jueves, 26 de agosto de 2010

Capitulo III


El mediodía resultó ser más fresco que el anterior. Alonso notó que Tiago, en ningún momento, manifestó intención de detenerse. Al joven el hambre empezaba a molestarle pero, por los acontecimientos ocurridos, no se habían pertrechado en la posada, de ningún futuro bocado.
Al llegar a la orilla de una laguna Alonso llamó la atención de Tiago y, uniendo el pulgar de su mano derecha con los cuatro dedos restantes, le hizo claras señas de que quería comer. No tenían nada. El anciano dijo:
- Quédate aquí un momento, soy un experto cazador, volveré con algo.-
Acto seguido desapareció detrás de unas genistas. Alonso se rió de la única forma en que podía hacerlo, en silencio ¿Qué podría cazar este anciano sin armas? Se preguntó. Tomó una de las flores amarillas de los retamos, entre los cuales había pasado Tiago en busca de una presa, y con una ramita presionó la base de los pétalos, como solía hacerlo de niño. La flor estalló lanzando una diminuta nube de polvo
¿Se asustarán las abejas cuando las cubre de esa forma tan violenta, el polen? Pensó.
Al cabo de unos minutos, durante los que Alonso se entretuvo con las flores y observando la rutina de unas garzas en su pajarera, en medio del agua, el anciano regresó con un conejo enorme y tan gordo, como pudiere serlo uno de ellos. El muchacho quedó intrigado acerca de como lo había cazado, pero el hambre que tenía evitó cualquier análisis de la situación.
Tiago sacó un cuchillo de entre sus ropas y desolló al animal sin vida, mientras Alonso, encendía una fogata con su yesca y unos pedernales.
El muchacho devoró más de la mitad, de la mitad del banquete, el anciano solo un poco. Reservaron medio conejo para la noche, ya que no encontrarían ninguna posada en su camino.
Satisfechos y algo cansados, ante una sugerencia de Tiago, se aprestaron a dormir una siesta. Nada los apuraba y el sol, en ese horario, arreciaba calurosamente. Buscaron cada uno un árbol, no les resultó difícil hallarlo, abundaban los álamos y los sauces blancos, se sentaron contra él y cerraron sus ojos.
Al cabo de una larga hora y ya puestos de pié, reanudaron su marcha, uno en total silencio y, el otro, envolviendo todo con su continuo manto discursivo. De tanto en tanto Tiago decía algo graciosos y ambos reían.
Ya había comunión entre ambos hombres. Habían cultivado su relación por más de veinticuatro horas, eso a Alonso le resultó suficiente. Cuando la casualidad pone ante uno un corazón complementario, la amistad nace madura y no necesita del tiempo, pensó el joven.
A media tarde el muchacho se sintió algo fatigado, hizo señas a Tiago de descender por el barranco que acompañaba longitudinalmente al río al cual, a su vez, copiaba el sendero, para beber algo de agua. Así lo hicieron. A esa altura el Jarama se presentaba bastante torrentoso, por lo que tomaron los recaudos necesarios como para no caer en las aguas.
- ¡Vaya! ¿Dónde está la juventud?- Dijo el viejo burlonamente, mientras el joven, agachado, bebía sorbos de agua del cuenco de sus manos.
Alonso sonrió, se puso de pié y asestó un suave empujón a Tiago como diciendo ¡Anda, anda, calla tu bravucona boca y sigamos!
El anciano también sonrió.
No habían terminado de trepar la pendiente que los llevaba nuevamente al sendero, cuando vieron una silueta blanca que se acercaba, desde la dirección de la que ellos habían venido. Se quedaron inmóviles y alertas, vigilando al que recién estaba llegando, No abundaban, en esa zona, los salteadores de camino, pero nunca estaba de más un poco de prudencia.
A medida que se acercaba pudieron reconocer mas detalles de su figura. El hombre era alto y corpulento, una espesa barba entrecana alfombraba sus facciones. Estaba cubierto con una túnica blanca- en cuyo pecho se veía una cruz de Calatrava negra, con sus flores de lis rematando cada uno de sus extremos.
A Alonso le pareció ver un gesto de disconformidad en la expresión de Tiago ¿No querría tener mas compañía? Pensó.
- Ultreia!- Dijo el hombre
El muchacho deseó contestar et suseia, pero solo saludó con un movimiento de su cabeza; el anciano no respondió, lo que no provocó alteración alguna al encuentro, no eran comunes los buenos modales.
-Voy camino de Toledo.- Dijo el hombretón. - Soy Ordoño de Fitero, monje. - Acotó para explicar lo curioso de su vestimenta -¡Alabado sea Dios que me permite gozar de compañía! Si ustedes lo permiten ¿Hacia dónde se dirigen?-
- Vamos camino de Toledo también.- Respondió el anciano con un tono muy circunspecto.- Me llamo Tiago, no nos vendría mal la protección del señor en nuestra caminata.- Remató poco convencido de lo que decía.
- El señor siempre te protege.- Contestó el fraile con algo de sarcasmo.- Sin necesidad de que yo te acompañe.-
Tiago calladamente emprendió la caminata, lo que obligó a los otros dos a hacer lo mismo.
Curiosamente, durante la travesía, el viejo casi no habló; si lo hizo el hombretón. Contó como su orden había rescatado Calatrava del dominio de los moros, habló de Don Raimundo, un antiguo abad del monasterio cisterciense, del monje Diego Velásquez y del maese Juan González. Hablaba con orgullo y emoción. Alonso estaba fascinado con sus historias, Tiago no podía disimular su gesto adusto.
- ¿Y tu como te llamas?- Preguntó Ordoño al joven.
Mediante señas quiso el muchacho advertirle acerca de su incapacidad, pero Tiago se anticipó.
- No puede hablar, es mudo, se llama…-
El anciano cayó en la cuenta de que tampoco sabía su nombre.
- ¿Cómo te llamas, muchacho?- Interrogó.
El joven tomó una rama seca del suelo y, en él, escribió su nombre. Ante lo curioso de la situación Tiago sonrió, luego de algunas horas de no haberlo hecho.
- Alonso…- Dijo el viejo.- Mira tu que nombre te has traído, me gusta.-
La noche se avecinó callada y repentinamente, los tres hombres acordaron casi tácitamente, detenerse bajo el refugio de un monte ralo que se les presentó delante de ellos, a la vera del barranco del río. No muy lejos de allí, a juzgar por el sonido de las aguas, debería estar el lugar donde el Jarama se suicidaba continuamente para hacer crecer al Tajo.
Encendieron unos leños y, a su abrigo, compartieron el trozo de conejo, que habían guardado del mediodía, y unas hogazas de pan sin levadura, que el religioso traía en su alforja.
El cansancio es el libretista perfecto del silencio. Durante la cena y los ratos siguientes, nadie habló. Al cabo de un tiempo, satisfechos, se colocaron en la posición de dormir, sentados cada uno con la espalda contra el tronco de un árbol y,
de dos en dos, sus ojos se fueron cerrando.
El dormir de Alonso no era liviano, siempre soñaba hasta la mañana sin sobresaltos. Esa noche, extrañamente, un ruido cercano lo sobresaltó. Al tiempo que intentó abrir los ojos, un golpe retumbó en su cabeza y la oscuridad total lo inundó. No pudo, ni siquiera, escuchar el sonido de la rama quebrándose contra su cabellera. Vaya a saber cuanto tiempo estuvo inconsciente.
El haz de sol que penetraba por la copa del álamo, que se alzaba sobre Alonso, le regaba la frente con numerosas gotas de transpiración. Con mucho esfuerzo, luego de un rato de haber recuperado su consciencia, pudo abrir los ojos. La mañana ya era plena. Estuvo un largo tiempo tirado en el suelo, tratando de reconstituir sus pensamientos acerca de lo que había sucedido. No pudo recordar nada. Tocó su cabeza y unas escamas de sangre seca quedaron en sus dedos. Lentamente logro ponerse de pié, el dolor que sentía era fuerte, deseaba poder pronunciar el hechizo que lo librara de él “Retadel jocoa”.
A su lado vio su bolsa y sus libros esparcidos sobre la broza, los revisó y comprobó que no faltaba ninguno. Quiso gritar nombres ¡Tiago! ¡Ordoño! No pudo. Recorrió, dificultosamente, las cercanías del lugar sin encontrar a nadie. No hallaba señales de los dos hombres.

