jueves, 26 de mayo de 2011
Capítulo XXI
Otro guijarro golpeó, suavemente, en la cabeza de Alonso, era el quinto que lo hacía, el tercero acerca del cual tenía consciencia y el primero que le hizo abrir los ojos.
- Despiértate holgazán.- Dijo Tiago. – Llevas más de medio día durmiendo.-
El joven casi no podía ver. La luz del sol, que estaba en su máximo esplendor diario, lo enceguecía. Comenzó a intentar ponerse en movimiento, pero esto le costó muchísimo trabajo. Mientras se restregaba los ojos con sus manos, el anciano alimentaba la hoguera, sin ser avaro en el uso de la leña. Era un día, aunque soleado, muy frío.
- Debes tener calma. – Le dijo este.- El efecto de la belladona todavía está presente en ti, tardará unas horas en irse. Esperaremos hasta que ello suceda.-
Alonso logró sentarse y se recostó contra la encina que, muy lentamente, crecía a su espalda. No emitía palabra alguna, sentía la boca pastosa y los labios hinchados.
- Debes tener mucha hambre.- Dijo el anciano.
El joven, tras esas palabras, tomó consciencia de eso. Tenía un apetito voraz, casi insoportable, ahora que lo pensaba.
Tiago le alcanzó un barbo recién asado, al que Alonso devoró, tan rápida como desprolijamente.
- Ja, ja, ja.- Rió el viejo.- Si que la tienes.- Dijo al tiempo que le ofrecía otro pescado más. Y otro… Y otro.
- ¡Despacio, glotón! Vas a terminar con todos los animales del río.
Bebió el agua que le trajo el anciano en un jarro, al que luego, aunque ya tarde si así hubiera sido, examinó para ver si tenía un té como el de la noche anterior. No quería pasar por el mismo horrible trance otra vez.
Saciados su sed y su apetito, apoyó la cabeza contra el tronco del árbol y se quedó, nuevamente, dormido.
Cuando volvió a despertar, varias horas después, algo más lúcido que la última vez, notó que su amigo no estaba junto a él.
- Tiago, Tiago.- Llamó lo más fuerte que pudo en un volumen que, lamentablemente, fue muy leve.
No recibió respuesta alguna. Se desperezó y ello le dio más fuerzas, por lo que logró ponerse de pie. Se dirigió hacia el río, no si antes haber tenido que asirse de la encina hasta sentirse seguro con la verticalidad. Al llegar al barranco, vio en él a su amigo, unos metros río abajo, que en cuclillas se distraía arrojando piedras al agua.
Se acercó hacia él.
- Veo que estás recuperado.- Dijo Tiago.
- Un poco mejor estoy.- Contestó.- Aunque todavía no me siento totalmente bien.
- La comida y el agua están surtiendo su efecto positivo.- Explicó el anciano.- Cuando caiga la noche estarás totalmente repuesto, la secuela de la belladona ya habrá desaparecido.
- ¿Qué fue lo que sucedió anoche? – Preguntó casi inquisidoramente el muchacho.
- Lo de anoche fue tu iniciación y, a la vez, tu graduación ¿Qué recuerdas de ello?-
- No recuerdo nada.- Contestó Alonso. - ¡Bah! En realidad recuerdo tus palabras, solo eso. No tengo consciencia sobre lo que sucedió, no recuerdo si brilló la luna, si croaron las ranas, si sentí frío. No recuerdo casi nada, solamente tus palabras.
- ¿Cuáles palabras? Interrogó Tiago.
- Todas. Creo.- Respondió el joven.- Todas…
Gudea, Akurnasche, los guardianes, los hechizos, “El libro”, la misión. Todo.
- Está bien así.- Interrumpió el anciano.- Es lo que debía pasar. Es lo que esperaba que hiciera la maravillosa belladona.-
- ¡Y tu eres un tramposo!- Protestó el joven al recordar el mal trago de la infusión.
- ¡Ja, ja! – Rió su amigo.- No fue trampa, era necesario ¿Habrías tomado el té si te hubiera explicado de que se trataba?-
- Pues, no.- Respondió.
- Es lógico.- Dijo Tiago.- Yo tampoco lo habría hecho en mi ocasión. Alguna vez te tocará a ti hacer esa “trampa”.
Alonso se sentó sobre una roca del barranco y se quedó unos instantes callado y pensativo. Deberé aprender a identificar la belladona, pensó.
Estuvieron un largo tiempo observando, en silencio, el continuo fluir de las aguas hacia el norte; tenía algo de hipnótico como las llamas de una hoguera, que hacía su observación placentera y reflexiva.
