Las prendas que el doctor Ramón Peña Saborido estaba acomodando en su maleta lucían tan pulcras y estaban tan perfectamente dobladas que parecían recién sacadas de una tienda. Al mismo tiempo que hacía eso con entusiasmo, su corazón, aun después de haber estado sesenta años a su servicio, palpitaba juvenilmente. En ese momento estaba lleno de ansiedad y excitación y se sentía adolescente aunque a la vez un hombre fuerte, no solamente un juez. El amor reditado provoca esas cosas a esa edad, incluso en un hombre como él, a quien el juzgar crímenes desde hacía muchos años lo había hecho endurecer su corazón. Atrás había quedado la inocencia de su infancia pueblerina en la provincia de La Pampa, la cual había perecido ante la frialdad a la que induce la frecuente observación de escenas del crimen. La sangre, la crueldad, el cinismo y la impotencia que conoció en su profesión lo fueron transformando en un hombre duro y severo.
No hacía calor por transcurrir un otoño que hacía ya demasiado que había regresado al almanaque y el juez no sabía, en ese momento, que no lograría ver el próximo solsticio. Al fin y al cabo quién puede conocer la fecha exacta de su muerte, ni siquiera un suicida aún no graduado.
- ¿Ya decidiste cuántos días te quedarás?- Le dijo su esposa.
- Si; el congreso culmina el Viernes y voy a aprovechar a quedarme para descansar un par de días más, volveré el Lunes.-
- Pero podrías volver antes y, para descansar, hacer un viaje conmigo el mes que viene.- Dijo ella.
- Podríamos… Pero el nombramiento para el puesto de la corte es casi un hecho y después de eso, por lo menos al comienzo, ya no dispondré de tiempo para viajes o distracciones. Vos sabés cómo son esas cosas.- Se excusó el hombre.
- ¿Y si me tomo un avión y me encuentro con vos el Sábado?- Insistió tímidamente ella.
Peña Saborido dejó la maleta a un lado, tomó por ambas manos a su mujer y mirándola a los ojos le dijo:
- Susana. Son diez horas de viaje de ida y lo mismo de vuelta. No vale la pena viajar durante veinte horas para disfrutar tan solo un poco más de treinta.
Su esposa aceptó el argumento calladamente. Era una de esas mujeres que en un momento de su vida abandonan su propia carrera para vivir a la sombra de la de su marido, acomodándose a un estado de cosas placentero en lo material y en lo carente de desafíos y, para que esa situación no sufriera variaciones era, por inconsciente conveniencia, voluntariamente ingenua. Tanto hacía que sus sueños habían sucumbido ante lo cotidiano que ni siquiera se proponía recordar en que arcón estaría extraviado su título en ciencias económicas. Esa mañana estaba serena, la combinación de pastillas para los nervios, que tanto podían acelerarla o aplacarla demasiado, habían logrado situarla en el punto medio.
- Tenés razón.- Le dijo. – Además, los chicos…-
El juez se sintió convincente y satisfecho, tomó la maleta de su manija y una percha de plástico del cuello, en la cual colgaba terso y enfundado, un traje negro hecho a medida mientras ella se ponía un sacón de piel, para protegerse del frío exterior provocado por el invierno amaneciendo. Los niños, discutiendo a los gritos por una trivialidad perturbaron la paciencia, corroída por la edad, de Ramón quien sin necesidad de levantar la voz, con autoridad corrigió la conducta de estos y todos salieron de la enorme y lujosa vivienda. La adicción al poder no es algo que un hombre así deja en el umbral de su casa al entrar a ella.
Una criada con rasgos guaraníes los acompañó hasta la puerta y le dio sus buenos deseos:
- ¡Qué le vaia bien!-
Durante el viaje de casi una hora hacia el aeropuerto la mujer no hizo otra cosa que hablar, los niños que jugar de manos y él que conducir. El hombre había desarrollado la habilidad de prestarle la mínima atención a ella, como para no parecer descortés pero no tanta como para fastidiarse y alejarse de sus pensamientos. No le gustaba verla mal de ánimo y luego de treinta y cinco años de matrimonio, había aprendido a amarla y no concebía la vida sin aquella mujer a su lado. Él también se aferraba a aquel estado de cosas.
Actores, actrices, los niños, vedettes, parientes, peinados, los niños, amigos, la criada y los niños, alternaron su pasaje a través de los labios de ella, mientras él asentía a la vez que soñaba con lo que estaba por ocurrirle. Esa mañana al señor juez los ojos le brillaban de una manera especial, que su mujer eligió no advertir. Freud afirmaba que todo lo que un hombre hace es impulsado por el instinto sexual o por el deseo de ser grande y esa semana, Ramón, iba a saciar ambas cosas, primero lo segundo y luego lo primero.
