosos logros más.
Hizo un intervalo en la lectura para pensar que debería haber una buena razón, planeada inteligentemente, para que un libro de semejante tenor, mediante el cual se podrían salvar vidas, obtener poder, riquezas o vivir eternamente, con solo pronunciar las palabras que en él hay, estuviera al resguardo de un analfabeto. Con él se podría ser el hombre mas importante del mundo, o el mas bondadoso (eso lo atraía), famoso, piadoso.
El libro, ya no le cabían dudas, era mágico, pero a medida que avanzaba en su lectura, el muchacho comenzó a experimentar una combinación de sentimientos que lo fueron perturbando. La alegría, ensoñación y admiración comenzaron, mas tarde, a transformarse un una abominable mezcla de tristeza, ira e impotencia. Un nudo en la garganta lo asfixió y la opresión que sentía en el pecho, casi le impedía hasta jadear.
Tenía ante sí una oportunidad única de hacer lo que quisiera, y vaya que quería hacer cosas, pero el fantasma de su niñez volvía a jugarle una mala pasada.
Jugando en el monte, cuando era pequeño, había caído de un abedul y una rama seca se clavó en su cuello. Lograron salvarle la vida, pero no sus cuerdas vocales.
Alonso era mudo.
Cerrando los ojos difuminó las ideas egoístas que poblaban su cabeza, por lo que sintió un gran temor, al pensar el daño que podría provocar que tan potente catálogo cayera en manos de un corazón equivocado. Entonces cerró el manuscrito, se levantó de la banca, se acercó a la chimenea y lo arrojó a las llamas.
El crepitar de las hojas ardiendo y la visión de ellas, hicieron que un fluir de lágrimas, en cantidades homeopáticas, salieran de sus ojos.
Dios da pan a quien no tiene dientes, hechizos milagrosos a un iletrado y ..¡Ay Jesús de mí! Pensó ¿Cómo podría lanzar un conjuro un mudo?
Con facilidad logró acostarse en su catre pero, con mucha dificultad, logró esa noche conciliar el sueño.
Onofre descubriría la ausencia del libro, unos cuantos meses posteriores a la partida de Alonso hacia la ciudad, aunque para eso todavía faltaba bastante tiempo.
Relato que me ha embrujado en todos sentidos, atmósfera, época, personajes. Muy bueno GAMBETA, lo leí sin prisas ni pausas, quedándome con un regusto a caja de Pándora que Alonso mudo y sabio supo destruir a tiempo.
ResponderEliminarNo existe para tamaño peligro: mágia y poder, mejor guardian que el ignorante iletrado a modo de ciego, con su especial sabiduría de viejo, ni mejor lector que el mudo, como en los tres monos, aunque falta el sordo. Pero el joven que se venció a la impetuosa curiosidad, conoció la "maravilla" y el conjuro, y jamás los olvidará. Pesará en Alonso ese secreto, ¿podrá resistirse a reescribirlo? podrá, llorando.
Repito, me seduce leerte, felicidades, te sigo con un !salve! bsito.
Muchísimas gracias, Natália! No soy de escribir cotidianamente, peor aún, lo hacía esporádicamente, hasta que Susurros me alentó a abrir el Blog, por eso me sirven mucho tus palabras. También me sirven las críticas.
ResponderEliminarSaludos
Gambetas, pues no veo por donde criticar, es un estilo suelto, se lee de corrido, entras en el relato con fluidez, nooo veo nada que decir.
ResponderEliminar!Espera! por un decir...al ser algo largo, tal vez, no sé, le iría bien un diálogo, para introducir alicientes. Digooo, por un decir.
Eso de escribir, a mi modo de ver, en cuanto le metes mano, es droga pura, la constancia es un punto, dedícale más tiempo, jejeje, si te queda, y lee, ya lo sabes, resulta imprescindible !basta de asquerosos consejos!
Sigue, hizo bien Susurros en alentarte, ya lo creo. En este blog estaré atenta.
!Salve!
Me enganchó el relato desde el principio. Confieso, no obstante que esperaba un final sorpresivo, quizás trágico y fatal...pero no, simplemente han quedado flotando entre la magia de tus letras las posibilidades fantásticas (o terribles) de aquel libro embrujado.
ResponderEliminarMás vale que lo haya quemado entonces...era mucha tentación a la mano de cualquiera!
Saludos.
