martes, 17 de agosto de 2010
Capitulo II
La despedida entre Alonso y Onofre fue acorde a la relación que había unido al bruto con el mudo; jamás habían tenido diálogo sabroso alguno, uno por no tener cosas interesantes que decir y otro por no poder hacerlo. Alonso se colgó su zurrón, con una muda de ropas y sus libros, en el hombro y comenzó su retorno hacia Toledo. Había vivido cuatro meses con el herrero.
Sus pasos firmes tenían la regularidad que impone la llanura, pero no llevaban prisa. Si bien lo alentaban las buenas noticias acerca de la desaparición de la epidemia de peste, sabía que lo esperaban varias jornadas de un agotador viaje, y que debía administrar sus fuerzas.
Al tiempo que se alejaba de la pequeña aldea de Arganda, el sol primaveral daba el presente en la mañana. Por el angosto sendero, impreso en el suelo de piedra por el repetido paso de los cascos de los caballos, llevaba una marcha casi constante deteniéndose, de tanto en tanto, para sorber agua de algún arroyo, hasta que llegó a orillas del Jarama y lo cruzó por un puente de madera. A su derecha, en la lejanía, el cerro de las Coberteras parecía despedirlo del lugar.
Su mente iba absorta en las tribulaciones que lo apesadumbraban desde hacía un tiempo, desde aquella noche en que había descubierto el secreto que Onofre guardaba y que creía seguir guardando, en el cofre.
¡No se puede destruir un libro que ya ha sido leído! Se decía repetidamente.
Recordaba cada uno de los hechizos que había encontrado en el manuscrito y, aunque sabía que nunca iban a salir de su boca, bien podría alguien también haberlos recordado y hacer que dejen de ser un secreto. Por lo que a él atañía, nunca se deberían usar, es peligroso torcer los destinos, pensaba.
Al mediodía, con sus sienes humedecidas por el sol, detuvo su andar y en el refugio de la sombra de un sicomoro, se sentó recostando su espalda contra el tronco y procedió a alimentarse con un tentempié, que Onofre le había preparado. Un poco por el cansancio y otro por la modorra que produce el bocado, empezó a entrecerrar sus ojos y, finalmente, le sobrevino la siesta.
Sin real consciencia del tiempo transcurrido en su letargo, se despertó sobresaltado por el crujido de una rama al quebrarse. Alonso dirigió la mirada hacia el lugar, no muy lejano a él, de donde procedió el ruido y vio a un hombre acercándose; era alto, muy alto, delgado, con los pómulos muy marcados, con unas densas cejas y una larga cabellera negras. Tendría unos 65 años, aunque sus movimientos eran enérgicos y su aspecto juvenil. Mientras Alonso se ponía de pie, por precaución, el hombre se detuvo frente a él y, con una amplia sonrisa, le dijo:
- ¡Buen día! Viajero. Mi nombre es Tiago, de las torres de Don Pero Xil, voy camino a Toledo.-
Alonso, relajado por la amistosa sonrisa del extraño, mediante señas que el hombre comprendió, le manifestó su incapacidad para hablar y que él también se dirigía a Toledo.
- No te apenes.- Dijo el anciano.- Me dicen siempre que callo poco pues, entonces, puedo hablar por ti y por mí, si aceptas que te acompañe en la travesía.-
El joven rió calladamente y asintió con la cabeza; tomó su saco y reanudó la caminata con su nuevo compañero.
Tiago no había exagerado en lo mas mínimo, hablaba continuamente, le hacia mal estar callado según él mismo había dicho. Esto a Alonso lo alegró mucho, hacía tiempo que no escuchaba historias interesantes. El viejo le contó de su niñez en los Studio de Palencia, de su vida como traductor, de su esposa y sus tres hijos que lo esperaban en su aldea y de su paso por Toledo para, de allí, dirigirse hacia el sur de regreso a su casa. Esto último le generó un instante de intranquilidad a Alonso ¿Qué estaría haciendo por el lugar aquel hombre? Mas esos negros pensamientos se alejaron al observarlo, era un hombre culto y su mirada transmitía honestidad.