- Estoy tan orgullosa de que seas el encargado de cerrar el congreso.- Comentó Susana.- Tus logros son como si fueran míos.-
- Son tuyos también, mi amor.- Respondió él.
El clima ameno al que había arribado el diálogo en ese momento se vio interrumpido por una simple frase de ella:
- El jardinero hace tres días que no viene.
El juez se fastidió internamente sabiendo que esa afirmación que aparentemente no inducía a respuesta alguna, en boca de su mujer si lo hacía. “Me paso todo el tiempo resolviendo situaciones en el juzgado ¿También me tengo que ocupar de eso?” Pensó.
- Llamalo.- Dijo secamente él.
- Ya lo hice, pero no me atiende el teléfono. Seguro que a vos si.- Respondió ella pensando que no podía ocuparse de la casa, de los niños, de la escuela, de todo.
- Cuando vuelva lo llamo.- Contestó él casi bufando.
Llegaron al aeropuerto dos horas antes de la salida del vuelo, Peña acostumbraba respetar a rajatabla los horarios de sus citas ya que nunca quiso ser presa de excusas propias que poco le aceptaba a ajenos. Esto le dio a su mujer la posibilidad de explayarse un poco más acerca de la maestra de lengua de sus hijos. El la miró de una manera especial, sintiéndose un poco culpable por lo que estaba haciendo pero seguro de que nunca le haría daño a esa mujer ya que no lo merecía, era una buena persona, amable, una madre ejemplar y aún conservaba su belleza casi intacta. Más de treinta años llevaban juntos compartiendo alegrías y sinsabores, durante los que habían edificado una familia a fuerza de tratamientos que finalmente, hacía ya doce años, habían logrado plantar en ella la simiente de los mellizos.
Cuando la partida dejó de ser inminente él se dirigió hacia el autobús que lo conduciría al avión, luego de haberle dado un beso a cada uno y decirle a ella que la amaba. Para sentirse seguro revisó, en el pequeño bolsillo del pecho de su saco, si se encontraba la pastilla azul que había sacado de su envase y envuelto en un papel para que no alertara al detector de metales. Ella estaba ahí con su virilidad concentrada.
La experiencia es el camino por el que se arriba a la sabiduría y él llevaba sesenta años transitando por esa ruta y en ella había aprendido lo más importante que hay que saber: aprender a aprender. Por eso sabía que lo que estaba haciendo no era definitivo, que la pasión es como el hambre, con apetito cualquier plato es un manjar, pero una vez que uno se sacia ella desaparece, que el placer del cambio es pasajero ya que al cabo de un tiempo todas las cartas terminan teniendo solamente el menú del día.
Una vez sentado en el asiento de primera clase que le correspondía miró en vano por la ventanilla, con el afán de ver a su esposa y sus hijos pero no logró hallarlos, finalmente las turbinas del avión comenzaron a deshilachar el aire y comenzó a alejarse de la tierra.
!!Gambetas!! Te animas de nuevo, me alegro muchísimo. Perdona que no me haya percatado hasta ahora, pero ayer y aún hoy, estoy bajo los efectos de un resfriado que asoma amenazante dejándome tundida.
ResponderEliminarHe leído el prefacio, a veces se empieza por el final ¿no?. Promete mucho la historia, ese juez, la esposa y el viaje...A mi ritmo te sigo amigo, ánimos.
Besito contento.
Hola Nati! ¡Qué alegría verte por acá!
EliminarComo la historia no tiene un final feliz decidí ponerlo al comienzo para no generar falsas expectativas.
De a poquito voy a ir subiendo los capítulos.
Besos
Ehhh, ehhhh, alto, que es esto???, que si, que ando fuera de estos mundos por falta de tiempo y veo de reojo a mi jodío argentino que pone capítulo I, ¿¿¿¿I????, pero si la segunda parte ya debe de ir por el XX al menos, y entro y resunta que es una nueva?, aigggg, se me acumula el trabajo!!!, pero bueno, y que pasa con Alonso???, nos vas a dejar sin sus aventuras?, jejeje, y tú dirás, mira la sirena loca, como si las leyera y oye!!!, que si, que vale, que tengo trabajo atrasado, pero quiero ponerme al día!!!!, miles de besosssssssssssss
ResponderEliminar¡Susuuuuuuuuussssss!
EliminarEstaba escribiendo la continuación la novela de Alonso y se me cruzó una historia que es esta y no me dejó avanzar. Ya la tengo en la cabeza, me falta el tiempo para escribirla.
Besos