Alonso recordó a Juana, extrañaba mucho a la muchacha. También le causaba preocupación no saber nada nuevo acerca de ella ¿Qué estaría haciendo? ¿Se habría olvidado ya de él? El tiempo suele ser muy abrasivo con algunos recuerdos, pensó.
Tiago rompió el silencio de las voces:
- Por el resto del día nos quedaremos aquí hasta que te recuperes totalmente. Es mejor perder un día de caminata y emprender el siguiente con todas las energías, que deambular lentamente durante varios porque todavía no te encuentres recuperado.
- Si tú lo dices, amigo.- Respondió el joven.- Pero ¿Cuál es la prisa? Si por mí fuera no quisiera seguir alejándome de Toledo.-
- Todavía pueden estar siguiéndonos.- Respondió el anciano.
- ¿Siguiéndonos? ¿Quiénes? Ordoño y sus secuaces están muertos ¿Quién nos seguiría?-
Tiago elevó su vista al azul del cielo y permaneció un rato inmóvil y pensativo; luego, tomando otro guijarro y arrojándolo a las aguas del río, dijo:
- La persecución es eterna. Como eterna es la huída y, en su momento, la lucha. Si los malignos pudieron infiltrarse entre los nobles calatravenses, pudieron haberlo hecho en otros ámbitos. Cualquiera podría ser uno de ellos ¡Nunca debes confiar! Hasta Guillermo, tu niña, Fray Gerardo o Ximénez podrían serlo.-
¿Juana una maligna? Pensó el joven ¿Guillermo?
Tiago, adivinando los pensamientos del muchacho, le dijo:
- Son astutos, malvados y, sobre todo, muy pacientes. Son capaces de traicionar a sus propios compañeros para cumplir su misión o someterse a sufrimientos para lograr su engaño y generar confianza. A Ordoño y sus secuaces no les debe haber resultado fácil ingresar en la orden de Calatrava, deben haber tenido que someterse a una vida ascética, cosa que se contradice con sus ambiciones desmedidas. Deben haber tenido que cumplir los tres votos religiosos durante cuatro días a la semana. Les debe haber resultado difícil todo eso, sin embargo, en pos de encontrar alguna pista que los lleve a “el libro”, de lograr cierta autoridad que les permita hallarlo, fueron capaces de hacer cualquier sacrificio. Así trabajan los malignos.
- Pero…- Dijo Alonso.- Si Juana o algunos de mis amigos lo son ¿Por qué habrían de haber esperado para quitarme los secretos? Si me han tenido a su merced durante mucho tiempo.-
- Te han tenido a ti, no a “el libro”.- Contestó su amigo.- Demostraste que ante la tortura no revelarías los hechizos. “Él” está materialmente destruido. Hasta que no lo escribas nadie tendrá nada. Ellos, quienes sean, esperarán.-
- Entonces ¿Por qué huir?- Preguntó Alonso.
- Porque yo no he demostrado, aún, ser inmune a la tortura, ni que sería capaz de callar al ver que alguien quisiera dañarte. Eso puede ser un arma para ellos.
- Pero ¿Juana? ¿Guillermo?- Vaciló nuevamente el muchacho.- Yo no podría vivir desconfiando de ellos. Prefiero creer y ser engañado, a dudar eternamente para nunca tener nada en mi corazón. Creo que cada persona que se pone frente a mí es buena, que deberá demostrarme que no lo es. Quizás eso me genere algunas decepciones, pero lo contrario nunca me provocaría satisfacción alguna.
- Es una buena forma de ver las cosas.- Contestó Tiago.- Pero no te vendría nada mal desconfiar un poco. No me parece que tus amigos pertenezcan a los malignos, aunque deberás estar alerta ante alguna cosa que te resulte extraña.
Mañana proseguiremos el viaje, ahora voy a ver si consigo algo de comida que no provenga del agua, porque ya siento que me están saliendo aletas de tanto comer pescado.
El joven sonrió en silencio ante la observación de su amigo.
- Yo avivaré el fuego.- Dijo.
La noche se instaló en el cielo y, a la luz de las llamas, comieron un cochinillo de jabalí, el cual les resultó muy sabroso.
Entre las dudas y cavilaciones por las que se movían sus pensamientos, a Alonso le llegó el sueño. Al rato la luz de las llamas iluminaron los cuerpos dormidos de ambos.
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Jejejeje, como aquí no hay comentario comento yo, sabes que eso del cochinillo de jabalí ha hecho que me acordara de los jabalíes que se zampaban Asterix y Olbelix en los tebeos, ¡¡¡por Tutatis!!!, que hambre me ha entrado, jajaja, sigo que quiero ver que pasa, besosssssssss
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