El entretenido avanzar ya los había llevado a ingresar en la comarca de La Sagra. Bajo los penúltimos rayos de sol llegaron a una posada, en Ciempozuelos, donde por el valor de unas pocas monedas, cenarían y pernoctarían, la cual Alonso conocía del viaje de ida hacia la aldea de Onofre.
El posadero los recibió con un gesto agrio ¡Qué extraño! Pensó el joven, la última vez que había estado, había mostrado un carácter amable y jubiloso. Cuando ingresaron a la posada la mujer fregaba unos trastos y, ni siquiera por curiosidad, dejó de darles la espalda. Eso también lo extrañó.
Al rato de estar en el lugar a Alonso le llamó la atención, también, que no estuviera correteando por la casa la pequeña, dulce y pecosa, hija de los posaderos. Incapaz de formular pregunta alguna, se limitó a esperar que el tiempo le mostrara lo que estaba sucediendo en el lugar. Tiago seguía conversando sin advertir nada extraño.
La noche se hizo cada vez más evidente. Saciados por el espeso guiso que les había servido la mujer y fatigados por la caminata del día, los dos viajeros estaban por retirarse a dormir cuando, de repente, de un cuarto contiguo, se escuchan unas suaves toses. La ventera entró en el cuarto con un cuenco de agua, al rato surgió por entre la penumbra de la puerta y, con los ojos cegados por las lágrimas, le dijo a su esposo:
- ¡Mi niña se muere, mi niña se muere!
Tiago y Alonso se dirigieron a la habitación. En ella yacía la pequeña y pura muñequita, pálida como una vela e hirviente como un caldero.
A Alonso se le oprimió el corazón, no resistía ver el sufrimiento de la chiquita y de sus padres, recordaba el hechizo de sanación, podría salvarla, pero se había prometido que nunca los revelaría. Si pudiese hablar… Se encerraría a solas con la pequeña y la curaría, sin que nadie supiera como, pero así como estaban las cosas la única forma sería escribiéndolo y que otro lo dijera, aunque no debía confiar en nadie.
Volvió al cuarto donde habían estado comiendo, se sentó a la mesa y, curioso hecho, se sirvió una copa de vino.
Su mente transitaba por la penumbra de la disyuntiva ¿Entregaba uno de sus secretos o condenaba a la niña? Ambas cosas caerían, negativamente, sobre su consciencia. Bebió otro sorbo más de vino.
La visión de la desgracia tangible, aunque pudiera ser menor, siempre es mayor que la de la imaginable. Sacó de su bolsa un trozo de papel de Xátiva, tinta y una pluma y escribió “Haraneo atsa”, el hechizo de sanación. Se levantó del banco, tomó del brazo al posadero, lo llevó hasta la habitación de la pequeña y se lo mostró. Este lo miró y le dijo:
- ¿Qué quieres decirme? No se leer.-
Alonso, algo desesperado, señaló a la mujer.
- Tampoco ella sabe.- Dijo.
Bajó la vista entristecido ¿Qué haría? No confiaba totalmente en Tiago, lo conocía desde hacía apenas unas horas. Un hechizo semejante, en manos de un ejército malvado, por pensar alguna consecuencia, le garantizaría cualquier victoria. El posadero era otra cosa, el joven intuía que lo utilizaría, solamente, para salvar a su hija. Esta cavilación lo inclinó a decidirse por una de las opciones que se le presentaban. Rompió el papel y se retiró a intentar dormir.
Conquistar el sueño no le resultó fácil, aun con el sopor consecuente del vino. Por fin, muy entrada la noche, pudo soñar.
La mañana que lo despertó lejos estaba de parecerle brillante, miró a su lado y vio que Tiago también estaba poniéndose de pie. Luego de vestirse, al entrar en la sala de comer, pudo ver a través de la puerta de la habitación de la niña, a la mujer envuelta en un manto de llantos y al posadero, a su lado, observando como hipnotizado el lecho. Había llegado la muerte.
