jueves, 5 de mayo de 2011

Capítulo XIX





El sol se asomó por donde correspondía, por el Este. Las llamas de la hoguera habían abandonado la tierra llevándose el calor y dejando unas míseras brasas que, a duras penas, lograban mantener su rubor. Las aguas del Guajaraz no habían dejado de correr durante toda la noche, todo era normal. El frío calaba hasta los huesos, el otoño ya se había instalado.
Tiago fue el primero en desperezarse; entre dolores y quejidos logró ponerse de pie. Arrojó unos maderos sobre los agónicos rescoldos y estos, en una última demostración de poder, lograron encenderlos. El resplandor y el calor de la renacida fogata, despertaron a Alonso, quien abrió los ojos y miró hacia el cielo. Vio que solo estaba azul en una creciente franja entre la oscuridad de occidente y el rojo del horizonte contrario. Su primer pensamiento fue para Juana, extrañaba mucho a su muchacha, deseaba estar con ella. Eso lo apesadumbró.
- Acércate a la hoguera para calentar los tuétanos. – Dijo Tiago – Nos espera un largo recorrido. –
El joven así lo hizo. Enfrentando las palmas de sus manos hacia las llamas y frotándoselas, de vez en cuado, una con otra le dijo:
- ¡Tienes que seguir contándome! -
- Eso será por la noche, - Contestó el viejo. – Lo que hoy voy a relatarte es de fundamental importancia y necesito toda tu atención. Una especial atención. -
Alonso no comprendió muy bien esto último.
- ¿Qué atención especial? - Preguntó.
- ¡Toda la atención! – Contestó Tiago. – Lo que te diré tendrá que quedar grabado a fuego en tu memoria. -
El joven comprendió aún menos, pero decidió armarse de paciencia y esperar a la noche para despejar, por lo menos, alguna de las dudas que tenía.
Mejor, tendré todo el día para imaginarme estar junto a Juana, pensó ¿Qué dirá cuando se entere que puedo hablarle, qué puedo contarle todo lo que siento por ella?
Descendieron por el barranco y se mojaron, con agua recogida en sus manos, las caras; estaba tan fría que les produjo un hormigueo en todas las partes que se humedecieron. Volvieron hacia el calor de las llamas, para mitigar un poco el dolor.
- ¿Hay algo para echarse al buche? - Preguntó Tiago.
Alonso hurgó en la bolsa que les había preparado Juana y sacó un trozo de queso y pan sin levadura. Tomaron agua que habían sacado del río con sus jarros e ingiriendo los alimentos, saciaron su sed y su apetito, y emprendieron la caminata.
El movimiento hizo que sus cuerpos, poco a poco, se calentaran, venciendo el desafío contra las bajas temperaturas, por lo que la soleada mañana se volvió agradable.
No había sendero alguno por donde transitar, el camino no era fácil, seguían el curso de las aguas río arriba. Estas corrían por un cauce cavado en las rocas, formando un pequeño cañón, por lo que ningún camino era posible al borde de ellas.
La caminata enfrentaba, alternativamente, grietas y piedras que debían ser saltadas o trepadas. La marcha demandaba mucho esfuerzo y era lenta, por lo que los hombres avanzaban sin hablar.
Tiago iba por delante a paso lento pero firme, hasta que un grito lo detuvo.
- ¡Aaah! Dijo Alonso. -
- ¿Qué pasa? - Preguntó el anciano, quien al girar vio el cuerpo del joven tendido en el suelo.
- Me lastimé el tobillo. - Contestó con grandes gestos de dolor.
- ¡Déjame ver! - Dijo Tiago y acercándose hacia él, tomo con ambas manos la parte inferior de la pierna de Alonso.
- ¡Aaah! - Volvió a gritar este – Me duele mucho, no podré continuar caminando. – Completó preocupado.
- ¡Deberemos hacerlo! – Replicó el viejo y, sin soltar la pierna del muchacho, dijo:
- ¡Haraneo atsa! -
