miércoles, 28 de noviembre de 2012

La bala que apretó el gatillo --------- Capítulo II

Mercedes recorría el pasillo del palacio de tribunales meneando con naturalidad sus armoniosos contornos y bamboleando la lisura de su cabellera, mezcla de oros y de cobres; llevaba un expediente abrazado contra la generosidad firme de su pecho y, su cintura, que parecía ceñir con firmeza su cuerpo, generaba la admiración de los abogados que solían esperar ser atendidos en el mostrador del juzgado en lo civil y comercial en donde ella trabajaba.
Sus treinta y dos años de soltería y su experiencia en varios fracasos amorosos le daban a la belleza de su rostro una expresión de mujer fatal. Sería quizás por ello que, a pesar de su carácter amigable con los hombres, muy pocos solían animarse al preludio de una relación con ella. Sería por ello que ninguno lograba conquistar la profundidad de su mirada marrón brillante, la cual daba al infinito.
Luego de golpear la puerta y de escuchar la orden de que entrara, depositó el expediente en el deslucido escritorio de su jefe, el secretario del juzgado, para que perdiera su individualidad entre el papeleo desgreñado que tapizaba al mueble.
- Acá traje lo que me pidió, doctor.- Dijo ella a través de sus labios sonrientes y cautivantes.
El secretario apenas lograba disimular cuanto le atraía esa mujer, inspiradora en él de numerosas fantasías. Era un solterón bondadoso, muy formal y monótono para el gusto de ella, por eso aunque estuviera provisto de una elegancia atractiva para muchas mujeres, Mercedes había rechazado varias invitaciones que éste le había hecho. No le desagradaba el hombre, pero tampoco le atraía, solamente le tenía el aprecio que generaba su bondad. A menudo se preguntaba cómo aún permanecía soltero ya que era un buen candidato para la mujer adecuada.
- ¡Gracias!- Respondió secamente.
- Quiero pedirle permiso para faltar el viernes y el lunes que vienen.-
- ¿Qué tenés que hacer? Interrogó Martínez sin la discreción que su relación ameritaba.
Ella, sin molestarse por lo irreverente de la pregunta, respondió:
- Me voy a tomar unos días de descanso, no muchos, el martes estaré de vuelta. Es un viaje que vengo planeando hace rato.
- ¿A dónde? Si se puede saber.-
- A Brasil.- Mintió rápidamente ella.
- ¿Vas sola?-
El interrogatorio ahora comenzó a generarle molestias, sabía que debía ocultar cosas y no le gustaba mentir.
- Si, viajo sola.- Respondió de manera no muy convincente.
Él algo molesto por los celos que no tenía derecho de sentir, reprimiendo el deseo de no concederle el permiso y logrando dominar su curiosidad, le dijo:
- No hay problema, pero comunícamelo mediante un memo así queda asentado y te autorizo formalmente.-
Ella agradeció y se retiró del despacho dejándole a Martínez la semilla de un suspiro a la que este, con esfuerzo, le impidió germinar.
Mercedes disfrutó mucho de esa semana laboral cargada con la expectativa de su inminente viaje con Ramón. Amaba cada vez más a ese hombre y no era extraño que así fuera, siempre había tenido parejas que la superaban bastante en edad, ya que no le atraían los hombres de su generación por encontrarlos vanos y carentes de la caballerosidad que ella deseaba, aunque nunca ninguna de ellas había sido un hombre casado. Sin saber como ocurrió, se había encontrado de repente involucrada en esta relación prohibida que, en parte, le dolía. Por eso algunas de sus noches solían ser cómplices de las nubes del desánimo, a las que les abrían las ventanas para que fuesen a lanzarle una borrasca al corazón. En ellas Mercedes trataba de que le angustiase poco esa situación. Se había enamorado perdidamente de la inteligencia y de la hombría de Peña Saborido y eso le generaba mayor placer que los desgarradores pensamientos de imaginarlo, mientras no estaba con ella, en su casa con su familia y con su vida. En esos momentos, conscientemente, intentaba pensar en otras cosas porque sabía que la vida real de él no la incluía. Alguna vez él mismo, con una lacerante sinceridad, se lo había dicho. A veces buscaba el apoyo en algún libro, generalmente de autoayuda. Sin embargo en lo profundo de su ser albergaba la esperanza de que aquella situación algún día cambiara, que la vida le regalaría el momento de compartir con aquel hombre, algo más prolongado que los ocultos momentos en habitaciones de albergues transitorios solían pasar.
“Quizás cuando sus hijos crezcan…”
Muchas personas aborrecen al suicida que en un momento repentino y fatal se quita la vida, pero no se dan cuenta de que pertenecen a otro grupo que auto engañándose, se la van quitando de a poco, evitando la culpa, llevándosela tras una y otra bocanada de humo, unos tragos de alcohol o una inyección. Mercedes se flagelaba eligiendo, sin darse cuenta, relaciones que no le convenían y que terminaban dañándola, matándole primero el alma la cual siempre termina llevándose al cuerpo. Las noches habían solido ser testigos de su propia flagelación, pero estas eran distintas, esta vez la alegraba que iba a disfrutar, al menos por tres días, una vida compartida.