Tiago se había sentado, curiosamente, en silencio. Estuvieron así unos minutos hasta que dijo:
- ¿Nos vamos, compañero? No hay nada que podamos hacer acá y nuestro camino es largo.-
Alonso asintió con la cabeza, dejaron unas monedas sobre la mesa y se marcharon.
La caminata transcurrió en silencio, la muerte siempre deja un sentimiento amargo, pero cuando quien se marcha es una criatura llena de inocencia, la desazón es enorme. Alonso no podía librarse de sus tribulaciones, ni de sus sentimientos de culpa e impotencia. Tiago también estaba sumergido en tristes sentimientos, su verborragia estaba ausente durante esa caminata.
Avanzaron en ese estado por bastante más de una hora siguiendo el curso del Jarama hacia el Tajo, de repente y sorpresivamente, el joven se detuvo y posando su mano sobre el hombro del anciano, lo obligó también a detenerse.
- ¿Qué ocurre?- Dijo sorprendido.
Alonso, emitiendo sonidos guturales y mediante movimientos laterales de su cabeza, le señaló a Tiago la intención de regresar por el camino andado.
- ¿Quieres volver? No hay nada que podamos hacer en aquella posada, más que dilatar el olvido de nuestra pena.-
El muchacho seguía insistiendo con sus señas.
- Yo no regresaré.- Dijo Tiago. - Es muy largo el camino por andar y ya no soy el joven al que le sobraban las energías.-
Alonso sintió una gran desesperación, si el viejo no lo acompañaba su retorno carecería de sentido. Decidió jugar una última carta, dándole la espalda comenzó a caminar, con firmeza, hacia la posada.
Había avanzado unos cincuenta metros y, sin mirar hacia atrás, se estaba dando por vencido; Tiago no lo acompañaba hasta que, de repente, escuchó:
- ¡Espérame! ¡Detente, terco mozalbete!-
Alonso giró la cabeza y, con esperanzas renacidas, vio como el anciano se le acercaba lentamente.
- Vamos a ver que te traes.- Le dijo.
Cuando llegaron a la posada el cuadro no había cambiado en nada, los posaderos seguían observando, entre sus lágrimas, el cuerpito sin vida de la niña. Alonso sacó nuevamente un papel y escribió “Yatante velna”. Tomó a Tiago del brazo y, llevándolo junto al lecho de la pequeña, le dio el papel y le hizo claras señas de que debía leerlo.
El anciano lo miró sorprendido e incrédulo, el joven le insistía que pronunciara las palabras.
- ¿Qué es esto? ¿Qué idioma es?- Le preguntó.
Alonso hizo caso omiso al interrogante de Tiago y siguió azuzándolo para que leyera lo que escribió.
El viejo miró al papel, a la niña, y dijo:
- ¡Yatanta velna!
Nada sucedía. Alonso, zamarreando el brazo de Tiago, le señaló firmemente el papel, él comprendió.
- ¡Yatante velna! Dijo ahora.
Pareció, por un instante, que no volvía a suceder nada hasta que, de repente, la niña se iluminó completamente en un breve fulgor, emitió una tosecita y abrió los ojos.
La alegría y la incredulidad inundaron toda la habitación. La mujer y el Posadero, llorando más que antes, abrazaron a la pequeña. Alonso sonreía y Tiago manifestaba una enorme mirada de asombro. El joven tomó del brazo al anciano indicándole que debían retirarse.
Salieron al sendero nuevamente y, ahí, Alonso pudo advertir lo radiante que brillaba el sol en esa mañana. Los sentimientos de pesadumbre se habían retirado y a la preocupación por el secreto revelado, la dejaría para más adelante. Reanudaron el viaje, Tiago volvió a hablar con continuidad, pero en ningún momento, se refirió a lo sucedido en la posada. Esto intrigó un poco a Alonso.
