domingo, 17 de octubre de 2010
Capítulo XVII
Como si se situara frente a un espectáculo, Alonso se acomodó para escuchar al espigado, había muchas cosas acerca de las que quería saber. Si bien la desazón por haber dejado a Juana ocupaba casi todos sus pensamientos, de tanto en tanto, lo invadían los resabios de sus dudas.
El otro muchacho, a pocos metros de él, miró de un lado al otro, tratando de cerciorarse de que no había nadie en los alrededores que los estuviera observando. Un minuto estuvo ocupado en esa acción, hasta que se sintió seguro de que nadie más había en la zona.
Bajó su cabeza, la tomó entre sus manos, cerró los ojos y dijo:
- “Radivorón velamallad” –
Una luz intensa salió de todo su cuerpo, el cual se retorció brevemente, manifestando dolor. Cuando la confusa imagen producida por el fulgor y el movimiento se aclaró, el muchacho no lucía como antes. Su considerable altura seguía siendo la misma y sus facciones casi iguales, pero su piel estaba ahora poblada de arrugas y su pelo teñido de blanco; era el mismo pero avejentado.
¡Tiago! Dijo Alonso para sus adentros totalmente asombrado. Se puso de pié y, tomando al anciano de los hombros, lo sacudió como diciendo ¡Tiago, Tiago! ¿Qué ha pasado? ¿Eres tú? ¿Fuiste tú siempre?
El anciano le sonrió con alegría al sentir que ya nada tenía que ocultar. Entendió los interrogantes de su joven amigo.
- Te contaré todo, absolutamente todo. – Dijo mientras observaba, nuevamente, los alrededores ya que no se olvidaba que necesitaban privacidad.
Alonso tomó consciencia de lo que había sucedido, un hechizo había vuelto al anciano a su apariencia normal. Estaba ahí, era su amigo, nunca había dejado de serlo aunque él había pensado lo contrario. Si Ordoño, finalmente, resultó ser el malo, Tiago que lo había salvado de las manos de aquel era, decididamente, el bueno. El muchacho lo abrazó fuertemente y unas lágrimas emocionadas abandonaron sus ojos.
El anciano lo separó unos centímetros y lo miró fijamente.
- Estoy acá para protegerte y enseñarte – Afirmó. – Eres un elegido, como yo, deberás saberlo todo, por el bien de todos, pero ahora debemos marcharnos, no siento que estemos seguros aún. –
Tomó una rama del suelo, para utilizarla como bastón y comenzó a caminar. Al muchacho no le quedó más remedio que seguirlo. Se dirigieron hacia el sudeste y avanzaron casi sin detenerse. Tiago parecía seguro acera de hacia donde iban.
Curiosamente durante la vespertina caminata, el anciano casi no habló. Alonso deseaba más que nunca que lo hiciera. Mientras avanzaban sobre el sendero, entre las piedras pardas rojizas, rememoraba lo vivido abordado por un enjambre de preguntas, que no podía formular. Lejos de encontrar respuestas, hallaba más de las primeras ¿Quién era Tiago? ¿Por qué se transmutó en joven para salvarlo? ¿Y Ordoño? ¿Quién era? Pensaba ¿Para qué quería los hechizos?
Recordó aquella vez en la que, mientras se dirigían con Juana hacía el río, había notado que el espigado los estaba siguiendo. El joven era Tiago, ahora entendía, los estaba vigilando para protegerlos. Sintió esa acción y otras más, como un acto de amor del anciano. Quiso abrazarlo pero se contuvo y siguió caminando detrás de él.
El paso que llevaban era rápido. Tiago giraba, de tanto en tanto, su cabeza hacia atrás, buscando a alguien que, por suerte, nunca apareció. Nadie los seguía.
El otoño no solo le roba las hojas a los árboles, le quita, también, momentos a la luminosidad, por eso la noche caía mas temprano que de costumbre.
Aunque ya casi había oscurecido, a lo lejos aún lograron divisar la sisla de Toledo. El anciano seguía caminando con paso firme. Un poco más adelante escucharon el sonido de una corriente de agua.
- Es el Guajaraz, en su orilla acamparemos. – Dijo Tiago.
Eso alegró al muchacho que se sentía muy casado. Llegaron al arroyo, el cual no cesaba de enviarle sus aguas al Tajo.
- Espérame un momento aquí. – Dijo el viejo y se alejó por detrás de unos madroñeros que crecían cerca de la orilla del agua.
Al rato regresó con un jabato.
¿Cómo lo habrá cazado? Se preguntó el muchacho. Casi al instante se dio cuenta y sonrió, conocía el hechizo para hacerlo y era evidente que su compañero también.
El anciano juntó unas raíces de un rezo, que yacía desarraigado de la tierra por la fuerza de algún viento, tomó el yesquero y encendió una fogata. Con gran habilidad desolló al pequeño jabalí, lo preparó para la cocción y se entretuvo en ella.