El jueves antes de su partida cascabeleaba dentro del viejo edificio judicial, sin intentar siquiera que no se le notara, hasta que se encontró con Fernando, quien era su compañero desde hacía algo más de diez años, en ese lugar, y su mutuo confidente.
El joven tenía la belleza de Adonis, una nariz levemente respingada rodeada de su rostro perfecto, anguloso y lampiño, entre el verde esmeralda de su mirada y bajo el negro azabache de sus cabellos de brillo lacio. Su cuerpo, torneado por la gracia de la naturaleza, fácilmente encajaría en el círculo y el cuadrado de un Vitrubio leonardino. Podría conquistar a la mujer que quisiera, pero a él no le interesaba eso.
- Es un error el que estás cometiendo.- Le dijo.
- ¡Envidioso!- Le respondió graciosamente ella.
- Sabés que no es mi tipo, es demasiado viejo, peludo y poderoso.-
En todo tenía razón el muchacho, Ramón se había vuelto adicto al poder como todo el que lo tiene. Quizás los demás aspectos satisfechos de su vida, la familia, el dinero, las pertenencias, pudieran disimular la codicia de perpetuarse en su puesto e incluso de mejorar el mismo, como estaba a punto de sucederle, pero lo que más llenaba su vida era el poder de disponer destinos ajenos. Ella, un par de veces en el último año y medio, había intentado terminar con la relación exitosamente, pero él al poco tiempo volvía a comunicarse progresivamente hasta que, sin darse cuenta, se hallaba seducida nuevamente y terminando otra vez dándole su primer beso.
- Eso es lo que me atrae de él, su madurez, su inteligencia y su virilidad.
- Bueno, podrás estar tranquila de que no voy a intentar robártelo.- Contestó Fernando haciéndola reír con ganas.-
- Más vale que lo no harás, es mío.- Replicó ella.
Pero esta última afirmación la llevó por un instante a la conciencia de que no era así, que en realidad no le pertenecía. Alejó ese dañino pensamiento enfocándose en sus próximos pasos. Al final de la jornada laboral iría a su casa a terminar de empacar sus cosas y se acostaría temprano procurando que una buena lectura la fuera acunando hasta dormirla.
No tenía amigas, le costaba relacionarse en profundidad con las mujeres, tan solo podía lograrlo con hombres ya que los juzgaba sencillos y prácticos, sin rebusques, aunque ignoraba que prácticamente todos ellos, sus amigos, en el fondo solo deseaban encontrar lo oportunidad de compartir un lecho con ella, sin animarse a decírselo.
Era la hora de la cena cuando el timbre vibró en el aire del departamento que compartía con su hermano, temporalmente ausente. Del otro lado del audífono del portero eléctrico le contestó Fernando:
- Aunque no comparta lo que estás haciendo quiero compartir tu alegría con un brindis.-
Al minuto, recién salida de la ducha, le abrió la puerta vestida solamente con un toallón que apenas lograba cubrirle su sugestión, desafiando la gravedad tan solo por el sostén que le brindaban sus ciento diez centímetros de escote. Fernando entró con una botella de cava de San Sadurní que atesoraba desde hacía tiempo, sin prestarle atención al detalle seductor con el que fue recibido. Ella le dio un abrazo fraternal y un beso estirado en una sonrisa.
Cenaron bebiendo el vino y conversando, como siempre.
- Te va a usar.- Le comentó él.- Te va a llevar a su cama hasta que no le excites más y después te va a dejar. Así son esos tipos, se niegan a perder algo de lo que tienen y quieren siempre un poco más.
Ella bajó la mirada repentinamente entristecida por la crudeza de lo que dijo su amigo y con un suave tono de voz dijo:
- Tengo la esperanza de que no será así, no me ha prometido nunca nada, pero siento que nuestro amor crece, que el de él lo hace y eso no se puede fingir.-
- Espero que así sea.- Respondió Fernando haciendo su tono más amigable y, para cambiarle el ánimo preguntó: ¿Vas a traerme algún regalo?-
Eso le desató una abreviada carcajada a Mercedes.
- Si, espero que haya tiendas para maricas.- Dijo haciéndolo, ahora, reír a él.
El viernes a las 8:00 la encontró a bordo de un remise que carreteaba por la autopista que la llevaba al aeropuerto. Embarcó una hora más tarde y el avión, puntualmente, se elevó mirando al cielo para hacerse acariciar el lomo por él durante algo más de doce horas. Ella estaba tan ensimismada en los momentos que iba a compartir que ni siquiera tomaría real conciencia en lo sucedido entre su desembarco en el aeropuerto de El Dorado en Bogotá y su nuevo vuelo hacia el aeropuerto Simón Bolivar en Santa Marta. Volaba más alto que el avión.

3 comentarios:

  1. Me gusta la trama, los personajes, me vaaaa.
    Si quieres por correo, pero más adelante ¿vale? te digo detallitos.
    Sigue amigo. Besito.

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    1. Gracias por tus comentarios. Me gustaría que me pasaras las correcciones por mail.
      Besos

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    2. Amigo, envíamelo tú, soy un desastre, perdí el tuyo. Jejeje, y conste, nada de correcciones, si acaso, sugerencias.
      Repito, la historia me interesa y mucho.
      Besitos.

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