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Ya sabía yo que no me ibas a simpatizar, un libro por capítulos, ¿sabes que aún no se lo he perdonado a Natalí?, y ahora me tientas con esta historia, sabiendo que los libros de fantasía son mi perdición, grrrr, no, no me simpatizas, ya puedes dejar de dormir, de comer, y hasta de respirar hasta que no lo termines, ¡¡¡he dicho!!!...venga, vale, me encanta, sigue amigo mío, miles de besosssssssssss
ResponderEliminarGracias, amiga! Tu comentario me anima a quitarme la modorra, voy a hecer el intento, espero no morir en él. Me voy a lanzar un hechizo de escribición.
ResponderEliminarBesos
Más te vale que funcione, si no vas a saber lo que es una sirena mosqueada, como no escribas ya te daré yo para el pelo!!!, aparca la modorra y cuentanos que es lo que piensa Tiago del hechizo, quien es?, es un mago?, aissssssss, me muero de curiosidad!!!, muaksssssssss
ResponderEliminar!Tiaye surca!!! Creo en los milagros Gambetas acabo de leerte!!! No sé qué culpita tengo yo es este prodigio, segun dices, pero alabo a las Musas Y DOY GRACIAS A LOS HADOS QUE ME HAN PERMITIDO LEERTE. Símplemente, bajo mi modesto entender, GENIAL, magnífico relato o, mejor, capítulo de una novela excelente por lo que voy leyendo. Susus ¿qué no me perdonas, cielo?(¿el Quinto por cap.?...aiggg, espero notícias de Troya, jajaja) Yo te lo perdono todo porque alentaste a esta escritoraza GAMBETAS,
ResponderEliminar!Quiero mááássss! No pares Gambetas, hazlo por entregas si te da la gana (¿a eso se refiere la sirenita?) Gambetas, de verdad, muuy bien escrito, impecable en todos los sentidos, y con história, con algo que nos engancha y seduce.
!APLAUSOOOOS!!! Desde la mar salada galega, no te pierdo de vista, nooooooo, amiga. Felicidades efusivas y besitoooos.
Epaaaa!!! he hecho marcha atrás hasta "palabras mágicas" y algo acabo de captar de lo que me dices. Reeleidos mis coment. para mi ES UNA GRAN ALEGRÍA, HABER SERVIDO PARA INCENTIVAR TUS GANAS DE ESCRIBIR UNA NOVELA. Daleeee, GAMBETAS, merecerá la pena SEGURO, LA HISTORIA SE LO MERECE, SIIIII. Uyyyy, como vas a disfrutar y a sufrir un poquito, ayyyy !salve! amiga.
ResponderEliminarNatalí, no puedo plasmar en este comentario la ruborización que sentí al leer los tuyos. Gracias! Tengo el capítulo III en la cabeza.
ResponderEliminarMe da un poquito de envidia que estés en Galicia, de allí eran mis abuelos y me gustaría algún día ir.
Besos mil.
Es verdad, Gambetas es femenino, pero yo no. Ja, ja.
Gambetas, a mi me sube el rubor hasta las orejas, amigo Gambetas, te agradezco de corazón, ayyyyy, que hayas puesto tu foto en el perfil. Perdon, amigo, hasta ahota no supe que eres ESCRITOR como copa de un pino, noooo escritora, despiste descomunal, disculpas mil. Pero eso, con perdón, es lo de menos, importa que tu relato tiene gran calidad y que engancha, sigueee.
ResponderEliminarTe leeré ese tercer cap. cuando regrese, no de Galicia, de las islas Eolicas, donde me espera Vulcano, Lípari, Stromboli, Ulises, I. Bergman, jajaja. Será a primeros de setiembre, y no dejes de visitar Galicia, el paraiso verde y salado, no tardes en ir. Bsitooos y a escribir esa novela pasito a pasito, cap. a cap. para hacernos rabiar de intriga.
Gambetas yo también sigo aquí, enganchada y osada al comentarte, no puedo más que suscribir los comentarios de tu sirena y madrina de lujo y de Natalí a quien tengo muy en cuenta.
ResponderEliminarAhora no comento mas porque me voy disparada a leer el tercero aunque me estén acosando con que "¿a qué hora vamos a comer?"¡¡Simplemente genial!!
Un besazo
Me enganché.. voy por el siguiente...
ResponderEliminarMuy bien escrito...
Besos