Alonso miraba sus movimientos con asombro, eran todos calculados, sabios y contundentes. Pensó que era momento de que Tiago comenzara a hablar, a develarle los misterios. Lo miró pero este parecía ignorarlo, absorto en la contemplación de las llamas que comenzaban a dorar al animal.
El muchacho tomó un guijarro del suelo y se lo arrojó para atraer su atención. Le dio en la frente.
- ¡Eh! La vida te queda larga por delante. Deja que comamos tranquilos y comenzarás a saber luego. – Dijo el anciano, entendiendo que era lo que se le estaba reclamando.
Avanzó la noche cada vez con más frío, esto hizo que la distancia entre Alonso y la fogata se acortara paulatinamente. Cuando la carne estuvo lista, las manos las llevaron a las bocas, la caminata había acrecentado el hambre de los dos hombres. Comieron hasta un poco más de haberse saciado.
No es bueno esto para el sueño liviano, pensó el muchacho, aunque su intriga hacía que lejos estuviera del deseo de dormir.
Bajaron hacia el arroyo, bebieron agua y se lavaron las manos y caras. El líquido transmitía mucho frío, por lo que volvieron hacia la fogata y Tiago la alimentó con más madera.
Alonso dio por concluida la espera, de manera que se sentó y miró al anciano con actitud demandante.
- ¡Ja, ja! – Se rió este. – Si, ya es tiempo. –
Calentó sus palmas contra las llamas y se dirigió hacia el muchacho. Frente a él, puso una rodilla en el suelo, su otra pierna formando un ángulo recto y lo tomó con ambas manos por el cuello. Si Alonso no le tuviera confianza se habría defendido, pero permaneció quieto y expectante.
El anciano cerró sus ojos y dijo:
- “Vezet niso” –
El joven sintió como si se estuviera tragando una brasa del encendido brezo. El ardor fue intenso, pero pasajero.
- ¡Aaaah! – Dijo y llevó sus manos a su cuello.
Lo doloroso de la acción no le permitió tomar consciencia, rapidamente, de lo sucedido, hasta que logró hacerlo.
¿Me oí a mi mismo? Se preguntó.
- ¡Aah! – Volvió a decir.
¡Y era a él a quien escuchaba!
- Puedo… Puedo… ¡Puedo hablar! Exclamó con la mirada incrédula clavada en el anciano.
El viejo lo observó con su sonrisa dejando ver todos sus dientes. Si, asentía con la cabeza.
- ¿Puedo hablar? ¡Puedo hablar!
La emoción lo embargó completamente. Ni siquiera había soñado, por parecerle imposible, con un milagro tan extraordinario.
- ¡Puedo hablar! ¡Puedo hablaaaaaaaar! – Gritó.
- ¡Shhh! – Dijo Tiago – Pueden estar buscándonos, te escucharán hasta en Toledo. –
El muchacho calló, posó las palmas de sus manos sobre sus ojos y comenzó a sollozar sin poder contenerse. Sentía emoción, tristeza por todo lo que le había hecho perder el silencio, que el regalo era tardío pero, a la vez, a tiempo y alegría, todo mezclado. Sollozaba desconsoladamente.
Tiago, también con lágrimas en los ojos, posó su mano sobre su hombro, lo dejó sentir y compartió su sentimiento.
Poco a poco Alonso se fue calmando. Con los ojos enrojecidos y dando fuertes y repetidas inspiraciones por la nariz, miró al anciano a través de la distorsión que le producían las lágrimas.
- ¡Gracias! Atinó a decir.
- Se lo que sientes, - Dijo el anciano. – Yo lo he vivido. –
Y corriendo su túnica con una mano, le mostró una antigua cicatriz que tenía en su cuello.
El joven se quebró nuevamente, recostó su cuerpo contra el de su amigo y lloró, sobre su hombro, por un rato largo. Tiago le acariciaba la nuca con una gran ternura y comprensión, como si fuera su padre.
Finalmente Alonso se tranquilizó, hasta que pudo hablar.
- Debes contármelo todo.- Le dijo ametrallándolo con las palabras. – Debes decirme que es lo que ha pasado desde el principio, del libro que encontré en lo de Onofre, de cómo me encontraste tú, sobre Ordoño, los calatraveños, la noche que desapareciste, los hechizos ¿Por qué no funcionaron con algunos? ¿Qué es un elegido? ¿Qué…
- ¡Bueno, bueno, shhh! Ya tendrás tiempo para hablar, no gastes todas las palabras de golpe. – Lo frenó el anciano sonriendo. – Ahora lo sabrás. -
Agregó mas maderos a la fogata y ambos se sentaron junto a ella.
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!Cuanto poder el de los conjuros! Habla el mudito, el espigado es el viejo Tiago, y a la orilla del Guajaraz me dejas aterida, tiritando y más intrigada que nunca.
ResponderEliminar_!Aaaaah!- la primera voz de Alonso. La primera vez que escucha su sonido, ¿y pronunciar palabras? imposible describir lo que sentirá íntimamente, o casi imposible.
Sigueeeeeeeeeeeee, besitos muchos.