5 comentarios:

  1. Antes de largarme mañana, te leo con verídica intriga, SEÑOR Gambetas, jejeje.
    He andado esos paisajes con olores y sabores (buen conejo), con paisajes, flores, con el viejo el monje y el muchacho. Ahora me dejas con un suspense muy literario y bien trazado, tendré que aguantarme hasta el próximo cap. Alonso el chico del chichón, ayyyy, solo y mudo, en la mitad de la nada. Felicitaciones amigo, esta aventura de caminantes marcha, me engancha. Besitos y sigueeee, sigueeee.

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  2. Holaaaa, Natalí!!! Qué halago que hayas venido de visita!!!
    Gracias por los conceptos y el ánimo!
    Hoy empiezo a escribir el IV.
    Besos y gracias
    Espero que hayas pasado muy buenas vacaciones.

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  3. ¿¿Dónde está ese cuarto Gambetas??¡¡Lo necesito!!y otro, y otro, sigue escribiendo, disfrutando y haciéndonos disfrutar. Espero que ese cuarto sea de inmediata entrega jeje...bueno los escritos geniales requieren de su tiempo, seré paciente.
    Entre tanto daré de comer a esta familia.
    Besito de siesta en esta calurosa tarde de Agosto

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  4. Das al relato la agilidad necesaia para querer seguir leyendo, he encontrado alguna incongruencia que te mandaré en privado, pero hay una frase que has bordado:
    “Cuando la casualidad pone ante uno un corazón complementario, la amistad nace madura y no necesita del tiempo, pensó el joven".
    Puede que me guste porque algo así me ha pasado conigo, como con esa Diosa gatuna que te comenta más arriba que la adoro desde el primer día que una buena amiga, acertadamente me dijo que me pasase por su blog a leer las historias del niño Quinto.
    Nos dejas intrigados y con ganas de más, eres un redactor nato de historias, de eso no hay duda, miles de besossssssssss.

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  5. Cuando leí "El alquimista" lo que mas me llamó la atención fue el musulman que, aún pudiendo, no iba a la Meca para tener algo que desear, tenía temor de que, una vez que fuera ¿Después qué? Tengo 46 años, simpre supe que quería y podía escribir, aunque sea lo que me salga. Quizás nunca lo hice por algún razonamiento como el del musulmán. Gracias A Uds. lo estoy haciendo sin que me importe no ser Borges, ni Dan Brown (Perdón por la comparación, Jorge Luís).
    Gracias Natalí, MEdea y, sobre todo a vos, Susus.
    Me he dado cuenta que soy un escritor internacional, todos mis lectores (Las tres) son extranjeras.
    Besos al trío.

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