Alonso sintió un dolor mucho más intenso que el que tenía, pero fugaz, en pocos segundos ambos sufrimientos desaparecieron. Se puso de pié y dijo:
- Todavía no me acostumbré a este poder para solucionar las cosas, continuemos ¡Gracias amigo! -
- ¡Fíjate bien donde apoyas tus pezuñas! - Sentenció Tiago – no podemos pasarnos el viaje remendando tus tobillos. -
Ambos, riendo, retomaron la marcha.
- ¿Hacia donde nos dirigimos? Preguntó algo timidamente Alonso.
- A Mazarambroz. Contestó secamente Tiago – Cruzaremos el acueducto por la alcantarilla, es un camino un poco más largo pero desorientaríamos a cualquiera que intentase seguirnos. Si es que queda alguien para hacerlo.
Al joven le llamó la atención esta última frase, era la segunda vez que el anciano daba a entender que, aún derrotado Ordoño, alguien los podría perseguir. Eso le produjo cierta intranquilidad.
El resto de la travesía continuó requiriendo, por parte de ellos, el mismo esfuerzo con el que se había iniciado en la mañana. Caminaban copiando la sinuosa margen derecha del río, hacia su nacimiento. De tanto en tanto buscaban un lugar accesible en el barranco, para bajar hacia las aguas y saciar la sed.
Las ideas de Alonso iban y venían dentro de su cabeza, alternaba pensamientos dulces y amargos. Imaginaba a Juana en sus brazos y sonreía, en otros momentos sufría por ella al temer que algo malo le hubiera sucedido durante su ausencia, luego se consolaba al saber que Guillermo la estaría protegiendo, pero, oscuramente, su imaginación creaba un romance traicionero y doloroso entre ambos. No podía evitar este pensamiento, los dos jóvenes eran hermosos y las posibilidades de que eso ocurriese existían; nada más antiguo. Luego se calmaba pensando que él nunca haría algo semejante y que su amada y su amigo, poseían una nobleza similar a la suya, por lo que borraba esas ideas y volvía a besar a la muchacha.
Al llegar al mediodía el hambre y el cansancio hicieron que Tiago se detuviera y dijera:
- Debemos comer algo, enciende una fogata y veré que consigo. -
El muchacho obedeció la orden que tenía tono de pedido. Sabía que el viejo conseguiría algo para alimentarse. Juntó unas cuantas ramas y las acomodó entre unas rocas, protegidas de un viento que, si bien no era muy intenso, era constante. Comenzó a tratar de encenderlas con su yesquero. La tarea resultaba imposible, los maderos estaban verdes. Miró hacia un lado y el otro, avergonzado por su torpeza, para ver si el anciano estaba observándolo. Lo estaba haciendo y, con cierto aire de superación, pasó caminando frente al joven y tocando la leña dijo:
- ¡Clesanaldame senín!
De las ramas comenzó a salir humo y luego, con una pequeña explosión, aparecieron las llamas.
El muchacho miró a Tiago con cierto odio repentino y efímero.
- ¡Ven conmigo! – Dijo el anciano.
Alonso lo siguió. El viejo tomó una rama larga del suelo y descendió por el barranco hacia el río. Introdujo la punta de la vara en la corriente de agua.
- ¡Paezafre ret! Dijo.
Esperó unos segundos y, al sentir un tirón, sacó la rama del agua con un barbo aferrado en su punta, tomó el pescado con sus manos y lo dejó sobre una roca. El animal realizó una serie de movimientos espasmódicos hasta que la muerte lo llevó a la quietud.
- ¡Así es demasiado fácil! Dijo el muchacho algo indignado.
- ¿Por qué debería ser difícil? – Contestó el anciano con suficiencia - ¡Prueba tú!
El muchacho asió la vara, la introdujo en el agua y repitió la sentencia:
- ¡Paezafre ret!
Al cabo de unos pocos instantes sintió el tirón en la rama, la sacó con lentitud del río y, cuando iba a tomar al pez este se soltó y, cayendo en la corriente, salvó su vida.
