viernes, 16 de septiembre de 2011

Convocatoria literaria: Este Jueves un relato: tu calle

Me ufano de saber numerosas cosas, aunque soy consciente de que son muchísimas más las que no conozco. Me educaron tres años de preescolar (salita rosa, salita verde y salita celeste), siete de escuela primaria, cinco de secundaria y cinco de universidad. Son veinte años de enseñaza que me permiten hoy saber, por ejemplo: que la estructura electrónica del benceno es la de un híbrido de resonancia; lo que son las derivadas e integrales; que la “m” va antes de la “b” y de la “p” o que Luís XV no tenía todos los patitos en fila.
El saber no ocupa lugar, dice el dicho, y se ve que mis maestros intentaron refutarlo llenándome la cabeza con todo tipo de información.
Aprendí otras cosas como: a robar nísperos de una casa abandonada; que a un caído se lo ayuda, no se le pega; como eludir a un defensor haciendo una pared con el cordón de la vereda; que olor tiene el barro; a distinguir a quien no confiarle ni un suspiro, de aquel a quien se le puede entregar el corazón; que a un amigo nunca se lo traiciona; que aprender es para siempre; que el primer beso en un zaguán es el que más se teme y menos se olvida; que siempre hay alguien más fuerte que uno, capaz de dejarte un ojo en compota, y otro más débil, al que podés hacer huir de un boleo en el culo; que si vamos todos juntos, los patoteros de la otra cuadra no podrán pegarnos; que para saber andar en bicicleta hay que caerse muchas veces; que el dolor, por más profundo que sea, siempre pasa y la alegría también, y que nunca podré volver a ser el mismo de ayer. Aprendí estas cosas también pero, a ellas, las aprendí en la calle