Tengo buen ojo para esto de los escritores, quieres criticas, vale, te criticaré, eres tan perfeccionista, te exiges tanto que si no dejas de preocuparte por ello dejarás de tener frescura, tus relatos se leen de un tirón, siempre tienen ese puntillo de lucidez del que vas sobrado (no se si para esto Sabina va a poder ayudarte), para colmo metes moraleja, hay quien estudia literatura durante años, técnicas de escritura y solo consigue aburrir, tienes un don, te lo dije, diviértete cuando escribas, no te preocupes por lo que sale, y seguirás regalándonos relatos como este, hazme caso las sirenas somos poco dadas a dar consejos, pero cuando los damos estamos muy convencida de ello y además sabes que no me simpatizas, asi que tienes que fastidiarte y creer a pies juntillas lo que te diga cuando te piropeo, jajajajaja, miles de besosssssssssssss
ResponderEliminarmi estimado mago GAMBETA: ha sido un placer leerte, como dicen todas DE UN TIRÓN. Concuerdo con las chicas en tu habilidad y frescura y me alegro por tí porque quienes esos juicios emiten son fuertes y asiduas jueveras que gozan de respeto y admiración de sus compañeros de ruta!!!
ResponderEliminarUna cosa me quedó en el tintero: se puede disfrutar de un buen vino leyendo un buen libro, decíselo a Onofre, si lo ves, quizá algún día se decida a aprender a leer.
Me encanta que aumenten los participantes de este lado del océano: bien por SUSUS!!
ATRAPANTE.
BESOTES.
Al menos fue coherente con él mismo al actuar así. Buena atmósfera y buen texto. Bravo!
ResponderEliminarUn abrazo.
Amigas, gracias a todas.
ResponderEliminarNatália ¡Qué inteligencia! no me había dado cuenta que Alonso podría recordar los conjuros y, así, estos no morir para siempre. Puedo hacer que esto sea como Rocky, Palabras mágicas II, II, XII.
Sus: al decir que no te simpatizo me has hecho acordar de Quico, no se si lo conocen allá, pero ponte en el fondo de la fila de los que no simpatizan conmigo. Gracias por los consejos.
CAS. tenés mucha razón, se pueden y hasta diría, se deben, hacer las dos cosas juntas. Lo que puede haber pasado es que cada vez que Onofre le ofredía vino, Alonso decía: Nnnn, nnnn, entonces lo interpretaba como un no.
Neo: yo también esperaba un final sorpresivo, ja, ja. Gracias
En aquella època, los manuscritos eran propiedad de algunos colectivos exclusivamente.
ResponderEliminarYo, hubiera utilizado, no obstante algún conjuro, sin haberme parado a haber pensado en sus posibles consecuencias perniciosas.
Transformar las hojas de los àrboles, en algo comestible, me he puesto como ejemplo en este caso.
Por lo demàs, yo confío mucho en la tecnología. Una palabra màgica también, que haya dado con un tipo de nuevo material de uso absolutamente generalizado.
Algo, que nos aleje de la influencia maléfica de esoss rayos infrarrojos.
Ya existe ¡abracadabra! poder escuchar a María Callas. Haberla contemplado en Madame Butterfly, hace unos años.
Sea...
Tésalo
a veces estoy en epoca de lectura...a veces no...asi durante estos ultimos tiempos leo apenas los fines de semana...mas he tenido la suerte de leer libros que me atrapan...y este atrepar es lo que has cnseguido, gambetas...
ResponderEliminarHA SIDO UN DELEITE LEERTEEEEE
saludosssssssss¡¡¡¡
de la historia...de la historiaaaa...esa moraleja me ha encantadoooooooooooooo
Ustedes estan todos locos, de la locura linda, de la que haría un mundo mejor.
ResponderEliminarGracias, locos!
Gambetas..."chapeau" Ufffff dirás que a buenas horas, llevo poco tiempo en esto y la verdad es que aun me veo tímida a hacer comentarios, los blog que visito (a mi entender) son de alto nivel literario y me da...pudor, aunque ya voy haciendo entradas en ellos, leo mas que escribo y me enriquezco cada día con vuestros relatos y comentarios en mi blog. Veo así mismo que todos ellos comentan tu escrito de "palabras mágicas “que fue el tema con el que yo me inicié en esto.
ResponderEliminarCuando publicaste el capitulo 2 no quería leerlo sin leer antes el 1º como tu bien dices en tu relato hay que comenzar las cosas por el principio y desde el principio permaneceré enganchada como ya lo estoy a tus relatos no sin antes dar las gracias a esa sirena que te empujo a escribir y supo ver en ti ese talento.
Mil besos Gambetas