- ¡Ay muchacho! La magia también requiere habilidad ¡Hazlo nuevamente!
El joven así lo hizo, cuando sintió que un nuevo animal se aferró, retiró la vara con tal fuerza que el pescado voló por los aires y cayó varios metros detrás de ellos.
El viejo lanzó una carcajada y le dijo:
- Todo en su justa medida. -
El muchacho también rió con ganas.
Cuando los pescados estuvieron cocidos y también comidos, se sentaron apoyando las espaldas contra una encina, que era el único árbol que se hallaba cerca. Intercambiaron algún que otro diálogo intrascendente y se entregaron a la siesta.
Si vamos a llegar adonde inevitablemente llegaremos, el apuro es evitable, pensó Alonso, riéndose entre dientes por la cacofonía de la frase, antes de emitir su primer ronquido.
El sol cambió su posición alejando la sombra que los cubría e iluminó una joven gota de sudor, en la frente del muchacho, lo que hizo que este se despertara.
- Es hora de continuar – Dijo a viva voz.
Tiago abrió sus ojos y, casi ronroneando, respondió afirmativamente. Se pusieron de pie y retomaron la caminata.
Conversaban a cada paso, pero el esfuerzo los fue callando paulatinamente hasta que, durante un largo trecho, avanzaron sin intercambiar palabras. De repente el anciano se detuvo y se dirigió hacia el barranco.
- Ya regreso – Dijo.
Se acercó a unas belladonas que crecían sobre él, tomo algunas hojas de las plantas, las puso dentro de su sayo y regresó sobre sus huellas, pisando solamente algunas de ellas.
- ¿Qué es eso? – Preguntó Alonso.
- Algo que utilizaremos esta noche. – Respondió.
- ¿Usar para qué? – Reinterrogó el joven.
- Para su uso. – Fue la respuesta que recibió del viejo.
El muchacho frunció el ceño enojado, se sentía burlado.
- ¡Deja ya esas evasivas, hombre añejo, cuéntame ya que es lo que tramas! –
- Oh jóvenes impacientes – Exclamó Tiago con una gran sonrisa en la cara. – Quieren todo de inmediato y, mientras más inmediato tengan todo, más rápido llegará el final, cualquiera de ellos que sea. Ten un poco de paciencia hasta la noche y te enterarás de todo. –
El muchacho, resignado, le dio cierta razón a las palabras del anciano y reanudó su caminata.
Avanzaron durante toda la tarde copiando el recorrido del río, casi sin descansar, cuando la noche comenzó a asomar por el naciente, decidieron detenerse.
- Hagamos una hoguera. – Sugirió Tiago sabiendo que no encontraría oposición alguna.
La respuesta silenciosa del muchacho, fue comenzar a recoger trozos de leña seca.
Prendieron los maderos y cocinaron unos pescados que habían reservado desde el mediodía. Al poco tiempo su apetito había quedado en el olvido y los cuerpos, que habían perdido el calor producido por la caminata, comenzaron a sentir el frío que arrea la noche, sobre las partes que no enfocaban directamente hacia el fuego.
- ¿Vas a contarme lo que debes? – Preguntó el joven.
- Dentro de unos instantes. – Respondió el anciano, al mismo tiempo que se ponía de pié.
Se dirigió hacia el río, en el cual recogió agua con su jarro y, al regresar, lo colocó sobre unas brasas para que se calentara.
- ¿Qué haces? – Volvió a interrogar, impaciente, Alonso.
- ¡Shhh! – Fue toda la respuesta que recibió.
Cuando el agua comenzó su ebullición, dentro del jarro, Tiago lo retiró del fuego y arrojó en él tres hojas de belladona. Esperó un rato hasta que la infusión se tornara turbia y, luego, a que se enfriara un poco. El aire de la otoñal noche, poco generoso en calor, aceleró este último proceso. Ofreciéndole el brebaje al muchacho le dijo:
- ¡Bébelo!
- ¿Qué es? –Preguntó confundido este.
- ¡Bébelo! – Repitió con más vehemencia.
El muchacho, confiando en su amigo, así comenzó a hacerlo.

7 comentarios:

  1. Querido Gambetas, quiero,antes de leer tu capitulo, manifestarte mi alegria de verte por estos lares de nuevo.
    Dicho esto con una sonrisa en la cara, voy a leer tu nuevo capítulo.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Veo , mejor dicho leo, que sigues manteniendo la mezcla de descripción e intriga dejándonos pendientes en los momentos cruciales.
    Bien, me tendrás esperando la continuación y deseando no se retrase tanto como este XIX capítulo.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. !!!!Ayyyy, estás vivo amigo Gambetas!!!!!

    Déjame recuperar el resuello y te leo de nuevo detenidamente. !Qué susto, fantasma venido del otro continente! Y cuanta alegría.
    No te envié mensaje porque creí que estabas a lo tuyo, sea lo que sea, y eso lo respeto, pero BIENVENIDOOOOOO.
    Repito, te releo con calma que me pillas a las tantas de la noche, fatigada, pero dalo por hecho.

    Ayyyy Gambetas, que estoy en las Cruzadas entretenida escribiendo una novelita que tengo prendida en mi blog, hasta cap. 4. Me pillas en la documentación, sin embargo descabalgo de mi potro y me quito cota y mallas y te leo, seguro.
    !Salve! besitooo. !Salve mi chico Alonso!

    "Su primer pensamiento fue sobre Juana"...así, a vote pronto, en las frases primeras me tropiezo con esto y yo lo diría así: Su primer pensamiento fue PARA Juana. Sobre, según nuestros modismos, es como montar encima de ella, PARA es como DEDICADO a ella,pero no me hagas caso....que igual me equivoco.

    Ayyyyyy, Gambetas, te encontraba a faltar !salve!
    BESITOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

    ResponderEliminar
  4. Manuel, muchísimas gracias por tus palabras y por dedicarle tu tiempo a leer esto. Saludos a tus Madriles.
    Natalí, a vos también muchas gracias! No se si fue el verano con sus noches cortas, lo que me alejó de esto y de tu "La paz..." Estoy retomando todo. Adelante con tu novela que no dudo que tenga la excelencia de lo que ya has escrito.
    Te agradezco tu sigerencias y son siempre bienvenidas como las de todos. Voy a coreegir lo que me decís (Dices en español, ja, ja). El capitulo lo largué bastante crudo, veo que hay muchas comas de más y otras cosas.
    Besos.

    ResponderEliminar
  5. Sigo acompañando el relato y el trayecto!
    saludos.

    ResponderEliminar
  6. Delicioso retomar a Tiago y al muchacho en pleno viaje. La curiosidad del chico, la expeiencia de viejo, se complementan. Pero, ayyy que me duerme o me ensueña o me dopa a Alonso el mago con la belladona, se utilizaba desde muy antiguo para fines medicinales y para el deleite.
    Sigue Gambetas, sigueee, pero no tardes tanto con el próximo capítulo. Un besito.

    ResponderEliminar
  7. Agggg, que me embobo, he quedado a tomar café con Rosa Desastre, compi de los jueves, que vive en mi misma ciudad para conocernos, asi que lo dejo aquí con todo el dolor de mi corazón aunque a mis ojillos le va a venir bien que ya me duelen, te mando luego la fé de erratas que desde este ordenador no puedo, jejeje, son tonterías, que Nátali las ha revisado bien, pero como ella dice ven más seis ojos que cuatro, jajajaja,miles de besossssssssssssss

    ResponderEliminar